Es la historia de un amor
-Ni uno es de uno-
Exaltado como alegría de los pobres, como denostado en tanto opio de los pueblos, el fútbol ha gambeteado cuanto certificado de defunción le ha sido extendido.
Borges, que privilegiaba los problemas de sintaxis sobre los dramas de América Latina, decía. "El fútbol es popular porque la estupidez es popular."
Y Rudyard Kipling, profeta del imperialismo –como lo llamó Orwell– lo desdeñaba tanto, al punto de creer que los espectadores adolecían de almas pequeñas que podían ser saciadas por los embarrados idiotas que lo jugaban.
Asegura Eduardo Galeano que Ignacio Salvatierra, un árbitro injustamente desconocido, merece la canonización, por haber dado testimonio de una nueva fe:
"El árbitro Salvatierra expulsó de la cancha al jugador Abel Vaca Saucedo, "para que aprenda a tomarse el fútbol en serio": Vaca Saucedo había cometido un gol imperdonable.
Eludió a todo el equipo rival, en un desenfreno de gambetas, túneles. Sombreros y taquitos y culminó su orgía de espaldas al arco, con un certero culazo que clavó la pelota en un ángulo."
El dramaturgo Jean Girardouxce definía al deporte como "el esperanto de las razas", y Albert Camus, el premio Nobel francés, afirmaba que lo que sabía con más certeza de la moral y de las obligaciones de los hombres lo había aprendido en el Racing Universitario de Argel, donde jugó como arquero.
A lo mejor por eso el cordobés Dante Panzeri escribió que el futbol es la dinámica de lo impensado.
A lo mejor por eso el gran cineasta italiano Pier Paolo Pasolini aseguraba que "el goleador del año es el poeta del año".
Lo cierto es que no pocas veces la literatura se ha cruzado con el fútbol.
El caso de Abdón "Indio" Porte, es uno de ellos.
Sobre él escribieron Horacio Quiroga y Eduardo Galeano con un siglo de diferencia, y también con distintos enfoques. Lo de Quiroga es una ficción, aunque evidentemente basada en la figura real de Porte.
Bajo el título de "Juan Polti, half-back", Quiroga dice:
"Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.
Tal es el caso de Juan Polti, half-back de Nacional. "
(…)
"Polti tenía veinte años, y había pisado la cancha a los quince, en un ignorado Club de quinta categoría. Pero alguien de Nacional lo vio cabeceador, comunicándolo enseguida a su gente. Nacional lo contrató, y Polti fue feliz."
(…)
"Sabía apenas escribir, y se le consiguió un empleo de archivista con cincuenta pesos oro. Adquirió una novia en forma, con madre, hermanas y una casa que él visitaba.
La gloria lo circundaba como un halo. "El día que no me encuentre más en forma", decía, "me pego un tiro".
Esas palabras fueron premonitorias, lúgubremente premonitorias.
Las de Galeano también, cuando escribió "Muerte en la cancha", en 2010:
"Abdón Porte defendió la camiseta del club uruguayo Nacional durante más de doscientos partidos, a lo largo de cuatro años, siempre aplaudido, a veces ovacionado, hasta que se le acabó la buena estrella.
Entonces lo sacaron del equipo titular. Esperó. Pidió volver, volvió. Pero no había caso, la mala racha seguía, la gente lo silbaba en la defensa, se le escapaban hasta las tortugas, en el ataque, no embocaba una.
Al fin del verano de 1918, en el estadio del club Nacional, Abdón Porte se mató. Se pegó un balazo a medianoche en el centro de la cancha donde había sido querido. Estaban todas las luces apagadas. Nadie escuchó el disparo.
Lo encontraron al amanecer, En una mano tenía el revólver, y en la otra una carta."
Mi experiencia personal es, ciertamente, más humilde.
Charlando con el canchero de Nacional, logré que me dejara entrar al campo de juego por donde lo hacen los jugadores.
Al subir las escaleras, se lee en grandes letras en el techo: "Por la sangre de Abdón".
No se me heló la sangre.
Llegó a punto de ebullición.
Comprendí entonces la fuerza de los tricolores nacionales cuando disputaban un partido.
Más comprendí, más allá de la historia.
¡Estos son los charrúas que se comieron a Solís!
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