Emile y el hombre de la valija blanca
Arturo Jaimez Lucchetta

"Me perdonaron por matar a un hombre pero no me perdonan por amar a un hombre", declaró el múltiple campeón mundial de boxeo Emile Griffith al salir del closet, muchos años después de bajarse del ring. Así lo refleja la biografía publicada en el año 2008, por el periodista Ron Ross: "Nine... ten... and out", que narra la vida de Emile Griffith y "sus dos mundos".
Al primer campeón mundial nacido en las Islas Vírgenes no le gustaban los rótulos: "Me gustan los hombres tanto como las mujeres. No soy gay, ni homosexual ni maricón; no sé lo que soy", aseguraba Griffith, quien estuvo casado con una bailarina y adoptó a su hija, al tiempo que frecuentaba clubes nocturnos exclusivos para gays en una época donde la homosexualidad era severamente discriminada.
El natural de Saint Thomas, residía en Nueva York y disimulaba su elección sexual para evitar el escarnio público que padecían las diversidades en la década del 60. Negro, migrante y marica, componían un blend incompatible con una vida digna por Manhattan, la Quinta Avenida y la estatua de la Libertad.
En agosto de 1971, cuando Griffith llegó a la Argentina para desafiar al campeón mundial, Carlos Monzón, el botones del lujoso hotel donde se alojó, cargó todas las maletas de la delegación norteamericana, menos una valija blanca, que uno de los acompañantes del excampeón llevó personalmente a la habitación que compartían. Ese misterioso suceso que contaron los testigos y que tal vez haya sido una anécdota colmada de subjetividades animosas, dejaba ver que el ambiente del boxeo comentaba y hasta se mofaba de los gustos sexuales de Emile.
Griffith era una figura mundial, había sido campeón Welter y Mediano, había caído y vencido contra el campeón olímpico y mundial Nino Benvenutti y tenía como antecedente más temible, la victoria contra el cubano Venancio Paret a quien doblegó por nocaut técnico, propinándole una paliza tan impiadosa que le produjo la muerte, diez días más tarde por una hemorragia cerebral masiva.

