El poder como violencia ilimitada

10.04.2024

Silvia Barei


Hablemos del poder y del lenguaje

Desde Maquiavelo en adelante se puede pensar el poder desde distintas perspectivas teóricas. Y hablo de Hobbes, de Ana Arendt, de Agamben, de Michel Foucault, de Zizek, de Byul Chul Han y tantos otros a los que no cito. En 2013, el filósofo italiano Giacomo Marramao publica su libro Contra el poder. Marramao sostiene que actualmente las nuevas dimensiones del poder no pueden describirse por fuera de su relación con los Medios: "El poder se nos presenta hoy con las características y la estructura de un poder 'mediocratico', donde la expresión de cuño latino mediocracia, dice justamente la aproximación e hibridación de la esfera del poder con la esfera de los medios"

 Marramao define al poder como intensidad, como un "mix inextricable de energía y topología…que se determina en los diversos ámbitos de la interacción social".  Y hablamos entonces de energías positivas o negativas vinculadas estas últimas, fundamentalmente, al conflicto. Porque se entiende que el poder puede ser propositivo, organizador, relacional, creativo. Tiene un lenguaje propio, crea y recrea símbolos, signos y significaciones. Pero cuando el poder se enseñorea sobre condiciones de injusticia, de discriminación, de hostilidad, podemos decir que ejerce dominación, exclusión y violencia. Haciendo una diferencia con el mundo animal, en el cual también pueden reconocerse formas de ejercicio de poder, dominación y conflicto, Giacomo Marramao señala:
"Todo comportamiento animal tiene lugar dentro de los límites fijados por un código instintivo cuya finalidad es la regulación global de la vida colectiva del grupo y del contexto ambiental de pertenencia…Solo los individuos humanos no conocen la saciedad y actúan -por cierto, ni en todas las sociedades ni en todas las épocas en igual medida- bajo el impulso de un deseo ilimitado "


Destaco en esta referencia la cuestión epocal. Hablamos de procesos socioculturales que son fruto de determinadas dinámicas históricas sujetas a modos diferentes de ejercicio del poder. Y vinculado con el poder, las formas de la violencia. Al respecto, Marramao usa una metáfora: "Detrás del enigma del poder se esconden siempre y solamente el rostro petrificante de la Gorgona y el potencial de violencia que es capaz de desencadenar"

Estamos entonces en el corazón de una cultura. Y por ejemplo, lo que se llama actualmente, "la batalla por Occidente", "la batalla por la cultura", "la batalla por el sentido", "la batalla por Assange", "la batalla por el Capitolio", "la batalla neoliberal", son ejemplos perfectos de ese "potencial de violencia" hecho dato de la realidad.

Cuando decimos batalla como síntesis metafórica de violencia pensamos inmediatamente en guerras, invasiones, atentados, asesinatos, inseguridad, miedo y caos social. Pero, aunque esto es obvio, hay formas más sutiles y acaso inadvertidas que pueden definirla y cambian según la época y la cultura, así como cambian sus usos políticos.

Podemos hablar entonces de múltiples formas de violencias. Y formas que muchas veces son difíciles de enfrentar y se vuelven peligrosamente ilimitadas. Violencia material y simbólica, violencia física y psicológica, violencia real y virtual, violencia anónima, invisible, oculta, violencias individuales, atomizadas, grupales o masivas, violencia oculta o publicitada, aclamada, proclamada, violencias implosivas o explosivas, violencias legitimadas o ilegales, violencias corrientes, sistémicas, consensuales o como estado de excepción, violencias constructoras de la identidad y de la exclusión.

Porque la violencia no es un fenómeno natural propio de ciertas especies, ni un fenómeno psicológico propio de un determinado tipo de personalidad, ni propiedad de épocas pasadas, sino que da sustento a un entramado cultural que se visibiliza discursivamente desde la noche de los tiempos y que se cuenta, por ejemplo, con la historia de personajes míticos: la expulsión del paraíso, la muerte de Abel en manos de Caín, la cólera de Aquiles en La Iliada.

