Atronador como un pedestal vacío
Víctor Ramés
La historia del monumento al catedrático universitario católico del siglo diecinueve Rafael García, ubicado por años en la plazoleta frente a la iglesia de la Compañía, pide una y otra vez ser contada. La figura fundida en metal de don Rafael, y alter ego simbólico suyo, fue blanco del impulso revolucionario de los jóvenes reformistas, en 1918. Esa acción hizo bastante por la memoria del catedrático confesional.

Encuentro con el Salvador
Esta es una ciudad chica, me dije, no da para no salir a hacer algunas preguntas, ya que no tengo a mano los documentos necesarios. Caminaba hacia la Manzana Jesuítica, hacia el viejo rectorado de la universidad, pero al cruzar la plaza San Martín me dije "por qué no averiguar en el Cabildo, a ver quién llevaba el seguimiento de las estatuas, que acostumbran migrar y a veces son desviadas por el camino, como es leyenda y verdad en esta ciudad". Pregunté en la guardia por los encargados de las estatuas y me indicaron subir la curva de la escalera e ir a Patrimonio, señalándome a través del patio la oficina que a él daba. Al subir me detuve a observar, en una hornacina, como un altar, una pieza hermosa fundida en hierro de fines del siglo diecinueve, identificada como La Astrología. Llegué arriba y fui hasta la oficina. No bien llegar, golpee el vidrio esfumado de la puerta y una voz de mujer desde adentro me indicó pasar. Una joven me sonrió, preguntándome qué me llevaba hasta allí, comencé a explicarle sobre una estatua que supo estar emplazada en la plazoleta frente a la Compañía, y una voz de la oficina contigua preguntó "¿La de Rafael García?", y se asomó el rostro amable de otra mujer, que me invitó a pasar. Agradecí a la primera y le sonreí a la segunda, sorprendido de su inmediata y certera reacción. Le conté que no podía completar una nota sin averiguar eso, que mi espíritu periodístico no me dejaba mirar para otro lado. Compartí con ella lo que sabía, hasta 2005. Tras explicarme que estaban en una tarea de actualizar los archivos en papel de la repartición, se ofreció a chequear en un disco duro que sacó de un estuche. Mientras, charlábamos sobre estatuas perdidas y otras cuestiones del patrimonio, le pregunté por la arqueología urbana, y me contó que, gracias a las medidas en vigencia sobre grandes excavaciones para cableado o cañerías en la zona céntrica de la ciudad, se habían hecho hallazgos interesantes, y mencionó que se habían rescatado piezas de la antigua cañería de piedra que surtió la fuente construida por el Ingeniero López, en la plaza San Martín. En cuanto a la estatua objeto de mi búsqueda, no aparecieron datos, pero me prometió seguir buscando y avisarme, en cualquier caso, a la brevedad.

Decidí retomar mi camino hasta el viejo rectorado, sobre la Obispo Trejo. Tomé el área peatonal y al llegar miré hacia la plazoleta de la Compañía, como proyectando la imagen de la estatua de Rafael García que recordaba de mis tiempos del Colegio Monserrat. En el histórico edificio universitario, la primera habitación, a la izquierda, corresponde al Museo Histórico UNC / Manzana Jesuítica. Un guía me atendió amablemente, me dijo que él creía que el préstamo de la Municipalidad a la Universidad no se había concretado, más allá en los papeles de 2005, y que la estatua no había sido traída nunca al rectorado. Me dijo que, a su parecer, la misma había sido colocada en la Facultad de Derecho, en la manzana del frente, la misma a la que corresponde la plazoleta. No estaba seguro, ni él la había visto, pero creía haber oído o leído que allí había ido a parar. Crucé la calle peatonal, decidí entrar a la facultad por la puerta más cercana, sobre la misma Obispo Trejo. Le pregunté a un guardia, pero me hizo un gesto de que esperase y se fue a ocuparse de algún otro asunto. Así que decidí cruzar el edificio. Pasé por un patio de bustos de prohombres cordobeses, pero no había allí ninguna estatua de cuerpo entero. Seguí atravesando pasillos, entre pequeños grupos de estudiantes, y me vi enfilando hacia la izquierda, por la salida sobre Caseros. Le pregunté a otro guardia, quien no entendió del todo mi pregunta y negaba con la cabeza, sonriente. Fue entonces que percibí a un hombre alto, de edad, algo agachado, apoyado en un bastón, que acababa de entrar y se había acercado a preguntar algo al mismo guardia. En cuanto oyó mencionar la estatua que yo buscaba, intervino : "Sí, es la estatua de Rafael García. Está por allí" dijo, indicando con la mano. Lo miré con sorpresa y le pregunté "¿Vos sos Salvador?" y él asintió. Hoy ochentón, Jorge Salvador es una leyenda del cine cordobés, realizador de grandes proyectos inconclusos que hicieron bendita y cordobesa historia. Caminamos a su ritmo, charlando, él conduciéndome hacia otra sección de la Facultad, que tiene puerta a la calle Independencia. Me explicó que años atrás había intentado hacer un documental sobre las estatuas de la ciudad y sus historias. Me contó que Rafael García había dejado una enorme fortuna a sus hijos, encomendándoles que le pagaran quinientas misas diarias por su alma. Y al doblar al final del pasillo, tal cual lo había afirmado Salvador, allí se erguía la estatua, notablemente más corpulenta que lo que recordaba, elevada sobre un pedestal oscuro con una placa de mármol blanco donde se leía: "Dr. Rafael García – Primer decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales – 1879-1883". Le agradecí a Salvador quien, tras una breve charla, siguió su camino, y aproveché para fotografiar la estatua cuya cabeza sobresalía sobre una tapia que dejaba ver un edificio cercano. Misterio resuelto. La estatua ya no goza de la exposición de antaño. Removida definitivamente de la plazoleta y, en tanto primer decano de Derecho, está ubicada en un rincón menos prominente, solitaria siempre y en el lugar académico indicado. Ya pocos recuerdan aquel santo vandalismo de 1918. Por eso hay que volver a contar la historia una vez más.
De materia incorruptible
Tirar abajo una estatua puede ser un gesto vandálico, una agresión simbólica, acto de justicia "poética", o quizá una simple liberación de resentimientos acumulados. Se necesita que la estatua esté allí, ocupando un espacio intemporal con su ser incorruptible, habitando un mundo paralelo, lento. Su vista reenvía a una ausencia humana, y a un juicio social. Cada época martillea forjando a sus héroes y semi héroes, enviando un mensaje para reforzar su culto. "La época" bien puede ser una simple agencia municipal, un decreto, una facción a través de algún partido político. En ocasiones, hablando francamente, el objeto ha ido a parar allí porque no se sabía qué hacer con él.
La vemos en la memoria, como alumnos del Monserrat, así como en viejas fotografías. La identidad de la figura del doctor Rafael García ha sido desdeñada día tras día por generaciones de estudiantes que acudimos al colegio de la manzana jesuítica. Algo quieto allí, al pasar, como un cantero, como un árbol en una placita frente a la iglesia de la Compañía de Jesús.
La estatua, toma uno. Depósito de incógnitas. ¿Quién fue? ¿Qué hizo? Esto alude sin duda al original de la estatua.

Modelo para un fundido
Rafael García fue el primer decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, y un jurista al parecer admirado por sus pares, entre ellos el propio codificador Dalmacio Vélez Sarsfield. Según un partidario político citado de un periódico local por Ramón J. Cárcano en Perfiles Contemporáneos (1885), "García era el tribuno que arengaba en las reuniones populares, el valiente cabecilla que ganaba las mesas de elecciones, y el orador que hacía resonar su voz ilustrada en el seno ardiente de los comicios. (…) Todos le llamamos el maestro y realmente ha fundado entre nosotros una escuela de interpretación y posee una erudición tan vasta y un criterio tan seguro, que lleva con propiedad aquel nombre".
Con esto le atamos al modelo de la estatua de Rafael García la cinta de una valoración positiva, en boca de un socio político. Era también -una cosa no quita la otra- una figura del catolicismo conservador, a veces con más ganas de abrazar el convento que la política. Su papel, por consiguiente, fue hacer de contrapeso clerical a las más audaces motivaciones liberales. Quien citaba esas frases encomiosas para Rafael García, el doctor Ramón Cárcano, un conservador liberal, había sufrido la desaprobación académica por parte de dicho catedrático, en ocasión de presentar su tesis en defensa de la enseñanza laica y la separación de la Iglesia del Estado, en 1884. "La tesis de Cárcano entró al Consejo Académico el 5 de abril de 1884 por un recurso de reconsideración, debido a la falta del aval del profesor de Derecho Civil, Dr. Rafael García. Se autorizó por mayoría con la opinión favorable de Miguel Juárez Celman, padrino de tesis, Telasco Castellano y Justino César, y el voto negativo de Rafael García, Nicolás Berrotarán y Nicéforo Castellano". Lo refería Nora Mariela Barrionuevo en un estudio sobre tesis doctorales en la Universidad Nacional de Córdoba, a fines del siglo XIX.
