Desvíos hacia la ciudad de 1623

10.10.2025

Víctor Ramés 


¿Cómo se conectan en un mismo trayecto de tres siglos un libro sobre el miedo religioso al chocolate, los repositorios de manuscritos del Vaticano, y un archivo sobre la Descripción de las Indias, donde se menciona a la Córdoba de 1623?

Antonio de León Pinelo
Antonio de León Pinelo

Relamerse, para empezar

Entre los productos que pusieron a Europa de rodillas ante la exuberancia de la tierra americana, se contó el cacao. Antigua bebida ceremonial y moneda entre pueblos mesoamericanos, llegó más tarde, refinada por la culinaria en torno a reyes y a papas, a estadios supremos del sabor y a un lugar de honor en la repostería universal.

En su obra publicada en 1636, "Cuestión moral: si el chocolate quebranta al ayuno eclesiástico", el historiador y jesuita español Antonio de León Pinelo buscaba absolución a las probaditas del delicioso producto del cacao, para no desfallecer los viernes santos, al honrar a Dios, teniendo que abstenerse de ingerir bocado. El cacao fue llevado de México en el siglo XVII, y Europa vio desatarse un consumo progresivo de esa bebida que se tomaba caliente. Debido a su difusión y al poder excitante en el ánimo y en el disfrute de quienes la bebían, la iglesia -atenta siempre a reprimir placeres- se metió en el tema y acabó enredada en fuertes discusiones internas respecto a ese producto.

León Pinelo, nacido en Valladolid, tenía origen judío y era muy chico para recordar a su abuelo quemado en un público auto de fe en Lisboa, en 1596. El joven converso fue llevado por su familia, para mayor seguridad, al nuevo continente en 1604, cuando tenía unos nueve años. La familia residió en el Tucumán y en Charcas (hoy Sucre). Luego los León Pinelo se trasladaron a Lima, donde Antonio estudiaría con los jesuitas en la Universidad de San Marcos y tomaría los hábitos dentro de la orden.

En los tiempos de la aparición de su libro, la fiebre del chocolate -nos cuenta el catedrático español Antonio Rubial García- había formado dos bandos en Europa, y buena parte de la discusión tenía que ver con la visión de América como una tierra demoníaca: "Los detractores consideraban todo lo americano como decadente, putrefacto, imperfecto; contra ellos, los defensores exaltaban sus bellezas y bonanza, su fertilidad y sus virtudes. El chocolate, producto americano, no escapó a esta magna discusión y los argumentos sobre los perjuicios que su ingestión ocasionaba a la salud se convirtieron en un tópico más acerca de los males que venían de América." Por su parte, la estudiosa de las carmelitas María Mercè Gras i Casanovas encontró textos en los que a la bebida indiana le eran atribuidas "una calidad y una exquisitez extraordinaria, al punto de llegar a conjeturar que un manjar tan regalado, forzosamente debía ser pecado, y que se encontraba en las antípodas del rigor y el ascetismo que debía perseguir todo buen cristiano."

La iglesia llegaría a prohibir el consumo de chocolate, al menos bajo el techo de las casas de Dios, hacia fines del siglo, en 1681.

Entretanto, la bebida se defendía a sí misma por encima de cualquier sermón, y era adoptada compulsivamente por los consumidores europeos.

En el prólogo del libro publicado en Madrid en 1636, y luego de las palabras favorables de los censores y la dedicatoria a su protector, Antonio de León Pinelo (ahorraremos al lector la grafía y ortografía antigua) anunciaba:

"Y así advierto, que por ser aquí la cuestión de una bebida artificial y de las Indias y llamar los argumentos la mención de otras; no solo no me he abstenido de tratar de ellas, sino que de intento, y con particular estudio, valiéndome de mis noticias, he aplicado la resolución moral a las bebidas principales que ha inventado el arte, o el deleite, y se usan en las cuatro partes del Mundo, y más en el Nuevo de las Indias."

