Daniel Willington
El agradecido – El novio de la pelota – Daniel de los Estadios
Arturo Jaimez Lucchetta


"Yo soy Talleres, porque Don Atilio, mi viejo, fue una gloria de Talleres. Él me enseñó a ser agradecido", dice el santafesino más cordobés. "Por mi viejo también me hice peronista. Él no era peronista, pero se hizo la casita con el Plan Quinquenal y nunca nos permitió ser desagradecidos", aclara el Loco Daniel, quien en los ´90 hizo campaña para José Manuel De La Sota y luego integró su gobierno.
Agradecido al General, por la casita; a Talleres, por el fútbol, a José Amalfitani por la confianza, a sus amigos y la familia, por la felicidad; Willington se regodeaba por sus multitudinarios afectos. "Dicen que los amigos verdaderos son muy pocos, pero a mi no me alcanzan los dedos de las manos y los pies para contarlos".
Más profundo y sentimental que expresivo, Daniel no era estridente y, si no fuera por su porte, pasaría inadvertido. No le gustaban los flashes ni los micrófonos: "Si hubiese sido más simpático con la prensa, tal vez hubiera jugado un mundial", cuenta lamentándose por su paso por la Selección. "No me gustaba que hablaran de mi vida privada", confesó el Exorcista, quien sabía diferenciar a los Osvaldo Ardizzone, Dante Panzeri, Diego Lucero, Ademan Rodríguez, Víctor Brizuela, quienes podían admirarlo o criticarlo por lo que pasaba el domingo a la tarde, de los "malaleche", que preferían hablar de lo que hacía por la noche.
El Exorcista, así lo bautizó Roberto Fontanarrosa, en un relato inmortal que el Negro le dedicó al Vélez campeón del Nacional de 1968, "conducido por el parsimonioso talento de Daniel Willington".
"Era una pelota, señores, poseída por el demonio. Bajaba desde el cielo, créanme, convulsa, atrapada por el efecto espasmódico contraído por un despeje largo y defectuoso o por un disparo trabado a último momento. Digo más, esa pelota, queridos amigos del viril deporte del balompie, traía consigo dos o tres efectos simultáneos: hacia atrás, hacia adelante y hacia ambos costados. Y gemía, crujía, jadeaba, emitía gorgoteos sobrecogedores. Bajaba, en suma, endiablada, hacia un señor que se llamaba Daniel Willington y que la esperaba parado, casi sobre la línea de fuera, midiéndola con la mirada torva de los que saben".
Como lo cuenta el textual del dibujante rosarino, confeso fanático de Rosario Central, Willington era capaz de vencer todos los demonios de la pelota.
Para otros más bien la enamoraba. La seducía con la cadencia danzante de los que le hacen homenaje al buen uso de la lentitud. "Daniel es un adúltero, se puso de novio con la pelota", comentó el periodista y odontólogo, José Ademan Rodriguez, por la vieja LV3. El suceso fue muy recordado en tiempos donde la radio era el medio de comunicación más popular y sin demasiado lujo de archivo. Parece que la esposa de Willington no escuchó la frase completa y confundió la metáfora con una infidelidad pura y dura. "Che Negro culiau, que carajo dijiste en la radio que la patrona me quiere echar de la casa", le preguntó cabreado Daniel, a uno de sus periodistas preferidos.
Daniel Willington tenía una habilidad y una ductilidad, que contrastaba con su imponente fisonomía de marcador central o centrodelantero. Pero nada sorprendía más que su puntería, su capacidad para poner la pelota en el lugar preciso en que había pensado ponerla. "Cuando pateaba un tiro libre, el Daniel le pegaba y se daba vuelta para festejar; sin mirar, ya sabía que era gol", contaba el relator Rubén Torri, quien inmortalizó el disparo de 40 metros que Willington colgó del ángulo en el Gigante de Alberdi, contra Belgrano en la final de 1974. "La pelota se estiró, parecía de rugby, se le podía ver la marca", decía el Chino Torri en un relato eterno que aún puebla el inconsciente colectivo del hincha de Talleres y la amargura solitaria de Héctor Tocali, arquero del Pirata y víctima de la perenne conquista.
Por aquel gol y otras genialidades, el periodista Nilo Neder le dedicó un poema, que se transformó en su apodo. "Daniel de los estadios".
Yo te saludo Daniel de los estadios
y te agradezco
por ellos y por mí
no por el gol de un triunfo ambicionado
sino por todo
por el juego del poeta y del célebre
por el canto de un pueblo
que olvidó colores
y gritó tu nombre para llamar al fútbol.
Yo te saludo Daniel de los estadios
por tu juego
por tu ciencia
por tu arte
por tu fútbol
por la fiesta de todas las tribunas.
Luego de la puñalada aguda del canto - grito inconfundible de Rubén Torri, por la radio: "¡Gollllll!" y el emotivo poema de Nilo Neder, Daniel Salzano eternizó con su pluma insuperable, aquella conquista de su tocayo:
"Hacés grandes esfuerzos pero, por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta.
No te acordás, por ejemplo, si el partido se jugaba a la luz del Sol o de la Luna y tampoco quién era el adversario.
Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willington retrocedió dos pasos, que onduló su pesado perfil de dandi provinciano y que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.
Sacudida por una descarga eléctrica, cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de Epec, la pelota recorrió los 40 metros que la separaban del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y, al clavarse en el rincón de las arañas, desencadenó un huracán de fuegos artificiales.
Desde entonces, en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de Estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado. El gol de Daniel Willington, sin embargo, continúa siendo eterno.
Lo corrobora una encuesta publicada por el diario, una encuesta empeñada en determinar cuál ha sido en la historia de la ciudad su deportista más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero, Willington; después, nadie. Y después, nuevamente Daniel Willington.
En realidad, no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente comenzó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta".
El Daniel de los estadios y de los bares, del tango, del bowling y del billar. El Daniel de los amigos. El Daniel del pueblo.
Amigo de los más grandes del tango como Osvaldo Pugliese, Floreal Ruiz, Roberto Goyeneche, Roberto Rufino, amigo del vendedor de banderines del Fortín. Sí, aún cuando ya era uno de los diez futbolistas mejores pagados del país, a la par de Amadeo Carrizo, Ermindo Onega, Antonio Roma, Ubaldo Rattín, se seguía juntando con Piraña. Nunca se olvidó de Piraña. Con él iban a las milongas y llevaban los violines de la orquesta de Pugliese.
Bailaba como jugaba, jugaba como bailaba; fumaba y tomaba vino, pero el miércoles volvía a las prácticas y el domingo la rompía. Siempre por la sombra como dice el mito o por donde él quisiera. "Eso de que jugaba por la sombra, o que vivía de joda son todas macanas. Jugué en primera más de 20 años porque siempre me comporté como un deportista, que querés que hiciera a los 22 años, que me quedara en casa. No, yo me bailaba todo, está mal eso".
Tenía razón el Loco, si hasta Pelé reconoció después de un amistoso que jugó el Santos contra Vélez que Willington era un crack: "Hoy he enfrentado al mejor jugador del mundo", declaró O Rey, luego del partido inaugural de las torres lumínicas del Fortín, el 6 de diciembre de 1969.
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Bailaba y cantaba. No se la creía. Sabía que era solo un aficionado del canto, que cantores eran sus amigos, el Tata y el Polaco. Muchos recuerdan las noches y trasnoches en la Pizzería Don Luis (Museo de la pizza) donde Daniel interpretaba "Mis Consejos" de José Manuel Crisóstomo Sánchez.
¡Muchacho!
Si pudieras darte cuenta,
Cómo broncan los cuarenta,
Cuando encanece la testa
Y entra a fallar el timón...
Burros, timbas y quinielas,
Bailes, copas, damiselas,
Son placeres de ocasión...
La vida...
La vida del calavera,
Es un frágil cigarrillo
De traidoras espirales...
Primero da fuego y brillo,
Después, te encanan los grillos
Hasta hacerte gritar: ¡Madre!
¡Madre!... Y corrés a buscarla
Y entre sus brazos caés.
Pero si ya la has perdido,
Con el corazón vencido
Decí, muchacho: ¿Qué hacés?
Amigo de Oscar Natalio Bonavena, quien lo convenció para jugar en Huracán y brilló en una goleada contra San Lorenzo. Pero el sueño de Ringo se truncó demasiado rápido: "Yo ocupaba el lugar de Babington y el Inglés era para Huracán lo que yo era para Vélez o Talleres".
Campeón, jugador más valioso, goleador en Talleres y en Vélez, entrenador de un ascenso del Matador, ciudadano ilustre de Córdoba y de Liniers, tiene su monumento a la par de don Pepe Amalfitani en el Fortín y la popular Norte del estadio mundialista Mario Alberto Kempes en La Docta. Pero sobre todo tiene el respeto del hincha por encima de los colores y de comunicadores como este cronista.
Este cronista no lo vio jugar en la cancha, pero lo vio jugar en la vida. Este cronista que desde su pequeñez, guarda dos anécdotas que pintan al Daniel de cuerpo y alma. Una cuando lo entrevistó para preguntarle sobre un supuesto romance con Mirtha Legrand y otro cuando lo recibió en la unidad coronaria del Instituto Modelo de Cardiología y le dio una nota para Cadena 3.
Sonriente y algo enojado, irónico y amistoso, nunca confirmó ni negó el rumor sobre su encuentro con la diva de los almuerzos. "Pasaron muchos años. Siempre los futbolistas y las mujeres de la farándula nos encontrábamos..."
Lleno de cables y monitores, convaleciente de un infarto, permitió la irrupción clandestina de este periodista en un lugar restringido. Entendiendo la importancia del reportaje para el comunicador, accedió a la entrevista y respondió con simpatía, haciendo chistes sobre lo cerca que estuvo de pasar al otro plano. "La Parca me tiró el guadañazo, pero la pude gambetear"
Agradecido escribe el cronista. Le escribe a Daniel, el agradecido. Le escribe al novio de la pelota. Le escribe al Daniel de los estadios. Le escribe al Exorcista. Le escribe por fin, al que nunca escatimó un pase, un gol, un abrazo, una broma, una ironía.
Gracias por la gratitud, Loco. Daniel Inmortal.
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