García y la máquina de escritura
Omar Hefling

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Cuando en esas tertulias culturales por azar o las caprichosas circunstancias surge el nombre de Gerardo Máximo García al destacar que disfruto de su amistad, noto inmediatamente que el interlocutor recula un pasito al estilo del boxeador japonés Naoya Inoue antes de atacar a sus rivales y noquearlos en menos de lo que cante un gallo; veo dibujarse un arqueo de cejas, un levantamiento conspicuo de las arrugas de la frente hasta que cae sobre mí la buluca del árbol de las preguntas, ¿Ud. lo conoce…? Lo trata? Disculpe, en todo caso el paciente debiera ser yo, no lo trato, comparto asados y horas animadas, vinos de por medio, hablando macanas. El interlocutor se va con la certeza de que ha tropezado con un mentiroso. Y aclaro, sé más de física cuántica que de psicoanálisis, imagínese lo que yo pueda aportar en una conversación con el doctor García, y le digo más hablamos, por ahí de algún libro pero, como todo el mundo sabe, tampoco ofrezco grandes destrezas.
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Lo que quiero decir es que Gerardo Máximo García ha escrito otro maravilloso libro: El rastro de una sombra sin nombre. HD (La construcción del cuerpo en el análisis y en la poética) Báez impresiones Abril 2025. Córdoba. Argentina.
En este texto, García pone a funcionar una máquina escritural, a propósito en una de esas reuniones me preguntaron si yo conocía a esa máquina, sus dimensiones y mentí, lo confieso, y dije que García me había invitado al taller que había escuchado el ruido extraño de su funcionamiento y hasta pude ver cómo García saltaba de un lado al otro del aparato apretando un botón acá, otro allá y cómo, por una bandeja, iban cayendo palabras y una serie de macanas del tipo.
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A García lo tenía visto de un libro revelador sobre el devastador universo machista en la cultura occidental: En torno al femicidio (De por qué algunos hombres consideran a las mujeres una calamidad) Ediciones Báez. Córdoba. Argentina. 2016.
Dice García que las condiciones del leer y el pensar nunca son inocentes. La idea de la máquina escritural se me ocurrió asociarla caprichosamente con La ciudad ausente de Ricardo Piglia. Allí Piglia recurre a Macedonio Fernández que desarrolla el proyecto de la máquina con la ayuda de un ingeniero experto en autómatas, gran parte del éxito de la máquina se debe al trabajo para desarrollar los mecanismos que le permiten construir recuerdos y narrarlos de tal manera que empiecen a ser verosímiles y más aún peligrosos para el Estado.
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En El rastro de una sombre sin nombre Gerardo Máximo García la máquina no se propone delatar a un estado opresor, esa máquina de narrar se pone en marcha en busca de las huellas que deja el dolor en un cuerpo entregado a la poesía, va por el dolor que padece la poeta para descifrar la construcción del cuerpo en el análisis y en la poética. Va por los rastros que ha dejado Hilda Doolitle desde que partió de su Pennsylvania natal hacia Europa, hasta la casa misma del papá del psicoanálisis Sigmund Freud.
La idea de máquina de escritura vale aclarar no va en el sentido de producción sino en la manera que el escritor interpola mundos, voces, hechos, reflexiones con la naturalidad de una costura perfecta casi como un artefacto construido con fragilidades que el viento empuja a rodar en la imaginación.
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Doolitle no tuvo al parecer una buena relación con su origen, con su lugar natal: "la gente debería pensar muy bien antes de llamar a un sitio Silvania". También la incomprensión padecida dentro de su familia es lo que bien observa Gerardo García como "un desdén cósmico que le advertía de su deriva hacia el interior de un territorio cenagoso. A una arquitectura de la soledad que no se curaría por el amor de un hombre ni por el amor de una mujer".
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El paisaje de Pennsylvania que ahogaba a Doolitle expresaba tal vez la asfixia de su hogar por una madre ultra religiosa y un padre que se oponía a su relación con Ezra Pound.
La maquinaria narrativa de García no se propone vulnerar un discurso sino desalojar el olvido sobre una poeta extraordinaria. Al dolor que la poesía le inscribe en el cuerpo (si usted me permite doctor). La lectura de este nuevo libro de Gerardo Máximo García nos propone una aventura, un discurrir entre la vida de una poeta, su relación con un poeta loco, sus amores con otras mujeres, su búsqueda por comprender algo más de su mundo que la deposita a las puertas del mismísimo Sigmund Freud mientras éste escribía lo que lo haría inmortal.
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Es la poesía la que lleva a García tras los pasos de Doolitle a Grecia, a Viena, siempre detrás de una huella, de una voz que articula a su vez con otras historias (voces).
Para poner en contexto el enigma de la tragedia que arrastra a Hilda Doolitle, para interpretar ese enigma García recurre a los últimos días de Homero tras la pretensión de ocultar y custodiar lo profundo.
La cita que ingresa García a su máquina escritural es la de una imagen: Homero se encuentra sentado sobre una roca a la orilla del mar y observa la aproximación de un grupo de jóvenes bulliciosos a los que interroga sobre la pesca, los muchachos se le ríen a Homero y le cantan "lo que hemos cogido lo hemos dejado y lo que no hemos cogido los traemos". Dice García que la expresión refiere a la cotidianidad, los pescadores hablaban de los piojos que llevaban en la cabeza. En principio Doolitle o mejor lo que García ve en la poeta es "ese objeto de la tradición familiar familiar es lo que no hemos visto ni atrapado porque lo llevamos con nosotros como piojos del pensamiento".

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Aunque la infelicidad nos persiga (el malestar de la cultura), siempre nos es grato hacer una recomendación, en este caso la lectura de este gran texto "El rastro de una sombra sin nombre" de Gerardo Máximo García.
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