La Cañada: Para celebrar la mística, la historia y el encuentro
Santiago Pfleiderer
Existen símbolos que son inherentes a ciertos lugares, a su historia y a su idiosincrasia. Córdoba tiene los suyos, y uno de esos símbolos, sin dudas, es la Cañada.
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Conocemos a la Cañada como el encauzamiento del viejo arroyo que lleva su nombre, esos murallones de piedra y puentes que desde la avenida Tronador (en barrio Parque Capital) hasta la calle Humberto 1° resguarda que el agua de las abundantes lluvias veraniegas no desborde y cause estragos en el centro de la ciudad, como ya ha ocurrido décadas atrás. El agua encajonada así evita arrasar en el pozo céntrico, y ve el fin de su cauce en el Río Suquía.
La construcción actual data de 1944, pero el antiguo Calicanto –hecho de canto rodado y cal- data de 1671, y sólo contenía el agua embravecida en un corto trayecto de lo que hoy es barrio Güemes, Observatorio y el Centro, cuando un buen trecho del arroyo aún corría por la actual calle Belgrano y no por Marcelo T. de Alvear.
La cosa es que la Cañada, tal como la conocemos, este 2024 cumplió ochenta años en la memoria visual y emotiva de los cordobeses y de quienes la transitaron. Ya es un paisaje habitual para muchos verla de día e iluminada de noche, y es un ritual recorrer sus veredas en busca de un trago o de algo para comer.
Esos murallones de piedra y sus reductos noctámbulos aledaños han sido –y lo siguen siendo- testigos infalibles de miles de historias de amor, de besos arrebatados, declaraciones extraviadas y de adioses que se fueron con el viento. Pero también son el reservorio histórico de infinidad de reuniones, encuentros y reencuentros, y de la memoria histórica y emotiva de luchas sociales, cosa que sabemos que -a pesar de algunas coyunturas- los cordobeses llevamos su ADN en la sangre.
Generalmente se tiende a ubicar a la movida nocturna de "la Cañada" en el punto neurálgico de Bv. San Juan esquina Marcelo T. de Alvear, pero la realidad es que desde hace ya muchos años el corredor nos invita a deambular desde la avenida Pueyrredón hasta la calle Rioja, donde existen más de 60 locales gastronómicos; la Cañada se ha convertido en uno de los núcleos de reunión más explotados de la noche y del centro cordobés.
Pero no toda La Cañada se reduce a bares. Esta porción de Córdoba y de Güemes, el barrio que la cobija, tienen una historia digna de ser contada por ser parte de uno de los barrios más excitantes, tradicionales y complejos de la ciudad de Córdoba: el abrojal, el barrio de Cristino Tapia y del Cabeza Colorada. El barrio Güemes siempre se caracterizó por su aire de bohemia que continúa hasta el día de hoy. Barrio de ex conventillos, de cuchillos y malandraje, de antiguas prostitutas, de rateros, de artesanos y bohemia, de músicos callejeros y de panes rellenos. Barrio de paredones rosados, de peladas y de fantasmas.
A finales del siglo XIX lo que hoy es barrio Observatorio, Güemes, Nueva Córdoba, San Vicente, eran zonas alejadas del Centro, la ciudad se acababa a las pocas cuadras y la cosa se ponía complicada. Los bordes del sur de la Cañada eran un gran estacionamiento de carros cargados de mercadería que venían de otras ciudades, y el arroyo corría por la actual calle Belgrano. En las cuadras aledañas proliferaban los burdeles, el folklore y el paso doble. De noche los malandrines robaban para irse a buscar placeres terrenales y a tomar un vaso de vino. Muchas noches el barro y la bosta de los caballos se fundían con el olor de la sangre.
En esa época las leyendas populares se confundían con la tradición religiosa, el ocultismo y el esoterismo, y las mentes puritanas veían duendes y fantasmas por todos lados. La cosa es que por esos años nació la leyenda de la Pelada de la Cañada. En los primeros años del siglo XX sólo había algunos ranchos en las riberas del arroyo y temprano, la gente, luego de la misa, se guardaba en sus casas. La Pelada de la Cañada llegó para generar terror por un par de décadas en toda la zona del Calicanto. Incluso la policía –a caballos y de a pares- se negaba a andar por el lugar cuando caía el sol. Las callecitas eran alumbradas por unos farolitos a gas de carburo de calcio, y este misterioso ser se les aparecía llorando a hombres desprevenidos y malandras.
Entre las actuales calles Belgrano, Laprida, Marcelo T. de Alvear y Achával Rodríguez se encuentra el mítico Paseo de las Artes que es, quizá, la feria de artesanías más reconocida de Córdoba. Artesanos de todas partes del país y de distintos lugares del mundo llegan para ganarse un puesto en la feria y exponer allí sus trabajos. Pero esa gran plaza seca de adoquines, fuentes, faroles y casas rosadas tiene una historia digna de ser contada.
El barrio Güemes –antiguamente llamado Pueblo Nuevo-era parte de los márgenes de la ciudad; la zona era un gran rancherío y sus habitantes sufrían serios problemas con las inundaciones de la Cañada, a los que se sumaba la falta de control de enfermedades como la tuberculosis que, a finales del siglo XIX, afectaba a la población. Entonces, a comienzos de la década de 1880, el intendente Luis Revol decidió construir, en dos grandes manzanas, ochenta y cuatro viviendas de alquiler para la clase trabajadora y para aquellos que presentaran Certificado de Pobreza. Alrededor de estas construcciones se fueron levantando más casas y los ranchos fueron desapareciendo, así Pueblo Nuevo fue creciendo y la ciudad hacia el sur también. Pero con el paso de los años, el abandono y la falta de mantenimiento, las casas comenzaron a sufrir serios desgastes, y ya en 1979 la Municipalidad decidió demoler las construcciones. Pero el arquitecto Miguel Ángel Roca hizo detener el derrumbe de las casas obreras para revalorizarlas y refuncionalizar las antiguas y pintorescas viviendas de color rosado. Fue así que en el año 1981 se construyó el Paseo de las Artes utilizando el patio de una de las dos grandes manzanas. Hoy lo que queda de sus estructuras funciona como oficinas y espacios culturales.
Güemes y la Cañada mantienen una gran locura y una mística más que vigente. Aún hoy existen personajes que deberían convertirse en leyendas urbanas.
En la Cañada podemos deambular entre casas de antigüedades, bares, susurradores de poemas, vendedores de panes rellenos, músicos callejeros, artesanos y personajes de todo tipo que inundan las calles de Güemes cada fin de semana para resignificar la histórica bohemia de un barrio lleno de mitos viejos y vivientes.
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