Ruben Torri, maestro eterno

10.03.2024

Con el maestro tuvimos una conexión impresionante desde el primer día. Me animo a decir que fui su último discípulo y por esas cosas de la vida, también terminé siendo su médico gerontólogo. Me cuentan sus hijos que en sus últimos días, entre los sueños hospitalarios me llamaba: "Petiso cazá la mandolina, Lucchettita andá al vestuario de Falucho".

Arturo Jaimez Lucchetta

Rubén Torri (ph Vía País)
Rubén Torri (ph Vía País)


Lo fui a ver al Sanatorio del Salvador y entré a la terapia con su yerno, le pegué un grito: ¡Maestro! Y me devolvió un parpadeo, Miguel se sorprendió.

Esa misma madrugada soñaba con él, íbamos por una calle de Río Cuarto después de una pelea que habíamos transmitido, caminábamos despacio hasta que en una esquina, Rubén me dijo: "Hasta acá llegamos pibe, esta fue mi última pelea". En ese momento me despertó mi celular, era su hijo mayor que no paraba de llorar.

Memoria de un tiempo no se resigna al olvido, Rubén Torri fue el oráculo de los hechos que el Google no registra.

Más cerca del boxeo que del fútbol, admitía que prefería relatar a la vera del cuadrilátero que al borde de la cancha: "Yo soy del box, empecé a relatar fútbol porque me convencieron. Cómo será mi pasión por el boxeo que en un clásico Boca - River dije: la pelota está en el centro del ring".

Entre los años sesenta, setenta y hasta el cierre del Luna Park, el Chino relataba: los viernes las peleas de Córdoba (desde el Córdoba Sport hasta o Redes, pasando por el interior provincial); los sábados los combates del palacio de los deportes de Corrientes y Bouchard; y los domingos el clásico del fútbol de Primera.

"Soy especialista para dormir en el Bondi. Salvo un tiempo en el que viajábamos en tren o un período muy corto en que tenía un canje para ir en avión, todos los viajes los hice en colectivo. Sabés lo que eran los asientos de antes, volvíamos molidos. Pero yo lo disfrutaba. Ésta es mi vida y voy por miles de kilómetros más", comentaba orgulloso, hasta un año antes de su partida.

El karma del ómnibus lo perseguía al maestro. Todos los días a las siete de la mañana, salía a esperar el 31, para ir a la radio (FM Impacto. Prefería el servicio público para ir hasta el centro, antes que "molestar" a sus hijos para que lo busquen.

Es verdad que podría haber ido en taxi, pero Torri era consciente de su situación económica y, como muchos ciudadanos, optaba por tomar el colectivo: "Soy un seco del año cero" ironizaba. "No supe ser empresario, preferí dedicarme solo al periodismo. Sabés las veces que me ofrecieron poner negocios con mi nombre, pero nunca acepté. No me parecía ético", confesaba.

"Soy millonario en amigos", comentaba y no mentía. Era increíble caminar con él y ver cómo la gente lo detenía para saludarlo. Intentar cruzar la plaza San Martín con Torri o hacer un par de cuadras por la peatonal, era una quimera. Todos lo saludaban y él le respondía a cada uno. "Cómo no voy a respetar a todos estos tipos", decía "si me han matado el hambre más de cincuenta años".

Con una sonrisa amplia solía decir: "Sabés la guita que tendría si por cada saludo me dieran un dólar". Pero era sólo una broma. Él prefería el aroma de un cortadito y una charla con sabor a historia, antes que el vil metal.

Rubén Torri fue, tal vez, el último sobreviviente de una generación de periodistas decanos que, trabajando con pasión,  dejaron un legado imborrable. "Nosotros con Víctor (Brizuela) éramos amigos. Amigos en serio, al punto de no comenzar una transmisión si el otro no podía transmitir. Siempre fuimos competencia, pero nos respetábamos a muerte".

En el año 1983 Torri fue postergado en LV3 y su amigo Víctor Brizuela lo invitó a compartir el staff de LV2. Cuentan los memoriosos que fue un suceso de audiencia que pocas veces pudo igualarse en la historia del periodismo deportivo de Córdoba.

