Partir/Errar/Migrar
"De los Apeninos a Los Andes" es una historia que se supone narrada a los niños en una escuela italiana y que forma parte del libro Corazón de Edmundo de Amicis publicado en 1886. El libro está dividido en diez meses de Octubre a Julio y habla sobre el modo de percepción del mundo y las experiencias cotidianas de un niño (Enrico Bottini), que vive en Turín y cursa el tercer grado en la Escuela Baretti.
Silvia Barei
En la historia que citamos, contada por la maestra, un pequeño genovés de 13 años dice "Voy a América a buscar a mi madre". Ella ha viajado hace tiempo a Argentina, -donde vive uno de sus hermanos-, en busca de una vida mejor para ayudar a su familia a huir de la miseria en la que estaba sumida la Italia del siglo XIX luego de la unificación. Los hijos tienen noticias de ella por un tiempo pero luego se pierde la comunicación y el niño más pequeño decide viajar a buscarla a Buenos Aires donde saben que está trabajando para una familia de apellido Mequínes.
"Llenaron un baúl de ropa, le pusieron algún dinero en el bolsillo, le dieron las señas del tío y una hermosa tarde del mes de abril lo embarcaron", cuenta la historia, que es por otra parte, la historia de muchos de los que cruzaban el mar para "hacerse l'america", fuese el país que fuese, que se eligiera o que tocara en suerte.
Cuando llega a Buenos Aires, el niño se entera de que el tío ha muerto y que la madre ha viajado con los patrones a Rosario y luego a Córdoba. Viaja por el Paraná hasta Rosario y ve una ciudad que le parece conocida. Puerto, barcos y barcazas, pescadores, muelles mugrientos, lenguas diferentes, entre las que se distingue un italiano ya cocoliche. En la ficción, deviene un pequeño niño perdido que pregunta por su madre y cómo llegar a Córdoba.
"Es un infeliz muy animoso" dice alguien de él y lo sube a un viejo carro que sigue hacia Córdoba con mercaderías recogidas en el puerto. En la ciudad mediterránea el niño averigua que su madre ya muy enferma, ha partido con la familia Mequínez a Tucumán.
Como si fuera principios del siglo XIX, llega a Tucumán en un carro tirado por bueyes.
"Veía delante de sí una cadena de altísimas montañas azules, con las cimas blancas que le recordaban los Alpes y le parecía que iba acercándose a su país. Eran ramificaciones de Los Andes, la espina dorsal del continente americano", ilustra el narrador previendo un lector italiano y poco ilustrado. El pequeño inmigrante piemontés llega justo para salvar a su madre, la "criada genovesa", quien recupera su voluntad de vivir al verlo. Final feliz entonces, aunque el relato no ahorra los sufrimientos de un niño migrante solo en el mundo.
La historia es posible porque en estas tierras, el Preámbulo de la Constitución de 1853 había abierto sus puertas " a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino", aunque ese llamado no era solo una apertura de brazos a una confraternidad internacional, sino parte de un proyecto político que contribuyó a configurar la joven Argentina. Eran inmigrantes que "debían poblar el desierto y terminar con la barbarie gaucha" dice Gladys Onega. Es sabido que con la barbarie aborigen ya habían terminado las "campañas del desierto", conflicto que los nuevos pobladores no podían entender porque eran ellos los que venían de la explotación y la miseria y nunca habían sido los antiguos dueños de tierra alguna.
Mi abuelo no era un personaje de Edmundo de Amicis, no sé ni siquiera si había ido a la escuela en un pueblo que aún no era Italia sino parte del imperio Austro-Húngaro, no había perdido a su madre pero sabía lo que era el hambre y la amenaza de ser reclutado para la guerra que sacudía Europa. Tenía 16 años cuando se embarcó para cualquier lado y vino a caer al puerto pestilente de Buenos Aires, al hotel de inmigrantes y luego, confundiendo el tren, a un pueblo de la pampa gringa cordobesa donde eran todos piemonteses y no había friulanos. Hablaba un dialecto que nadie le entendía y un español chapuceado. Se llamaba Alessandro, y a él he dedicado un libro donde me invento parte de su vida y digo cosas como estas:
Algunas tardes de lloviznael padre de mi padre
se acerca al bar de la plaza
a jugar al casin
y a beberse una copa de ajenjo.