Todos son indudablemente, hechos de cultura que cambian según el contexto socio histórico en su articulación de relaciones humanas, prácticas y valores. La violencia surge cuando se transgreden prohibiciones y límites que establece la propia cultura según un orden de tipo material (no comas esa manzana) y de tipo simbólico (no vivirás en el paraíso).Es decir, una trama cognitiva e ideológica que marca estos límites e interdicciones y hace posible el tejido social en tanto orden simbólico. Y si hablamos de orden simbólico, hablamos de orden del lenguaje, una estructura de discurso que propone efectos, habla con contundencia, toca una fibra del que escucha que puede ser de ira, de incredulidad, de lástima, de miedo, de confusión. El lenguaje expresa emociones que se corresponden en el discurso con figuras de la negatividad, de la desmesura. Podríamos llamarlas figuras del exceso y las encontramos en los discursos sociales, en las redes manejadas por trolls, en el discurso político, en los argumentos tortuosos, en el exabrupto cotidiano y el maltrato grosero, la licuadora y la motosierra que dejan leer, una relación conflictiva entre quien habla, lo que lo dice y su interlocutor connacional.

Pero tal vez lo más notable no esté en los exabruptos de los poderosos sino en el eco que despierta este discurso en las interpretaciones que justifican la violencia y que se hacen en la vida diaria: "Si todos los presidentes que nos arruinaron eran normales, a lo mejor ahora un loco puede arreglar las cosas", escucho decir a alguien que entrevistan al pasar en la calle. Un razonamiento lógico, que es, sin embargo, una falacia y una argumentación ad absurdum.


Hablemos del poder y la poesía

Hay otro lenguaje, que no es el de la política, ni el de la vida cotidiana, sino el del arte. Sus géneros dan cuenta, ficcionalizan, denuncian y proyectan el orden reglado de una cultura. Sus mecanismos retóricos permiten la exhibición y la denuncia de discursos e imágenes que se muestran como desmesurados y violentos, justamente por su exceso: la injuria, la argumentación falaz, el menosprecio, la blasfemia, las hipérboles y las antítesis. Mediante ellos, el arte pone en escena fenómenos extra artísticos y los muestra como relaciones retorizadas. Un ejemplo interesante es el del anatema, que proviene del discurso religioso pero que puede transformarse creativamente en retórica poética, poniendo en escena la figura de la blasfemia. En sentido estricto el diccionario dice que una blasfemia es una 'ofensa verbal contra la majestad divina' e implica una relación de dos: alguien que se supone que es un blasfemo y otro que emite el anatema. Claramente la figura retórica más evidente es la de la antítesis nosotros / los otros "dentro de la dinámica incremental del poder y de la supervivencia" diría Giacomo Marramao. El blasfemo ha dicho palabras ofensivas o ha incurrido en prácticas censuradas, en general contra alguna religión. Es decir, estamos en el paso del discurso a la acción. El caso de Salman Rushdie es tal vez el más conocido, aunque no el único de nuestros tiempos. La otra figura retórica central, la hipérbole, consiste en aumentar de manera excesiva un aspecto, característica o propiedad de aquello de lo que se habla. En un sentido general, se denomina como hipérbole la exageración en sí de algún dato de la realidad. Lo hiperbólico ("te lo dije mil quinientas veces") no es violento de por sí. Pero puede servir a la construcción violenta en contra de un hecho, una persona o hasta una cultura completa ("todos los árabes son terroristas")

Según Marramao toda exageración implica el despliegue de un exceso de energía discursiva, un "excedente simbólico". Cito como ejemplo un poema de un autor chaqueño que vive en Córdoba, Nelson Specchia (Las Breñas, Chaco, 1964), uno de cuyos libros de poemas toma como personaje a Baruch de Spinoza y se abre justamente con un imaginario anatema. Muestra el ejercicio violento de uno de los poderes de la cultura, -el poder religioso-, sobre un sujeto y muestra asimismo el escenario de la crueldad ejercida asimétricamente sobre el sujeto. El poema se llama Jérem, que en judeoespañol significa: excomunión y se inicia así

Jérem (חרם)

"Nos, rabinos y propietarios,
señores del Mahamad de esta noble ciudad de Ámsterdam,
temerosos de dios y respetuosos de las leyes de los hombres,
hemos sabido desde hace tiempo los actos de un hombre malvado,
que buscó refugio en su día en el seno de esta comunidad,
comió nuestro pan, untó nuestra sal,
y bebió agua de los canales de Holanda ocultando su maldad.


