Documentar efímeras ciudades
Aníbal Buede

Hace un mes me crucé con Materiales sensibles, el último libro de Sebastián Maturano en el que a través de una serie de ensayos nos invita a pensar una ciudad (esta).
Uno de los capítulos está dedicado al fenómeno de la gentrificación y toma a modo de resistencia una sandwichería cultural en el centro de Córdoba, nuestro Un mundo feliz.
En esa lectura recordé inmediatamente otro libro, Los fantasmas de mi vida, de Mark Fisher, que en mi caso opera a modo de oráculo. Coincidentemente también son ensayos escritos durante 10 años y que fueron publicados en revistas y en su blog k-punk. En una de las entradas Fisher toma como referencia militante ante el avance gentrificador, un fanzine producido por Laura Oldfield Ford alrededor de 2005. En esta oportunidad la ciudad en cuestión es Londres.
20 años de diferencia, dos ciudades separadas por 16.000 kilómetros pero con similitudes que me empujaron a un (nuevo) ejercicio de profanación. Cruzar párrafos entre uno y otro capítulo. Maturano-Fisher, Córdoba-Londres.
Aquí van.
* Materiales sensibles. Escritos sobre arte, literatura y política. Sebastián Maturano. Editorial UNC. 2025
** Los Fantasmas de mi vida. Mark Fisher. Editorial Caja Negra. 2018. (Primera edición 2013).
* Un mundo feliz es, como todo el mundo sabe, una novela de Aldous Huxley; y es también, desde hace un par de años, un bar de la ciudad de Córdoba. Y ese bar es una manera de viajar en el tiempo, a la vez que dice algo de hoy.
Aun en su precariedad, o por eso mismo, Un mundo feliz propone, queriendo o sin querer, otra cosa. En la gentrificada ciudad, los bares se transformaron en lo que es hoy Nueva Córdoba o el Güemes Soho: galerías y locales de diseño con gente de tendencia cool, nuevos y viejos ricos, hijos de sojeros con hijos de viejas familias patricias decadentes, locales de comidas exóticas, café de especialidad y fast food refinada, todo esto con una estética que cruza favela y Palermo Hollywood: enchapados top, street art para galeristas, marchanes, periodistas culturales crema y público aspiracional, donde en un tiempo abundaron locales con nombres como Insurgentes, Okupas, Favela al lado de platos de rabas, papas fritas, bruschettas y pizza con rúcula. De hecho, así como la pizza con champagne definió una imagen del menemismo, pizza con rúcula y cerveza fresca para la sed fue la síntesis de la cultura kirchnerista en su versión de precarización laboral y gastronómica durante su apogeo económico.
** "Pienso que mi trabajo es diarístico; la ciudad puede ser leída como un palimpsesto, compuesto por capas de borraduras y sobre-escrituras", ha dicho Laura Oldfield Ford. "La necesidad de documentar la naturaleza efímera y transitoria de la ciudad es cada vez mas urgente, en tanto el proceso de cercamiento y privatización continua creciendo." La ciudad en cuestión es, por supuesto, Londres, y Savage Messiah, de Ford, ofrece una contra-historia samizdat del capital durante el periodo de la dominación neoliberal. Si Savage Messiah es "diarístico", también es mucho mas que una memoria. En uno de los muchos ecos de la cultura punk, Ford llama a Savage Messiah un "fanzine". Ella comenzó a producirlo en 2005, luego de ocho anos de gobierno del Nuevo Laborismo, que más que revertir el thatcherismo, lo consolidó. El contexto es desolador. Londres es una ciudad conquistada que pertenece al enemigo. "Los edificios traslucidos de Starbucks y Costa Coffee delinean estos resplandecientes paseos; 'jóvenes profesionales' se sientan afuera y conversan gentilmente en tonos empáticos." El animo dominante es de restauración y reacción, pero se refiere a si mismo en términos de modernización, y denomina su tarea divisoria y excluyente -que vuelve a Londres segura para los super ricos- regeneración. La lucha por el espacio es también la lucha por el tiempo y por quien lo controla. Si te resistes a la modernización neoliberal (así nos dicen) te relegas al pasado.
