Tocar para el trip

10.05.2024

Para Hidalgo Constante, Piponcho y Juana

Luis E. Altamira


Mi viejo arreglaba mecanismos a cuerda. Empezó con alguno de mis juguetes. Siguió con los despertadores, las cajitas de música, los relojes pulsera. No tardó en abrir un taller de compostura en el que me fue enseñando los vericuetos del oficio.

Un día a un amigo se le rompió el obturador de la máquina de fotos del padre.

- Me mata si se entera – me dijo - ¿Te animás a arreglarla?

Quedé fascinado con el mecanismo, a tal punto que me compré una Pentax 1000 nada más que para desarmarla. Comencé a sacar fotos, a revelar los negativos, a hacer los contactos, todo. Fue por entonces que me largué a militar, motivado por la admiración que sentía mi viejo por Lenin.

"Hay que entender el funcionamiento del sistema capitalista. Y no es solo una cuestión de capacidad. Hay que tener valor, también…", me decía. Pero me decepcioné al comprender que a muchos de los compañeros les interesaba más los espacios de poder que los ideales del socialismo.

Me tocó la colimba y me mandaron al sur, a Comodoro Rivadavia. En el regimiento me hice amigo de un muchacho de Puerto Madryn, Eduardo Casamiquela, que me llevaba a su casa los fines de semana. Eduardo hacía buceo y me hablaba de las ballenas francas de Puerto Pirámides. "Acercárteles, ver esos ojos que te miran… Hay cerebros muy poderosos ahí, Jorge. No es joda. Son millones de años de evolución".

Poco antes de la baja me presentó a una prima que estaba estudiando cine en Buenos Aires y que es hoy mi esposa, Liliana Casamiquela. Nos volvimos juntos del sur y días después la ayudé a mudarse a una casona de dos plantas que quedaba a media cuadra del Abasto.

Después de subir las cosas, me asomé a pispear la calle y vi en el balcón de la casa de al lado a tres tipos de pelo largo, muy serios, mirándome.

- ¿Puedo sacarles una fotografía? – les pregunté. Lo dije sin pensar, involuntariamente.

Los tipos no me respondieron. Tomé la foto. Alguien en la casa los llamó y los tipos entraron. El bullicio de la calle cobró protagonismo y tuve el presentimiento de haber sacado algo inusual.

Llegué a casa y me fui derecho al laboratorio. Hice la ampliación en una hoja de 20 x 30. La imagen se abrió paso en el papel sumergido hasta alcanzar una belleza e intensidad insoportables.

*

Los tipos aparecían con las manos apoyadas en la baranda del balcón. El de la derecha miraba hacia la esquina de Humahuaca y Agüero. El del medio, con la cabeza inclinada hacia la calle, tenía la mirada absorta, como derramada en el vacío. El de la izquierda, con el codo derecho prácticamente salido del encuadre, llevaba puesto un mameluco sobre una camiseta de manga larga arremangada.

Era el único que miraba hacia la cámara, el único que me miraba… Como consciente del extrañamiento que me estaba provocando la foto en ese momento…

Al día siguiente se la mostré a Liliana. Ella señaló al tipo de la izquierda y me dijo:

- Este es Fermín Echevarría...

Y agregó:

- Haceles una copia y lleváselas. Nadie podrá olvidar esta foto después de verla.

*

Toqué el timbre y salió una chica que me miró con recelo (la pinta de milico que me daba el pelo todavía corto de la colimba). Me presenté y le dije que venía a traerle una foto.

-¿Qué foto? – preguntó con desconfianza.

Saqué una copia de un sobre y se la mostré. El asombro se abrió paso en su rostro, seguido por el regocijo de la maravilla.

- Es el balcón de tu casa… - acoté.

- Sí… - asintió, encantada. Y a continuación:

- ¿Me esperás que los llame?

La chica subió a la planta alta y al rato bajó Echevarría.

- Hola, soy Fermín Echevarría – me dijo.

- Mucho gusto, Jorge Míguez. Traje la foto de los otros días.

