Joaquín V. González: La regresión histórica 

Otra vez la "Ley del odio"

Jorge Torres Roggero

1.- Una vieja nube del odio

En estos días siento flotar sobre mi cabeza una nube tóxica: el odio. Armado de un video de estética nazi, el presidente de la nación ha emprendido una cruzada para extirpar el virus K. El episodio me transportó a la campaña electoral de 2019.

En ese momento, el presidente Macri incitaba a que lo voten "sin argumentos" en la próxima competencia electoral. ¿Qué pretendía? Sin duda, "fabricar" un sujeto acrítico, manipulable, vaciado de significados y sentimientos profundos, sometido a una ciega pulsión pasional cuyo componente básico era el odio y la zombificación del adversario. Cuando alguien propugna que no se necesitan argumentos, que no es necesario dar explicaciones, está agitando las raíces del odio. Los odiadores renuncian al don de analizar y pensar; les basta redoblar su esfuerzo en el odio, que como es ciego, no les dejará ver que en ese odio caen sus propios derechos y beneficios.

Por otra parte, el odio también suele ganar mentes supuestamente esclarecidas. En Infobae (06/08/19), veía que el escritor Marcelo Birmajer "respaldó las políticas del gobierno nacional y salió al cruce de las advertencias "irracionales" que hacían desde el peronismo sobre un nuevo triunfo de Mauricio Macri. "El kirchnerismo es un virus que corroe la inteligencia", declaró. El "virus de la inteligencia" es una apelación para destruir todo pensamiento disidente. Un virus es el mal, lo que debe ser aniquilado. Es como "extirpar" la excrecencia, la "grasa militante" (Prat Gay). El escritor dice eufemísticamente "kirchnerismo". En realidad, quiere decir "peronismo".

Para el intelectual subrogante de la oligarquía y el imperialismo, el peronismo es un recinto de barbarie, plebeyismo, irracionalidad, populismo. Por eso no es extraño que refuerce su "voto sin argumento" con una apelación a una autoridad extraña y amenazante: "El FMI y Donald Trump tienen una empatía mayor con Cambiemos que con el kirchnerismo", sostuvo Birmajer.

2.- Una ley histórica

Erdosain, el personaje artliano, hablaba de cierta atmósfera urbana que denominaba "zona de la angustia". Flotaba y se desplazaba a dos metros de altura sobre la superficie de las ciudades, penetrando murallas, como un gas venenoso. En estos días siento que esa nube es real, pero se trata, más bien, de "la zona del odio". Es, quizá, el colofón de un "mal que aqueja" a las minorías plutocráticas, y sus apéndices "ilustrados", desde el inicio  mismo de la patria: se llama "miedo al pueblo". Ese miedo ostenta una manifestación social regresiva: el odio. Por eso estas disquisiciones sobre la "ley del odio". El descubridor de esa "ley histórica" fue J. V. González, un riojano preocupado, dentro de sus contradicciones, por encontrar el advenimiento de la concordia y la fraternidad.

En efecto, puesto a desentrañar el sentido de nuestra historia, creyó encontrarlo en lo que él llamaba la "ley del odio": "Esa ley de nuestra historia que nos impide sentir como un solo corazón y es un "elemento morboso" que trabaja en el fondo del alma nacional desde el primer momento de la Revolución de Mayo" (Canal Feijóo, 262).

En Argentina, postula, alarma el persistente desarrollo de odios ancestrales y odios domésticos. En la lucha política no sólo se combate por la salud de la patria, sino por el aniquilamiento y exterminio del adversario: "la propaganda victoriosa, la actitud más aplaudida y más feliz, son las inspiradas en el odio y la ferocidad" (Vanossi, 287): "...en todas las esferas de nuestra sociedad, no hay más que la revelación del odio contrarrestando todos los buenos esfuerzos, malogrando todas las iniciativas fecundas y matando hasta las más grandes inspiraciones. Hay que matar el odio, porque es la enfermedad congénita del pueblo argentino" (en: Estudios de Historia Argentina).

La ley del odio según Joaquín V. González representa una idea de "regresión histórica". En el juego dialéctico de la "ley del odio" advierte dos factores reaccionarios: 1) Una dualidad categórica entre "clases dirigidas "(¿pueblo?) y "clases directivas" (¿oligarquía?); 2) Esa "antinomia completa" hace imposible la "conjunción y asociación de ideas y fuerzas" por la "diferencia de nivel y de planos".

Desde su visión intelectual muy marcada por el pensamiento anglosajón, ¿hace referencia a dos Argentinas, una popular (dirigida) y, otra destinada a mandar (directiva)? En otros términos, ¿propicia la sumisión del pueblo como salida?, ¿o propicia una regulación que logre la cooperación y el encuentro? En ese caso, es imposible una nación con explotadores y explotados.

