El Tren
Luis Eliseo Altamira
Un amigo me dijo que conocía a un francés que había participado en una película en la que actuaba Burt Lancaster. Por entonces yo hacía notas sobre temas vinculados a la historia de la cultura y el espectáculo para un diario de Córdoba y consideré la posibilidad de entrevistarlo. Pero siempre la postergaba, pensando en el trabajo que me llevaría localizar al tipo, preguntarle cuál había sido su participación, ver la película, entrevistarlo por los miserables mangos que me pagaban.
Una tarde en que estábamos con mi amigo en el bar de la estación Shell de Alta Gracia, entró el francés en cuestión y se acercó a saludarlo. Mi amigo nos presentó (Antoine Cevert se llamaba), le dijo que yo era periodista y que me había hablado de su participación en la película.
- Sí, en El tren – especificó el francés -. Burt Lancaster tenía que conducir una locomotora y yo, que trabajaba para los ferrocarriles franceses, tuve que enseñarle.
Le dije que me gustaría entrevistarlo y quedamos en que lo llamaría después de ver la película.
*
¿De qué trataba El tren? A principios de agosto de 1944, días antes de la liberación de París, el coronel Franz von Waldheim (interpretado por Paul Scofield) llega al museo Jeu de Paume con el propósito de embalar un sin número de obras de arte sustraídas a coleccionistas judíos durante la ocupación y trasladarlas en un tren a Alemania. Al día siguiente, el inspector ferroviario y miembro de la resistencia francesa, Paul Labiche (Burt Lancaster), recibe el pedido de impedir que el tren llegue a destino, lo que desencadena una encarnizada confrontación entre el coronel y el inspector.
Terminé de ver la película (en todo sentido, extraordinaria; se las recomiendo) y empecé a preparar la entrevista. Después llamé a Antoine, quién me propuso encontrarnos al día siguiente, en el bar.
*
- Corría el año 1963 – comenzó diciendo Antoine -. Yo tenía veintitrés años y manejaba la locomotora que se ve conducir a Lancaster, en la región de Bourgogne-Franche-Comté. La SNFC me informó que iban a emplearla en el filme y que mi tarea sería enseñarles a conducirla a Lancaster, a Albert Remy y a Charles Millot (*).
Lancaster fue el primero en llegar a Belfort. Me sorprendí al verlo de civil, ya que tenía la imagen del sargento Warden en De aquí a la eternidad. Le fui enseñando a poner en marcha la máquina, a acelerarla, a frenarla, a detenerla... Aprendía rápido y no tardó en hacer las cosas con la naturalidad con que se lo ve hacerlas en la película.
Además de ser un acróbata increíble. Yo lo vi hacer la escena en que se larga por esa escalera que debía tener unos diez metros de altura para treparse a la locomotora en movimiento, de la que es tirado al suelo por Michel Simon… Verlo caer de la máquina y levantarse y ponerse a correr, siendo un hombre de más de cincuenta años… Admirable.
Albert Remy y Millot llegaron después. El guion decía que el personaje de Remy tenía que desenganchar la locomotora del resto de los vagones con el tren en movimiento… Algo peligrosísimo. Pero Remy, después de ver todo lo que hacía Lancaster, no quiso ser menos. Estoy seguro que incidió en él la mirada expectante de los que participábamos en el rodaje, así como la del público que iría a ver la película. La patria necesitada de redención.
-¿De qué redención?
- De no haber hecho lo que debíamos haber hecho durante la ocupación... Estoy seguro que ese afán de redención con que hicimos la película fue el que germinó en mi copia.
- ¿El que germinó en su copia? No entiendo.
- Ya va a entender. Lo único que le puedo adelantar es que cuando Frankenheimer gritaba ¡Acción!, otro tiempo se ponía en movimiento. Las piezas dispuestas para la toma ensamblaban hasta devenir…
Me quedé mirándolo. Cevert se rió.
- ¿Qué tiene que hacer mañana por la noche? – preguntó.
- Nada. ¿Por qué?
- ¿Podría venir a mi casa? Quiero mostrarle algo.
- ¿Es necesario? ¿No me lo puede contar?
- Si se lo dijera, no me lo creería – respondió, enigmático -. Tiene que verlo.
- Bueno, de acuerdo… ¿A qué hora?
- A las nueve. Tiene que ser puntual. Y repase la película hasta la parte en que Von Waldheim llega a la estación de trenes.
*
Antoine me recibió con el control de un reproductor de DVD en la mano.
- Puntual – dijo - Eso es una cosa que da gusto.
Me invitó a sentarme en uno de los sillones que había dispuesto para ver la película y fue hasta la cocina. Al rato volvió con dos cafés.
- ¿Repasó la parte que le dije? – me preguntó.
- Sí.
- Muy bien.
Nos quedamos en silencio. Antoine sonreía y cada tanto miraba el reloj.
- Supongo que vamos a ver la película… – dije en un momento.
- Sí, pero tenemos que esperar.
- ¿Esperar qué?
