La herencia
Para Gerónimo Funes y Daniel Arroñade
Luis Eliseo Altamira
Con mi mujer andábamos con ganas de hacernos una casa de fin de semana en un terreno que teníamos en La Rancherita. El problema principal era el agua: había que cavar para encontrarla y, ¿quién nos podía asegurar que la encontraríamos?
Hablando de esto con un amigo, me dijo que él tenía agua de pozo en su casa. Se la había encontrado un tal Bernardo Ponce, un rabdomante de Rafael García. Con una vara de mimbre le había marcado el lugar y con un reloj de bolsillo, los metros que había que cavar. Un pocero le halló después el agua en el lugar y a la profundidad indicada por el tipo.
Fui a verlo. Era un criollo alto, calmo, de hombros caídos. Tendría unos setenta años, aproximadamente. Me preguntó dónde quedaba el terreno. Le dije. Comencé a explicarle las características y me interrumpió:
- Sí, conozco la zona…
Y se quedó pensativo.
- ¿Qué pasa? – le pregunté - ¿Tiene mucho trabajo?
- No es eso…
- ¿Y entonces?
- Y… La posibilidad de que usted no encuentre el agua ya ha empezado a mortificarme… Fíjese lo que le digo: todavía no he decidido si le voy a aceptar el trabajo y ya la estoy sintiendo.
- ¿Y por qué lo hace, entonces? Digo, si lo pone tan mal…
- Porque la fe que tengo en eso me obliga.
Pensé que no debía ser tanta la fe, pero no dije nada.
- ¿Hubo veces que no se encontró? – pregunté.
- ¿El qué?
- El agua.
- Todas las veces que marqué, se encontró.
- ¿Siempre?
- Sí.
Y agregó:
- Antes no hubiera creído. Como usted, ahora. Pero no lo culpo; de no haber estado aquella vez en el campo de los Martínez Paz, tampoco lo creería.
Y entonces me contó.
*
Fue en el campo de los Martínez Paz, que queda pasando el cerro de las canteras. Habíamos iniciado una plantación de nogales, de álamos, perspectivas para un criadero de gallinas, de cerdos. En fin, una granja. Y nos encontramos con que había un pozo que tenía agua, pero enseguida se nos acababa.
Hubo una reunión y un tal Schieroni dijo: "Yo conozco un hombre en el norte, un austríaco que estuvo en la guerra del 14, que tenía la misión de surtir de agua a las retaguardias. Y allá, en el norte, ha marcado muchos pozos y ha andado bien". Algunos de los que estaban dijeron que el tipo la buscaba con una vara de mimbre, otros con un reloj de plata suspendido de una cadena. Dijeron diferentes opiniones. Y yo escuchaba.
Y bueno, como hablaron de un reloj de plata, yo me acordé de mi padre, que tenía uno, y fui y se lo pedí. Movido por el deseo de encontrar el agua. El caso es que, cuando los muchachos terminaron el trabajo de desmonte, yo salí a caminar, a ver si en alguna parte el reloj me hacía algún movimiento. Ahí no llevaba la vara de mimbre, no conocía este trabajo, no conocía nada.
Entonces hubo una parte en que el reloj se movió despacito. Y bueno, decía yo; miraba para todas partes y decía: "¿Lo moveré yo? ¿Estaré sugestionado?". Quería estar en seguridad de lo que hacía.
Seguí caminando, a ver si hacía un movimiento más grande. Y al llegar al fondo del campo, ¡ahí me trabajó en forma violenta! Yo pensaba: "Estoy sugestionado, estoy moviendo el reloj…". Y volvía a probar. ¡Y cada vez se volvía a repetir, se volvía a repetir, nomás! Agarré, puse un montón de piedras ahí y me fui.
Cuando llegó el austríaco, él ya venía con la vara de mimbre y el reloj, trabajaba con las dos cosas. Y empezó a caminar con la vara apuntando hacia el cielo y yo lo acompañé. Cuando la vara se le torcía hacia abajo, él me decía: "Acá hay una corriente de agua". Entonces sacaba el reloj y lo dejaba suspendido de la cadena, para medir el caudal y la profundidad a la que podía estar. Y decía: "No sirve, no sirve, no sirve".
Cuando llegamos al fondo del campo, le digo: "¿Por qué no se fija en ese montón de piedras?" Entonces me mira a mí, como diciendo: "Usted me ha llamado para qué, si tiene marcado acá…". "Mire", le explico. "Me pasó esto y esto. Se conversó sobre usted, yo no creía, ni sabía. Pero de la necesidad, de la desesperación de ver el agua, he hecho esto".
Entonces él caminó hasta ahí, el mimbre se le invirtió y después el reloj le giró violentamente. Entonces se da vuelta y me dice: "¡Usted me ha llamado al pedo!". Molesto. Después el enojo se le pasó y me dijo: "Venga, yo le voy a enseñar a trabajar". Y me enseñó.
Mi primer trabajo se lo hice a un ingeniero amigo, de Lozada. El me llevó bajo su riesgo. Le digo: "Mirá, yo no tengo experiencia en esto, yo sé que cavar un pozo cuesta mucho. No te puedo hacer un gasto inútil". "Vos - dice - vas. Yo me hago cargo". Y bueno, yo mañereé, mañereé hasta que al último me llevó, nomás.
Yo sabía que en esa zona los pozos son de noventa, cien y pico de metros. Pozos profundos, todos. ¡Y se lo marqué a los 46 metros exactos! Y agua buena. Cuando él me dijo, me quedé helado. ¡Y bueno, ya me vino otro trabajo más! Hice dos trabajos con la profundidad exacta. Y ya pensé que yo no podía seguir trabajando así. Porque digo yo: cuando no dé esa profundidad de agua, ¿qué va a pensar esa gente? Que soy un charlatán, que soy un macanero. Entonces, yo ya no quería saber nada.
Pero el constante requerimiento de la gente – y el saber de su necesidad (lo que es que te falte el agua), sumado a haberla encontrado siempre - no me ha permitido dejar este trabajo…
*
Ponce me pidió un par de días para pensarlo y al final me dijo que no.
- Ni gratis... Lo he considerado porque Daniel me habló, me dijo que usted es amigo y yo a él le debo muchos favores. Pero ya no tolero convivir con esa mortificación. Me ataca durante el trabajo, después que finalizo, cuando estoy durmiendo, al despertarme... No. Lo único, puedo enseñarle a manejar la vara y el reloj. El resto, dependerá de sus condiciones, de su deseo de encontrar el agua.
*
Anduve bien. Encontré agua en mi terreno y empecé a hacer trabajos para otros. Hasta que la posibilidad de no encontrar el agua comenzó también a mortificarme.
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Aún sigo sin saberlo.
Hermosa historia.
- Adriana Zivkovich: Vívida y real. Se camina el lugar, muy buen relato. Felicitaciones!
- Mario Saieg: Otro cuento sorprendente de Luis Altamira, es didáctico y a la vez misterioso. Basado en hechos reales que parecen mágicos. Es un cuento compacto y ambientado paisaje que creemos conocer o haber soñado.
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