De ignorantes y engreídos

10.10.2025

Luis Eliseo Altamira


Interesado por la historia de la naturaleza desde chico, Charles Darwin se recibió en Cambridge, en 1831; tras lo cual, el botánico John Stevens Henslow, su tutor en la casa de estudios, le propuso acompañar al capitán del HMS Beagle, un tal Fitz Roy, en una proyectada vuelta al mundo.

Zarparon en diciembre de aquel año y navegaron hasta 1836, desembarcando en tierras del Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, etcétera. Al regresar a Londres, el joven Darwin traía consigo una inmensidad de datos botánicos, zoológicos y geológicos, así como diversas colecciones que incluían a tres tortugas de las Galápagos (una de las cuales murió en 2007).

Charles se instaló entonces en Down, con el propósito de atar cabos entre todo aquello. Diecisiete años después publicaba El origen de las especies, volumen en el que argumentó la tesis de que todos los seres vivos tienen una procedencia común y que las variedades que se observan en la naturaleza son el resultado de la selección natural.

El caso es que en 1832, en los comienzos de aquella aventura, Darwin llegó a la desembocadura de nuestro Río Negro, iniciando un recorrido a caballo por la pampa, en compañía de gauchos que oficiaban de guías y protectores ante un eventual ataque de los indígenas. "Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades – apuntó poco después -. No me he encontrado un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia".

Traducimos, a continuación, el diálogo mantenido por el inglés con un tal Inodoro Pereyra, a la puerta de su rancho, en las inmediaciones de Salelirecacó:

- ¿No haber sentido usted de un gliptodonte por acá?

- ¿Si sentí un grito dónde?

- Nou, nou, digo si no ver un gliptodonte.

- He galopiau leguas y no vide nada de eso.

- Oh nou, nou. Usted no poder verlo. Gliptodonte estar bajo tierra.

- Ajajá… hai de ser una especie de vizcacha. Deje que le enyene la cueva de agua y sale como tejo.

- El gliptodonte hacer cientos y cientos de años que estar enterrado.

- Entonces, amigazo, hágale caso a este gaucho… No lo busque más… Ese animal está muerto.


En El espejo chino, antiguo relato recopilado por Jean Claude Carriere (co-guionista de Buñuel en filmes como Belle de Jour y El discreto encanto de la burguesía), un campesino va a la ciudad a vender su cosecha de arroz. Su mujer, antes de partir, le pide que le traiga un peine. Ya en la ciudad, el hombre vende su cosecha y se va a beber con otros campesinos. Cuando se dispone a regresar, recuerda que su esposa le ha hecho un pedido, pero no puede precisar qué. Finalmente ingresa a una tienda para mujeres y, sin mirar bien, compra un espejo. Al llegar a su casa, se lo entrega y se va al campo a trabajar. La mujer toma el espejo, lo mira y se echa a llorar. La madre le pregunta por qué llora, y ella le responde: "Mi marido ha traído a otra mujer". La primera toma entonces el espejo y, después de mirarlo, le dice: "No tenés por qué preocuparte, es muy vieja".


"Yo no sé leer un libro en inglés y para mí está hecho de hojas en blanco. Pero esto no significa que no exista el inglés y ¿por qué iba a echar la culpa a otro y no a mí mismo, por no entender algo de lo que no tengo ni idea?", decía Pablo Picasso, en referencia a las personas que criticaban al cubismo por no ver nada en él. "Por otro lado, ¿por qué nos gustan las flores, la noche, sin que intentemos comprenderlos? Pero, cuando se trata de un cuadro, la gente cree que tiene que comprender. En todos los objetos y acciones se quiere encontrar un sentido. Es una enfermedad de nuestro tiempo que, a pesar de hacer él mismo muchas cosas sin sentido, se cree más sensato que cualquier otro tiempo".