- A ver…

Echevarría tenía la mirada cansada. Era altísimo, delgado y nervioso. Las facciones perfectas, muy seguro de si mismo (una autoestima robusta y elevada, digamos).

La foto lo ensombreció. Miró hacia atrás, como pensando en llamar a alguien de la casa, y cambió de parecer.

- ¿Querés pasar? – me dijo -. Estamos por merendar.

Subí. Arriba, además de César Borg y Migue Vitullo (el bajista y el baterista del grupo (los otros de la foto)), había dos chicas. Fermín me presentó y todos se acercaron a ver la copia.

- Ahí está… - dijo Migue con embeleso

- Sí, en el ardor, ¿no? - acordó César.

¿Qué ardor?, pensé.

- El de la fotografía – dijo Fermín, como si escuchara mis pensamientos.

Yo me quedé pasmado.

- La mejor foto que vi en mi vida… – deslizó una de las chicas.

- Para la tapa del disco – propuso Borg.

- ¡Sí! – acordó Vitullo.

- El balcón le podríamos poner. ¿Qué decís, Fermín?

- No sé, César… - respondió Echevarría con cierta aflicción.

- No sé, ¿qué, Fermín?

- No sé qué es… eso, loco.

- La música que nos sale, man. ¿Qué va a ser?

La chica que me había atendido anunció que estaban los cafés.

*

Aquella tarde escuché El lado oscuro de la luna. Acababa de salir en Inglaterra y alguien se los había traído. También tenían el Trilogy, de Emerson, Lake and Palmer, inédito en la Argentina. Y en la puerta de la cocina había un afiche de un recital de Santana en el Fillmore East.

Silvia, una de las chicas, "sentó" en una silla a una piedra de un tamaño considerable que llevaba a todos lados y que, según ella, tenía el tamaño y el peso de su pesadumbre. Me encantó eso. Hablamos del fin de la guerra de Vietnam, de Cámpora, que estaba por asumir en esos días, del Skylab que acababa de lanzar la NASA y de música, por supuesto.

Echevarría seguía la conversación tocando una criolla y cantando bajo. Tarareos y palabras dirigidos a alguien que de repente estuvo entre nosotros. Que él presencializó, digamos. No encuentro una palabra más exacta. Con una voz decidida, sin un ápice de prepotencia. El antiguo lenguaje de los espíritus.

Me quedé mudo, hechizado por ese milagro fonético, ese prodigio de una sensibilidad que no parecía encajar en alguien tal alto y tan fuerte. La conversación se detuvo una y otra vez, absorbida por la hermosura de la que era capaz ese tipo.

- Esto en la quinta se ve… - dijo Vitullo en un momento. Los otros acordaron con mansedumbre.

Echevarría preguntó entonces:

- ¿Y por qué acá no?

Nadie le contestó.

- Es la reacción de la casa a lo que hacemos, loco… - continuó – Es lo que les vengo diciendo…

- Sos vos, man – terció César-. Estás bendecido, abenzoado por Deus… Ya quisiera yo…

Migue me miró y dijo:

- Jorge no entiende nada.

Todos se rieron.

- Lo podríamos llevar, ¿no? – propuso Borg.

Los otros permanecieron en silencio

- ¿Es un poco apresurado?

- No, está bien – dijo finalmente Echevarría - ¿Qué decís, Migue?

- Recién lo conocemos, pero sí. ¿Por qué no? Tiene vibra.

- Que lleve la máquina de fotos – propuso Silvia.

- No te vas a cagar después, ¿no? – me dijo Vitullo.

Todos se rieron, excepto Fermín.

- ¿Cagar de qué? – pregunté.

- No te preocupes, no hay de qué temer – contemporizó César -. ¿Qué tenés que hacer el lunes?

*

Me invitaron a una quinta de General Rodríguez, adonde iban a ensayar los días de semana. La idea era que hiciera algunas fotografías para el grupo. Salimos en un ·3 CV y una camioneta que pasó por Humahuaca con los equipos. Caía una llovizna fría, recuerdo, la lluvia fina que cae en algunos silencios de tu mirar…

La quinta, a la que llegamos por un camino de tierra, estaba bastante abandonada. Tenía una casa principal y otra que había sido destinada a los caseros. Después de bajar las cosas, nos pusimos a juntar leña para la noche. Las habitaciones estaban heladas, por lo que llevamos los colchones al living y los desparramamos alrededor del fuego. Antes de dormirnos escuchamos unos ladridos lejanos.