La estatua que tapaba su tumba
Se lee también por allí que tiempo después de que don Rafael hubiese dado su último suspiro (enero de 1887) su viuda, doña Augusta Montaño, les solicitó a las autoridades de la ciudad ubicar la estatua de su marido en la plazoleta frente al edificio donde aquel había cosechado sus logros académicos. La estatua fue entregada en 1894, obra del escultor italiano Rómulo del Gobbo, y el pedestal fue encargado a continuación. Al parecer, la obra había resultado demasiado imponente para ser ubicada en el Cementerio San Jerónimo, ya que, se quejaba la viuda, no dejaba ver la sepultura. Nada se dice sobre si alguien se tomó el trabajo de medir la proporción entre el homenaje y su modelo. Lo cierto es que Augusta Montaño de López quería sin duda descansar ella misma de la estatua y compartir con otros aquel retrato en volumen de su marido. Consiguió hacerse oír gracias a sus relaciones, y se convino darle al don Rafael vaciado en molde, un lugar en aquella plazoleta. Carlos Page nos acerca, con su precisión de siempre, algunos detalles sobre la contratación con el escultor, quien había puesto la condición de que la estatua se fundiese en Italia y se entregase "en Córdoba aproximadamente en el mes de septiembre de 1895, siendo lugares posibles de su emplazamiento la plaza del Pueblo General Paz o bien, insistiendo, en la plazoleta de la Compañía". Refiere Page que, en 1889, en plena negociación por el monumento, "Eufrasio Loza, miembro de la comisión de homenaje a Rafael García y varios años después gobernador de la provincia, viajó a Buenos Aires a pedido del doctor Ángel Pizarro, a los efectos de entrevistar al escultor del Gobbo. En aquella reunión, fue cuando se decidió que el monumento se fundiría en Buenos Aires, siendo quizás esta, una de las primeras tareas que se realizaron en el país, estando a cargo el señor Antonio Lavazza, cuyo taller se ubicaba en la calle Viamonte 1843".
Acortando el culebrón de marras, la estatua de don Rafael fue inaugurada en mayo de 1895, emplazada frente a la iglesia de la Compañía.
Vendría una siguiente generación, a la vuelta del siglo, que se encargaría de darle una resignificación a la réplica de García en la plazoleta, por donde varios estudiantes de Derecho transitaban, aburriéndose del retraso en los saberes sociales y de las viejas mentalidades que debían respirar en las clases de la facultad.
La figura fundida en metal de don Rafael García sería blanco del impulso revolucionario de los jóvenes reformistas, en 1918, lo que atraería de nuevo la atención hacia un monumento que todo el mundo se había olvidado hasta de ver.
Aquella noche iconoclasta
El grupo organizado se dispuso en la plazoleta de la esquina. Debían ser como diez, al menos dos habían quedado a cargo de vigilar y avisar con chiflidos si se presentaba algún peligro. Todos ellos se venían acostumbrando a la moneda corriente de la represión policial, con que las autoridades hacían saber cuáles eran los límites y quién tenía la fuerza en sus manos. Los estudiantes habían observado la plazoleta frente a la iglesia de la Compañía, lo habían planeado todo. Era 14 de agosto de 1918, una noche fresca, no fría, y se disponían a realizar una acción que era en sí misma un manifiesto. Traían consigo cuerdas gruesas y, sin demora, pusieron manos a la obra. Dos de los jóvenes, todos en sus trajes de diario, o los únicos con que contaban, se treparon decididos al pedestal y amarraron las sogas con buenos nudos en torno a la estatua. Como en un torneo, comenzaron a cinchar todos a la vez y comprobaron cuánto se resistía el Rafael García de metal. Esa figura histórica de la universidad era el enemigo simbólico, los estudiantes quisieron hacerla hablar, hacerle decir algo a la sociedad y a las autoridades acerca de quiénes desafiaban los límites y respondían con organización a la herencia vetusta de la Córdoba clerical. Tiraban de la soga como si les fuera la vida y notaron que se movía en la cima del pedestal. Debía caer como tal esa pieza de una mentalidad obsoleta, un académico cuyo ejemplo de positivismo había sido, a su manera, una opinión oficial rígida como una estatua. Esta, la de la plazoleta, se tambaleaba ya y los estudiantes seguían jalando , transpirado, colgados casi de la cuerda. Menos tratados y más poesía. Otro jalón y, abreviando el trámite, allí se inclinaba ese objeto parecido por fuera a un profesor fallecido treinta años atrás al que, por fin, con un siguiente tirón lograron echar por tierra, produciendo un sonido sordo y una vibración que se sintió en la esquina como si se quejase el terreno todo. Consumado el gesto vandálico y de sano espíritu juvenil y revolucionario, los autores huyeron en diversas direcciones.