Entre las bebidas a que se refería Antonio de León Pinelo, se contaban el aguardiente, el aguamiel, el arrope, el almíbar, el aceite, la chicha, la cerveza, la limonada, la leche, la miel, el néctar, el pulque, el suero, la sidra, el vino, el vinagre, y hasta la yerba del Paraguay. Y en el índice alfabético de su libro, por temas, aparecían asuntos como las formas de preparación, las calidades, las mezclas, los países de los que proceden los frutos y, en relación al chocolate, se trataban varios aspectos: sus calidades morales (si incita a la lujuria, o si el beberle es acto de nobleza) de qué otras formas es posible consumirlo, si es sustento, y por qué se lo bebe, si con fin medicinal, si por sed, si por vicio o regalo, etc. Se detiene, de paso, en el uso de las pelotillas de tabaco, otro producto natural de las Indias cuyo uso fue regulado por la iglesia. Entre otras cosas, explicaba León Pinelo, hubo concilios que prohibieron el tabaco antes de la comunión, y especificaban que no se debía comulgar "después de escupir". Y, por supuesto, el tema del ayuno tenía su sección especial que lo definía, lo regulaba, lo analizaba, con menciones a otros productos permitidos durante la abstinencia (como los caracoles), o que la quebrantaban sin producir escándalo al precepto.

Dan ganas de quedarse un rato más en la dulce compañía del chocolate y sus avatares en la Europa católica barroca, pero lo cierto es que la obra de León Pinelo se transmuta aquí en pasaje hacia otra obra, detrás de la cual se encaminan estas líneas. Al tratar sobre la tirantez moral entre el chocolate y el ayuno, el escriba hispanoamericano se detenía a citar un libro que había de permanecer desconocido por los siguientes trescientos años. Allí se lee que:

"Fray Antonio Vázquez de Espinosa, Religioso de la Orden de N. Señora del Carmen, y muy versado, y entendido en todas las materias de Indias, por haber estado muchos años en el Perú y en la Nueva España, de que sacó muchos papeles, mapas, y relaciones en esta Corte, que sirvieron en negocios importantes, y tenía comenzada a imprimir la Descripción de las Indias, de que hago mención en mi Biblioteca, cuando murió; privándonos su muerte de la obra de más provecho que tuviéramos en la materia."

Es precisamente a esa obra, al manuscrito que León Pinelo había leído con provecho y que se consideró destruido durante un período de mucha convulsión histórica, que nos dirigimos. Aquí daremos un rodeo, ya que se presenta un nuevo desvío antes de llegar al texto en cuestión, por imperio de la historia y, asimismo, del relato.

Charles Upson Clark
Charles Upson Clark

Un inédito de 1629 vio la luz en 1919

Fue el investigador Charles Upson Clark (1875–1960) entonces profesor de historia en la Universidad de Columbia, quien halló el manuscrito de la obra "Compendio y Descripción de las Indias Occidentales", escrito en las primeras décadas del siglo XVII por Antonio Vázquez de Espinosa. Con patrocinio del Instituto Smithsoniano, Clark tuvo acceso a repositorios de archivos muy antiguos en Europa, donde descubrió varias viejas joyas manuscritas o impresas de los siglos XVII y XVIII. Metido a escudriñar la biblioteca Barberiniana de Roma, encontró documentos con títulos y autores claramente expuestos, así como un manuscrito que había sido catalogado como anónimo. El documento fue adquirido por el Cardenal Barberini en España, en el primer cuarto del siglo XVIII.

En el prólogo escrito para la edición del manuscrito por el Instituto Smithsoniano, a mediados de los cuarenta del siglo veinte, describió Upson Clark los hechos que rodearon el importante hallazgo en el archivo vaticano, con el que el investigador tenía una larga relación:

"Recibido con la cortesía habitual por los directores de la Biblioteca Vaticana donde como estudiante trabajé en manuscritos, de 1898 a 1901, y como Director de la Escuela Estadounidense de Estudios Clásicos de 1916 a 1919, empecé a tomar el inventario de la Biblioteca Barberiniana, adquirida hacía poco tiempo. Bajo la categoría de «Indias" hallé dos obras: la primera era un «Libellus de medicinalibus Indorum plantis» del año de 1552, ilustrado con 186 acuarelas de plantas empleadas por los aztecas en medicina, cada una con su nombre nahuatl y con un comentario en latín, siendo el trabajo, en su totalidad, obra de indios aztecas discípulos de los Franciscanos. Es el primer libro genuinamente americano ilustrado sobre botánica y medicina y fue publicado en 1940 por la John Hopkins Press, de Baltimore, con el título de "The Badianus Manuscript", ilustrado con facsímiles en colores y con un comentario de la Dra. Emily W. Emmart."

Por puro afán bibliófilo y admiración hacia esa labor de investigación y descubrimientos es que seguimos cediendo el timón a Upson Clark, para saber cómo entró en contacto con el siglo veinte el texto en cuestión. Volvemos con él a la Biblioteca Barberiniana y a 1919.