Para muchos especialistas, el duelo Monzón – Griffith es todavía el máximo suceso del boxeo argentino de todos los tiempos. El combate se vio en vivo en los cinco continentes y por primera vez en la Argentina, llegando a cerca de 1.500.000 espectadores. El promotor Juan Carlos Lectoure, no permitía la transmisión en directo para nuestro país, porque sostenía que la televisión le podría quitar público al espectáculo pugilístico en el futuro. Con las 17.000 entradas vendidas una semana antes de la pelea, el dictador Alejandro Agustín Lanusse impuso a Tito Lectoure que la pelea se transmitiera en vivo para todo el país por la señal estatal de canal 7.
Carlos Monzón venció al norteamericano por nocaut técnico en el penúltimo round, logrando defender por segunda vez un cinturón que monopolizaría por siete años con catorce defensas exitosas, récord que no podría quitarle ni Marvin Hagler y que quebró Bernard Hopkins, casi tres décadas después.
Pocos repararon a lo largo de la historia, el uso publicitario que hizo el presidente de facto, quien además de exigir la transmisión en vivo, también instruyó una entrevista en dúplex desde la residencia de Olivos, con el campeón en la transmisión oficial de canal 7. Lanusse aprovechó para felicitar a Monzón por hacer en el ring con idéntica precisión, prolijidad y profesionalismo, el mismo trabajo que él y las juntas militares estaban haciendo en la gestión presidencial. Sin embargo es más sorprendente que no se recuerde la ironía que esbozó el "Cano" al cerrar el diálogo con el santafesino: "Carlos acuérdese que tiene un compromiso que ayer le pedí, tiene que sacarlo a pasear a Griffith y presentarle alguna chica de acá de Buenos Aires que le va a hace pasar un buen rato".
En un gesto gracioso y risueño que acompañaba también a su comitiva, Lanusse dejaba claro su perfil homofóbico y conservador. El entonces interventor de la presidencia mostraba con orgullo su condición de macho argentino, padre de diez hijos, católico hasta la sobredosis de hostia y exembajador ante la santa sede en plena revolución "fusiladora".
El entorno presidencial, que había tomado el combate como tema de estado conocía bien a Emile y sabía tanto de sus condiciones boxísticas como de la presencia del hombre de la valija blanca, aunque el ex-múltiple campeón mantuviera discreción sobre sus elecciones. Burlarse del retador, formaba parte de la moralina de los inmorales.
Griffith volvería a desafiar a Monzón en junio de 1973 en Monte Carlo y volvería a perder. Esta vez por puntos en un fallo cerrado y polémico que, para muchos especialistas, fue generoso con el argentino quien, a lo sumo, merecía el empate.
Un Emile, que había perdido el pelo pero no las mañas, seguía esgrimiendo su estilo elegante y efectivo, aunque la cátedra asegurara que su "ojo de tigre" se había apagado con el último suspiro de Venny Kid Paret. A Griffith lo aterraba volver a matar en en el ring y eso jugaba en contra de sus posibilidades de noquear, ante una situación ventajosa.
El clásico Griffith versus Paret tuvo tres capítulos. Emile ganó la primera y el Kid se tomó revancha en la segunda. En la tercera, el cubano quiso calentar la previa en el pesaje y trató de maricón a Emile: "Sos la vergüenza de la raza negra" rumorean que agregó Venancio. "Te voy a matar" le respondió el virgenense. Y cumplió.
Aunque Griffith declarara que no había querido matar a Paret, la crueldad del castigo, los 18 golpes en la cabeza de su rival, en sólo seis segundos, las maniobras previas para evitar que Venny Kid se cayera, hacían que la gente ponga en duda sus afirmaciones. Décadas de discriminación, odio y silencio se cargaron en las palabras de Paret y Emile no dudó en descargarla contra su humanidad.
Emile Griffith se reunió años más tarde con el hijo de Venny, y Jr. lo perdonó. "No creo que mi padre haya querido agredir a Emile, tampoco que Emile haya querido matar a mi padre. Los dos estaban en el ring disputando un título mundial. No me nace odiar a Griffith", declaró.

El múltiple campeón murió en 2013 llevándose la verdad a la tumba y asegurando no ser gay ni asesino, con un sentimiento contradictorio entre la gloria y la culpa, preso en libertad aunque nunca haya pasado por una celda. En sus 75 años, las vivió a todas. Desde su adolescencia en las calles de Brooklyn hasta las noches del Bronx, pasando por Queens y Nueva Jersey. De niño de la calle a diseñador de sombreros de dama, hasta las luces del Maddison Square Garden, Griffith fue la primera figura del exitoso entrenador Gil Clansy y uno de los protegidos de la mafia de los rings liderada por Ted Brenner.
En 1997, elegantemente vestido de riguroso traje negro, malhumorado y con pocas ganas de hablar con la prensa, Emile Griffith volvió a la Argentina, visitó la provincia de Santa Fe, con motivo de la convención anual del Consejo Mundial de Boxeo. En la ocasión se rindió homenaje a Carlos Monzón quien había muerto en 1995 en un accidente de tráfico mientras gozaba del beneficio de libertad condicional, de su causa por el homicidio de su expareja Alicia Muñiz. Allí se volvio a encontrar con sus viejos adversarios, José Ángel "Mantequilla" Nápoles y Giovanni "Nino" Benvenutti. Los tres, también víctimas de los puños del "Flaco Escopeta", comieron en el Quincho de Chiquito, el pescado de río que le encantaba a Monzón, asado a la parrilla por uno de sus mejores amigos y fueron testigos del debut profesional de Sergio "Maravilla" Martínez.
Veinticinco años más tarde de aquella pelea emblemática que paró al país, repletó el Luna Park y desveló a la dictadura del "Cano" Lanusse, Griffith llegó con la delegación de la entidad verde oro y sin noticias de la valija blanca.
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