Querida Tierra Media

10.09.2023

-segunda entrega-


Querida Tierra Media: ¡gracias por responder! Me decís que has leído con agrado mi anterior misiva y me instás ahora a que aborde otros islotes de la poesía, pero esta vuelta, y sin desmedro de lo previo, dos islotes realmente importantes. Me preguntás por Darío y por Vallejo; me preguntás, quiero decir, por qué esos dos son tan así, tan grossos.

Un poco el planteo de tu carta es si con ellos se ampliaron los dominios de la poesía; algo así como que ellos habrían forjado nuevas herramientas que después quedaron a disposición de los que los seguirían. O si, en cambio, estos poetas fueron personalidades únicas, irrepetibles, que descollaron en grado sumo, cada uno a su manera, con lo que, y no hay más remedio, sus obras serían algo que podemos admirar pero no prolongar.

En qué aprietos me ponés, querida amiga. ¿La poesía se hereda, se acumula, progresa, lanzada al parecer, hacia el futuro? Pero, si ése fuera el caso, ¿Cuál sería el punto tope, quién sería el usufructuario final de ese legado, apetecido lingote de oro de la palabra?

O, al contrario, ¿la poesía es una serie de última azarosa de grandes estallidos, de inesperadas erupciones; la erección de súbitas pirámides que los que vendrán nunca podrían volver a construir, porque los tiempos son otros, las necesidades son otras, la realidad cambió?

Dejemos esta disyuntiva (mera literatura, se me hace) y partamos de lo que conozco.

Darío hizo, lo constato cada vez más, lo que las historias y manuales al uso de la literatura hispanoamericana dicen que hizo: renovar la poesía misma de nuestro idioma. Después del Barroco (después, sí, de esas cuatro cumbres que señalara Paz: Lope, Quevedo, Góngora, Sor Juana; pero también después de muchos otros poetas menores y para nosotros muy poco hallables, que alimentaron el caldero verbal de ese período) vinieron el Neoclasicismo y el Romanticismo. Y la verdad es que entonces, tanto en España como en Hispanoamérica, la poesía se volvió retórica, formulismo, lenguaje adocenado, algo la verdad que muy ramplón. ¿No era Quintana el que escribió una oda a la vacuna? Al servicio de la Ilustración y luego en plena edad de las Revoluciones, pero siempre deudora de lo que se hacía básicamente en Francia y a lo sumo Inglaterra (pésimas copias, pésimas adaptaciones), la poesía se había vuelto, a no ser Bécquer, apenas si prolijas redacciones de ocasión; algo sin mayor vuelo.

La gracia es que, y ésta es una reiterada cantilena de esos manuales que te digo, la renovación vino de América. Un poco Cuba, un poco México, un poco Colombia y así, y mucho Nicaragua: Rubén Darío enarboló esa avanzada previa de Martí, de Silva, etcétera, y, luego de trasladarse a Chile y a la Argentina, dio el batacazo: al desembarcar en España bien que fue escuchado por Valle-Inclán, los Machado, Jiménez.

Darío tenía con qué realizar este movimiento de, digamos, contracolonización. Renovador de las formas, más que atento al Parnasianismo y Simbolismo franceses, de verso híper dúctil y de dicción increíble, todos allá en la Madre Patria (¿se sigue diciendo así?) terminaron por sacarse el sombrero. Porque te aclaro: la imaginería esa que luego tantos, refractarios, rechazarían (los cisnes, las princesas, las torres de marfil, esos motivos) encuentra su lugar dentro de la manera de escribir de todo un momento, a la vez que era algo novedosísimo, algo que debe ser leído teniendo en cuenta todos los otros factores que compusieron lo poético en esa época.

