La vida sin Pancho

10.01.2024

A un año de la partida de Pancho Alvarellos

Aquella noche, en el Sol Mayor de Cuesta Blanca

Era el día sábado 7 de diciembre de 1996. El escenario de la conversación era un camarín -o lo que hacía las veces de camarín- y en el escenario -o lo que hacía las veces de escenario- ya estaba cantando Silvia Lallana. El contexto físico/geográfico del lugar era de montaña, en un local con música en vivo, en Cuesta Blanca, que se llamaba Sol Mayor. Eso me recordó en su momento a Claudio Visentini, tremendo guitarrista que había grabado casi diez años antes en el disco "Ícaro" de Posdata. El "Hilacha", como lo llamaban otros, siempre reparaba en nuestro apego al acorde de sol mayor, esa posición popular con un equilibrio perfecto entre cuerdas pisadas y cuerdas al aire, que a mí me parecía heredado de tantas canciones de fogón del primer rock argentino, "Muchacha (ojos de papel)", "Mañana Campestre". "Canción para mi muerte" y tantas más.

Esa noche en ese lugar habíamos sido convocados a cantar Silvia Lallana, Ariel Borda y Posdata. Atravesábamos los '90 del llamado Menemato y estábamos a poco más de un mes de haberse cumplido el primer aniversario de las explosiones de la Fábrica Militar de Río Tercero, acaecidas el 3 de noviembre de 1995 y que la justicia de Córdoba recién en 2014 determinó que se había tratado de un atentado para encubrir la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia. Menem fue el único imputado que había quedado sin juzgar. Su juicio oral y público iba a realizarse el 24 de febrero del 2021 y el ex presidente falleció exactamente 10 días antes, extinguiéndose así la acción penal y dando lugar al sobreseimiento por muerte.

Nuestra generación, la que había cumplido 20 años entre los años '75 y '76, la que había atravesado y sobrevivido a la dictadura militar, la que celebró el retorno democrático, con Alfonsín y los juicios a las juntas militares, venía de asistir impotente a indultos, privatizaciones de las empresas del estado, apertura indiscriminada de exportaciones, despidos masivos de trabajadores y trabajadoras, y había sido invadida por una sensación de angustia y de decepción frente a una democracia que parecía dejar atrás las conquistas en materia de derechos humanos, laborales y sociales cuando se habían prometido "salariazo" y "revolución productiva".

Esperábamos nuestro turno de subir a tocar, y de pronto veo que Ariel saca una cámara y comienza a tomar imágenes. Pancho apenas iniciaba su acting compulsivo e hilarante al que nos tenía acostumbrados, ese donde se ponía y nos ponía, humor mediante, a reírnos de todos nosotros. Entonces se dio esta conversación:

Horacio: …Uuh… qué hijo de puta… (Ariel había encendido la cámara y entonces aseguraba el registro y me parecía temerario)
Pancho: …es tremenda la intimidad, ya, como…
Horacio: ..escuchá…
Pancho: …uno llega a un nivel que…
Diego: …no hay…no hay posibilidad…
Ariel: …no hablen huevadas bolu…
Pancho: …no te podés llevar mal con el periodismo…
Horacio: …te das cuenta… quedamos escrachados... esto es…
Pancho: …porque... llega un momento: está bien, Diego está llegando de la gira, por Europa, nosotros con lo nuestro…
Horacio: …sí, sí, sí, nosotros con… (no se entiende el final de la frase)…jajaja
Pancho: …y la gente se pregunta hoy si Posdata invierte en Córdoba... y sí, le tenemos que decir a la gente que, bueno…o sea
Horacio: …a mí me entra el vértigo de que queda un documento con esta cámara ahí…
Pancho: …sí…
Horacio: …queda un documento de un momento irrepetible…
Pancho: …es más, incluso de acá a unos años podemos llegar a decir '¡qué jóvenes que estábamos!...
Horacio: … totalmente…
Pancho: …tremendo!
Horacio: …eso dice acá García Márquez…(coincidencias absolutas, había llevado un libro del gran escritor colombiano y Pancho no sabía nada de eso)
Pancho: … ¿qué dice Horacio?...
Horacio: …cuando ves una foto…mirá, te lo leo Ariel, que quede ahí, en cámara... dice… 'Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario'…cuando ven una foto vieja, viste?... y dice… '…es la trampa de la nostalgia que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes…'
Diego: …ja…
Horacio: …ay! …se me perdió!… … '…y no sólo los que estábamos allí sino también la casa y los árboles del fondo y hasta las sillas en que estábamos sentados…' …qué loco eso, no? ...cómo describe!...
Pancho: …una manito, juntos acá arriba…
Horacio: …y que se vea la de Ariel… …que se vea la de Ariel…
Pancho: …venga, maestro! …é ié ié ié… (risas de todos) 