En los diálogos compartidos siempre surgían los nombres de verdaderos próceres de la radiotelefonía argentina con los que trabajó o compartió importantes momentos de su vida. Enzo Ardigó, Fioravanti, Ulises Barrera, Félix Daniel Frascara, José María Muñoz, Horacio García Blanco, Víctor Hugo Morales, José Ademan Rodríguez. Para la mayoría de ellos Rubén fue el mejor relator de boxeo que escucharon, inclusive por encima de gigantes como Bernardino Veiga y Osvaldo Caffarelli.

Tal vez por esta jerarquía indiscutible, el Gordo Muñoz le ofreció un jugoso contrato para relatar boxeo desde el Luna y el fútbol del ascenso, pero el "Chino", puso en consideración de su familia la propuesta y en consenso decidieron quedarse en Córdoba. "Era mucha plata, pero mi familia tenía razón, no era fácil adaptarse a vivir en Buenos Aires. Quién sabe qué hubiese pasado, hasta dónde hubiera llegado…" confesaba con un dejo de melancolía.

La familia siempre ocupó en su vida un sitio fundamental. En cada viaje reivindicaba la calidad de madre y esposa de su señora: "Si no fuera por la Pirica, no podría haber viajado tanto, es una maestra armando las valijas" sonríe y reflexiona: "Sabés cómo los crió a los chicos".

Causas y azares de la vida llevaron al boyerito de estancia de la provincia de Buenos Aires a los primeros planos del periodismo deportivo nacional. Desde la escuelita del campo, a la que llegaba luego de un par de horas a lomo de caballo, hasta los principales centros del boxeo mundial y a los estadios de los clubes más grandes del fútbol internacional.

En el medio, el trabajo de tornero en la Fábrica Militar de Aviones, a la que se mostraba tan orgulloso de haber pertenecido, como feliz de haberla abandonado para dedicarse a la narración deportiva. "Te conté el lío que se armó en mi casa cuando se enteraron de que había dejado la fábrica", preguntaba y respondía: "Yo no le dije nada a nadie, mi vieja y mi mujer me mataban si se enteraban. En esa época laburar en la Fábrica de Aviones era un trabajo seguro y para toda la vida. Menos mal que el capo de mi área era un tipo que amaba el boxeo y me dio una licencia sin goce para que probara. El tipo no podía creer que yo, un tornero más de la fábrica, era el relator que él escuchaba todos los sábados por la radio. El día que me fui, caminé despacio y cuando llegué al arco de la entrada de la fábrica pegué un salto, como festejando un gol. Yo sabía que no iba a volver nunca más".


Rubén Torri y el autor
Rubén Torri y el autor


Rubén Torri fue un vanguardista. Revolucionó el relato boxístico incorporando la nomenclatura que, hasta entonces, sólo contemplaba una derecha y una izquierda.

Desde su irrupción y, gracias al aprendizaje del gimnasio con los principales entrenadores, Rubén le dio a la radio una imagen full HD. Así aparecieron los uppercuts y los swings, los ganchos y los directos, los péndulos de cintura, los corners neutrales y las cuerdas que dan a la calle Alvear. "Un día le pregunté al entrenador de Gatica, qué debía hacer para que los viejos maestros me respetaran y él me respondió: escuche pibe, no hable, no opine. Solo escuche y con el pasar de los días ellos solos le van a ir contando los secretos de la actividad. Era Nicolás Preciosa, el último entrenador del Mono. Hice carne su consejo y así me ponía un rato al lado de los Porcio, quienes estaban con Lausse y Merentino. En otros tiempos con Amílcar Brussa, Con Santos Zacarías, Con Paco Bermúdez y así un rato con cada uno. Así me hice respetar por ellos y hasta hice migas con los campeones. Fui amigo de Carlos Monzón, de Nicolino Locche, de Ringo Bonavena y tantos otros"