Al otro día, después de un comienzo muy bueno, la interpretación se vino abajo. Hubo un par de intentos de recomenzar y alguien propuso salir a despejarse, lo que aproveché para disponer las luces.

Y entonces comenzó a desenvolverse una música acuática, nocturnal, ola del azul tatuada de fosforescencias. Las salpicaduras de cristal de la guitarra, los comentarios del bajo contrapunteando la voz hermosísima de Fermín y Migue empujando todo con los platillos. El aire traslúcido de una noche de verano en la piel nua, por decir algo. Algo…

Al terminar, quedaron como espectadores perplejos de lo que acababan de tocar.

- Esto va a matar – balbuceó Echevarría.

Había una electricidad, una alegría incomparables. Nos pusimos a escuchar la grabación de eso que no podrían haber compuesto jamás. Al finalizar, Vitullo dijo

- Vayamos hasta donde nos lo permitan los pulmones…

Y entonces se largó. Al principio pensé que era el efecto residual de un porro que habíamos fumado a la mañana: el espacio del living mudó a un parque por el que avanzábamos sin desplazarnos, como en una película tridimensional que abarcara el arriba, el abajo y los costados que nos circundaban.

El enramado se fue cerrando sobre nuestras cabezas, disipando la claridad. Transcurrieron días y noches en ese túnel de olmos hasta salir a una llanura. A lo lejos se veía el casco de una estancia al que ingresamos por un zaguán interrumpido cada tanto por ambientes inmensos y vacíos, en los que encontramos a un hombre mirándose en un espejo en el que se reflejaba de espaldas, como en el cuadro de Magritte.

El hombre nos condujo hasta un cuarto que tenía una puerta que daba a un cuarto más pequeño que tenía una puerta que daba a un cuarto más pequeño que tenía una puerta… (la intimidante sensación de ir empequeñeciéndote) hasta caer en el vacío, en el que nos precipitamos de manera espeluznante.

La velocidad se retrotrajo bruscamente, como si hubiesen abierto un paracaídas. En el balanceo comenzamos a visualizar lo que terminó siendo la torre (hueca) de un castillo por la que ingresamos hasta aterrizar en el patio interior de un edificio que daba a una Buenos Aires de los años 50. Salimos a la calle y un colectivo se detuvo y nos subimos. Un chico le dijo algo a otro, el otro nos miró, y Vitullo dijo:

- ¡Mirá, César, es igualito a vos!

Las imágenes se esfumaron. César, que había parado de tocar, estaba llorando desconsoladamente.

- Era el día en que murió mi madre… - aclaró.

Entendí entonces lo que había querido decir Migue con eso de "Esto en la quinta se ve". Y la preocupación de Fermín, que los otros soslayaban, de que la casa estuviese embrujada.

No sentí temor; ni entonces ni después. Estaba obnubilado por las imágenes, al igual que los demás. Todos nos acercamos a consolar a César y Vitullo se sonrió y me dijo:

- Ahora sabés de qué se trata, ¿no?

Asentí con la cabeza.

- Fue fabuloso…- dijo Fermín.

- Sí, impresionante… - balbuceé -. Y la música de ustedes…. Me pellizcaba para ver si era verdad…

Los tres sonrieron. Había una hermandad, un reconocimiento mutuo de una calidez conmovedora.

- ¿Sacaste fotos?- me preguntaron.

- Si.

Había gastado un rollo. Al revelarlo supe que la película no había registrado las imágenes…

Las imágenes eran imprevisibles. Podían durar un tema entero, incluso continuar un trecho después de finalizado. Películas de una lógica indevelable, que la música producía. La reacción de una sensibilidad vulnerable… ¿Cómo decirlo? A la calidad de la consideración que sentían por lo que estaban tocando. Eso.