* En Un mundo feliz sucede algo parecido a la fiesta en tiempos mileístas. Como otros espacios comerciales de la ciudad que albergan expresiones culturales parece estar en ruinas, las ruinas de un tiempo que no sucedió, en donde el tiempo quedó detenido, quizás por eso suenan clásicos del rock y el punk junto con la nueva música urbana.
** "Mientras escribía los fanzines", recuerda Ford, "vagaba a través de Londres asediada [haunted] por las huellas y los restos de las raves, por escenas anarco-punk y por las subculturas híbridas, en una época en la que todos esos esquemas incongruentes de regeneración urbana estaban en marcha. La idea de que me movía a través de una ciudad espectral era realmente fuerte; como si todo lo prosaico y soso de la versión neolaborista de la ciudad fuera resistido por los fantasmas de la arquitectura brutalista, la cultura convoy de los noventa, las escenas de las raves, los movimientos políticos de los ochenta y una virulenta economía en negro de cartoneros, vendedores ambulantes y ladrones de tiendas. Pienso que el libro puede ser visto en el contexto de las secuelas de una época, en el que los residuos y las huellas de momentos eufóricos acechan un paisaje melancólico".
* Pero aquella Nueva Córdoba y ese Güemes Soho, ¿no están hoy en decadencia? Recuerdo a un optimista inversor de hace una década que imaginaba que eso había llegado para quedarse. O al menos eso decía cuando yo le preguntaba si creía que eso duraría mucho tiempo. "¡Sí!", decía él, convencido, seguro de sí como suelen ser algunos de los representantes de ese vacío mental. Sin embargo, nada en Córdoba parece durar demasiado. No al menos este tipo de emprendimientos que responden a un capital volátil, rapaz, sin gran perspectiva de futuro. Incluso hoy en día, si se pasea por la parte de Güemes que quedó anexada a Nueva Córdoba parece haber algo que no funciona bien. O algo en donde su mejor momento ya pasó. Basta recorrer la calle Belgrano desde Fructuoso Rivera a San Luis o Laprida para ver que lo que hace unos años eran bares y galerías proliferantes hoy empieza a revestirse con otro tipo de locales.
** Los medios y las altas finanzas en una mano, el falso misticismo y la superstición en la otra: todas las estrategias de los desamparados y de los que los explotan en la Londres Restauradora... Aquí, el espacio es en efecto la mercancía. Ya no hay tiempo para experimentar, para viajar sin realmente saber adonde vas a terminar. Tus metas y objetivos tienen que ser declarados por anticipado. El "tiempo libre" se transforma en convalecencia. Te vuelcas hacia lo que te da seguridad, lo que más te distrae de la jornada laboral: las canciones viejas y transforma en una ciudad de esclavos de rostros esqueléticos enchufados a sus iPods. Savage Messiah redescubre la ciudad como un lugar para derivar y soñar despierto, un laberinto de calles y espacios laterales que se resisten al proceso de gentrificación y "desarrollo". La lucha aquí no es solo por la dirección (histórica) del tiempo, sino por los diferentes usos del tiempo. El capital demanda que siempre parezcamos ocupados, incluso si no hay trabajo para hacer. Si le creemos al voluntarismo mágico del neoliberalismo, siempre habrá oportunidades que podremos buscar o generar todo tiempo no dedicado al apresuramiento y al fastidio es tiempo desperdiciado. La totalidad de la ciudad se ve forzada a realizar un gigantesco simulacro de actividad, una fantasía de productividad en la que realmente no se produce mucho, una economía hecha de aire caliente y de un delirio tedioso. Savage Messiah trata sobre otro tipo de delirio: el abandono de la presión de ser uno mismo, la lenta renuncia a la identidad biopolítica, un despersonalizado viaje a la ciudad erótica que existe junto a la ciudad de los negocios.
Savage Messiah
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* Pero hay que decir que el lugar donde el grupo PROACO levanta sus torres, que lleva el nombre de la villa que habitó esas tierras durante décadas, parece discutir esto. Aunque el cinismo de nombrar Pocito (así se llamaba la villa) al complejo millonario guarda una ironía: ¿serán los nuevos habitantes de ese cúmulo de cemento y amenities los nuevos villeros?