"¿Te conté cuando fui a verlo a Monzón a Battan?", me preguntó una tarde. Obvio que me lo había contado una docena de veces, pero a mí me encantaba escucharlo de nuevo. Siempre le agregaba algo a las historias, que las hacía diferentes y más entretenidas. "Habíamos ido de vacaciones a Mar del Plata, con gran parte de la familia. Mi mujer me venía adoctrinando todo el viaje para que descansara, pero yo ya había ido con la idea fija de visitar a Carlos. Amigo se es en las buenas y en las malas. Con el Flaco nos conocíamos desde que éramos pobres, él venía de Santa Fe y era un boxeador más, yo venía de Córdoba y paraba en el mismo hotel. Era el hotel La Fayette, a pasos del Luna Park. Hablábamos mucho, aunque él era de pocas palabras. Después explotó como campeón del mundo y nunca se olvidó de esa amistad que habíamos forjado en tiempos difíciles".

"Recuerdo el día que le salió la pelea por el título, nadie le tenía fe. Cuando agarró el bolso después de su último entrenamiento para irse a Italia, todo el gimnasio comenzó a corear: Argentina, Argentina y después, dale campeón, dale campeón. Era como una manera de darle ánimo, antes de la paliza que se pronosticaba. Nino Benvenutti era un gran campeón mundial, que también había sido campeón olímpico. El único que le tenía fe era mi colega Santos Nicolini, quien compró los derechos de transmisión para radio además de don Amílcar, por supuesto".

Torri hablaba de Monzón y se emocionaba, sobre todo cuando se refería a los tiempos de la cárcel: "Me le escapé de la Pirica y me fui a Battan, queda a un tirón de Mar del Plata, como veinte kilómetros. Ya había hecho todos los trámites porque no era fácil que te autoricen la visita, primero la justicia y luego Carlos. Llegué, el lugar era horrible, peor de lo que yo pensaba, él estaba derrotado. Hablamos mucho como en los viejos tiempos, solamente cuento lo mucho que extrañaba al Maxi, su hijo menor, lo demás me lo reservo. Cuando me estaba yendo, el Flaco me miró y me dijo, bueno dale Cordobés saca el grabador y hagamos la nota. No Carlos, le respondí, hoy te vino a visitar el amigo, no el periodista. Le di un abrazo y me fui. Nunca más lo volví a ver".

Así era el maestro Rubén Torri, siempre llevaba su grabador con pilas cargadas y cassette en punta, como buen periodista, sin embargo anteponía el ser humano, antes que la nota.

Pero no sólo en el boxeo el "Chino" marcó el rumbo, también en el fútbol dejó marcas indelebles: "El cepillito me borró el apellido, la gente no me decía más Torri, ni Rubén, ni Chino, me empezaron a decir cepillito por todos lados".

Otro de sus sellos inmortales fueron los gritos de gol. "Me costó meses sacar ese grito de gol. Yo admiraba a Fioravanti, él los gritaba para arriba. Es decir pegaba la lengua al paladar y levantaba el golll. Hoy todos los relatores gritan el gol para el costado: goool, prolongando una larga 'O' sin melodía. Yo le metí una inflexión en el tono y al público le encantó. Fue un trabajo arduo con un profesor de música que me daba el tono con un piano. Mi grito se transformó en un canto de gol. Pero ese alarido requería una garganta sana y cuidada, por eso yo antes de relatar descansaba bien, no comía, no bebía y hasta me privaba de eso que vos pensás, para estar a pleno", contaba y sonreía pícaro.

Hoy todavía el pueblo de Córdoba recuerda sus goles y sus nocauts. Sus tics nerviosos y sus chuecas al caminar, sus aciertos y sus furcios, pero más aún reconoce su nobleza inquebrantable. Será por eso tal vez que el soberano jamás le reprochó su transparencia para reconocer como pocos comunicadores los hacen, su profundo sentimiento peronista, bostero y glorioso.


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Comentarios:

Luis Yunes: Excelente nota Arturo. Felicitaciones!!

- Fabián Silva: Que bella nota, se lo extraña al Maestro Rubén Torri, amigo de mi viejo Ramón Silva, me encantaba escucharlos hablar café de por medio, gracias por recordarlo con el afecto que él se merece.

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