Calabazas a la deriva

10.08.2025

Luis Eliseo Altamira

Lago Suwa, de Katsushika Hokusai
Lago Suwa, de Katsushika Hokusai

Hokusai nació en Edo, actual Tokio, en 1760. Tokitarō, tal el nombre que recibió al nacer, fue el hijo de la concubina de un fabricante de espejos. Comenzó a pintar a los seis años; a los dieciséis se inició como aprendiz de grabador y dos años más tarde ingresó en el taller de Katsukawa Shunshō, uno de los más grandes artistas de ukiyo –e (que significa pinturas del mundo flotante) de su tiempo.

El ukiyo –e, basado en una técnica de grabado en planchas de madera de cerezo, reflejaba la vida de los artistas de entonces, así definida por el novelista Asi Ryōi: "Viviendo sólo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones, bebiendo sake y divirtiéndose simplemente flotando, indiferente a la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río".

*

"Sigo un precepto hindú – decía Enrique Villegas -: si puedes estar sentado, no estés parado; si puedes estar acostado, no estés sentado". Aseguraba que para vivir alcanzaba con tener treinta amigos que lo inviten a comer a uno, una vez por mes.

David Beizada (alias Darío), el primero de la derecha
David Beizada (alias Darío), el primero de la derecha

Sumamente puntual, con gran disciplina y exigencia en el trabajo, el Che Guevara trabajaba en la función pública, en Cuba, de 16 a 20 horas diarias. Ya en noviembre de 1959, a nueve meses del triunfo revolucionario, había inaugurado las jornadas de trabajo voluntario con el propósito de promover una actitud social más desinteresada desde el punto de vista material frente al trabajo.

No es de sorprender, entonces, que aborreciera a todo aquel que, coherente con su humana desafección a poner el lomo, optara por cargar con el estigma social de lumpen, vago o tímido para el esfuerzo. En su campaña en Bolivia, Guevara calificaba el desempeño de los guerrilleros en una libreta. Lo hacía escrupulosamente, cada tres meses, tomando como referencia la fecha de incorporación de cada quién al grupo armado. Esto fue lo primero que escribió sobre Eusebio Tapia, un campesino aymara, militante del Partido Comunista Boliviano: "21/4/67 – tres meses – Pésimo. Resultó vago, mentiroso y ladrón. Quiere irse y nosotros lo expulsaremos, pero su salida está condicionada a su buena conducta".

Con David Adriázola Beizada (alias Darío), militante del Partido Comunista Marxista Leninista, fue furibundo: "14/3/67 - 3 meses – Muy Malo. Parece ser un retrasado mental, pero además pertenece al lumpen proletariado. Su destino es ser fusilado o destinado a tareas de retaguardia. No se podrá sacar un revolucionario de él" (*).

En la vereda opuesta a la de la intolerancia del revolucionario, podríamos situar a Salvador Dalí, quién, en su libro Vida Secreta dedica algunas páginas a un tal Ramón de la Hermosa, un vago consuetudinario de un pueblo del mar Mediterráneo, dónde vivía el pintor a principios de los años ´30. Ramón paraba en el bar del casino de Port Lligat, dónde podía encontrárselo siempre muy bien vestido, saboreando un café, un cigarro y un vaso de aguardiente. "Sabiendo que era incapaz de ganarse el sustento, los caballeros le daban su ropa usada y unos céntimos con los que vivía en el milagro de cada instante", explica Dalí.

El ayuntamiento le había permitido ocupar una casa abandonada. "Cada día – prosigue el pintor –, cuando venía a sonsacarnos algunas de las sobras de la cocina, le preguntaba: ´¿Cómo van las cosas, Ramón?`. ´Muy mal´, señor Salvador, repetía invariablemente. ´¡Cada vez peor!´. Después de lo cual dejaba escapar una sonrisita taimada que se escurría bajo el bigote". Ramón, quién gustaba de repetir la frase "¡Hay años en los que uno no tiene ganas de hacer nada!", solía recordar a menudo un viaje de tres días, en el que había tenido el "honor" de llevar el maletín de un campeón de billar. "Decía las cosas menos interesantes del mundo – recuerda Dalí – con una minuciosidad y un tono épico digno de la Ilíada. Después de las tensas y agotadoras conversaciones de París, donde pululaban el doble sentido, la malicia y la diplomacia, las conversaciones con Ramón inducían una serenidad del alma y conseguían una elevación del aburrido anecdotismo, que eran incomparables".

Por desgracia, el far niente no es eterno ni siempre dulce. Para ello habría que prescindir de muchas de las necesidades básicas y poseer una indoblegable tranquilidad del espíritu. Pero qué lindo es extenderse y vagar por el mundo que, de continuo, está manifestándose. Dice Manuel Castilla, en su poema El gozante: "Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante. El que bajo las nubes se queda silencioso. Pienso: si alguno me tocara las manos se iría enloquecido de eternidad, húmedo de astros lilas, relucientes. En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho. A veces un lapacho me corona con flores blancas y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra. ¿A dónde irán mis ojos llenos de hojas? ¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose? De cara al infinito siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo".



(*) Darío, empero, sería uno de los tres guerrilleros bolivianos que, tras la muerte del Che, conseguiría sortear el cerco del ejército de René Barrientos.




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