El Beto Montoya

10.04.2024

Capítulo I

(El encuentro)

Alejandro González Dago


Hay noches que cuando salgo del laburo y subo al auto, lo primero que hago es poner un viejo CD de los hermanos Fogerty que tenían una banda llamada Creedence Clearwater… no sé cuánto. Y si no, lo pongo a Piazzolla. Cómo me gusta Piazzolla, 100 años de tangos …

Era la música que escuchaba mi viejo: Creedence y Piazzolla, ¿será por eso que me gustan?

Ya son pasadas las once y media de la noche. Poca gente en la calle. Voy por avenida Colón para el centro, y al cruzar Avellaneda, un chabón se cubre la cara con la caperuza verde del rompevientos, apura el paso, tira el cigarrillo de un tincazo, y cruza con la cabeza gacha. Estoy seguro que es una rata que quiere arrebatarle el celular a una piba que acaba de salir del bar de la esquina. Tal vez no sea una rata y en una de esas es el novio que viene a buscarla, me consuelo pensando y pongo tercera.

Sigo. Tengo luz verde. Doblo a la derecha por La Cañada, voy a tomarme un Fernandito 70/30 en alguno de los barcitos que están antes de llegar al bulevar San Juan. Hace mucho que no vengo. Me gusta ese lugar, no sé.

Me hace bien. Además se ven lindas flacas. En verano me quedo en alguna de las mesitas que están en la vereda. Y en invierno… y en invierno también. Sí, me gusta. Ahí no siento que el mundo pesa tanto ni que la mentira va ganando por goleada. Y como la vida pasa por los dos lados de La Cañada, como si La Cañada fueran las vías del tren que divide en dos a un pueblo y a la vida, yo miro piola para los dos lados con cierta sensación de placer.

Pegué onda con una de las mozas del bar y me parece que ella también pegó onda conmigo. Cuando la miro, me mira. Y si me mira primero, le sostengo la mirada, pero no le digo nada; no quiero apurar ningún trámite, demasiado apurado vivo como para también apurar esto. Pasa que me aburro. Hasta hace poco, una de las cosas que me entretenían de esta ciudad era leerlo al Alejandro Mareco en el diario; pero ya no está más. Sin Mareco y sin Salzano a esta ciudad le falta letra. Y le sobra ruido. Silvina. Creo que se llama Silvina, la moza. Debe tener veintipico y más veinte que pico. Y como yo tengo treinta y monedas ahí estamos; mirándonos como si nos necesitáramos, pero sin animarnos a decirnos nada. Así son las cosas importantes de la vida, uno no sabe que las necesita hasta que empieza a necesitarlas. No es por fisura lo mío, pero ya me está cansando esto de andar solo y tener que salir todos los días a la calle a laburar sin saber si voy a volver entero, medio roto, infectado con algún maldito virus, o adentro de una bolsa de consorcio. Pero no es eso lo que me jode.

Lo que me jode es volver a mi casa y que no haya nadie…

Mierda; se me está haciendo cuesta arriba la soledad. Y aunque eso del peso del mundo sea abstracto, yo siento que cada día pesa más.

Me parece muy machista esto de llegar a mi casa y que alguien me espere, pero es lo que siento. ¿Estaré poniéndome viejo? Me gusta la moza, Silvina. No es como otras. No anda mostrando ni provocando a la gilada. No necesita mostrarse para que la vean. Además no me parece trola ni tiene pinta de consumir. Y si lo fuera y lo hiciera sería cuestión de hablar. Lo que no puedo ver es cómo viene de adelante porque cuando me atiende se cubre con la bandeja, y cuando me trae el pedido se aparece por atrás mío.

Silvina.

Lindo nombre.

Me parece que es del interior o de otra provincia y que ha venido a la universidad. Pero no parece hija de sojero ni de gente de guita propietaria de un departamento en Nueva Córdoba. Tampoco me da gringa con vento ni gato blanco universitario. Me da criollita, morochita, sencilla, calladita, y por lo tanto peligrosa como todas las calladitas. Tiene un flequillo mortal que la guacha se sopla cuando me mira cada vez que la llamo para que me atienda. ¿Y de culo cómo andamos? diría mi amigo Matías si le hubiera contado algo sobre ella, pero no le conté, nadie sabe que me gusta esta mujer. Hay que ver si a ella le pasa lo mismo conmigo.

No sé quién es, ni dónde vive. Tampoco sé qué hace durante el día y cómo se mantiene porque no creo que con un sueldito de moza pueda vivir por más propinas que le den. Salvo que… Hum…no; no creo. Bah…mejor no pienso en eso y la llamo.

Hey, flaca. ¡Me podés atender por favor, hace media hora que estoy!!!

-Mentira, no hace media hora que estás. Media hora estuviste para estacionar, y eso que hay poca gente en la calle. Pero no mientas porque recién llegas. ¿Vos sos el del Palio blanco?

-Sí, soy yo. ¿Cómo sabés que tengo un Palio blanco, estuviste marcándome?

- ¿Marcándote? No te agrandes, Chacarita. La última vez que viniste hiciste marcha atrás y te llevaste puestas tres motos. Los dueños de las motos te putearon en colores y el resto se te cagó de risa; tenías un pedo más grande que tu ego.

- ¿Más grande que mi ego? qué onda con vos, qué decís… Ah… si… ahora me acuerdo.