La maldición que profiere el anatema se arma en versos iterativos que van tomando distintas formas y componiendo la figura del perseguido:

1. Toma la forma de una plegaria:

Aquí venimos a expulsarlo y excomulgarlo,
y aquí venimos a dictar sobre él nuestro 

2. Toma la forma de una orden que no puede desconocerse:

Te separamos
Te proscribimos
¡Ustedes, que permanecen unidos y están vivos, escuchen!:
Este hombre, Baruch de Spinoza, está muerto.
Nadie puede hablar con él, porque nadie puede hablar con un muerto.
Nadie puede escribirle, porque nadie escribe a un muerto.

3.  Es evidentemente una maldición y así lo expresan los versos iterativos y en paralelismo:

Baruch, maldito seas de día;
Baruch, maldito seas de noche;
Baruch, maldito seas al acostarte;
Baruch, maldito seas al levantarte;
Baruch, maldito seas al entrar;
Baruch, maldito seas al salir.

4. También implica una prohibición:

Nadie puede estar con él bajo el mismo techo…
Nadie puede acercarse a menos de cuatro codos…
Nadie podrá leer nada compuesto o escrito por Baruch de Spinoza.

5. Y es, por último, un castigo ejemplar que funciona como amenaza social:

¡Y escucha, Israel!
Nadie podrá leer nada compuesto o escrito por Baruch de Spinoza.
Nadie.
Nunca.
El que lo hiciere, recibirá este mismo jérem".


Como hemos dicho, el supuesto blasfemo ha proferido palabras y hechos ofensivos en contra del judaísmo, y el anatema responde de manera violenta y excesiva: "Abominamos de las abominables herejías / que imagina y sostiene y enseña y practica / Baruch de Spinoza".

Adviértase el uso del pleonasmo, de la acumulación y la epífrasis, que como estrategias retóricas resueltas artísticamente, le dan concreción significativa a las expresiones violentas ligadas al ejercicio del poder. Las palabras no son violentas en sí, sino que retóricamente se estilizan como discurso de un poder destructivo. Y ello está marcado por una época, una religión y el estado de una cultura que es posible proyectar al estado de nuestra cultura y a los textos artísticos del presente. No es por casualidad o simple deseo de poesía que Baruch y yo (1) circule con éxito.

Porque en este presente también se ha montado una escena de la crueldad que se advierte en los explícitos signos de la interdicción y la censura contra el lenguaje, contra colectivos artísticos, contra leyes protectoras, contra trabajadores, contra artistas disidentes, contra ciertos Medios de comunicación, contra la universidad pública y la educación en general, etc.etc. El poder actual ejerce esa voluntad de destrucción, se atiene a lo que inicialmente llamáramos "el impulso de un deseo ilimitado", y nos coloca a todos/todas/todes en un espacio de oprobio inenarrable. "La crueldad está de moda", sentencia Martín Kohan.


1. Nelson Specchia; Baruch y yo. Babel Editorial, colección Palabras de Poeta. Córdoba- Paris: 2023


Es doctora en Letras y escritora. Se desempeña como docente de posgrado en la Universidad Nacional y en varias universidades del país y participa activamente de la vida cultural de Córdoba. Ha publicado numerosos libros teóricos de su especialidad (Teoría literaria y Teorías de la cultura) y nueve libros de poemas entre los que se citan los tres últimos : Nosotras, Sangre Acompasada y Carmen.


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