"La segunda obra era un manuscrito enorme: «Compendio y Descripción de las Indias Occidentales». Se clasificó como «Anónimo», observando el que tomó el inventario que el nombre del escritor no aparecía en pasaje alguno, pero que sería fácil identificarlo porque una parte de la obra estaba impresa. Cuando examiné el manuscrito juzgué inmediatamente que las hojas impresas eran pruebas y que tenía que habérmelas con un libro cuya impresión había sido interrumpida. 
Pero existía siempre la posibilidad de que algún bibliófilo hubiera podido obtener estas pruebas y de que su secretario copiara el resto después de la publicación del libro."

La vida del estudioso no es de mucha acción. Son horas de biblioteca, sostenidas y llevadas por la capacidad y el interés de hallar documentos valiosos que no habían sido antes cuidadosamente revisados e identificados. Es de imaginar la satisfacción de Upson Clark al estar palpando una revelación de siglos demorada en un archivo.

"Por la falta de tiempo no osé empezar una indagación minuciosa de la personalidad del autor, pero observé que la parte impresa tenía un capítulo sobre los idiomas quichua y aimara. El Dr. Paul Rivet, el eminente antropólogo francés, que se interesaba especialmente en estos idiomas, me había pedido que le enviase cuanto hallara sobre ellos; por consiguiente, pensé que él podría fácilmente identificar al autor con ese capítulo. Así, pues, lo copié, lo envié a Rivet y proseguí mi viaje a España, ya que mi comisión era solamente para un año. De paso hallé en el Archivo de Indias el documento más viejo y más largo en un dialecto maya (Pocomam) y en Pipil: el libro de cuentas de S. Juan de Amatidan de 1559 a 1562, del cual una copia se encuentra, con muchos otros de mis hallazgos inéditos, en la Biblioteca de la Smithsonian, en Washington.
Pero una carta del Dr. Rivet me informó que, aunque creía conocer todo lo impreso sobre el quichua y el aimara en esa época (era claro, por las fechas, que el manuscrito era de 1628 a 1629), este capítulo era nuevo. Mi colega de estudios en Sevilla de 1929 a 1930, el Dr. Ernst Schafer, docto historiador del Consejo de Indias, pensó que quizá era la obra perdida de León Pinelo sobre las Indias. En todo caso, tanto Rivet como Schafer me instaron a proseguir el estudio del manuscrito."

El hallazgo del doctor Upson Clark fue cobrando importancia, y el proceso referido al manuscrito del fraile indiano Fray Antonio Vázquez de Espinosa se tomó casi una década y media antes de su primera publicación. "Deseábamos publicar el texto español con mi traducción inglesa en 1942, pero la subvención no permitió el gasto", explicó Upson Clark. Recién en 1944 el Instituto Smithsoniano publicó la transcripción original en castellano de la obra de Vázquez, donde se halla una descripción del Tucumán por el religioso carmelita. Respecto a sus valiosos pasajes, anotó Upson Clark sobre el fraile Espinosa: "Por ejemplo, sus descripciones de Tucumán y de Paraguay parecen ser las de un testigo ocular, pero no hay referencia personal ni siquiera para Chile, aunque dice que pasó la mejor parte de su vida allí." La importancia del hallazgo fue calificada por su descubridor y transcriptor, como mucho más que una curiosidad histórica. Señaló Upson que su principal valor era geográfico, ya que aportaba "un viaje descriptivo de la América española en 1612 a 1621 tan detallado que puede servir como autoridad, aun en cuestión de fronteras históricas".

La ciudad de Tucumán según Guaman Poma de Ayala, 1615.
La ciudad de Tucumán según Guaman Poma de Ayala, 1615.

El padre Vázquez, notas para su biopic

El nombre de Vázquez recién se conoció al publicarse su "Compendio" en 1942 en inglés, y en castellano en 1944, por el Instituto Smithsoniano de Washington. Su identidad se rearmó en el siglo veinte, a base de datos y recortes disponibles. De allí surge que Antonio Vázquez de Espinoza era un fraile carmelita descalzo que vino a América y habría permanecido entre 1608 y 1622. De la propia lectura de su obra se sabe que estuvo en Nueva España (Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Ciudad de México, Valladolid y San Luis Potosí) antes de seguir a los países de Centroamérica, de donde pasó a Sudamérica, demorándose en Quito y el Perú. Fue en esa ocasión que recorrió el Tucumán y el Paraguay.