Habla poco pero se ríe
taco en mano
frente a la mesa verde
y esa bola
/blanca, o naranja o amarilla según la suerte/
rueda como un mundo
en un tapete donde
se pierde
la leyenda de su nombre…
Era un joven hecho hombre de golpe en su larga travesía por el mar.
Sabemos por historias propias y ajenas de las infinitas penurias que pasaron los migrantes que venían a América en el siglo XIX desde distintos lugares de Europa obligados por las guerras y el hambre, en azarosa navegación y difícil llegada. Muchos prosperaron, otros se volvieron, otros murieron añorando una tierra a la que nunca retornarían. Todos pensaban que se harían ricos, o al menos, que saldrían de la miseria.
En un precioso libro traducido y editado recientemente por Javier Folco, Erri de Luca transcribe este testimonio: "Me habían dicho que en Nueva York las calles estaban pavimentadas de oro. Cuando llegué me di cuenta rápidamente de tres cosas: una, no había ningún oro en las calles; dos, que no estaban ni siquiera pavimentadas; tres, que las debía pavimentar yo"
También en nuestros días hay nuevos ilusos aspirantes a pavimentadores y para nuestro cotidiano dolor la miseria de los migrantes no ha acabado en el mundo, especialmente la de niños y jóvenes. Millones de ellos se desplazan de un lugar a otro. En muchos casos, viajan solos, sin nadie que los proteja y como el mundo se ha complicado y la ignominia humana parece haber empeorado, son objeto de explotación, abuso, tráfico de órganos, trata e infinitas formas de violencia. Forman parte de un movimiento de población migrante que tiene lugar en todo el planeta y las imágenes que vemos a diario son las de las caravanas de a pie que atraviesan el Darién, Centroamérica, los estados de México para tratar de llegar a la frontera con Estados Unidos. Vemos también las frágiles pateras cargadas de migrantes en el mar Mediterráneo, el canal de la Mancha o el Atlántico, salvados en el mejor de los casos, por barcos socorristas.
Pero todo sistema de protección parece estar fallando: las organizaciones no dan abasto, los gobiernos se desentienden, las mafias acrecientan sus ganancias ("la droga se vende una vez, una persona puede venderse hasta siete veces" me dijeron en México ante mi desolación), los movimientos anti inmigrantes crecen y crecen con un espíritu xenófobo y razones simplificadas pero en realidad muy complejas.
Para referirse al drama de los niños, se habla de " Infancia en movimiento", concepto que han acuñado las organizaciones humanitarias: designa a los miles de niños, niñas, adolescentes que emprenden una peligrosa travesía, muchas veces solos, empujados al camino por su misma familia para alcanzar el sueño de encontrar , con un poco de suerte, una tierra que les permita olvidar el sufrimiento.
Si uno piensa en la cruzada actual de tantos niños del mundo puede partir de aquellos apropiados por la dictadura como práctica sistemática del terrorismo de Estado en la Argentina o las más de 2000 niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria. Más benignamente puede imaginar un texto literario, un dibujo animado, una canción o una película como la española dirigida por Salvador Calvo y ganadora del Goya hace unos años: Adú.
Basada en hechos reales, cuenta la travesía de un niño de seis años que parte de Camerún para llegar a Europa buscando a su papá. No es para nada el niño ingenuo de Corazón y su padre no ha recibido acogida en familia bondadosa alguna. Viven en este siglo despiadado en el que la xenofobia, los conflictos sociales, los traficantes de órganos, la vida en los campos de refugiados y las fronteras se materializan en muros de alambre, de piedra o de agua, y parecen decir: "Por aquí no pasarás. Y si mueres en el intento es culpa tuya".
O como dice un poema de Hugo Rivella:"Más de 200 millones de migrantes buscan una metáfora posible,/un mundo que no sea murmullo ni espejismo./ El pueblo al que ansío llegar se ha oscurecido, y no diviso lo que dejé atrás/ Errar./ Migrar".
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Comentarios:
- Elsa Torres: Barei citando a Rivella. Sensibilidad y fundamentos en una nota sobre un problema que sentimos lejano. Gracias
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