Con la boca abierta

10.11.2025

Marta García


Foto: JC Vogt
Foto: JC Vogt

Cuando estaciona su auto marcha atrás, el vecino advierte el efecto que provoca. Todos esperamos que suceda una catástrofe pero siempre nos quedamos con las ganas. No es que nos gusten los hechos de sangre y aparecer en los noticieros declarando como peritos. Sucede que nos aburre nuestro barrio de una sola calle sin vereda en la que solo pasa el polvo cuando se levanta viento o zapateamos chacareras en las fechas patrias. Él nos divierte.

Al ver el resultado de su acción, va agregando maniobras marcha atrás más osadas para entretenernos mientras esperamos que se haga el pan con chicharrón para vender nuestras almas a los diablos que pasan por la ruta. La felicidad en nuestro barrio habla tan poco que solo se comunica con onomatopeyas. Gran suelta de ¡Aaaah…! cuando le pasa a milímetros al algarrobo milenario, orgullo de nuestra diminuta comunidad invadida por el amor seco. Serpentinas multicolores de ¡Uuuuy! al verlo entrar sin un raspón entre los dos postes de luz de los que depende todo el barrio. Las exclamaciones flotan en el calor como campanas de polvo. Sentimos una próspera alegría con sus marchas atrás y liberamos aplausos y vitores y locros populares y colgamos en los aromitos banderines de todos los clubes de fútbol porque guirnaldas no tenemos y nos decimos hasta la próxima y nos abrazamos con tanta cercanía que podemos escuchar nuestros alientos a comida típica y ver nuestras dentaduras con piezas faltantes haciendo lo que pueden con los choclos. Vivimos la felicidad con la boca abierta.

El vecino al ver el jolgorio que provoca su marcha atrás la repite día tras día. Desarrolla tal precisión en cada maniobra que se anima a hacerlo también en la ruta llena de sol y tránsito calcinantes. Hace viajes por todo el país. Sube al Cerro Tronador. Atraviesa el túnel subfluvial, va por autopistas, colectoras, caminos de ripio, las Altas Cumbres, Chañar Ladeado. Hasta participa en un cortejo fúnebre de alguien que no debe haber sido muy querido porque solo hay dos autos contando el suyo y al que lleva el féretro.

Cuando vuelve de su tour en reversa quiere compartir la experiencia y organiza recorridos con la vecindad. Las endorfinas nos hacen olvidar lo que estamos haciendo. Y seguimos adelante con nuestros viajes de espaldas. Desde La Quiaca a Ushuaia, todo marcha al revés: los carteles, los ríos, los turistas, los regionales. Hasta que nuestras nucas sienten el olor de las gaviotas. Se nos terminan los caminos y el mar al vernos en sentido contrario se confunde y comienza a retirarse volviendo locos a los peces y a las botellas. Para no provocar un desastre ambiental decidimos dejar en paz al océano y no nos queda otra que volver. Quizás por haber manejado tanto tiempo marcha atrás, al vecino le salen maniobras raras justo cuando la policía caminera se despierta de la siesta.

-Deténgase, no pueden conducir así…
-Cómo…
-Marcha atrás
-Y si es lo que estamos haciendo
- No pueden hacerlo…
- Pero no ve que lo estamos haciendo
-¡NO LO PUEDEN HACER!
- USTED NOS PARÓ PORQUE LO ESTÁBAMOS HACIENDO.
-ESTABAN HACIENDO ¡LO QUE LO QUE NO SE PUEDE HACER!
-Entonces no puede multarnos solo porque usted cree que no podemos hacer lo que estamos haciendo…
-Si me siguen hablando en ese tono los voy a detener a todos

Como somos claustrofóbicos en todos los tonos, dejamos de hablarle en "ese tono" antes de que nos encerrara en el móvil. Tuvimos que suspender la marcha atrás y perdernos en una nebulosa de tráfico hipnótico manejando hacia adelante como si nos gustara. No vemos la hora de llegar al barrio, recuperar nuestra marcha de la felicidad y explicarle al resto que allá afuera creen que no somos capaces de hacer lo que estamos haciendo porque aparte de no poder hacer lo que sí estamos haciendo, está prohibido hacer las cosas que somos capaces de hacer en otro sentido. Y que obedecimos para que no nos detuvieran pero lo mismo nos pusieron una multa impagable para un barrio que subiste con lo que amasamos bajo el algarrobo milenario. De todos modos, resolvimos en asamblea muy ordinaria que dentro del ejido de nuestra comunidad seguiremos manejando como dios no manda: hacia atrás, dándole la espalda a la policía caminera que nunca entenderá lo que no tiene marcha adelante.

En el barrio de una sola calle no pensamos pagar las multas que nos ponen por ser, simplemente, personas que avanzamos al revés, vendemos pan con chicharrón en la ruta. Y comemos la vida con la boca abierta y los dientes que nos quedan.





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