Como si esto fuera poco, de fondo se escucha todo el tiempo la voz de Silvia Lallana cantando -otra "casualidad"- nada menos que "La añera" de Yupanqui.

Del Cerro hacia el centro, del norte al sur, de la clásica a la popular, de derecha a izquierda

Pancho era un "chico del Cerro", de una renombrada familia de músicos clásicos. Su madre, María Elena Josefina Benaglia de Alvarellos, era una reconocida pianista y profesora de piano; sus hermanos ("éramos como el licor… '8 hermanos' -me dice su hermana Carmen, riéndose), José Luis "Coco" Alvarellos, escritor, ya fallecido ('…que llegó a ser director de Cultura en Alta Gracia' -me apunta), Ana Josefa "Coca" Alvarellos, pianista y monja de clausura en Roma, María del Rosario "Charo" Alvarellos, guitarrista clásica ya fallecida, Enrique Raúl Alvarellos, doctorado como director de orquesta y clarinetista en Alemania de quien Pancho se sentía muy orgulloso. Le sigue Hernán Francisco "Pancho" Alvarellos, María Elena "Pancha" Alvarellos, la hermana con síndrome de down de la que Pancho siempre me hablaba, la gran mimada de la familia, pero todos, también sus hermanas María del Carmen "La Flaca" Alvarellos y María de las Mercedes "Mechi" Alvarellos, ejercían la música de algún modo, cantando o tocando algún instrumento. Carmen me cuenta: "Sueño con recuperar mi casa materna, comprarla y convertirla en un centro cultural, porque eso era... generaciones de gente, en el verano, se abrían los ventanales, sonaban dos pianos, clarinete, trompeta, batería, se hacía jazz y venía la gente del barrio, se llenaba de gente escuchando hasta las 3 ó 4 de la mañana, y la Fiesta de la Música era una fiesta enorme, al aire libre, el parque era inmenso, así que cada alumno daba su concierto… como digo siempre, me crié en un centro cultural, no en una casa común…". Esa también fue la casa donde creció Pancho. Claro que él era un chico del Cerro que contradecía la norma, y sin dudas era además la oveja negra de la familia.

Tenía un oído increíble, enseguida reconocía las notas, en alturas y nombres al mismo tiempo. Como ya dije, era un virtuoso en la flauta dulce, tocaba bien el violín, y después se enamoró de la quena y de la flauta traversa, instrumentos que aprendió a tocar y así como los tomó, los fue abandonando después. Con el instrumento de viento andino, llegó a dar lo mejor de sí arriba de los escenarios, se conectaba corporalmente con cada nota, cerrando los ojos y haciendo esfuerzos notables de respiración. Leía la escritura convencional muy bien, pero no la usaba para escribir: sus "partituras" -cuando no le pasaban la parte escrita- eran jeroglíficos o simplemente garabatos indescifrables, escribía los nombres de las notas y a los costados o por arriba trazaba líneas inexplicables que eran su forma de aludir a glissandos, stacattos, calderones, etc, etc. Su padre, Enrique Alvarellos, era Ingeniero, y con su tío paterno, "el tío Pepe", tenían una empresa constructora, Alvarellos S. A. la cual hizo importantes obras, como la de Bajo Grande, y también el edificio de Radio Nacional Córdoba, destacado particularmente por la arquitectura y las condiciones acústicas de su auditorio. Ese tío Pepe, quien lo quería a Pancho como a un hijo, lo envió a dirigir una estancia en un campo de Pampa de los Guanacos, en Santiago del Estero, donde había cría de ganado. Antes, Pancho, para hacer experiencia agronómica sembró en un campo de la empresa, en La Huertilla, una hectárea de zapallitos de tronco, con la ayuda de su hermana Carmen, siempre a la par. Pancho, como lo define Carmen, era "bichero", le encantaban los animales, de allí sus andanzas por el valle del Chateau, aún antes de que se construyera el estadio. Precisamente, otra de sus experiencias de agrónomo fue ésta: llegó a su casa familiar con 80 pollitos y los puso dentro de un jaulón en el living comedor para poner los pelos de punta de su madre, haciendo del hogar Alvarellos una verdadera granja, con mascotas, un burro ("lo alquilaba para paseos"), un caballo ("…la yegua Marilyn"), pollitos, y hasta un mono tití que le trajo a Carmen desde un campo de Formosa, dentro de un bolsillo del pantalón, viajando en ómnibus, y Pancho simulando accesos de tos para tapar los chillidos del animalito, y que tiempo después se escapaba por los árboles de la vecindad del Cerro con los consiguientes y problemáticos rescates porque el monito había crecido y era un mordedor serial.

