Hotel Open 24/7: la peste, el encierro y la fragilidad humana
Baal Delupi

Durante noviembre, en el escenario de la Comedia Cordobesa, Hotel Open se presentó como una experiencia inmersiva que diluía los límites entre público y escena. La propuesta, dirigida por Gonzalo Tolosa, invitó a los espectadores a atravesar una frontera poco habitual: no a asistir, sino a participar; no a observar, sino a habitar un territorio de desolación y deseo, una suerte de purgatorio contemporáneo con cinco mujeres debatiéndose en entre el encierro, la culpa y la necesidad de una salida.
Inspirada libremente en textos de Albert Camus (El malentendido, La peste, El extranjero), la obra no busca adaptar sino reescribir, tensionar y expandir aquellas atmósferas existenciales que el autor francés supo condensar en su pregunta por el sentido. De ese diálogo con Camus emergen fragmentos, palabras, gestos, que funcionan como detonantes de una dramaturgia que cambia cada noche y en cada vínculo con el público. Porque Hotel Open no se representa: se actualiza, se contagia, se abre.
En ese espacio derruido, un hotel que parece suspendido en el tiempo, Gabriela Macheret, Victoria Monti, Patricia Rojo, Florencia Rubio y Gabriela Grosso encarnaron a mujeres atravesadas por la peste y la depresión, por la imposibilidad de salir y el deseo de seguir respirando. Afuera, el mundo se pudre; adentro, la vida se aferra a sí misma con la obstinación de lo inútil. El dolor se vuelve materia, la palabra se transforma en eco y la muerte (como en toda tragedia moderna) aparece como única forma de libertad.
El dispositivo escénico potenció esa sensación de asfixia y mutación constante: las luces diseñadas por Rafael Rodríguez y el paisaje sonoro de Luis Sánchez construyeron un clima de extrañeza que envolvía los cuerpos. El vestuario de Emilia Leonardi e Inés Bustos reforzaron el tono opresivo y poético de la puesta, mientras la fotografía para difusión de Horacio Korposs capturaba el instante en que el derrumbe se vuelve belleza. Hotel Open dura apenas setenta minutos, pero el tiempo que propone es otro: uno donde los fantasmas de la peste dialogan con las heridas de nuestro presente.
En esa zona de intersección entre la filosofía y el teatro, entre la soledad y el rito colectivo, la obra de Tolosa se afirma como una reflexión sensible y feroz sobre la condición humana. Una experiencia que, como toda peste, deja huella en quien se atreve a entrar.
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