- Que se hagan las veintiuna y veintisiete.
- No entiendo.
- Ya va a entender, no se impaciente.
La hora se hizo y Antoine apretó el play. En la pantalla el coronel Franz Von Waldheim llegaba al museo Jeau de Pomme y le comunicaba a la curadora que venía a retirar los cuadros. Inmediatamente después un tropel de soldados alemanes ingresaba al museo con escaleras para descolgar las pinturas, mesas para embalarlas, cajas para guardarlas…
En determinado momento caí en cuenta que la secuencia se estaba haciendo demasiado larga y que los títulos de la presentación no habían aparecido. Miré al francés, quién, con una sonrisa, me dijo:
- El ingreso de los soldados se produjo a…
Antoine abrió un viejo cuaderno Gloria de tapa anaranjada y leyó:
- … a los cinco minutos cuarenta y seis segundos de comenzada la película. La toma en que se ve el museo totalmente desvalijado se produce un minuto y cincuenta y nueve segundos después. Eso, en su copia. En la que estamos viendo hay que esperar hasta las siete y veintidós de la mañana de mañana…
No comprendí.
- ¿Frankenheimer hizo una versión en tiempo real de la película? - pregunté, extrañado.
- Que yo sepa, no… - respondió el francés -. Las tomas que presencié rodar las cortó muchísimo antes de lo que se ve acá.
- Pero alguien las tiene que haber filmado… – agregué, tratando de convocar el sentido común.
El francés levantó los hombros y deslizó:
- Yo lo que le puedo decir es que esas tomas no estaban y que un día aparecieron.
- ¿Cómo que no estaban y un día aparecieron?
- Sí, yo me encontraba viendo la parte en que Von Waldheim llega a la estación y se entera de que la partida del tren ha sido cancelada. ´¿Quién la canceló?´, pregunta Von Waldheim. Usted recordará que entonces se produce un corte y aparece Labiche en su oficina, diciendo: ´Yo´…
- Sí.
- Bueno, el corte no se produjo. Quise entonces adelantar la película y el control no me respondía.
- ¿Cómo que no le respondía?
El francés me pasó el control y dijo:
- Pruebe usted.
Apreté la tecla de avance y la película continuó reproduciéndose a velocidad normal.
- Ahora pruebe retroceder – ordenó.
Apreté la tecla de retroceso e igual.
- Ahora devuélvame el control, por favor.
Se lo devolví. Antoine describió lo que en ese momento proyectaba la pantalla y apretó el stop.
- Vamos a esperar unos minutos – dijo -. Acompáñeme.
Fuimos hasta la cocina a preparar más café, volvimos y entonces apretó el play. La película no continuó dónde la había detenido sino en una toma que, a todas luces, tenía que estar más adelante. Antoine me miró.
- ¿O sea que la película prosigue, independientemente de que el aparato la reproduzca o no…? – razoné.
- Mmjj…
- ¿Dónde?
- Supongo que en otro plano, no lo sé…
- ¿Cómo en otro plano?
- Sí… No encuentro otra explicación.
- ¿Indefinidamente?
- Eso no lo puedo asegurar… Pero de seguir las cosas como hasta ahora, la película terminará el domingo, a las…
El francés miró el cuaderno.
- … a las diecisiete y veinte. Y volverá a comenzar ese día, a la hora en que comenzó hoy. Y finalizará el jueves, a las diecisiete y veinte. Y así sucesivamente. Esta versión dura cuatro días, diecinueve horas y cincuenta minutos.
Quise saber qué tenía anotado en el cuaderno.
- Las horas del día en que se producen los cortes entre los planos. Por ejemplo, la llegada de Von Waldheim a la estación de trenes se producirá mañana, a las once y tres.
- ¿Tan así?
- Bueno, puede quedarse a comprobarlo, si quiere. No tengo ningún problema.
- ¿Qué explicación le encuentra a esto? – quise saber.
- Yo pienso que mi copia parió lo que las tomas tenían en germen. La fuerza interrumpida por cada corte de Frankenheimer, cómo le dije ayer; eso, terminó deviniendo. Cuando John gritaba acción, algo que no sé bien qué era convertía a todo lo que participaba en el encuadre, en piezas sonámbulas de su voluntad. Ayer creía que era el afán de redimirnos de lo que no hicimos durante la ocupación. Hoy no estoy tan seguro.
*
Quise quedarme a ver la llegada de Von Waldheim, pero me pudo el sueño. Volví al día siguiente, un poco antes de las 11. Ahora sé que El tren continua repitiéndose en otro plano indefinidamente, inexplicablemente.
(*) Albert Remy y Charles Millot son, respectivamente, Didont y Pesquet, los compañeros maquinistas de Labiche, el personaje de Lancaster y, como él, miembros de la resistencia.
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Comentarios:
- Alicia Romero: Un cuento para viajar a otra época y sentir que estamos ahí. Olvidarnos que es un cuento y sumarnos como otro protagonista a esa realidad ficción o ficción realidad. Muy atrapante!!
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