Cuentos chinos narrados por un coreano
Omar Hefling
La búsqueda de alguna idea para escribir una nota que nos ponga a salvo de los sablazos de los soldados de la ignorancia me impulsó desesperadamente a recurrir a los libros en donde cualquier mal cronista encuentra un buen recurso, un robo disimulado según la destreza del redactor.
El único mérito que me adjudico en esta oportunidad fue pensar en el daño que la modernidad le hizo a occidente para que en distintas geografías de este pobre mundo las ideas que aprueban las mayorías provengan de las afiebradas mentes de liberales neo ultra derechistas.
Negacionistas, reaccionarios, ultra conservadores, un coctel fascistoide que atemoriza hasta al paisano más guapo.
Para salvar a cronistas desesperados es bueno el coreano Byung Chull Han. Gracias Byung, de puro agradecido que somos, vamos a recomendar la lectura de dos de sus buenos pequeños libros: Shanzhai y Ausencia.
Tal vez yendo muy lejos y muy atrás, encontremos un poco de aire para respirar de Han particularmente dos libros, dos ensayos sobre las diferencias de concepción del arte entre oriente y occidente. Los dos libros fueron publicados y traducidos por la gente de la editorial Caja Negra. Uno es Shanzhai- El arte de la falsificación y la deconstrucción en China editado en 2016. Parece que para los chinos saber copiar no es malo sino una virtud. El otro se titula Ausencia: acerca de la cultura y la filosofía del Lejano Oriente, editado en 2019.
Shanzhai es un neologismo chino que se refiere a la apropiación de una forma o una idea, desestimando su estatus de originalidad. Un Shanzhai es un fake, una copia pirata, una parodia. El concepto deviene inicialmente de las falsificaciones de productos electrónicos y marcas de ropa.
Pero antes de simplificar vayamos a la complejidad de una cultura. Según Han parece que Hegel no tenía bien vistos a los chinos. Los trataba de mentirosos. Los acusa de una gran "inmoralidad". A Hegel, arropado en la moralidad europea, le sorprende dice Han que nadie se toma a mal una mentira una vez que se descubre. Pero el mismo Hegel siente cierto temor por esos chinos astutos y taimados y sospecha, dice Han, de la influencia del budismo que tiene a "la nada, como supremo y absoluto, como Dios" y "exige el menosprecio del individuo como máxima perfección". Hegel entiende que tras la negatividad del vacío budista se esconde una nada nihilista.
Para Han, según su interpretación del budismo, el vacío del budismo chino refiere a la des-creación y la ausencia. Vacía y deja sin sustancia al ser. Para el petiso Kant (medía 1.53, un dato que no aporta demasiado en una discusión filosófica). Para Kant el ser es la permanencia que está en la base de todo cambio y transformación, como lo mismo. Según Han, la creencia en la inmutabilidad y permanencia de la sustancia responde a la idea de la subjetividad moral y la objetividad normativa occidentales. En cambio el pensamiento chino, desde sus comienzos es deconstructivo, ya que rompe radicalmente con el ser y la esencia. También el Tao refiere Han (que significa camino) presenta una contrafigura frente al ser y la esencia. Se ajusta a los cambios, mientras que la esencia se opone a la transformación. El proceso, con sus transformaciones incesantes, también domina la conciencia china del tiempo y la historia. Dice Han que de ahí que la transformación no esté plagada de acontecimientos, ni se desarrolle de un modo eruptivo, sino discreto, imperceptible y continuo. Y aquí se plantea la diferencia con la cultura occidental. De ahí que el pensamiento chino no conoce identidad alguna que remita a un acontecimiento único. Es en este sentido, dice Han que no existe la idea del original, puesto que la originalidad presupone un comienzo en sentido estricto. El pensamiento chino dice Han no se caracteriza por concebir la creación a partir de un principio absoluto, sino por el proceso continuo sin comienzo ni final, sin nacimiento ni muerte. Por este mismo motivo afirma Han, el pensamiento del Lejano Oriente no pone énfasis en la muerte, como Heidegger; o en el nacimiento como Hannah Arendt.
La idea del original chino no se entiende como una creación única sino como proceso infinito. No apunta a la identidad definitiva sino a la transformación incesante. El cambio, observa Han, no tiene lugar en el alma de una subjetividad artística. La huella se borra en favor de un proceso que no admite una fijación esencialista. En realidad, el pensamiento del Lejano Oriente comienza con la deconstrucción. El ser, sostiene Han, en tanto concepto fundamental del pensamiento occidental, es igual a sí mismo, no permite ninguna reproducción más allá de sí mismo.
