Editorial Septiembre 2025
Oh, Flora… baleános con tres rosas

Qué bella es Flora, la muchacha que ha escogido una flor de su ramo y ella misma se queda mirándola mientras bosqueja una sonrisa. En el Paseo Sobremonte su vaciado en hierro finge ser el original, y aun sin su aura, ha copiado de la estatua de Mathurin Moreau la belleza y la sonrisa, la eternamente joven Flora, obsequiando la estación de las flores que nadie podrá detener.
Aceptamos el regalo, desfruncimos el ceño por un momento, recordamos que también reíamos, como si hubiésemos despertado. Aunque no era un sueño, ni este lo es tampoco. Acecha el desencanto por los destrozos sociales y morales con los que nos toca convivir. Dos caminos se aparecen: o nos ponemos al margen y fundamos círculos de iniciados, y acaso resentidos, o radicalizamos la certidumbre mientras seguimos enviando señales en la larga noche. Comunicar tiene que ser una parábola que cruce por encima la jungla del discurso evitable, ese sin el cual se puede vivir mejor.
La realidad es alterable y desde las ideas, de ese lado estamos en nuestra Tierra Media. Sumando memorias, observando otras realidades que nos marcan, extrayendo conocimiento de obras dadas. Yendo a averiguar, dejando madurar, atentos al sentido, como los animales a los sentidos. Sembrando ideas e informando, trayendo realidades intermediadas por algún género literario o periodístico. Somos ojos, oídos, corazones llamados a fenómenos que fueron, son y/o serán parte del sentido de esta era siempre contemporánea, mientras la respiremos. La certeza también se siembra y es un plato que se come frío o caliente, según lo que haya.
Nos adaptamos, en toda la línea. De lo genético a lo cultural, al hábitat, al idioma. Adaptarse acaba siendo un galardón de la especie (de aquélla que esté aquí para recibirlo), y está el viejo y simple aquí y ahora, donde hacernos cargo del tiempo. Resistir a ciertas adaptaciones parecidas a naturalizaciones del horror, de la impiedad. La supervivencia del más cruel. Un galardón para los más crueles, no es lo que estamos dispuestos a aceptar. Donde no estar dispuestos, tal vez, equivalga a una delicada flor de hierro cuyos pétalos vibran en la mano de Flora; o un koan de los budistas zen; o un haiku de tres versos. Cosas capaces de revolucionar una tradición, si ya no es tarde. Mientras tanto, seguimos atentos a las señales que nos llegan de lucidez.
Leé nuestros editoriales anteriores
Dejá tu comentario: