Paul Éluard
Una voz transparente
Jorge Felippa
Paul Éluard es el seudónimo con que el mundo conoció a Eugéne Grindel, nacido el 14 de diciembre de 1895 en Saint Denis, hoy un suburbio de París. Y sobre ese nombre se prolonga la admiración de quienes encuentran en sus textos, a un poeta fundamentalmente amante de la libertad, cuyas únicas divisas fueron "No hay que ir al corazón de los otros, sino salir".
Reunido en el clan cerrado alrededor de André Bretón, cuando se lanza el Manifiesto Surrealista en 1924 participa junto a los escritores Aragón, Peret, Artaud, Desnos, Soupault, y a los pintores Ernst, Arp, Chirico, Dalí, Miró, Man Ray entre otros en sus ruidosos comienzos hace ya 100 años.
Desde sus legendarios puntos de reunión en los cafés "Le Certa" o "Le Cirano", lanzan sus cartas de insultos, de escándalo y de ruptura que son el pan de sus costumbres y de su ceremonial.
Proclaman liberar en el hombre su imaginación, esa fuerza que todo conduce a encadenar. Dice Lucien Scheler que "derribar la puerta que tiene prisionero al deseo, abolir en amor la represión" fue, entre las dos grandes guerras, una de las propuestas que los surrealistas hicieron suyas. Al denunciar la sociedad hecha de prohibiciones y de injusticias, formulan una visión del mundo que no retiene del hombre más que su capacidad de adaptación, de esclavitud al mundo y del mundo. Se plantean entonces como imperativo, el conocimiento y la voluntad de "cambiar la vida" por la libertad del sueño y el deseo.
Esto durará hasta 1928. A partir del "Sécond Manifieste", la llamarada surrealista va a debilitarse y la unidad del grupo se estrella ante los escollos que plantea un mundo en los umbrales de otra contienda bélica. Y, aunque es común ligar la emancipación espiritual a la acción revolucionaria, Bretón intentará mantener la autonomía del movimiento, frente a las exigencias de militancias partidarias. Y voces como las de Éluard y Aragón continuarán en una nueva fase de afirmación militante, que se trata menos de una ruptura que de la acentuación de ciertos antecedentes.
Del yo al nosotros
Las necesidades de ligar vida y obra artística a la vida común de todos los hombres, llevan a los poetas a plantearse nuevamente el problema de la comunicabilidad de la poesía. La poesía en Francia entre 1930-40 se encerraba en lenguajes plagados de metáforas o símbolos, a menudo imágenes de una subjetividad rayana en lo irracional, a veces subterránea en demasía. La circunstancia de la guerra renueva en los poetas la preocupación de que sus palabras camine sobre terrenos de entendimiento, de lugares comunes, como si se encontrase otra vez, el sentido de la opinión ajena. El poeta reacciona ante lo que está delante de él y de nosotros. El lirismo personal se debilita, y tanto Supervielle cuanto Aragón y Éluard van a situar su confidencia en todo un contexto impersonal: sus voces son al mismo tiempo, las de una clase social, las de una nación, las de una época.
En ellos se patentiza la necesidad de unir en el lenguaje, sus cualidades de poético y comunicable. No se trata de incorporar "lo real" a la poesía, sino de rescatar todos los minúsculos instantes de poesía que tiene el transcurrir cotidiano de los hombres. Dice Paul Éluard: "La poesía involuntaria (todo lo que yace bajo la aparente impermeabilidad de la vida corriente) por banal, por imperfecta, por grosera que sea, está hecha de las relaciones entre la vida y el mundo, entre el sueño y el amor, entre el amor y la necesidad. Ella engendra nuestra emoción, devuelve a nuestra sangre la ligereza del fuego. Todo hombre es hermano de Prometeo. No tenemos una inteligencia particular; somos seres morales y nos situamos en la multitud".