- ¿70 y 30?

- ¿Vos te llamás Silvina?

-Sí, por qué. Dejáme adivinar el verso. Ahora me vas a chamuyar que me conocés de algún lado pero no te acordás de dónde y que en una de esas tenemos amigos en común y que…

En el preciso momento que ella me decía que yo quería chamuyarla, cosa que era cierto, sonó mi celular. Era mi jefe con un mensaje por WhatsApp.

El mensaje decía: -Preparate que esta noche estamos de fiesta. Andá con La Negrita a uno de los barcitos que están en La Cañada antes de llegar al bulevar San Juan, y hacete fuerte ahí que en un rato estoy llegando con el resto de los muchachos. Parece que una de las mozas es la tranza que vende vacunas para el dengue y bebés de madres que los abandonan. Ah, otra cosa; si por casualidad llegaras a ver al fiscal Sayavedra buscando algún muchachito para dormir, hacete el boludo y ni lo saludés; tengo data que él es uno de los que maneja todo. El paquete de esta noche no son vacunas sino unos mellicitos hijos de inmigrantes de casi dos años que quieren venderlos. Los padres están indocumentados, no tienen una moneda y viven sin luz y sin agua en un cuchitril de la calle Rincón, en Barranca Yaco, antes de la Bajada de Piedra.

Otra cosa Beto: no armes bardo y aguantá que lleguemos…

Mientras leía el WhatsApp de mi jefe, en lugar de Silvina un pibe me trajo el fernet con coca y eso me llamó la atención. Miré para todos lados buscándola, pero no la vi. Entonces empecé a sospechar que algo no andaba bien con esta piba. Será posible, carajo. Me gusta una mina, vengo para ver qué onda, me doy cuenta que está todo bien con ella, pero resulta que es una turra que anda vendiendo vacunas para el dengue y también en el tráfico de bebés, por favor… en esta ciudad puede pasar cualquier cosa. "Y la ciudad ahora es como un plano de mis humillaciones y fracasos / desde esa puerta he visto los ocasos y ante este mármol he aguardado en vano / aquí la tarde cenicienta espera el fruto de la mañana / aquí mi sombra en la no menos vana sombra final se perderá ligera / no nos une el amor sino el espanto /será por eso que la quiero tanto…"

Qué pluma tenía ese viejo ciego, por favor.

Mi nombre es Alberto Casimiro Montoya: Alberto por parte de Olmedo, a quien mi vieja adoraba cuando lo veía por la tele, y Casimiro por parte de abuelo paterno, pero todos me conocen como el Beto Montoya. Tengo un Palio blanco que licité en la novena cuota hace dos años, al que todavía estoy pagando. Y también tengo una Glock 917 de 15 disparos 9 mm que pesa 700 gramos a la que yo le llamo La Negrita. Cuando terminé la secundaria salí a buscar trabajo porque en mi casa no había un puto peso, y como no sabía hacer nada, me cansé de buscar laburo de cualquier cosa. Cuando no di más, me metí en la Escuela de Policía. Por eso ahora soy cana, pero no yuta ni gorra mal. Soy oficial principal de la policía de Córdoba destacado en Jefatura Central. Hace rato que no tengo una noche tranquila en esta ciudad de mierda que tiene muchas iglesias y muchos conventos pero que es atea y violenta. Y encima del maldito dengue,  ahora este asunto de Silvina… Parece mentira, pero todas las mujeres que me gustan mueren o son turras. Qué vida chome la mía, y eso que…

-Pssssst Beto. Psssssssst, hey Beto Montoya, por acá. Míráme, pelotudo

-¿Quién me habla?¿A quién estás insultando mariquita?

-Mariquita el putón de tu abuela, pelotudo. Soy yo, el inspector Sepúlveda, vestido de trava. Hablá bajito, carajo.

- ¿Sos vos Sepúlveda? Ah, pero qué bien te queda esa puperita, guachín

-Dejáte de joder Montoya y escucháme: afuera, en la Cañada, está el jefe con tres juanes de los picantes. Dice que apenas se estacione en la puerta de este bar un Vento blanco, encarés al chabón que lo maneja y lo entretengas así yo lo filmo para el registro porque nadie le conoce la cara. Parece que este culiado junto al fiscal son los jefes de la banda. Y otra cosa Beto: tené cuidado que adentro del auto vienen las criaturas que quieren vender...

-Sepúlveda, y por qué no lo encarás vos que estás divina y yo lo filmo.

-Ves que sos un pelotudo, Montoya. Ahí viene el Vento blanco. Arrimáte, dale, dale, arrímáte que yo lo escracho. Ojo con ese Naranjita que está mirando todo y viene caminando para el bar como si tal cosa, y guarda que el del Vento blanco es peligroso y anda con un fierro de los grandes. Tené a mano La Negrita, Beto.

-Ya lo vi, Sepúlveda, quédate tranquilo. Ahí voy. Qué hijo de puta el Naranjita me tomó el fernet, que ratón. Acá está el chabón bajándose del auto haciéndose el dolabu.

-Dale Beto, entretenélo que lo estoy filmando

-Pero… no es un tipo, Sepúlveda; es…  ¡¡¡es SILVINA!!!

(Continuará)


AGD
En la Córdoba de la Nueva Andalucía



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