De nuevo los manuales: a Darío hay que leerlo en su contexto. Te lo digo así: para empezar, hay que saber leer y sobre todo apreciar la métrica y la rima. Si uno no baraja esta dimensión básica de tantos siglos realmente de la poesía en español (y en tantos otros idiomas), se me hace que sólo podrá leer los versos del nicaragüense más bien como si fuera prosa cortada, como algo casi que hasta informacional, es decir, según la norma vigente de mucho de lo que se hace hoy en día, y entonces, ¿cómo no nos van a desagradar las princesas y demás –hablan los odiosos– "bijouterie" de este poeta?

El asunto es que la novedad que encabezaba Darío (el Modernismo) corrió como reguero de pólvora. Sin ir más lejos, bastante le deben las letras de tango. El panorama se llenó de epígonos. Y no era tan sólo una moda: aunque parezca lo contrario, Darío escribía desde la raíz misma del idioma. (Mirá lo que te digo: parece que en Nicaragua, para cuando él empezaba a formarse –a leer, digo–, un plan educacional del gobierno de esa época inundó de clásicos las bibliotecas de dicho país. Aparte, Darío se formó con los Jesuitas, cosa que me lleva a creer que algún acceso al latín y quizás al griego tendría.)

Volviendo a tu pregunta, querida amiga, ¿qué heredamos de Darío? Bueno, justamente: a Darío, su poesía. Cuando aprendés a leerlo (esto es: a disfrutarla), es magnífico, estimulante, soberbio, elegante, sugerente, sutil. Vos sabés, yo también escribo (aunque en mi caso, versitos apenas); bueno, la lectura de sus trabajos me enfervoriza. Aunque después, a la hora de crear, me vaya para otro lado, él está ahí, es una presencia mayor, que inspira.

Por ahí esto quizá te suene a Canon, mala palabra para varios en los últimos tiempos. Qué sé yo. A mí Darío me emociona, y, aparte, como quien dice, tomo pero no obligo: cada lector –no digo cada poeta–, dueño y soberano total de su tiempo de ocio, claro que lo catará según su propia sed y emitirá el correspondiente veredicto. Naides es más que naides y ningún Canon, sobre todo en nuestro siglo XXI, tiene ya ninguna Autoridad que pretenda ejercer.

Retomo una cosa. ¿Te acordás de lo que tiró Lorca? Algo así como que a Góngora no se lo lee: a Góngora se lo estudia. Ya de hace algún tiempo muchos lectores han perdido la habilidad, no digo de leer, de solazarse con eso que te decía: el metro, la rima. Si no vemos mínimamente "detalles" como éstos (porque, obvio, no son los únicos), no entenderemos nunca de dónde se lo tiene tanto a Darío como el grosso que es.

Es muy probable que lo que te cuento acá genere oposición, cuando no repulsa. Ojo, querida amiga: ¡guarda con hacerte defensora sin más de esta carta! Digo: que no se la agarren con el mensajero. En todo caso, te comento que también tengo otra herencia, más local, más cerquita: como La Papa de Hortensia, acá estoy para decir lo que se me antoja, ¿o no? (¡añosa colección a que a tan temprana edad accediera!).

Se me acaba el espacio, querida amiga. Quede para la próxima hablar de Vallejo. Pero sería adecuado también comentar si Darío efectivamente influyó acá en La Docta. ¿Qué te despertará más curiosidad? No dejes de escribirme. Me llamo, por lo pronto, a sosiegue: esta vuelta, como la anterior, terminé jetoneando, así que ya mismo al trinquete me ato. A seguir, pues, con la navegación mediterránea, ¡y que se rompa mi corazón de poeta!




Comentarios: 

- Alfredo Lemon: Excelente exposición. Muchas gracias por ofrecerla caro Pablo

Bernardo Schiavetta:  Muy justo lo que dices Pablo. Lo que hoy parece kitsch o cursi en Darío suelen ser. sus poemas más popularizados, es decir a lo que corrresponde al gusto por lo lindo, Hay mucha poesía severa en Darío,hay que leerlo todo.

- Juan Rodríguez: Qué prosa, don Pablo; a la altura de sus versos.

Dejá tu comentario: