Frank Sinatra murió en Unquillo

10.04.2024

-Ni uno es de uno-


En la anterior edición de Tierra Media se habló, con justa razón, de un barrio importantísimo de Córdoba como la República de San Vicente. Ahora, yo hablo de un pueblo, de mi lugar en el mundo, y se sabe que un pueblo es mucho más que la suma de sus barrios. Sin competir claro, porque no es aquello de pueblo chico infierno grande, ni tampoco aquello de colgado de un barranco, de Serrat, sino que Unquillo, el pueblo al que me refiero, mi pueblo, es pueblo de artistas. ¿Será mucho, che? ¿Será poco? Y, veremos.

Manolo Lafuente


Lino Andrés Spilimbergo, enorme pintor que vivió y murió en Unquillo, decía justamente: Para mí, después de París, Unquillo. Mirá la paradoja, ¿no? La calle donde vivió y murió Spilimbergo, donde está su museo, se llamaba La Vuelta al Mundo, y puede ser, porque de tantas vueltas al mundo, arriba de Spilimbergo, en La Loma, vivía Carlos Alonso. Mirá vos. Que tiene nada menos que 95 años, pintor y dibujante, del cual ha heredado trazos, por ejemplo, Crist y con el que hace poco tiempo, hace un año o dos, hizo Carlos Presman un libro muy entrañable, Cuadernos de Anatomía de Alonso, que clamaba por la inclusión de Alonso en la Filmografía Universal de la Pintura, hablando en términos casi médicos. Mirá, qué cosa rara, ¿no? Bueno, eso es Unquillo, una cosa rara. Tan rara que en el centro propio de Unquillo, le dicen Doble Avenida San Martín. Bueno, a mí me parece una redundancia, porque si es avenida ya es doble, pero bueno, ¿qué va a hacer?, este pueblo es así. Por eso, tal vez, sea el pueblo de mis amores, o el lugar en mi mundo. 

Ahí, en Unquillo, nacieron los Teen Agers, antes que los Beatles, antes. Claro que después, cuando aparecieron los Beatles, los Teen Agers, los Santa Cruz, se hicieron admiradores de los Teen Agers, ¿cómo no? Y había como una especie de discrepancia del Bar El Ancla, en el pleno centro, donde ahora hay un banco (bueno, ese es el paso de los tiempos, los bares se transforman en bancos) y decía: Bar El Ancla, Un Bar Americano con ritmo de Ciudad. Que es lo que no teníamos ni de casualidad. Si todavía teníamos sulkys y esas cosas, ¿viste? Bueno, y había una red de altavoces, en postes de luces altísimos, que decían: "Comienza su transmisión de altavoces en la red de publicidad de Unquillo, con música y canciones que esperamos que sean del agrado de todos ustedes". Bueno, qué sé yo, a veces sí, a veces no. 

Ahí, en Unquillo, mirá, en la Vuelta al Mundo, justo en lo del Lino Eneas Spilimbergo, se realizó el Festival de los Cuatro Rumbos. Fue muy impresionante, fue una lástima que durara solamente un año y que no se repitiera, porque fue un exitazo. Tan exitazo que estuvieron, entre otros, por ejemplo, Ariel Ramírez y Atahualpa Yupanqui. ¿Qué te parece? ¿Poco? Y en un momento dado, cuando Daniel Toro, que también estuvo, claro, cantaba en el escenario Indiecito dormido, Héctor Roca, el primer cordobés que ganó un premio en Cosquín, le preguntó a Yupanqui qué le parecía. Yupanqui, con esa sorna que tenía, dice "Si sigue gritando así, me va a terminar despertándolo". ¿Viste vos? Bueno, así fue la cosa. En términos folclóricos no se puede uno olvidar de Gerardo López, la primera voz de Los Fronterizos, salteños, claro, que vivió y murió en Unquillo y cuya voz era casi la de un tenor lírico (sin casi) y que, además, tenía más potencia él que sus tres compañeros, entre los cuales estaba César Isella, el autor de Canción con Todos, o sea, era un grupazo, ¿no? O sea que ese pueblo, aunque sea en mi memoria, en mi nostalgia, en mi recuerdo, ha sido muy importante, muy importante. 

Creo que lo más importante de todo ocurrió más acá en el tiempo. Un poco más acá, ¿no?, cuando yo laburaba en La Voz del Interior, 82, por ahí, digamos. Y a Palito Ortega, el gran filósofo tucumano, se le dio por traer a Frank Sinatra a la Argentina. Bueno, en mi adolescencia yo había tenido un amigo del alma. Víctor Heredia lo plasmó en Tiernamente amigos. Yo lo acusé, entre comillas –que por radio no se ven– , de plagio, y nos reímos los dos. Una parte de la letra decía, "él perdió su fe y a veces nos telefoneamos. Ya no tiene gracia nuestra verborragia. Yo sigo montando sobre el mismo río. Él vendió sus sueños y acortó caminos". Y eso que canta la canción fue lo que ocurrió, en realidad. Ahí fue cuando el filósofo tucumano trajo a La Voz. Cuando yo trabajaba en La Voz del Interior. Mi amigo llamaba por teléfono para invitarme a ver a Sinatra en Buenos Aires. Él pagaba todo: los pasajes, las entradas, las salidas, las comidas, hasta las minas, y me dijo que me esperaba el jueves 19 en el aeropuerto Córdoba para irnos a la hora Caba. Cuando los parlantes invitaban a abordar el avión, mi amigo tuvo que subir solo. Mi amigo dije, bueno, ex amigo, porque se murió, entonces yo estaba caminando a solas por mi pueblo, mientras los parlantes de la red publicitaria de Unquillo atronaban con El árbol de la horca, de Frankie Lane. Hice de todo esto una crónica para el diario y la titulé Frank Sinatra murió en Unquillo. Víctor Stasyszyn, el mejor jefe periodístico que tuve y primera cara de la tele cordobesa, le agregó el cuándo, que quedó Cuando Frank Sinatra murió en Unquillo, para que no pareciera una noticia. A pesar de que eso era lo que era, una noticia. Habíamos matado a Frank. Todo esto fue para hacer ver que semejante título de La voz del Interior, en la dictadura, cuando faltaban cinco años para que apareciera el Página, era, claro, una cosa absolutamente imposible.



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