Las imágenes me incluyeron: vi los platitos con pururú de las picadas que nos servían en el Copacabana, un bar de Bell Ville, cuando íbamos con mis viejos (el expirar de la Bidú al destaparla….). Vi a Adela en la luz de la siesta rionegrina, pronunciando mi nombre con una ternura indecible. Vi la tapa del Sticky fingers con el cierre relámpago de verdad en la vidriera de la disquería de un amigo que murió electrocutado por un lavarropas.

Imágenes gratificantes o terroríficas que, en el caso de ellos, devenían en el deseo o el temor de seguir tocando (no querría volver a ver la Tierra desde el espacio exterior, por ejemplo). Pero los temores se esfumaron, dando paso a esa resolución y soltura que se escuchan en el disco.

A decir verdad, al principio no querían saber nada con grabar. Grabar significaba salir a presentar el disco (los compromisos con las discográficas son ineludibles) y ellos solo querían tocar para ver. Para el trip, como decían. Pero el dinero que sostenía el proyecto se terminó y las mujeres empezaron a ponerse bravas.

La idea era ir al estudio, cumplir con la agenda de recitales y volver a la quinta. Solo una cosa les preocupaba: que no volviera a ocurrir. Presentaron el disco en un teatro del centro, en agosto del 73. Yo hice las fotos para los afiches y los volantes. No pensaban que iba haber tanta gente.

Después fueron a la tele y entonces pasó lo del club Excursionistas, la aparición de las imágenes. Fueron ramalazos entre tema y tema. La gente quedó estupefacta. Miedo. Nadie entendía nada. Algo se dijo en los medios pero, debido a la ausencia de registros, no le dieron mucha importancia (se habló de alucinación colectiva de consumidores de lsd y de burda estrategia para atraer a la gente).

Días después volvió a ocurrir en el Astros. Esa vez las imágenes duraron más y los medios hablaron más también. Entrevistaron a Fermín y a Migue, a chicos del público y a dos fotógrafos que no supieron explicar por qué los negativos no habían registrado las imágenes.

Y entonces se dio lo del Velódromo, que ese día estaba colmado y con una presencia mediática considerable. El trip fue impresionante (el mejor de todos, lejos) y el fenómeno alcanzó repercusión mundial.

Las imágenes comenzaron a aparecer en todos los recitales. Los teatros, clubes y estadios de la Argentina y el extranjero se disputaban la agenda desbordada del grupo. Las entradas alcanzaron precios exorbitantes y la gente los pagaba.

Pronto se encontraron en el medio de un torbellino y comenzaron a acusar el trajín. El cansancio no les permitía hacer otra cosa que tocar para una concurrencia que no estaba interesada en la música. Y si las imágenes no aparecían, empezaban a silbarlos, contagiando el ánimo de los que en condiciones normales hubieran ido a escucharlos.

- Ya nadie viene por la música… - dijo un día Fermín -. We are only in it for money.

- ¿Y? – le contestaron.

- No quiero ofender – agregó -, pero ustedes no tienen…

- ¿No tenemos qué? – le preguntaron- ¿Tu talento?

- No me refiero a eso.

- ¿A qué te referís, entonces?

- ¡A que no tienen que cuidar lo mismo, loco!

- ¿Y qué es lo mismo?

- ¡El espíritu, man!

Fermín se disculpó después, pero la ruptura ya era profunda.

*

Echevarría le avisó al representante que cumpliría con los contratos acordados y se bajaba. Así fue. Nunca más volvió a presentarse en público.

Años después me lo encontré en el centro. Fuimos a tomar un café y ahí me explicó.

- Con la aparición de las imágenes empecé a tocar para ver - dijo -. Y, sin proponérmelo, me liberé de la necesidad insaciable que tenía de hacer música para pulsar mi capacidad.

Y agregó:

- Mi posible capacidad... Porque a lo mejor soy un triste badulaque y me creo lo contrario.

Y se largó a reír como un loco.



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Comentarios:

- Piponcho: Leo y me asaltan imágenes que reconozco de Buenos Aires y otras que pudieran ser originadas en algunas charlas en "conciencia acrecentada" Invariablemente únicas.

- Elsa Torres: Amé esta nota

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