Número 10

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Editorial Abril 2024

Las dos manos

Para contar hasta diez bastan los dedos de las dos manos, y no sobran. A razón de un número por mes, Tierra Media retorna este abril y ya hay nueve números a la espalda; el número 9 pegado detrás de la camiseta representa al goleador prolífico, no obligadamente con jactancia, por lo tanto no le bajamos el precio a la fama ganada y vamos por el 10. Que ya es número de titanes, no en el ring, sino en la cancha. Colosos de la gambeta y el disparo, como no los hubo en el mundo fuera de un rectángulo pequeño acá en Sudamérica. ¡Hola!

Tampoco es que nos atrevemos a compararnos tanto. Los números tienen tantos usos y tantos fines que latimos marcando una unidad de tiempo y respiramos igualmente produciendo una frecuencia útil al amante como al médico, en tanto señales de deseo y de emoción, o bien un dato para la ficha clínica. Se trata, en suma, de nuestro número 10. Un uso prácticamente cabalístico, una marca en un trayecto, un gesto de fe. Y en este nuestro número diez, somos muchos más de diez quienes, hermanos en el amor por la cultura, por la narración, por el pensamiento, por la belleza que tanta falta le hace al mundo, y mucho más (que nunca) a nosotros, seguimos trazando un signo no diremos imborrable, porque lo pueden borrar los años y el odio; sí diremos resistente, porque aguanta el chubasco como cualquiera al que le toque ponerle el cuerpo al contratiempo, al aguacero. Eso no agota definir qué clase de mundo es esta Tierra Media, dure lo que un pestañeo o una cantidad de órbitas que no esperábamos girar. Pero lo intentemos.

Y de pronto comienza la acción en un muy civilizado cuento de Marcelo Casarin, que muestra lo descuidistas que pueden ser los civilizados y lo indio que le puede salir de adentro a su víctima, un cordobés de acá, al pie de un palacio español del siglo XVI de allá.

En este mundo puede, de pronto, aparecer Paco Giménez contando, cual nativo serrano que es, cómo hizo para no proponerse siquiera llegar a los cuarenta años que cumple su criatura de nombre talleril: La Cochera.

O donde un tipo que mira el mundo y ve poemas o ideas, y las vuelve visibles a nuestros ojos, nos invita a jugar. Guillermo Daghero trae secretos olivenses aprendidos, claves que son de la cordura. Casa, casa, no casa, cosa. Un poquito más allá en el mapa de Tierra Media, Silvia Barei se concentra en discernir la administración de la violencia que nos atraviesa, las fuerzas que la ejercen, la tajante prohibición, la sentencia que se escupe sobre el otro. Es una sabia advertencia, o incluso una constatación.

Una artista cubana, una morena que suena infernal, hace zigzag y pasa tarareando la melodía de una próxima canción, haciendo un apunte que graba en su celular. Yusa lleva puesta una sonrisa de satisfacción, mientras retoma la charla con Jackie Bini.

Se cruza uno con el maestro Jorge Torres Roggero, garante de una generación de autores "depuestos", quien nos cuenta sobre la novela de un tucumano editada en 1948. Se puede aspirar de la sabiduría de Jorge, viajar de su mano por la obra de Miguel Ángel Speroni con la imaginación. Y al pie de la página, puede uno sumergirse para más datos en el propio texto de Speroni, una obra única perdida en la literatura argentina de su tiempo.

Y más allá ocurre un mano a mano entre dos músicos, uno que pregunta, y anota, Horacio Sosa. El que responde tiene por toda identidad en sus manos un fuelle. Y brotan de las respiraciones largos paisajes de una vida que conduce el bandoneón, qué duda cabe, y donde se habla del oficio, las exigencias y las libertades de un referente cordobés del tango de hoy: Pablo Jaurena.

Por ahí cerca del barrio de Tierra Media donde estábamos, anda Adrián Savino. Nos recibe en una crónica a su modo inédita, donde da cuenta de las circunstancias en que las memorias de otro se hicieron un relato maestro en sus manos. Es decir, nos narra lo exterior a la obra, sus condiciones de posibilidad. Claro que lo importante es leer la obra.

Jóvenes detrás de un profeta, y caminando a su lado. Es un hombre que vuelve oral toda poesía y a quien se mira y se escucha con sonrisa de esperanza. Chacho Marzetti tiene quienes lo quieran y lo protejan, y ahí está el Archivo Vagabundo.

Y se hace la hora en que Ramés desentierra viejos huesos de un relato y cuenta una epopeya mitad cierta, mitad imaginaria, o viceversa. Y en que uno de los nuestros, el colorado Alejandro González Dago, desciende mediante un alter ego a círculos donde la vida toma color de página policial. Lo hace sin despeinarse, sin perder el instinto, ni el optimismo del narrador.

Luego asistimos a una rara conversación. Una historiadora de la fotografía conversa con un fotógrafo inglés de la segunda mitad del siglo diecinueve. Cristina Boixadós le cuenta a Jorge Pilcher, el hombre que no se fue de Córdoba, cómo son las cosas en esta rara ciudad.

Acercándonos a sus órbitas intersecamos el relato que fluye del fervor de Luis Altamira, de sus juegos para armar, de su zurcido sutil de los hechos y las ocurrencias hasta que no se note que no son la misma cosa. Aquí trae un trabajo sobre la duermevela o el entresueño literario, o ambos.

Unos pasos más allá, el viejo cine argentino nos acerca una muestra de un pasado cargado de futuro, una pieza aun digna de admiración. Escribe sobre ella el hombre que rescató y logró salvar del deterioro ese filme de 1952. Un ángel mayor del cine nacional: Fernando Martín Peña.

Leandro Cometto busca a un niño para advertirle sobre aquello que perdimos de niños, para ayudarlo a que no lo pierda. Para no tener que reiniciar la misma órbita del viajero condenado a repetir la búsqueda una y otra vez.

Nos atrae de inmediato la figura de un púgil que no lo parece, pero Arturo Jaimez Lucchetta lo trae de vuelta al ring de la palabra, y él va revelando desde el entorno cotidiano la hazaña deportiva contada desde la peatonal. Es un sencillo vendedor de lotería y recita una épica que agradecemos.

Y los ojos de los que aprecian la fotografía terminan de darle sentido a obras nacidas de fotografiar "de oído" o, mejor aún, de registrar una imagen dejando al artefacto cámara ser la mirada ausente de quien la dispara. Nueva entrega de accesibilidad cultural que nos trae Noelia Pajón.

Se encuentra por aquí también Omar Hefling, aportándonos cordura respecto a nuestro número 10, aconsejándonos no sacar tanto pecho sin haber llegado frente al arco por nuestros propios medios, porque siempre es posible errar de manera catastrófica y estratosférica.

En las inmediaciones, una mujer pintarrajeada le ofrece cobijo a los secretos, porque tiene quien le escriba, quien le dé vida, incluso, y esa es Marta García, nuestra cuentista de cabecera.

¿Y Manolo Lafuente? Como él solo, refiere su versión de amor por Unquillo, en base a recuerdos propios que no se parecen a los de nadie.

A veces la vida puede ser mirada a cuadros, en esta esquina de Tierra Media que Ale Galvaliz dibuja y percibe.

Eso, más algunas que otras noticias provenientes del ecosistema cultural alrededor, es lo que tenemos para contar desde el primer dedo de esta mano hasta el último de la otra. Y notamos que es un montón.


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