Pero allá fue Pancho después, hacia el Santiago profundo, ya egresado de la escuela agrotécnica de Bell Ville, con Giselle, ya su mujer, y con sus dos hijos muy chicos: Rodrigo y Francisco. En esos años previos nos había conocido a Hélida López y a mí. Entonces Pancho había llevado al campo un cassette con una grabación en vivo de Posdata en el Teatro Córdoba en la que él no había tocado, pero allí escuchó la quena de Jorge Cuiza Cruz, un integrante de los Puka Wara, un conjunto de música del altiplano -como solía llamársele en esa época-, todos ellos bolivianos que estudiaban en Córdoba. Con esa grabación se enamoró de la quena y siguió su vínculo con la música de quien escribe esta nota que, a casi un año de su partida, sigue sin poder creer que Pancho ya no esté en este mundo.

Alvarellos, de esta manera, conectó sensiblemente con la música popular que comenzaba a hacerse en Córdoba por esos años: Francisco, Hélida, quien escribe, Jorge Cuiza, fueron esas primeras puertas. También el Grupo Quetral, del Zurdo Roqué y Teresita Ferrero, quienes nos invitaron a participar varias veces en sus actuaciones.

Pero la apertura era también en otro terreno: en casa de Giselle se respiraba desde poco tiempo antes la dolorosa realidad de los desaparecidos del proceso militar, la desaparición de su hermana mayor, Silvina Parodi, embarazada y de 20 años, y Daniel Orozco, su esposo, de 22 años. Su madre era Sonia Torres, cuando Sonia no era aún Sonia Torres, la querida abuela de Córdoba que partió recientemente sin encontrar a su nieto. Pancho en medio de la colimba y viniendo de ideas más tradicionales comenzó a navegar en la persecución política, en aguas de izquierda y en formas de vida -la de los músicos- que encarnaban para él algo así como la bohemia.


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Un colimba del 76, "músico se ofrece"

Estábamos ensayando con Francisco Heredia en el departamento de planta baja donde vivíamos desde hacía poco tiempo mi entonces compañera Hélida López, cantante sanjuanina, y yo, en un departamento de un complejo de la calle Rio Negro, media cuadra antes de la Duarte Quirós. Lo que hoy es el Nuevo Centro Shopping en ese entonces era una barranca despejada y oscura desde la cual se veía cuán en un pozo estaba el centro de la ciudad. Era el verano de 1977, y la dictadura militar nos pesaba en el día a día, en el cuerpo y en el alma, desde poco menos de un año antes. Francisco nos había convocado a tocar a Mario Rojas y a mí, y Hélida se fue sumando de a poco. Él había escrito una especie de suite de canciones que llamó "Te cuento una historia", además de las canciones que venía cantando, las de Silvio, Noel Nicola y otras de la Trova Cubana + las propias. Un día, en uno de esos ensayos, golpean la puerta. Era alguien que no conocía que se presentó raudamente vestido de uniforme de soldado, de colimba, para que quede más claro, no recuerdo si llegó a decir su nombre, pero sí que se apuró a decir que tocaba flauta dulce y violín. Así conocí a Pancho Alvarellos. Nos contó que su novia, Giselle Parodi, vivía en el departamento de arriba, que él siempre escuchaba nuestra música cuando ensayábamos y que sin compromiso nos ofrecía sumarse, si así lo queríamos. Todos le agradecimos sorprendidos, pero después Francisco se mostró poco interesado en sumar una flauta dulce, que tenía muy mala prensa en la música popular, pese a que habíamos advertido por un breve toque de Pancho que se trataba de un muy adiestrado ejecutante. Al año siguiente, Hélida y yo armamos nuestro propio grupo, y ella propuso llamarlo Posdata, "porque -me explicó- el mensaje final de las cartas, casi un agregado de último momento, casi un olvido, era siempre lo más sustancioso de las cartas", ese medio de comunicación epistolar plenamente vigente en los últimos años de la década del '70, lejos del correo electrónico que se impondría ya bien entrados los años '90 y más lejos aún de la telefonía móvil y los celulares.