Razones de vida
Fuera del surrealismo se fue afirmando no sólo por el contenido moral y cívico de su poesía, y a veces, por su sencillez casi popular, sino por un canto continuo que presta a cada una de sus obras unidad orgánica, al tiempo que las rubrica inconfundiblemente. Una línea de fuerza se desprende desde los primeros poemas a los últimos. Es simple, al fin de cuentas. Él ha buscado, como dice el título de uno de sus poemas, Razones de vida. Así escribió: "Hice un fuego, porque el azur me abandonó/ un fuego para ser su amigo/ un fuego para introducirme en la noche del invierno/ un fuego para vivir mejor".
¿Cómo pasar de una palabra ínfima a una palabra cívica? Paul Éluard lo hizo a través de sucesivas fases de transparente continuidad. De la soledad a la comunión, del sueño secreto a la esperanza común siguiendo el mandato de su conciencia ante los acontecimientos, y madurando una convicción política que es en él un acto de fe y de amistad hacia los hombres. Max-Pol Fouchet, el editor de su poema Libertad en tiempos de ocupación nazi, cuenta un episodio revelador acerca de su militancia comunista: "Primero me dio razones ideológicas que están al alcance todo el mundo. Pero también me dijo esta frase que me trastornó: "Y ahora, porque ya no estoy solo".
Lirismo y lenguaje
La poesía de Éluard anuncia siempre que "la noche del amor da paso al día", y su noche, su experiencia anterior no es negada porque nunca significó un alejamiento del mundo. La experiencia del hombre ligado al universo, "la armonía del hombre y el oro", una mirada ligada a la Tierra, tal es la experiencia eluardiana.
La suya es una de las poesías más constante y maravillosamente erótica y ve en el amor la vía privilegiada de nuestro conocimiento del mundo. Su modo de expresión natural, entonces, es el canto que sube a los labios ante la maravilla del mundo, y de la emoción ante la correspondencia entre el universo y su destino. Una experiencia lírica en el sentido más tradicional del término.
Max-Pol Fouchet escribió: "Espontáneamente su lenguaje era poético. La poesía en él posee a la vez su significación propia y otras significaciones diferentes a las del lenguaje corriente. La palabra siempre está, entre esa realidad que debe representar y ese canto interior que también representa y del cual, es siempre, más o menos, la traición. La poesía no está en las palabras, ella circula por entre las palabras". Y el crítico Gaetan Picon observa que "Nadie ha volado a veces con más audacia que Eluard. Sin embargo, la esencia de su poesía está menos en la metáfora que en la voz continua que la atraviesa y la produce, en este murmullo constante de agua cantarina, en esta letanía seductora, frágil y grave, que se prolonga en nosotros en interminables remolinos. No hay poesía que haya sabido hacérsenos familiar tan rápidamente, hasta el punto de que a veces tenemos la impresión de que la conocemos de memoria desde la infancia. Ha encontrado los caminos de la memoria sin esfuerzo".
Y el argentino César Fernández Moreno, que tradujo sus Últimos poemas de amor, expresó su emoción ante el hecho de que "cuando Éluard alcanza su mayor fuerza expresiva, la cumbre de su poder lírico, la traducción se me hizo como por sí sola, con significación, ritmo y todo, como si el poeta hubiera hablado dentro de las líneas esenciales de un superlenguaje, del cual tanto el francés como el español serían meras tentativas o deformaciones".
Éluard había intuido que "existen otros mundos, pero están en éste" y fue capaz de llegar a ellos con sus palabras que es poesía en estado casi constante. "No es necesario todo para hacer un mundo -decía-, es necesaria la felicidad". Su poesía es una notable muestra de esa generosidad que exige que la palabra poética se dirija a cada uno y que tenga por objeto la vida de cada uno. Aún en su fase más íntima, se trata menos de una poesía de la soledad que de una poesía de amor. Y para quien la vida es comunión, es natural que su propia felicidad no le baste.
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