El tiempo está después
En torno a la película Después, la niebla, de Martín Sappia
Gastón Sironi
Después, la niebla
Dirección: Martín Sappia - Fotografía: Ezequiel Salinas. Montaje: Ramiro Sonzini. Sonido: Atilio Sánchez.
Intérpretes: Pablo Limarzo. Ana Ruiz, Carolina Baitella, Carlos Lima, Cecilia Curtino, Mara Santucho, Sergio Heredia, Rodrigo Fierro.
Producción: Eva Cáceres, Ana Lucía Frau.

1. Arrancá
Se abre la película: en una fábrica o playón de depósito, vemos al sereno, o encargado. Ya está caminando. Es su ronda nocturna, linterna en mano.
El protagonista vive en la fábrica: vemos su cuarto, ordenado, austero y digno, algunos libros, unas pocas pertenencias, papeles. Pronto sabremos que hace al menos veinte años trabaja ahí, también su compañero. Una vida ahí.
En medio de la danza de camiones, grúas y mulas mecánicas, una carta. ¡Una carta!, un primer gesto extemporáneo. Gracias a la carta, que oímos leer en off, sabremos el nombre de nuestro protagonista: César. Ya en su cuarto, carta en mano, se detiene en una foto: las sierras quizás, un árbol.
"Me voy", anuncia César. "¡Arrancá!", insta su compañero, como si lo secundara en un plan de fuga (la fábrica como cárcel). Irse es bueno. Arrancar. Moverse. Caminar. Andar, con el impulso de la palabra (la carta).
2. Saber adónde
Y César empieza a andar, solo, apenas con un bolsito, en medio de la noche. Ha pasado media hora de película. Me gusta estar al lado del camino, diría Fito, mientras César atraviesa ya la Circunvalación y empieza lentamente a dejar la ciudad.
La carta (la voz que lee la carta): "Vendí el terreno. Tomé la decisión sola. Ya no hace falta que me mandes plata. ¿No te gustaría volver? ¿Ver dónde están las cenizas de Elena?" Elena, o Helena, ese nombre griego por el que se desatan amores feroces, por el que se arma una guerra, la de Troya. Con la carta, una foto, un aromito, bajo su escaso follaje están las cenizas, enterradas.
Todavía es noche, César sigue caminando, llega a una estación de servicio, le pide al playero "un lugar para pasar la noche", recibe su ayuda.
Se ve la última luz. Al otro día, en la luz temprana, César está caminando. Atraviesa el primer alambrado, un campo sembrado, es decir desmontado y cercado. Y ya está en un camino de sierras, rodeado de pinos, solo con la luz y las montañas y los seres de las montañas.
La quietud, la detención de la cámara en el paisaje, el sonido suave, prístino. Otro alambrado. Cruzar. El hombre sabe adónde va, sin vacilar.
La foto es siempre limpia, generosa, hay tiempo para ver, más, para mirar.
3. El fuego
La tarde va cayendo. Es noche, otra vez.
En un claro del bosque de pinos, una chica acampando: el miedo al otro, el miedo de la mujer al hombre. Luego, la confianza. La chica dibuja plantas. La cámara nos regala tiempo y detalle para apreciar los dibujos.
El fuego, la conversación, como junto al río en Embarcados (en la película de Rodrigo Fierro, que recién ha sido el playero, Ezequiel Salinas también es camarógrafo y director de fotografía). Suave, el crepitar de las llamas. El trazo del dibujo. Lo primitivo, lo primordial: personas junto al fuego, en lo que queda de naturaleza, herida de alambrados y foráneas forestaciones.
"Las cenizas las enterró mi hermana", cuenta César. Muchos años hace.
Amanece. Paula, la dibujante, se ha ido, y ha dejado otra carta. En esta película todavía se escribe cartas.
César sigue su camino. Ahora, en lugar de un alambrado, atraviesa una pirca: parece ir hacia atrás en el tiempo de los hombres. Caminando en el tiempo.
Las Sierras Grandes, con pinares en primer plano, nos llevan a Europa, a la pintura naturalista, esa luz. Pinos, cipreses, cedros, lambertianas.
Sigue la carta en off: "Volví. Quiero que entiendas lo que hice. Necesito un mejor pasar para mi familia".
Cada imagen es precisa: necesaria en la poética de la película, justa.
César avanza. De pronto, un galpón, una camioneta que se va. César entra. Todo es lento y apenas tenso. Algo evoca a esos personajes solitarios de Historias Extraordinarias, llamados Z, H, X. César duerme allí. Silencio.
No hay música de fondo. La película suena como la vida: en la fábrica y en las sierras, de día y de noche.