El nombre me gustó y haber vivido la experiencia cercana con un tremendo cantautor -todavía no era frecuente la palabra- como Francisco, me ayudó a confiar en mis propias canciones. Ya en Grupo Comunidad, entre el '72 y el '75, había comenzado a escribirlas, pero estaba en un vaivén entre ser el guitarrista veloz y "punteador" y percibirme como compositor. Pero necesitaba un instrumento de viento y el violín también me encantaba. Entonces recordé el ofrecimiento de Pancho y lo convoqué a tocar con Hélida y conmigo. Así Posdata pasó de ser dúo a trío, así Pancho se fue convirtiendo en amigo, cómplice y socio, en una mezcla de roles concomitantes que se profundizaría con el tiempo, así iniciamos una experiencia que nos haría hermanos de la vida.


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Pancho después de La Falda Rock, en Bs As con carpetas de recortes de diarios. La firma del contrato con la RCA. Los gritos y corriendo en calle Paroissien. El álbum debut.

Año 1983: Posdata fue nombrado Revelación en el Festival de La Falda de Mario Luna. "Córdoba va", como allegro, y "Quiero amar mi país", como adagio, habían sido consagradas por el aplauso de la gente, y las crónicas de los diarios porteños daban cuenta de ello. Meses después, un día, llega Pancho a mi casa en barrio Iponá y me cuenta que se iba a Buenos Aires, cargado con carpetas de folios con recortes de diarios, a golpear puertas de oficinas de sellos discográficos. Lo de La Falda y el suceso del espectáculo poético-musical "Córdoba va", homónimo de la canción, tenían que generarnos la posibilidad del ansiado álbum debut. Y no esperó a que yo lo acompañara, él solo lo encaró. En otros viajes posteriores fuimos juntos, pero el comienzo de la gestión lo hizo Pancho solo. Y salió nomás: un día la RCA nos anunciaba que nos quería contratar.

No sólo firmamos el contrato -leonino si los hay, obvio- sino que como se estilaba, y casi tan importante como el contrato en sí, el evento había quedado registrado por el fotógrafo "de la Compañía", toda una ceremonia obligatoria e iniciática. Dimos la mano a todos los representantes de la empresa, recibimos felicitaciones de administrativos y productores, y nos fuimos de la sede de la RCA, en Saavedra, Buenos Aires. Se bajaba a la vereda de la calle Paroissien a través de una escalinata, y lo hicimos serios y muy circunspectos, simulando que lo que acabábamos de vivir era casi un trámite de rutina, intrascendente y fugaz. Cruzamos la esquina, hicimos unos metros más, silenciosos y contenidos, y entonces, muy de adentro, a borbotones, salieron unos gritos y risas y emociones liberadas, ya sin freno alguno, ya sin pudor, al mismo tiempo que corríamos hacia avenida Cabildo, como dos chicos que huían hacia adelante luego de hacer la travesura soñada, queriendo pellizcarnos para saber que era cierto, que efectivamente había sucedido.

A mediados del año '84 entramos al estudio principal de la RCA de Saavedra, con Edgardo Rapetti y Jorge Berén (músico y fundador de Los Nocheros de Anta), dos experimentados técnicos de la empresa, a grabar "Córdoba va" con una banda de músicos cordobeses. En ese mismo tiempo, RCA había contratado al Chébere del Negro Videla, y por esto de compartir el look pelo negro y largo, bigotes y anteojos, los productores porteños me llamaban "el Videla culturoso". Esos productores eran los "próceres" para Pancho y para mí… Dartagnan 'Sarmiento' y Adolfo 'San Martín', este último el productor de Posdata que la RCA nos había asignado. Recuerdo que San Martín nos invitaba a almorzar en caros restaurantes porteños, unos bifes de chorizo que sólo se ven en Bs As y unos vinos tintos de alta gama, y entonces Pancho, siempre provocativo e irónico, me decía: "Horacio… los privilegios son malos cuando los tienen los otros… jajaaa".