Por fuera de la propia obra de Vázquez, acerca de lo básico sobre su vida antes de venir a América, provee datos la Real Academia de la Historia de España, indicando su nacimiento en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), alrededor de 1570 y su muerte en Madrid en 1630. Perteneció a la orden del Monte Carmelo, enseñó Teología durante seis años y fue censor del Santo Oficio. Escribió también las obras "Confesonario general, luz y guía del cielo y método para poderse confesar", el "Tratado verdadero del viaje y navegación" (1623), y "Sumario de Indulgencias" (1623). Reconocido como cronista y geógrafo de América, el manuscrito hallado en la Biblioteca Barberini del Vaticano fue su legado de mayor importancia.

Allí Fray Antonio Vázquez manifestaba que su objeto principal era "la descripción de las provincias", y una buena dosis de entretenimiento "para que halle de todo el lector en qué divertirse", no olvidando introducir algún "caso notable… que sirva de postre".

Investigadores contemporáneos han puesto en duda su participación personal en las descripciones, en particular las correspondientes al capítulo Descripción del Reino de Chile. La lectura misma, al menos, no denuncia una ausencia del cronista, y sería, de confirmarse esto, un motivo más de admiración para su capacidad literaria, al transmitir esa proximidad a los lectores.

Siguiendo algunos hitos de su viaje sudamericano, surge de su relato que, tras haber recorrido varios lugares de México, visitó en 1613 León, Nicaragua, por primera vez; que en 1614 conversó con mineros en San Antonio de Zaruma, Ecuador, y que enfermo, en 1615, se curó en los baños de Cajamarca. Asimismo, reportó en su texto haber visitado en 1616 Huanuco y Chavin, cerca de Huailas, e inspeccionado las minas de Huancavelica, habiéndose hondamente sorprendido ante las ruinas de Pucara. Habría pasado los años de 1617 a 1619 en el Perú y quizá en Chile. En 1617 estaba en Chincha y se desvió en el desierto al Sur de Pisco, manifestando asombro luego ante el volcán de Las Ubinas, y el Miércoles de Ceniza de ese mismo año estuvo a cuatro leguas de Aucara. En 1618 dijo misa cerca de Arequipa, el día de la Presentación. Visitó Arica e inspeccionó aldeas de nativos en su vecindad, llegando a provocar el incendio de una aldea donde los indios eran todavía idolatras. Pasó la Cuaresma de 1619 en Lima, para regresar luego al Norte en 1620, llegando en 1621 a la ciudad de Guatemala.

Evidentemente, si se sigue el recorrido, en algún período de sus desplazamientos, posiblemente entre 1619 y 1620, recorrió Vázquez las tierras del Tucumán, descendiendo desde el Potosí y haciendo su primera estancia en tierras de la actual provincia de Jujuy. De allí, el camino descripto en su obra, pleno de apuntes valiosos sobre los pueblos del Noroeste argentino, lo condujo a Córdoba, centro del país.

Dibujo de Florian Paucke, Córdoba en 1739.
Dibujo de Florian Paucke, Córdoba en 1739.

Nosotros cuatro siglos atrás

Al fin, el último de los textos dispuestos como tejas, del chocolate a la cita, del estudioso al manuscrito, de la biografía del autor a lo que escribió este sobre Córdoba, será el que cierre el círculo. El capítulo treinta y ocho del "Compendio y Descripción de las Indias Occidentales" se titula "De la ciudad de Córdova de la Nueva Andalucía provincia del Tucumán, y lo que contiene en su distrito". Es su voz la que nos guía ahora, en este viaje de libro en libro, dando un rodeo para acabar lo más cerca posible de tres siglos atrás. Escrito en 1628-1629, hay que considerar que retrata a Córdoba en 1623.

Bajando desde Santiago del Estero, se llegaba a la reducción de Acuña y de allí a la capital cordobesa, "que es la mayor y mejor que hay en la Gobernación". En el Totoral y otras poblaciones vecinas a la capital, anota Vázquez de Espinosa la artesanía textil: "hay algunos obrajes de jerguetas, sayales, cordellates, sombreros, y mantas para indios".

La ciudad de Córdoba "es de buen temple, tiene invierno, en el cual nieva, y verano que es muy regalado por ser fresco". Fue fundada "en un llano a la ribera de un caudaloso río, y para que esté segura de las inundaciones de por aquella parte le han hecho fuerte muralla". Describe luego la profusión de edificios religiosos de la capital:

"La ciudad tendrá 500 vecinos españoles, sin cantidad de indios, y negros de servicio, toda la casería es de maravillosa fábrica de piedra. Las calles muy derechas, coge sitio de una populosa ciudad en la cual hay una muy buena iglesia mayor, con conventos de Santo Domingo, San Francisco, La Merced, y dos Casas ricas de la Compañía de Jesús. El noviciado, y la casa profesa, que tiene un famoso Colegio a modo de Universidad, en que se lee Gramática, Artes, y Teología, donde se gradúan de todos grados; hay otro colegio en el cual hay de ordinario 40 colegiales de vecas azules*, tiene tres monasterios de monjas, uno de Santo Catalina de Siena sujeto al ordinario, otro de religiosas descalzas del orden de nuestra señora del Carmen, que se dice Santa Teresa de Jesús, el cual fundó en las casas del General don Pablo de Meneses una nieta suya, e hija del Capitán Joan de Tejeda. El Convento de Santa Clara fundó fuera de la ciudad una hermana de Tristán de Tejeda que es el más moderno, hay un hospital para curar los pobres enfermos, este es pobre y para tan santa obra fuera justo se le ayudara. A la salida de la ciudad hay una ermita del glorioso San Roque."

La crónica enumera los productos de huerta, frutales, viñedos y jardines, y el sistema de regadío que los abastece:

"La tierra es abundante de trigo, maíz, garbanzos, y otras semillas, y raíces, como son papas, camotes que son patatas, achiras, y otras. Hay todas las frutas de España, como son peras, melocotones, duraznos, albérchigas, albaricoques, membrillos, granadas, higos, guindas naranjas, cidras, toronjas, limones, frutillo de Chile, y otras frutas, hay cantidad de viñas con todos géneros de vidueños de uvas blancas, y negras, hay muchas rosas, todo lo más del año claveles, y otras flores olorosas. Las huertas, jardines, viñas, y sembrados, que tiene en el contorno la ciudad, se riegan con el agua de una grande acequia que se saca del río, arriba de la ciudad más de dos leguas, la cual todos los años limpian más de 400 indios, y negros, porque con ella fertilizan sus campos, y sembrados, después pasa esta acequia por Santo Domingo, y de ella se sacan otras muchas acequias para el abasto, y servicio de la ciudad, y después pasa por medio de la plaza de ella, donde hay un Castillo pequeño como fortaleza."

Se suman al retrato cordobés productos y artesanías para la vida diaria:

"Hay dos atahonas dentro de la ciudad y fuera algunos molinos para moler el trigo, tiene algunos telares, donde se tejen, y hacen mantas pintadas, que es ropa de que visten los indios. Cerca del convento de San Francisco cantidad de algarrobos los cuales están todo el año verdes, y llenos de algarrobas, es muy abundante y abastecida de todo lo necesario para la vida humana, con buenas campañas donde se cría todo género de ganado, es de mucho trato, respecto de ser esta ciudad escala de toda aquella tierra para el Tucumán, Buenos Aires, y el paso forzoso del Reino de Chile, de donde viene mucho ganado por la provincia de Cuyo, de carneros, cabras, que se llevan para Potosí; de la ciudad de Santa Fe traen mucho ganado vacuno."

Se mencionan en ciertos pasajes poblaciones importantes de la provincia, a nombre de encomenderos o caciques, y comarcas "que son más de cuarenta". Aparecen así don Pedro De Cabrera y Joan de Tejeda. Destaca "Quilambe que está a 12 en la sierra, y Siquiman, Costasacate, 8 leguas camino de Buenos Aires", y Río Tercero "donde está la reducción de don Rodrigo de Guzmán"; el Río Cuarto se encuentra a "30 leguas hacia Chile, en cuyas riberas hay otras reducciones, en todas las más de ellas hay mucho algodón y se labran así de él, como de lanas, sayales, gerguetas, lienzos, sombreros, fresadas, y otras ropas para indios".

La descripción de Córdoba por Vázquez de Espinosa concluye señalando la pesca que provee el río (mojarras, bagres, sábalos, dientudos, y otros), hace referencia a la producción de las sierras y valles que contienen minas de plata, y en la enumeración final reseña "por todas aquellas llanadas y pampas muchos caballos, y yeguas cimarrones, guanacos, y venados en tanta cantidad que cubren la tierra, los cuales tienen muy buenas piedras vezares, muchos avestruces, perdices, codornices, palomas, tórtolas, quirquinchos y otros animales, y aves que fuera proceder en infinito el referirlos".

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*"Vecas" o, más comúnmente "becas", era el nombre que se les daba a unas bandas de tela que, como distintivo colegial, llevaban los estudiantes sobre el pecho, con los extremos colgando por la espalda. Sus colores eran adoptados por tradición.





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