** Savage Messiah despliega el anacronismo como arma. A primera vista, a primer tacto -y la tactilidad es crucial en la experiencia: el fanzine no se siente igual cuando es un jpg en una pantalla- Savage Messiah parece algo familiar. La forma misma, la combinación de fotografías, textos y dibujos, el uso de tijeras y pegamento mas que el cut and paste digital; todo esto hace que parezca fuera del tiempo, que no es lo mismo que decir pasado de moda. Tiene ecos deliberados del para-arte que encontramos en las tapas de los discos punk y postpunk y en los fanzines de las décadas de 1970 y 1980.
* Tal como se presenta, Pocito recuerda a High-Rise, la película de 2015 que adaptó la novela de James Ballard de mediados de los años setenta: una suerte de country vertical, una ciudad intramuros dentro de la ciudad extramuros (cada vez más sitiada y vigilada) de donde no hará falta salir porque allí estará todo lo necesario para el desarrollo de la vida, no ya de nuestro cada vez más lejano neoliberalismo de aparente bienestar, sino de nuestro presente tecnofeudal.
** Savage Messiah es un collage gigante e inacabado que, como la ciudad, constantemente se reconfigura a si mismo. Macro y micro narrativas proliferan como tubérculos; eslóganes enmarañados se repiten; diversas figuras migran a través de varias versiones de Londres, algunas veces atrapadas dentro de los espacios deprimentemente brillantes imaginados por la publicidad y la propaganda de regeneración, otras, vagando libremente. Ford utiliza el collage del mismo modo que William Burroughs: como un arma en una guerra temporal. El cut-up puede dislocar las narrativas establecidas, romper los hábitos, permitir que nuevas asociaciones ocurran. En Savage Messiah, la realidad capitalista de Londres, constante y establecida de antemano, se disuelve en una revuelta de posibilidades.
* Así parece funcionar Córdoba, como un palimpsesto que reescribe su arquitectura y su espacio bajo el influjo de poderosos capitales que articulan lo privado y lo público de manera opaca.
** Savage Messiah esta escrito para aquellos que no pudieron ser regenerados, incluso si lo quisieron. Savage Messiah nos invita a mirar los contornos de otro mundo en las grietas y rajaduras de una Londres ocupada: Quizás es aquí donde el espacio pueda abrirse para forjar una resistencia colectiva frente a la expansión neoliberal, a la infinita proliferación de banalidades y a los efectos homogeneizadores de la globalización. Aquí en las arcadas quemadas de los centros comerciales, en las comisarias selladas, en las ciudadelas perdidas del consumismo puede encontrarse la verdad, nuevos territorios pueden abrirse, puede haber una ruptura en esta amnesia colectiva.
* Pero regresemos a Un mundo feliz, que parece un emergente de la pospandemia y la crisis económica argentina que lleva más de una década y se agravó en los últimos años. No es que en todos estos años no hayan existido bares de "contenido" under, pero Un mundo feliz es el que mejor sintetiza este tiempo, al menos en una pequeña porción de la bohemia de la clase media urbana de la ciudad. Y cuando escribo "Un mundo feliz" me refiero a algo más que al local y su futuro presente y su pasado destino, a algo más que sus dueños y sus visitantes ocasionales o vitalicios. Me refiero a ese "algo" que hace que las partes sean algo más que partes.
Un mundo feliz es una especie de fósil, un fósil vivo, que hace que la pregunta de Susana Giménez sobre el dinosaurio patagónico ("¿En serio, vivo?") se vuelva menos ridícula. Sí, hay algo de fósil y hay algo de vivo en ese under cultural de la ciudad, lo que implica que estemos un poco muertos también, aunque con ganas de vivir.
Un mundo feliz
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Como lectura al margen recomiendo una nota de Santiago Pfleiderer en nuestra Tierra Media con entrevista incluida a Alejandro Ruarte, el padre del engendro Un mundo feliz.
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