Pancho Alvarellos y su violín
Pancho Alvarellos y su violín

Miles de Panchos

Agrónomo, músico, administrador de estancia, jardinero (nunca olvidaré cuando le ofreció al jovencísimo y virtuoso bajista César Franov que se ganara unos pesos en los trabajos de jardinería, y así lo hizo por un tiempo el músico que después se destacó tocando con Litto Nebbia y Spinetta pero que antes había tocado en Córdoba con la banda Mousse, Los Músicos del Centro y Posdata); parquizador ('…Pancho parquizó la heladería Soppelsa', me recuerda Carmen), constructor de casas rústicas o de lo que llamaba de estilo "holístico" en Villa Rivera Indarte, Cabana y Salsipuedes, y también destacado actor de cine junto al reconocido Osvaldo Laport en la película "Bandido" del año 2021, que fue su primera y única película, y por la que recibió un premio a Mejor Actor en Buenos Aires entregado por el Festival Latinoamericano Tucumán Cine.

Pancho no era uno, eran miles de Pancho en uno, su energía apabullaba, no podía parar, salía de una y ya estaba en otra, y eso cuando no estaba en varias al mismo tiempo. Quien escribe esta nota no quiere ser autorreferencial aunque parezca lo contrario. He hablado de la etapa que compartí con él pero también del Pancho anterior y posterior. Hablando de su condición de músico: después de Posdata Pancho integró La Banda Inestable junto a Diego Bravo, Ceci Fandiño, Pichi Pereyra y Eliana Bessone, también la Eléctrica Folklórica del Bicho Díaz. Y sé que cada uno de los que conocieron a Pancho tiene anécdotas de su torbellino y de su humor, de su sabiduría, porque sus chistes o ironías provocaban, chocaban dogmas y certezas, abrían el juego y la conversación pero de manera relajada y positiva. Su capacidad para empatizar con toda clase de personas, de toda condición, me impresionaba muchísimo, él manejaba un mismo idioma para todos.

En oportunidad de su velorio, en su casa de Salsipuedes, los músicos allí autoconvocados para despedirlo comenzamos a tocar, hasta que alguien de los presentes pidió la palabra y propuso que después de cada tema o canción el que quisiera levantara la mano y contara alguna historia, chiste o anécdota que remitiera a Pancho. Más de uno hizo referencia a la ayuda que Pancho le había dado, para levantar una pared, para hacer el techo o terminarle la casa, o contó alguna ocurrencia inesperada y graciosa que nunca olvidará. Fue un ser que vivió a mil, o que vivió más de una vida en una sola vida.

Otra de sus características: era desordenado y distraído, un desorden a veces aparente, a veces real. Siempre andaba buscando dónde había dejado la llave del auto; ver cualquiera de sus coches o sus "chatas" era ver su personalidad, siempre cargados de cosas, llevando algo a alguna parte, y en un estado que de mínima llamaré desprolijo, y es que lo importante era que lo llevaran donde necesitara ir y punto.

Le costaba concentrarse y se dispersaba con facilidad, pero cuando tocaba una melodía que lo había enamorado, cada nota llevaba todo su ser, con los ojos cerrados, poseído por aquella emoción.

Carmen me agrega… "Pancho era un 'capataz fino', así le decía yo", con un grupo de trabajadores que durante años trabajaron en las changas y obras que sabía poner en marcha. El Negro Núñez, un personaje del grupo, era el que siempre le gritaba: "¡Gringo… pagáte la Coca!".

Pancho fue un compañero y socio incondicional, operativo y dispuesto. Recuerdo cuando me acompañó a intentar un encuentro con Nacha Guevara y Alberto Favero. Yo había musicalizado el poema "Por qué cantamos", de Mario Benedetti, que ya tenía música del compañero de Nacha, y queríamos sólo acordar la posibilidad de que nosotros pudiéramos grabar nuestra versión y renunciar a regalías, porque era una versión muy apoyada por nuestro público. En ese momento, un mismo texto no podía tener en Sadayc dos músicas registradas. La reunión, que iba a ser en el teatro donde Nacha estaba actuando en Bs As, nunca se produjo, esperamos infructuosamente. Fin de la historia: no grabamos nuestra versión. Pero nunca olvidaré la pasión que Pancho le puso a esa gestión y cómo nunca pudo olvidarse de que no nos hayan atendido.

