Donde hubo grietas, florece el oro
La inclusión como reparación cultural
Noelia Pajón

Hay culturas que tapan las grietas, y otras que las iluminan.
En Japón existe una práctica ancestral llamada kintsugi: cuando una pieza de cerámica se rompe, en lugar de desecharla, los artesanos la reparan con polvo de oro. Las fracturas no se esconden; se vuelven parte del diseño. El objeto, lejos de perder valor, se convierte en algo único.
Esa idea puede trasladarse a la cultura contemporánea: ¿qué pasaría si pensáramos la accesibilidad y la discapacidad no como un intento de "arreglar" lo que falta, sino como una oportunidad de reparar con belleza lo que el sistema cultural dejó fuera?
Durante décadas, la cultura ha funcionado como una vitrina donde las diferencias quedaban detrás del vidrio. Pero hoy, colectivos artísticos, instituciones y comunidades están demostrando que la verdadera transformación cultural surge cuando se reconocen las fisuras y se decide habitarlas juntos.
Reparar lo social: el arte comunitario que reconstruye territorios
En Córdoba, alumnos de los Talleres Artísticos y Recreativos para Personas con Discapacidad de la Municipalidad de Córdoba pintan murales en diferentes barrios de la ciudad, como por ejemplo una obra urbana a cielo abierto en barrio Alto Alberdi que habla de la convivencia y la diversidad.
No se trata de simples actividades recreativas: cada pincelada repara una parte del tejido social.
Las paredes intervenidas no solo cambian de color; restituyen la presencia de quienes por mucho tiempo fueron invisibles en el paisaje urbano.

En Buenos Aires, el colectivo ArteSinTecho incorporó a artistas con discapacidad en la reconstrucción de espacios abandonados, convirtiendo antiguos galpones en centros culturales accesibles. Las grietas del cemento se mezclan con las biográficas: el arte como una forma de arquitectura emocional.
Reparar lo simbólico: cuando la escena se abre
La discapacidad también encontró en el escenario una forma de reparación.
La compañía teatral Las Ilusiones es una comunidad que reúne a personas con y sin discapacidad, en constante transformación en búsqueda de inclusión real y total.
No buscan "incluir" desde la caridad, sino redefinir lo que se entiende por talento escénico.
A nivel internacional, el proyecto Candoco Dance Company (Reino Unido) lleva más de tres décadas revolucionando la danza contemporánea al integrar bailarines con discapacidad física y sensorial. Sus coreografías no se adaptan: se reinventan. Allí, la diferencia corporal no es un obstáculo técnico, sino una nueva forma de belleza en movimiento.

Reparar el relato: de la herida a la creación
La reparación cultural también se da en la narrativa personal.
La artista británica Sophie Morgan, quien quedó paralizada tras un accidente, transformó su experiencia en obras visuales y audiovisuales donde el cuerpo, la silla de ruedas y la identidad femenina dialogan sin censura. Su arte desafía la idea de "superación" y propone algo más poderoso: aceptación activa y creativa de la diferencia.
En Argentina, escritoras, como Silvana Corso, han contado historias donde la discapacidad no aparece como tragedia, sino como lenguaje vital. Sus proyectos educativos y artísticos muestran que narrar la propia diferencia también es un modo de reconstruir la memoria colectiva.

Reparar el futuro: accesibilidad como arte compartido
Pensar la accesibilidad como reparación cultural implica reconocer que una sociedad inclusiva no se construye con rampas y subtítulos solamente, sino con una nueva sensibilidad estética: aquella que ve en cada grieta una posibilidad de encuentro.
Las personas con discapacidad no vienen a "completar" la cultura; son parte del oro que la sostiene.
Quizás la accesibilidad sea, en el fondo, un acto de kintsugi: un trabajo paciente, artesanal y colectivo que nos recuerda que nada está roto del todo si aprendemos a mirar con empatía.
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