4. Aprender a demorarse
Amanece otra vez, hemos podido ver crecer la luz.
A veces caminamos con César, sentimos sus pasos; a veces lo vemos desde lejos. El paisaje puede ser "bello", pero siempre está transformado por el hombre.
César llega a una escuela que ha dejado de recibir niños; conoce a la maestra, que sostiene sola el lugar. Ella le muestra, y las imágenes ocupan toda la pantalla, fotos de la construcción del dique del lugar: el trabajo, los oficios, el coraje y el esfuerzo colectivo.
La delicadeza, la suavidad en la mirada y en la escucha, tan necesarias hoy y siempre. Demorarse, para conversar, para ver. Una película de verbos en gerundio o en infinitivo. Una película con tiempo.
5. Si encontrás un camino
Más alambrados, un río.
Otro pasaje de la carta: "César, quiero soltar esta historia y hacer una propia. Visitá el terreno, dale. Buscá el árbol. Tu hermana."
Un tejido de alambre, algo ominoso, amenazante. Cautela, miedo. Todo es umbrío, el viento entre las hojas, el azul del dique que aparece, por fin, al fondo. "Propiedad privada", amenaza un hombre. "No molesto a nadie", precisa César. "¿Quién te dijo?", desafía el otro, violento, y le tira el bolso al agua. Es un primer conflicto, de narración concisa. Vemos a César llorando, completamente mojado.
Es otra vez de noche, ahora hay música, un instante. 1h 35': es un momento de fábula, en que vemos la velocidad de las estrellas y los dibujos botánicos sobreimpresos, un pequeño sortilegio, un interludio mágico. En el eco de esa fábula, César monologa, los reflejos del fuego bailando sobre su rostro. Es un soliloquio filosófico: "Estaba desorientado. Salí a buscar algo que no sabía qué era". Para eso, entonces, salir: para encontrar. Para encontrarse: "Al final, siempre llegaba adonde quería ir, nunca me perdí. Quería caminar, como hacía antes. Y recuperar una memoria vieja. Mi abuela siempre me decía: Si encontrás un camino seguilo. Siempre te va a llevar a algún lugar". Ese antes es un antes de todo. Y después, el tiempo está después.
1h 41': otra vez día, velocidad, la cámara trémula en una camioneta con barrotes rosados. Apearse de la camioneta. El rosa celeste del cielo va virando al amarillo. Un alambrado más. Otro. (El mundo es de alguien. Uno se pregunta, viendo esos palos y esos hilos: ¿por qué no desalambrar, como proponía la canción de Víctor Jara? A Víctor le cortaron los dedos para que no pudiera con su guitarra. Y lo mataron.)
Planos largos, sin gente o casas. Y al final: el espinillo, ínfimo, débil. César toma unas florcitas silvestres y las posa debajo del aromito, que tiene algunas flores. Ya hay sol. Ahí están las cenizas de Elena. César va a dormir, dormir al sol, como la novela de Bioy. Se ha llegado, se puede descansar, se ha culminado la pequeña odisea personal.

6. Volvamos a andar
Llegan los títulos, son delicados como la película toda. Se cita a Solnit (Una guía sobre el arte de perderse, imaginamos), a Herzog (Del caminar sobre hielo), a Tizón. Pensamos, claro, en Herzog, y también en Whitman, en Robert Walser y El paseo, en Mark Twain, en Thoreau. En Una historia sencilla, esa bella película de David Lynch en la que un hombre cruza el país en una vieja cortadora de césped, para reencontrarse con su hermano en la última vejez. Y por supuesto, en la mítica novela de Jack Kerouac, En el camino, luego traducida a película de Walter Salles. Por último, en el cine de Gustavo Fontán, sobre todo en La orilla que se abisma, y aquí recordamos al inmenso poeta Juanele Ortiz: Acaso la revolución consista en lo que el hombre por siglos ha estado postergando: la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen, día a día, las florcitas salvajes.
Esa íntima revolución está en Después, la niebla. El descanso. La pausa. El silencio, que tanto se agradece, que es una íntima revolución. Una película pausada, con pulso sereno, que propicia pensar y, sobre todo, sentir, porque nunca aturde, no "llena" el espacio de la percepción, no lo satura.
Como en la obra anterior de Sappia, Un cuerpo estalló en mil pedazos, la película sobre Bonino, está el andar. Bonino erraba, andaba por ahí: la errancia, el placer y la potencia de andar sobre nuestras piernas: se hace camino al andar, ese verso imborrable de Antonio Machado, que popularizó Serrat en el tema Cantares.
Esta película es un noble conjuro contra la velocidad, y una invocación: salir, salirse, salir a buscar, a caminar para saber adónde ir.
Invierno 2025