Otra pintura de Alvarellos: grabación de "Icaro", 2do disco del grupo para la RCA. 1986. Terminamos la sesión diaria en Saavedra y volvimos en tren al hotel en Retiro. Cuando llegamos (¡increíble!) Pancho advierte que se había olvidado el violín en un banco de la estación Saavedra. Se trataba de un violín eléctrico Barcus Berry de color dorado que era muy caro y acababa de comprarlo poco tiempo antes. Salimos corriendo a ver si podíamos alcanzar el último tren, lo logramos, fuimos cortando clavos hasta llegar, y cuál fue nuestra sorpresa: en el banco de la estación, allí yacía el violín dentro de su estuche, intacto.

Otra: suena el teléfono en la oficina de Adolfo San Martín, nuestro productor, y me dice que es para mí. Del otro lado me hablaba Mercedes Sosa y me contaba que mi canción "Quiero amar mi país" ya estaba grabada y que había quedado muy lindo en su versión. Imagínense mi corazón en ese instante. A renglón seguido nos invitó a cenar en su casa esa noche. Y allá fuimos. A lidiar con nuestra imagen previa del mito Mercedes Sosa y la Mercedes Sosa real. No es que se contradijeran, al menos no en una medida que no fuera la humana. Teníamos en frente al ser de carne y hueso y no podíamos dejar pasar la oportunidad de ponerlo a salvo de nuestro prejuicio, del símbolo que ella encarnaba. Las charlas con Pancho fueron decisivas para que pudiéramos entenderlo.

El mismo Pancho que se reía y nos hacía reír con su anécdota de escuela primaria, cuando pasó al frente a dar la lección de historia argentina y hablando del prócer chileno Bernardo O'Higgins dijo "cero coma Higgins".

El mismo que mantuvo la calma y la lucidez de entender las prioridades cuando entraron a punta de pistola y nos robaron en mi casa de Barrio Iponá, justo la noche del día en que había llegado el disco "Córdoba va" a las bateas de las disquerías de Córdoba. No teníamos un peso partido por la mitad y la expectativa era una actuación en el Teatro Griego que se suspendió por lluvia, por lo tanto no hubo show ni paga, y volvimos a casa a cenar algún arroz y nos esperaba un robo violento que siempre nos pareció algo más que un simple robo de "amigos de lo ajeno", en años donde la mano de obra desocupada del proceso estaba particularmente irritada. Enero de 1985.

Su historia amorosa es tan larga e intensa como puedan imaginarse, vivía atento al próximo encuentro, y sus mujeres lo amaron hasta el momento de romper los acuerdos, tan apasionadamente como en el momento de ligarse a él. En tiempos en que no se hablaba de incorreción política ni de credos feministas Pancho decía "…la mujer es un animal silvestre que en cautiverio un día te desconoce". Su desparpajo caía mal a veces, sus maneras de no darle mucha vuelta a las cosas.

La última vez que lo vi con vida fue en un asado en la casa del actor y director Omar Rezk, muy cerca de su propia casa, en Salsipuedes, un mes antes de su muerte. Estaban el anfitrión Rezk, Horacio Gramajo, Chichilo Viale y Roly Serrano, entre otros. Chichilo hacía el asado, y en eso llegó Pancho. Hacía mucho que no nos veíamos y esperaba ese momento. Lo ví delgado y luego algún amigo me contó que en esos meses andaba triste. Venía de dos desencuentros, el de su última pareja y el de un viejo amor que tampoco había funcionado. Jacinto, su hijo con Jimena, le iluminaba la cara cuando convocaba sus pensamientos. Cuando empezó con su acting de humor habitual ví cómo se descostillaba de la risa el Chichilo frente al asador, y el Roly, sentado al lado mío en la mesa decía: "Alvarellos… chapeau!". Fue una especie de monólogo, de stand up espontáneo, improvisado, que en forma de comedia sacaba afuera aquello que le dolía. Y ese don que "en el llano" no le costaba nada, era incapaz de llevarlo al escenario, quizá alguna vez pero sólo en una pequeña dosis.