Los pedestales y las libertades que faltan
Un mes después estallaría la Reforma y, cincuenta años más tarde, Ismael Bordabehere -estudiante de Ingeniería y parte de la conducción de la Federación Universitaria de Córdoba durante la gesta reformista, junto a Horacio Valdés y Enrique Barros, los otros cabecillas del atentado- rememoraba aquella noche y afirmaba que se habían propuesto «ofrecer a la ciudad un pedestal para emplazar la estatua de Sarmiento, de Mitre o de Avellaneda». Treinta años antes, y un rato después de ser derribada la estatua, regresaban a la plazoleta Antonio Molina, Horacio Valdés y Deodoro Roca, a recoger las sogas, poner de pie al viejo decano a metros de su base vacía, y dejar un cartel que lo decía todo: «En Córdoba sobran ídolos y faltan pedestales».
Por supuesto, de aquella Córdoba que al día siguiente se encontró con el cuadro en la plazoleta, casi nadie miraba con simpatía lo ocurrido por la noche. Por eso mismo, la reforma universitaria nació de un impulso que apuntaba en sí al pecho abrumado y aturdido de una ciudad negadora frente al cambio de los tiempos. Una comisión de damas concurrió a la plazoleta a llenar de ramos de flores la estatua del Dr. García, a quien pocas recordaban tal vez, pero que, víctima del vandalismo, recobraba -o quizá solo fuese el reflejo de las flores- un cierto color en sus mejillas de metal, sorprendida frente a las vueltas de la historia. Una enorme manifestación de estudiantes -sí, de estudiantes universitarios que no adherían a las ideas de la reforma- se congregó en la plazoleta a hacer un acto reivindicando al ultrajado. Esto era reflejado por la revista Caras y Caretas, semanario de los sábados, el 7 de septiembre de 1918.
Los epígrafes que acompañaban a las fotos apenas si rascaban la superficie de los hechos, pero al menos encuadraban los testimonios gráficos. La primera imagen mostraba una manifestación de estudiantes reunidos en torno al pedestal. La fotografía no deja ver la ausencia de la estatua sobre él, pero en la imagen contigua se mostraba a la misma, de pie sobre el llano, con un ramo floral calzado en el brazo derecho, cuya mano sostenía un libro, tal vez el código, con un dedo marcando algo entre sus páginas. Su levita abierta, los dedos de la mano izquierda en un gesto que no había llegado a decir nada en particular. Debajo de esa foto se leía: "La estatua del doctor Rafael García, momentos después que una comisión de damas la cubrió de flores."
El epígrafe de los estudiantes fotografiados decía: "El señor R. Valdez, pronunciando su discurso en la manifestación organizada por los estudiantes, como acto de protesta por el derribamiento de la estatua del doctor García, de cuyo hecho se inculpan mutuamente las dos fracciones que intervienen en el conflicto universitario."

Más de un siglo en la plazoleta
Lo cierto es que -cita Carlos Page a Efraín Bischoff- "el Comité Pro-Defensa de la Universidad, volvió el monumento al podio, en acto realizado poco después". Así fue repuesto sobre el pedestal el Golem de Rafael García, cuyo nombre volvía a sonar para los cordobeses. Resultó aún más numerosa la manifestación de desagravio, que se formó frente al monumento restituido. No es justo decir que ahora sobraba un pedestal menos, después de que los estudiantes reformistas acuñaran tan poética verdad como irrefutable, en términos generales. El ensañamiento con el hombre retratado podía verse como la canalización de un fetichismo negativo, y ahora, el fetiche volvía a dominar la plazoleta.
Agrega Carlos Page que "en 1949 la plazoleta fue reconstruida, ubicándose varios 'palos borrachos' que le brindaron un renovado carácter, además de construirse una amplia explanada y un nuevo pedestal para el monumento."
En el año 2005 la Universidad Nacional de Córdoba suscribió un Convenio con la Municipalidad de Córdoba, por el cuál esta cedía "en calidad de préstamo a la Universidad por el término de dos años la estatua del Dr. Rafael García, obra del escultor Rómulo del Gobbo, para ser emplazada en el ámbito de la citada Unidad Académica, sito en calle Obispo Trejo N° 242". Aparentemente, ese convenio no condujo la estatua al Rectorado. Lo cierto es que durante al menos un siglo y diez años había permanecido don Rafael mirando sin ver la Compañía. ¿Y después? ¿Qué fue de ella?
Solo nos queda volver al comienzo.

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