Casi inmortales y creyentes
Luis Eliseo Altamira

"Gusto de Río, de sus playas y montañas, de los cariocas, tranquilos y desinhibidos, como si la vida fuese justa y ellos la disfrutaran sin discriminación", dijo Oscar Niemeyer al cumplir cien años. Allá, en su estudio de la Avenida Antártica al 3940, en el último piso de un edificio de amplios ventanales que dan a la playa de Copacabana, continuaba trabajando de lunes a sábado, de nueve de la mañana hasta pasadas las ocho de la noche. Su rutina proseguía en el restaurante Tercetto, donde concurría con su equipo a cenar, a tomar vino y a fumar sus puros holandeses.
"Nació, murió, se jodió". Así sintetizaba el gran arquitecto el destino de toda vida humana. "Están los que aseguran que, después de que muera, vendrán otras personas para ver mi obra. Pero esas personas igual morirán. Y vendrán otras y otras, que también morirán. La inmortalidad es una fantasía, una manera de olvidar la realidad".
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Vilcabamba es un pueblito ecuatoriano que, muy probablemente, albergue al mayor porcentaje de longevos de la humanidad. "Actualmente el hombre más viejo es Abertano Roa", me dijo en noviembre de 1993, Milton Ruilova, en la oficina de turismo del lugar. Acompañado por uno de sus bisnietos, llegué hasta la huerta dónde Abertano se encontraba sembrando porotos. Sin necesidad de presentación o aclaraciones, Roa se incorporó lentamente y, abandonando sus instrumentos, me condujo hasta su casa, dónde se hallaba su mujer, Sara.
Allí Abertano se quejó de las consecuencias de un derrame cerebral que había tenido. "El 17 de este mes entro a los 120 – me informó -. En menos de una semana, ha ser". Casado a los 54 años con su mujer de tan solo 15, tenía por entonces 8 hijos, 40 nietos y 30 bisnietos. Le pregunté si había nacido en Vilcabamba. "Sí, como mi padre; nacido y envejecido. Como él, trabajé toda mi vida en la agricultura. Pa´comer. Mi casa estaba llenita de todo grano. Yo pasaba solo trabajando. Yo tomar, no he tomado. Ni fumar. Ahora los hijos me pasan la comidita, que ya no podemos trabajar".

"No pensaba que vua´ vivir tanto – se lamentaba -. Mejor hubiera querido que me recoja Tata Dios, tierno, antes de ofenderle. Tanto ofenderle… Uno peca ignorantemente. Pero él me ha de perdonar". "No ha sido vicioso – terció Sara –. Lo que le ha gustado es las mujeres, nomás". "Eso, ¿a quién no le agradará? – prosiguió Abertano -. La distracción del pobre, del rico, del gringo. Yo de joven solía tocar la vigüela. Las mujeres que vieren que uno tocaba la guitarra, por ejemplo, en una fiesta, por ahí en una esquina, ahí se amontonaban. Por eso lo he ofendido".
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No es poco común enrostrarles a los seres sobrenaturales supuestamente encargados de suministrar la justicia en este mundo, las pequeñas, medianas o grandes injusticias que nos toca padecer a diario. Cuando esa recriminación alcanza la ofensa propia del insulto o el agravio, estamos ante lo que se denomina una blasfemia.
"Se ha narrado a menudo – recuerda Salvador Dalí en su Vida Secreta – la historia del anarquista andaluz que, durante la Guerra Civil, subió con gracia de torero los peldaños de una iglesia destripada y profanada, se irguió en toda su estatura ante un crucifijo cuyo Cristo lucía una larga cabellera de pelo natural y, luego de haberle insultado con las más atroces blasfemias, escupió en su rostro mientras con una mano asía brutalmente de los largos cabellos que se disponía a arrancar. En aquel momento, la mano del Cristo se desprendió de la cruz y su brazo, que era articulado, cayó sobre el hombro del soldado andaluz, que se desplomó muerto ahí mismo. ¡Qué creyente!".
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En la última página de su autobiografía publicada poco antes de su muerte, el cineasta Luis Buñuel, ateo declarado, nos confiesa: "Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquéllos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado a llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero. Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?".
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