La jactancia de los ignoritos

10.03.2024

Jactarse de la ignorancia fingiendo saber algo se acerca demasiado a la obscenidad.

Lo obsceno, del griego aidoion, obscenus en latín, designaba las partes vergonzosas que el pudor nos lleva a ocultar. Como indica su etimología, es aquello que quedó "fuera de escena".

Disimular nuestra ignorancia con cierto pudor habla al menos de que todavía conservamos algo de dignidad.


Omar Hefling

@CDD20
@CDD20

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Las hordas de ultraderecha que pululan en el mundo y, como ocurre en este país, hasta llegan a gobernar, carecen de pudor en cuánto a la ignorancia que barruntan por lo menos desde cómo se percibe la carencia total de capacidad para argumentar o defender cualquier idiotez.

Benditos tiempos neoliberales.

Todas las acciones de poder, desde gobierno o empresas privadas desde las concepciones neoliberales, se basan en un principio de saqueo ya sea del mismo estado o a través de él y de cada bolsillo del padeciente pueblo argentino.

La extrema derecha quiere cambiar el mundo poniendo en mano de corporaciones, empresas ultra concentradas y monopólicas, ese devenir venturoso. Lo preocupante de este escenario es que hay mucha gente que está convencida de que eso es lo que el mundo necesita.

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Si queremos una conclusión de todo lo expuesto aquí, digamos que la vulgaridad está muy emparentada con la ignorancia. La obscenidad, en cambio, es producto de la decisión de una persona, aunque se haga llamar culta. El cosmógrafo astrónomo y varias cosas más Carl Sagan vio venir estos días, aunque no fue el único en anticipar estos tiempos violentos donde multitudes nos jactamos de nuestra ignorancia.

Perder la noción de nuestra insignificancia nos está llevando a tomar las peores decisiones.

Sagan escribió hace mucho lo siguiente, un texto que llamó "Celebración de la ignorancia":

"La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar. Tengo un presagio de la época de mis hijos o mis nietos, cuando Estados Unidos sea una economía de servicios e información; cuando casi todas las principales industrias manufactureras se hayan ido a otros países; cuando los increíbles poderes tecnológicos estén en manos de muy pocos, y nadie que represente el interés público pueda si quiera comprender los problemas; cuando la gente haya perdido la capacidad de establecer sus propias agendas o cuestionar sabiamente a los que tienen autoridad; cuando, abrazados a nuestras bolas de cristal y consultando nerviosamente nuestros horóscopos, con nuestras facultades críticas en declive, incapaces de distinguir entre lo que se siente bien y lo que es verdad, nos deslicemos de vuelta, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad (…) La caída en la estupidez de Norteamérica se hace evidente principalmente en la lenta decadencia del contenido de los medios de comunicación, de enorme influencia, las cuñas de sonido de treinta segundos (ahora reducidas a diez o menos), la programación de nivel ínfimo, las crédulas presentaciones de pseudociencia y superstición, pero sobre todo en una especie de celebración de la ignorancia."

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Una publicidad televisiva sobre un automóvil nos induce a pensar que efectivamente un perro puede conducir esa proeza mecánica. Eso en todo caso no está mal, pero lo que sí nos hace sospechar de nuestra salud mental, tal vez producto de una subjetividad formateada en el campo digital, en el consumo impuesto desde redes sociales y otros formatos, es que en verdad mucha gente termine creyendo que un perro puede conducir un automóvil guiado desde Uber.

Sospecho que infantilizar nuestra percepción de las cosas no ha sido un objetivo casual. Nunca como en este tiempo han proliferado tantos animalitos parlantes en las animaciones maravillosas de Marvel, Pixar, Disney, donde todos los animalitos hablan, los árboles, los objetos también.

Sospecho que nos han distorsionado de tal modo la realidad que hoy hemos naturalizado que todos los animales hablen no digamos en sentido metafórico, y que también lo haga todo tipo de objeto.

Por lo que sabemos hasta ahora solo los loros logran articular algunas palabras y en el plano ficcional, Mendieta, el perro de Inodoro Pereyra, la criatura creada por el Negro Roberto Fontanarrosa. No incluiremos aquí al cuervo de Edgar Alan Poe a quién Jorge Luis Borges puso en duda, para el autor del Aleph ese famoso cuervo no era otra cosa que un loro.

Lo cierto es que así el sujeto que cree vivir un mundo hiperconectado acaba viviendo en el reino de una sociedad del aislamiento.

El filósofo italiano Franco Bifo Berardi, (Fenomenología del fin/ Sensibilidad y mutación conectiva) dijo que las redes no crean comunidad.

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El filósofo coreano Byung Chul Han, en su libro Capitalismo y pulsión de muerte reflexiona sobre los ultraderechistas que agreden a los refugiados (en Europa) y que recurren sin ningún recato a la violencia, se manifiestan justamente, como diría Emmanuel Kant, «la brutalidad, la tosquedad y la degradación bestial de la humanidad».

Eso hemos elegido en pos de un cambio.

Y andando y andando llegamos hasta aquí.

A estos personajes ridículos y perversos primero los mirábamos de lejos, perplejos, asombrados.

Pasamos por alto a Margaret Thacher a la musa inspiradora de este titán de pelotero parafraseando a Jorge Asís, la señora que habló por primera vez del fin de las oportunidades "no hay otra salida, el único camino es este" el salmo preferido de los ultraneoliberales.

Más acá en el tiempo aparece Donald Trump y comienza a bajar por la América toda el canto de miseria que los pueblos no vimos venir con claridad. Ahora el inefable Donald es un patriota de fuste al lado de estos muñecos regionales que las corporaciones mineras ya mismo piensan en ofrecer en el mercado en diversos modos peluches.