Por lo tanto una obra de arte china nunca permanece idéntica a sí misma. Cuanto más venerada, más cambia su aspecto, más escriben los expertos y coleccionistas. La obra se transforma a través de marcas y sellos, se van superponiendo inscripciones. La obra no descansa en sí misma, más bien fluye. Se opone a la presencia, se vacía convirtiéndose en un lugar que genera y comunica inscripciones. Como la obra del conocido maestro Don Yuang que tiene un aspecto distinto durante la dinastía Ming que durante la dinastía Song. Las falsificaciones o reproducciones también definen la imagen de un maestro. Cuanto más grande es un maestro más vacía está su obra. Es un significante sin identidad que se llena constantemente de nuevos significados. De allí se desprende que no solo el estilo de una obra cambia constantemente sino también su tema. Cada época tiene una idea distinta sobre esto. Así, puede suceder que los verdaderos originales de un maestro se alejen de su obra, mientras que los falsificadores tengan más valor histórico artístico que el original verdadero.
Para la cultura china, la copia no es una avivada, es una alabanza. La gente estudia, elogia y venera una obra copiándola. Esta práctica tampoco es desconocida para el arte europeo. La copia Manet del cuadro Gauguin parece una declaración de amor, apunta Han. Las imitaciones de Van Gogh de las estampas japonesas de Hiroshige expresan admiración.
Desde los comienzos las pinturas chinas se orientan hacia las inscripciones que reciben. Al dejar superficies vacías como espacios comunicativos el artista invita al diálogo en donde solo traza una huella que sirve de guía. Para esos espacios existen los sellos con los nombres y lugares que contienen sentencias poéticas y morales. Así el emperador Qianlong allá por el 1700 debutó como emperador para inscribir en una obra la sentencia: Es difícil ser soberano.
Pero la más bonita costumbre es una que refiere Han que existe sobre los funcionarios chinos, allá por el 1300, todos eran literatos. Un maestro llamado Wang Fu muestra en su obra titulada "Despedida de un amigo en Fengcheng" un paisaje de montaña y se ve un pabellón donde se celebra una despedida. Cada amigo incorpora a través del sello un poema. La pintura aquí es un acto social, colectivo. Es para entretenerse y conversar. Y su fundamento no es la pasión de un alma poética solitaria.
También observa Han que en otros aspectos la identidad oriental resulta muy irritante para el espectador occidental. Por ejemplo, cuenta que el santuario Ise, el lugar sagrado más importante del Japón sintoísta que cada año congrega a millones de japoneses, tiene 1300 años de antigüedad. Pero en realidad este complejo de templos se reconstruye completamente cada 20 años. Esta práctica religiosa resulta tan ajena a los historiadores occidentales que finalmente tras controvertidos debates, la Unesco eliminó al templo de Shinto de la lista del patrimonio cultural de la humanidad. Según la miope mirada de los expertos el Santuario de Ise no tiene más de 20 años de antigüedad.
En su libro Ausencia, Han sigue a las piñas con el petiso Kant y otros filósofos europeos. Parece que el coreano es bueno, por lo menos muy entretenido cuando empieza a repartir piñas como carterazos. Le da al petiso, le da a Descartes y lo trata como guardián o garante de la certeza pensada como inmutabilidad. Los describe como empeñosos por darle un contorno fijo, encajarlo en formas fijas. Se trata, dice Han, de territorializar el pensar.
Y mojándole la oreja a la cultura occidental sostiene que el pensamiento oriental, en cambio sigue el impulso de situar el pensar más allá de formas fijas, de desterritorializarlo.
Y por si esto fuera poco y ya con ánimo de humillar lo explica a través de la comida. La cocina oriental misma es una cocina desterrritorializada. Todo se troza en pequeño. Los ingredientes más diversos, trozos de verdura, hongos, aves y pescados, se ensamblan en conjunciones ingeniosas. Al plato no llegan casi elementos firmes o enormes, que habría que separar con un cuchillo. El proceso de comer no es un perforar con el tenedor sino un abarcar con los palillos, además la cocina no tiene un centro. Es como si se desarmara en fragmentos o acontecimientos paralelos explica el coreano. Los múltiples manjares migran de plato en plato, los manjares son de todos y no son de nadie en particular. Así, dice el efecto que tiene esta cocina es des-subjetivizante y desindividualizante.
Y finalmente, lo trata al viejo Kant como un pensador del miedo, lo trata, entre nosotros, de cagón, dice que hubiera entrado en pánico ante una sopa ligera quejándose porque en ella hay demasiado mar y que carece de tierra firme. Las malas lenguas dicen que Kant entraba en pánico cuando en su lugar de trabajo le cambiaban un elemento de lugar. ¿Cómo podría haber resistido la vista de aquella sopa japonesa- pregunta Han- cuyo vacío y cuya nada Roland Barthes describe tan deliciosamente?
"La ligereza del caldo, fluido como el agua, el polvo de soja o de alubias que en él se desplaza, la rareza de dos o tres sólidos (tallito de hierba, filamento de verdura, trocito de pescado) que dividen al flotar esta pequeña cantidad de agua, dan idea de una densidad lúcida, de una nutrición sin grasa, de un elixir tanto más reconfortante cuanto más puro; cualquier cosa acuática (más que acuosa), de delicado toque marino, conlleva un pensamiento de manantial, de vitalidad profunda".
Finalmente, lean estos dos libros citados en esta nota, seguro que ayudarán al aparato muscular de las neuronas.
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