Lo cierto es que Joaquín V. González insistía: "estamos enfermos de odio". Empecinado, se ponía a pensar el modo de resolver nuestras diferencias. Se preguntaba: "¿Será la moral, será la religión, será el arte, ese medio ambiente destinado a reconciliar las diferencias y las causas de lucha y exterminio entre los hombres y los ciudadanos?" (Canal Feijóo, 263).

Entonces clamaba: "auscúltense los corazones". Y llamaba a "volver a la primitiva sinceridad de la conciencia, a aceptar ciertas formas rituales, una especie de recogimiento religioso"; y a confesar que nos hallamos en una situación (recurría aquí a Tagore) en que "no nos amamos porque no nos comprendemos y no nos comprendemos porque no nos amamos" (cit.,263).

3.- Un argentino contradictorio

Como buen argentino, J. V. González era un hato de contradicciones. En efecto, se confesaba europeísta y anglófilo. Consideraba que, una vez eliminados "por diversas causas" los elementos "degenerativos e inadaptables" como el indio y el negro, quedaban "sólo los que llamamos mestizos por la mezcla de indios y blanco". Confiaba en que, una vez "suprimidos los elementos de degeneración o corrupción" que significaron "debilidad, agotamiento, extinción (...), falta de resistencia para el trabajo creador y reproductivo..., quedaba un producto selecto de sangre blanca pura o depurada".

Este darwinismo racista se contradice con el J. V. González creador y propulsor de un Código de Trabajo que, rechazado en el parlamento por socialistas y conservadores, recién vio concretarse sus sabias propuestas en las leyes sociales del coronel Perón y los derechos incorporados a la Constitución de 1949. José Ingenieros, criticando al "partido de Juan B. Justo por esa actitud, decía que eso "costará diez, veinte o cincuenta años de lucha para conseguir lo que ahora se combate". Y no se equivocó en su pronóstico. (Ramos, 1961, 296).

Recordemos que, para elaborar el proyecto de Código de Trabajo, J. V. González, ministro del interior de Roca, encomendó a Juan Bialet Massé (1968) un gigantesco estudio sobre el "estado de las clases obreras argentinas". En ese texto Bialet Massé demuestra que aquello que el riojano llamaba "elemento regresivo del criollo al gaucho" estaba dotado de extraordinaria facilidad para adaptarse a las máquinas y oficios modernos; y superaba en rendimiento al "europeo progresivo".

González, ya en 1892, al disertar en el Sociedad Tipográfica de Córdoba, anticipaba las grandes revoluciones sociales que "renuevan la savia y el espíritu de una época, comienzan su elaboración en el sentimiento, que se convierte en idea y en acción (...) Como senador, defendió la creación de la Universidad Nacional del Litoral. Su voto parece dar respuesta a ciertos políticos actuales: "...no hay que tener miedo de que haya más universidades". Recordemos que fue el primer presidente de la Universidad Nacional de La Plata y responsable de una organización académica de tendencia más progresista.

Joaquín V. González, argentino múltiple y contradictorio, en quien convivían "en concubinato anómalo", el traductor de Omar Khayyan, el anglófilo, el propulsor de un Código de Trabajo que se anticipó en cuarenta años a la legislación argentina, descubre, al fin, una práctica de la Patria fundada en la "tradición popular" que, transmitida de una generación a otra, es punto de apoyo del "drama social", es la urdimbre del telar de las contradicciones.

Postula, asimismo, que la belleza es el sustento de la justicia y la sabiduría. Por ello promovió, como Senador, una pensión para el poeta Almafuerte porque: "Los poetas son los sacerdotes de las naciones". ¿Por qué tienen que ser sinónimo de miseria, de privación y sufrimiento?: "Pueblo sin poesía es un cuerpo sin alma; pero ese pueblo no ha existido nunca, ni existirá en el futuro".

Quizá esta fe en una poética, en "el idioma del suelo", lo llevó bautizar con nombre quichua su refugio al pie del Famatina: Samay Huasi. El sentido místico de la patria, la tierra nativa como sede del "genium loci": "Nunca, dirá, pude desprenderme de esas tierras áridas, rocosas y erizadas de arbustos bravíos..." Soñé volver un día a vivir en ellas la vida de mi infancia, para cerrar yo también mi ciclo". Quizás, ese arraigo le hizo padecer la irrupción de la realidad en sus meditaciones. Por eso sentenció: "Toda estrella, vista a través de una lágrima, es una cruz."




Fuentes:

-Bialet Massé, Juan, 1968, El estado de las clases obreras argentinas a comienzos de siglo, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba

-Canal Feijóo, Bernardo, 1964, "Notas sobre filosofía en la doctrina de González". En: Amador, Félix de, et al., Joaquín V. González, homenaje en su centenario, Buenos Aires, Comisión de Homenaje. Las citas de Linares Quintana, Segundo V., Vanossi, Jorge Reinaldo, Amador Félix de, son de ese libro.

-González, Joaquín V., 1930, Estudios de Historia Argentina, Bs.As., Instituto Cultural Joaquín V. González

-Ramos, Jorge Abelardo, 1961, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Buenos Aires, La Reja



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