Y de pronto "golpearon" y apareció el mesías. Frontera de por medio se nos presentaba Jair Bolsonaro un payaso peligroso y elemental, de esos que aparecen en videos que asustan a la gente en el Canal 26 los sábados a la noche.

Y de pronto de meros espectadores pasamos a ser protagonistas.

En escena surge el chico de la motosierra.

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El alien estaba en nosotros.

Y de pronto el coso de la motosierra derrapa una y otra vez, siembra en su camino una barbaridad tras otra, una burrada tras otra, pensamientos retrógrados que lejos del rechazo generalizado genera avalanchas de reconocimientos. Citas inexactas, datos mentirosos mientras el gran pueblo festeja tal grado de desatino. Y llega al paroxismo con sus percepciones sobre el maldito comunismo, sobre el perverso mundo colectivista.

En este sentido el sociólogo Daniel Alvaro señala: "En verdad, poco importa si la idea que tiene Milei del comunismo se corresponde con lo que esa palabra todavía es capaz de nombrar. Para el caso, su concepción del comunismo es tan anacrónica, y por lo demás inexacta, como su percepción del capitalismo de libre mercado".

En semejante coyuntura, tal vez no sea inútil recordar la definición de comunismo a la vez simple y potente que proponía el filósofo y activista Toni Negri en una entrevista reciente, poco tiempo antes de morir: "El comunismo es una pasión colectiva alegre, ética y política que lucha contra la trinidad de la propiedad, las fronteras y el capital".

Mientras tanto nos deslizamos hacia el abismo por el tobogán de la vaguedad, un campo abierto a cualquier interpretación.

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Hay en estos muchachos que gobiernan cierta religiosidad por el mercado. Una actitud religiosa.

Sobre tal asunto Walter Benjamin tiene mucho para decir, en su ensayo escrito en 1921 El capitalismo como religión, señala:

"En el Capitalismo hay que ver una religión. Esto significa que el Capitalismo sirve esencialmente para satisfacer las mismas necesidades, tormentos o inquietudes a las que antaño daban respuesta las llamadas religiones."

Para el filósofo coreano, la humanidad posiblemente haya alcanzado aquel punto en el que ella experimenta su propia destrucción como un goce estético. Lo que Walter Benjamin dijo en su momento sobre el fascismo se puede aplicar hoy al capitalismo. Esa estructura religiosa del Capitalismo no es sólo similar a "una imagen de estilo religioso" (así pensaba Max Weber), sino "un fenómeno esencialmente religioso". Pero si hoy intentáramos dar la prueba de esa estructura religiosa del Capitalismo, acabaríamos en el callejón sin salida de una polémica universal y desmesurada. No podemos abarcar la red en la que estamos; pero más tarde nos daremos cuenta.

En varios de estos procesos, sobre todo los más recientes, el gobierno de Bolsonaro y el de nuestro destructor naciente prospera un sentimiento peligroso, la jactancia de la ignorancia.

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Si partimos desde una definición simple todos somos ignorantes. Apenas a veces tenemos algunos conocimientos de alguna materia, que en general ese conocimiento sobre algo determinado nos hace consciente tristemente para nuestro orgullo que reconocernos ignorantes es la única opción que nos queda.

Premisa que parece que no es valorada por lo menos para los sectores más radicalizados de la derecha que hoy lamentablemente nos desgobierna. Parece reinar aquí cierta ostentación por la ignorancia, de ahí suponemos que surja tanto desprecio por la cultura, por los artistas.

Ya para Theodor Adorno las identidades -se refería al hecho de reconocerse como alemán- significaban un compromiso con la humanidad que rompe radicalmente con el capitalismo. Esa identidad era lo opuesto al mercado y el capitalismo. Algo que en sentido contrario estaba sucediendo en Estados Unidos, motivo de su decadencia.

En ese sentido Byun Chul Han indica que es así como la globalización elimina violentamente todas las diferencias regionales para acelerar la circulación de capital y comunicación.

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Precisamente en vista de la violencia de una globalización que todo lo iguala se suscita la nostalgia de una identidad.

En estos días salvajes de manifestaciones de pensamiento retrógrado, de espíritu reaccionario, nuestros libertarios celebran la ignorancia y se jactan por ello creyéndose superiores y uno percibe que no es más que una patrulla perdida tras una vanguardia que viene al galope en un caballito criollo desde el siglo XIX.

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Para finalizar no deja de ser inquietante el planteo del filósofo coreano ¿Por qué el sistema de gobierno neoliberal es tan estable? ¿Por qué encuentra tan pocas resistencias? ¿Por qué todas ellas resultan ser ineficaces? ¿Por qué hoy no es posible ninguna revolución a pesar de la desigualdad cada vez mayor entre ricos y pobres? Para explicarlo es necesario entender con más precisión cómo funcionan hoy el poder y el gobierno. Quien quiere instalar un nuevo sistema de gobierno tiene que eliminar la resistencia. Eso se puede decir también del sistema de gobierno neoliberal. Para introducir un nuevo sistema de gobierno es necesario un poder que lo instaure y que a menudo recurrirá a la violencia.

Para todo este cóctel destructivo se necesitan las premisas de Benjamin en Capitalismo como Religión, hoy es posible reconocer tres rasgos de esa estructura religiosa del Capitalismo: a) El capitalismo como una religión puramente de culto sin teología dogmática; b) un culto de duración permanente sin tregua y sin piedad; c) especialmente se trata de un culto culpabilizador. El Capitalismo es quizás el primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizador.

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Y, por último, chicos tomen la merienda y no falten a clase.




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