Una anécdota inolvidable fue en tiempos de Angeloz/Ramón Mestre, la época de una fuerte crisis económica y social, la época de "los cecor". Con Pancho decidimos hacer una reaparición de Posdata de la mano de un productor de lujo como fue en ese momento Gabriel Bursztyn, el que había traído a Córdoba nada menos que a Peter Gabriel. Los shows terminaron siendo sólo dos, en la Sala de las Américas de la Ciudad Universitaria, espacio emblemático para el grupo: allí habíamos presentado nuestro disco "Córdoba va", a fines del año '84, unos meses antes de que saliera a la venta. Pero ahora, año 1995, volvíamos a esa sala con un material súper ensayado, con temas propios, de Leo Maslíah, Silvio Rodríguez, Lito Vitale, Daniel Giraudo (Pancho lo llevó a mi casa a que lo conociera, en los '80), Jorge Cumbo (Pancho y yo lo amábamos, y él fue muy generoso con nosotros) y hasta uno instrumental de Lyle Mays. Justamente este tema, "Slink", que significa "Escaparse", fue el disparador del hecho. Se iba armando progresivamente un contrapunto que se iniciaba con un bajo, luego la guitarra, y en tercer término un saxo, además de la batería y las teclas. Era rápido y cada voz era una frase melódica de sucesiones y saltos que generaba un clima tenso y paranoico. El saxo era reemplazado por la flauta traversa de Pancho, pero pasaba que nunca acertaba en su ingreso. Una vez y otra lo practicábamos y Pancho entraba antes o después. Por momentos parecía que sí lo lograría y volvía a fallar. Entonces Pancho se puso serio -aunque ninguno se lo creyó- y soltó: "Che… ¿y si ponemos una hora?". La sala de ensayo fue una sola carcajada.

Otra anécdota: la de Atahualpa. Pancho viaja a Europa, me cuesta precisar el año. Si bien me lo contó no recuerdo cómo fue que se dio el encuentro. La cuestión es que ya de vuelta me muestra la foto junto al gran Yupanqui. Y me dice: ¿ves esas tazas de te? Sí, le digo, "bueno... el viejo me mandaba a que le sirviera whisky en esa taza y así camuflaba lo que estaba tomando".

Soñaba con ponerlo a grabar aquellas músicas fundacionales de Posdata que quedaron inéditas, instrumentales y canciones, y estaba trabajando en eso hasta que ese lunes 9 de enero de 2023 literalmente nos madrugó a todos.

Ya le costaba arrancar de "Salsi". Cuando le hablábamos de algún ensayo en el centro salía otra de sus frases habituales: "Lo que mata es el flete". En los años previos a la pandemia, salió "a ganarse el mango" -como me decía Carmen, igual que cuando era chico, y repartía los riquísimos sorrentinos que preparaba Jimena, y en la puerta de mi casa, los sábados cerca del mediodía, se escuchaba "¡Buen díaaa… el sorrentinero!!".

Siempre alertado por el paso del tiempo y recordando los tiempos idos de la juventud, tiraba otra: "Se da muy mucho el joven, Horacio, estamos rodeados" -me decía, y agregaba: "...pero se les acaba!", y explotaban las carcajadas.

Cuando vuelvo a cantar la canción "Córdoba va", la canción de Francisco Heredia, a muchos años de la separación de Posdata -ahora una ceremonia renovada en las presentaciones del trio Borda Sosa Korn- siempre trae la promesa de un alto cierre, la satisfacción del público que la estaba esperando, y la adrenalina que antecede la vuelta a la vida después del show, y siempre recuerdo una frase que se nos hizo rutina con Pancho, en la época de muchas giras y actuaciones, a veces la decía yo, a veces la decía él, y nunca supimos quién se la contagió a quién, y era " 'Córdoba va' y nos vamos!". Hoy esa primera persona del plural me duele y me hace ruido.-

Extremo derecho, Pancho Alvarellos en la película Bandido, junto a Osvaldo Laport ,  Diego Bravo, autor de la canción original, entre los dos. A la izquierda, Maico Pradal
Extremo derecho, Pancho Alvarellos en la película Bandido, junto a Osvaldo Laport , Diego Bravo, autor de la canción original, entre los dos. A la izquierda, Maico Pradal


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