Esos otros de mí

10.12.2025

Silvia Barei


ph: freepick
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Un domingo a principios de octubre, en un pueblo de las sierras chicas, me convocan los tambores y los birimbaos a un encuentro que ha dado en llamarse "Ese otre de mí. Nuestras raíces africanas".

Llego tarde, no sé bien qué voy a escuchar o ver, pero sé que encontraré en ese galpón de acústica que deja mucho que desear, una especie de parlamento de todos, los vasos sanguíneos que nos unen estando lejos de las ciudades tumultuosas.

Llego caminando despacito, remonto la calle principal, encuentro unos perros que son de todos y que empiezan a seguirme, y llego al espacio conocido como SUM.

Saludo a Jorge, a Lucía, a otros changos de cara familiar; entro, encuentro a Alfonso y a Flor y me siento a su lado . Repaso la concurrencia, levanto la mano a Cecilia y Susana, veo un grupo de gente mayor , chicos y mamás, muchachos onda qué me importa, varios perros con y sin dueño, puestos de comida y bebidas, mujeres que cocinan, chicas que venden, jóvenes que reparten cerveza y otras bebidas y mucha onda alegre.

Una muchacha de voz preciosa despliega canciones del Caribe mexicano ( un merengue, una bachata, un cha cha cha) y recuerdo un concierto de marimbas en una zona cerca de Yucatán cuando vine a saber que la marimba es el instrumento nacional por excelencia, considerado en México símbolo patrio, aún reconociendo su origen africano (el término marimba proviene del bantú , marimba o malimba).

Este domingo de octubre, no hay acá marimbas, sí guitarras, tamboriles y birimbaos y se siente, se palpa, se ve una especie de fraternidad que es refugio, intercambio de palabras y músicas, soledades y alegrías compartidas .

Alguien de lejos me saluda levantando la mano, otro ( que lleva una remera que dice Stockholm) se da vuelta para ver a quién se saluda y no me conoce pero me sonríe mientras yo pienso que sería bueno que su remera dijera Viva el Negro Rada o algo así. Pero esto es cosa mía, un poco por intolerante con la cultura global y otro poco, por manía nomás de señalar contradicciones. Más allá reconozco a un hombre con el que compartimos una mañana de limpieza y acomodo de libros en la pequeña biblioteca comunitaria que se llama Almafuerte (no por la banda de heavy metal) y que sobrevivirá siempre porque Pedro Bonifacio Palacios nos ordenó "No te des por vencido, ni aún vencido". Me reprocho porque recuerdo el nombre verdadero de Almafuerte y no el de este compañero de biblioteca, trapo y plumero, lector empecinado como yo, seguramente. Pienso que tal vez dijo que se llamaba Jorge o Emilio, pero acaso me equivoco. Pienso también en preguntarle luego, pero al rato ya no lo veo. "Grande es la confusión bajo el cielo", dijo el camarada Mao y en este caso es cierto pero no tiene que ver con ninguna revolución sino conmigo, nomás.

Hay una chica sentada delante de mí, cabello muy crespo, piel oscura, labios generosos, altura mediana, pulseras, collares y ropa colorida. Se levanta cuando la llaman y camina lentamente hacia una mesita con una especie de velador, que hace de escritorio.

Saca unos papeles que consulta de a ratos pero no lee y va desovillando la historia de su familia, de su pueblo, de su raza. Viene del Uruguay, su padre es afrodescendiente y ella habla de él y de la herencia que ha recibido como si hablara de una estatua viviente. En un momento dice : " todos los afro somos familia" y yo me acuerdo de Susana Vaca, cuando me regaló su precioso libro sobre la cultura negra en el Perú, compuesto por lo que ella lllama " una peregrinación a las comunidades de la negritud" . Recuerdo que yo hojeé el libro y me detuve ante una foto central a dos páginas, en la que se la ve en medio de un grupo familiar muy nutrido y una casona antigua atrás

-Susanita, es ésta tu familia? Y ella me contesta: - Todos los negros somos familia.

Esta chica dice lo mismo: somos familia porque todos tenemos por detrás un pasado común y doloroso.

En este continente, desde el río Bravo a Ushuaia el mundo parece haberse vuelto uno. Nadie pide nada, solo vivir y reivindicar su derecho a la dignidad de una vida presente y de una herencia, sea ésta amerindia, afro o europea, su derecho al tambor o al kultrun, a la castañuela, la pandereta o el candombe y el candomblé.

La de esta muchacha es la voz de alguien que, en algún momento, se ha puesto en marcha, ha desertado de las ciudades tumultuosas y solo con pasaje de ida ha llegado aquí, a un pueblito serrano sin blasones, al juego de una fraternidad de iguales que concita memorias diferentes pero compartidas con semejantes.

No somos gentes de vacaciones, somos los que han encontrado un modo de estar juntos, más allá de las herencias y los motivos personales.

Siguen luego los músicos, un grupo de tres muchachos que tocan el birimbao y una chica que canta con una pandereta. Pensé en ese momento que la pandereta no viene de Africa, pero sí trae ecos de otros tiempos y otra edad, épocas bíblicas, o de griegos y romanos para quienes los instrumentos sonoros expresaban alabanza, regocijo, triunfo de todos.

A través de ese instrumento puedo también rastrear mi herencia. Los círculos concéntricos que me vuelven al hombre que vino del norte, solo y casi niño en una bodega de tercera clase. Era alto y rubio y a pesar de sus manos de campesino y su cuerpo hambriento, se dirige a una tierra que cree que un día lo hará rico. Un hombre que sin saberlo es racista tal como entendemos esto ahora. Seguramente diría, usando un dialecto que no era el propio, "es un fuin" para referirse a los criollos de esta tierra y es posible que nunca hubiera visto a alguien de raza negra. Murió sin hacerse rico, con manos gastadas de obrero y sin saber que era discriminador con los habitantes encontrados en la tierra soñada. Sé que más de una vez fue él el discriminado y seguramente su cara reflejó asombro o incredulidad.

ph: cultura.gob.ar
ph: cultura.gob.ar

Cuando el calor del sábado nos manda afuera, con la música a otra parte antes de que llegue la tormenta, me despego sin prisa de esta fiesta, de esta asamblea, de estos jóvenes enredados en mi tiempo y me voy pensando que es mérito también de ellos dejarme esta enseñanza: DENIGAR es una palabra racista.

Para mi vergüenza suelo usarla a menudo. Etimológicamente significa: bajar a la categoría de negro. Del latín "denigrare", ennegrecer, por vinculación de lo negro con aspectos negativos.

¿Cuestión de ignorancia, de edad, de expresiones aprendidas de niña, de falta de reflexión sobre la historia de las palabras? Qué suerte tener cerca a estos otros de mí, gente que me viene por detrás. Aunque, pensándolo bien y con razón, Erri de Luca dice lo contrario : "Las cosas son así. Quien ha vivido antes está detrás de quien llega después"