Editorial Mayo 2025
A la luz de los ojos que nos leen

Quienes hacemos este medio periodístico con su olfato puesto en las artes, la cultura y la sociedad, hacemos la mitad del esfuerzo con nuestro fervor por crear, producir, darle forma a una serie de textos e imágenes y presentar el ensamblado en cada número de Tierra Media. La verdadera otra mitad del proyecto es puesta por los ojos lectores que de a pares se detienen aquí y allí, curiosean el sumario, o van directo al texto de una autora o autor favorito. Dado que no hay en medio una transacción comercial, lo que ponen esos lectores y lectoras que -en medio de las fintas por las obligaciones diarias y el ritmo de respuesta que se nos exige a todos y a todas en el cotidiano- se detienen a hojear en el celular o en la compu las provisiones de Tierra Media, es exactamente la otra mitad de esta -llamémosle- magia.
No somos nuevos en el oficio, pero kilómetros de ríos han pasado bajo el puente y nos hemos resignado a una profusión de medios digitales que proponen un bombardeo interminable que vela lo real, distrae con publicidades, falsedades o afirmaciones que insultan nuestra inteligencia. Hasta el punto de llegar a acostumbrarnos a esos microcortes de la atención, parte de un mecanismo idiota que -como la locura misma- se nos pega hasta volverse normal. No nos interesa puntualmente hablar de cosas tan banales como la publicidad, en realidad, sino de la carrera desaforada, invasiva, para imponer una desvergonzada decadencia.
No sé si la poesía puede librarnos del algoritmo desprovisto de cerebro, o de la Inteligencia Artificial que usa en realidad el nuestro. Son cuestiones de mercado, eso que Marx y que Baudelaire veían alzarse con el capital y con la modernidad y lo denunciaban, ellos que hoy no reconocerían nuestras ciudades, nuestro estar perdidos en una conversación sin pausa, un bla bla superpuesto, y una forma muy superpoblada de soledad. Se verían convertidos en una remera, perseguidos y desechados por la prensa de digestión rápida, hackeados, convertidos en memes, en avatares, en una versión digital que falsea sus palabras o los ridiculizan. Se verían rebatidos por la estupidez (bueno, eso ya les pasaba en su propia época), insultados, perseguidos por la legitimidad de los imbéciles (ah, sí, eso también lo vivieron), en fin, como decimos, una decadencia hegeliana, donde todo lo anterior, incluido lo peor, es superado e integrado a la matriz del sinsentido.
No por otra cosa agradecemos a sus pares de ojos lectores que nos hacen creer que aun es posible un sereno compartir de los frutos que damos, los que podemos, los que nos salen. Y no solo por salir a orear los egos de cada quien, sino un sencillo acercar reflexión, sensibilidad, creatividad, empatías, memorias y tantas cosas que ponemos de nuestros bolsillos.
La entrevista a una tan querida escritora, por un no menos querido poeta. El comentario de una película cordobesa con entrevistas a sus protagonistas, por una incurable bendita cinéfila. Unas preguntas a un ser radiofónico reconocido y enamorado del éter o de lo que sea que conduce las buenas ondas, por una periodista de gran oficio. La historia de un futbolista que moría y volvía para hacer un gol, por un comunicador deportivo de persistente militancia. Una conversación entre un músico que hace preguntas y otro que responde, contracanto efectivo e ilustrativo que revela historias y vidas. La reseña de la novela de una autora sobre la niñez como un purgatorio, y la esperanza; lectura que nos comparte un filósofo y escritor.
Y otro escritor que filosofa advierte sobre la probable atrofia de la capacidad de leer y entender una realidad cada vez más compleja.
Dos artistas conversan sacándoles chispas a las experiencias mutuas, buscando en la obra respuestas a los imaginarios espectadores y al propio imaginario personal acerca del sentido de realizarla.
Alguien más, un autor, decide "pasar a máquina" unos relatos breves a que les dé la luz después de un largo rato.
Nuestra experta en inclusión elabora una serie de referencias en materia de gastronomía vinculada a discapacidades.
Otro escritor nos refiere un cuento de amor que sería un buen primer capítulo, y que nos deja personajes que querríamos conocer mejor.
Nuestro colaborador desde México transita una novela ganadora del Premio Pulitzer, en la cual una hermana dedica su vida a mantener la memoria de su hermana asesinada treinta años atrás, y sigue pidiendo justicia.
(Tomemos un poco de aire, porque el número sigue, tras el breve intervalo de dos respiraciones.)
Un escritor viajero se toma el tiempo para contar el repujado urbano de Nueva York, el brote de sus dimensiones que orientan las miradas y los imaginarios.
Escribe y cuenta como nadie, nuestra escritora de cabecera, esos personajes femeninos que se imponen en la memoria con dramática consanguínea de la lágrima, en sus miles de imágenes posadas en unas pocas líneas, una épica que se te vuelve personal y secreta.
Un joven semiólogo asienta la mirada en su propia generación, para diagnosticar la brecha entre vivir una vida imaginaria y atreverse a recorrer los caminos desconocidos de la experiencia, y sostenerse en ella mientras ardemos.
Científico social y escritor, otro hacedor de Tierra Media imagina el periplo en la Córdoba de fines del siglo diecinueve de un francés que buscaba encontrarse con un descendiente -tal vez el último- de los pueblos serranos.
El curador de nuestra sección fotográfica enfoca un colectivo que construye y aporta paisajes simbólicos para reflejar la diversidad en movimiento de una provincia.
Otro inquieto autor se ocupa también de un proyecto independiente: un ciclo y un lugar en cuyo espacio "los deseos, los amores y las amistades se reúnen en las mesas para recibir las copas, brindar por la vida y derramar cantos y alegrías".
Un escritor muy amigo de la casa nos reseña no un libro, sino a un autor, y extrae de él anécdotas de grandes artistas, intelectuales y literatos que los muestran en sus ropas de entrecasa, poco aptas para la biografía.
Mirando hacia la historia, otro colaborador recorre la figura y la concientización de unos trabajadores del transporte en vías de extinción durante el siglo veinte.
A la reciente transmutación del Papa Francisco en espíritu tutelar con peso histórico propio, nos llega una historia fresca que vincula su ataúd a una inspiración local.
No faltan los recuadros con guiños de tierno humor, y también se lucen los bien valorados momentos de lecturas, con el protagonismo de un gato.
Vayan ustedes, ojos lectores, a los originales de esta pobre sinopsis, que allí residen dioses.
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