Las cuarenta estaciones

Gabriel Abalos


Las estaciones es el título de la primera novela de Mónica Flores, recientemente publicada por el sello local Editorial Babel. En esta obra autobiográfica la autora -nacida en Córdoba en 1954- logra ovillar su experiencia, su contexto histórico, la vida interior que se desarrolla a través de diversos momentos de su historia, marcada de manera temprana por la herida de la dictadura, en 1976. Los ideales y sobre todo el amor la enfrentaron a un quiebre traumático original, algo que se ha vuelto tan lamentablemente común y persiste en un mundo que renueva una y otra vez su impiedad.

Historiadora y poeta, entre otros saberes, encaró el relato de su tránsito como generación y en particular como mujer, poniendo poesía en las heridas, crónica en la sucesión de los años que recorre el texto, pinceladas de tiempos paralelos, capacidad de narrar y describir con tersura los lugares, sensaciones y colores; y autoanálisis en cada estación de su vida. La obra se sustenta en la búsqueda del sentido del yo, una tendencia humana universal, poder explicarse a sí misma en la trama de los años. Poder asimismo transigir con el mecanismo social de esos años vividos, y soltar las culpas, dar un peso propio a cada estación, a las emociones, a las tribulaciones, a los hechos.

El timón de la vida, del relato

"¿Quién ha sujetado el timón desde entonces?" Se pregunta la voz que enuncia este relato. La voz que enuncia es de la autora, pero ¿lo es también la experiencia que relata esa voz? Básicamente sí. No es un intento de autoficción, ni se trata de divertir, ni de entretener a nadie. Hay el sentido de escribir (el esfuerzo de escribir). Se trata de una acción personal que, como todo hecho artístico, está dirigida al tiempo, o a algo por lo menos tan trascendente ante lo cual podamos y debamos prosternarnos. Sin ignorar que puede tratarse también de una creación humana.

Quién ha sujetado el timón de la historia, es lo que se pregunta la autora de esta novela (leí en la contratapa que también pudiera considerarse una colección de relatos autobiográficos), ya que, aunque lo intente ella, o lo hagamos nosotros, nuestro timón es como de juguete, mientras que otro u otra es quien conduce el de verdad. Otra pregunta surge de la garganta de quien emite del relato, como si muchas habitasen dentro de ella, referida a quién de ellas ha sido capaz de tomar el timón: "¿Cuál que no haya transitado con un dolor ligero pero pertinaz su paso por cada una de las estaciones?"

Tal vez el dolor buscaba los brazos que lo acogieran y, entre las estaciones de la vida, cobra fuerza la búsqueda del amor. "Por la estación del amor, una y otra vez, palpando el nudo de la madera, atenta a lo rudo, a lo áspero, a lo que empieza a astillarse, a lo que ya no la conmueve, ni la enamora, ni la divierte, hasta que cambian las hojas y otra vez recomienza el ciclo." Las estaciones sí son, también, las mismas que inspiraron a Vivaldi y otros.

Escritura de mujer

Las líneas que acabamos de citar son menos narrativas que explicativas -aunque no menos poéticas-, sugieren algo que solo puede ser el toque femenino. Esos dedos sobre lo áspero, sobre lo astillado, son dedos de mujer tallando caricias sobre la tosquedad, tal vez la patriarcal. Pero no se trata solo de eso. Es, además, una historia de partos en condiciones de precariedad existencial, una experiencia de mujer en tiempos enemigos, que debe despedirse -con su hijo en brazos- con un último beso de su amor que era llevado al matadero; una mujer que debe emprender el exilio, y los episodios tienen más tropiezos por ser mujer, y sus respuestas deben superponerse y ser más bravas, por ser mujer. Y enamorarse otra vez y volver a ser madre, pues es mujer, y buscar en toda esa deriva la felicidad, el hogar perdido, el que no alcanzó a tener, por ser mujer, y el hogar original, de hija, donde nunca se hablaba de las emociones relativas al amor. "Las estaciones" es una novela femenina, con voz femenina, y logra transmitirnos sus vivencias y sus formas de orientar la barca, de retomar en lo posible el timón de su vida, de la de sus hijos. En ese proceso, esa mujer, una mujer independiente, que puede tomar decisiones y las toma, aun con su dolor ligero pero pertinaz, recorre las estaciones y se aferra al timón como puede, pero lo hace, aunque no por eso se borran los dolores habidos. Quedan las cicatrices de ser, precisamente, mujer.

Un excurso sobre eso llamado tiempo

Las operaciones con la memoria y con el pasado son de interés principal, ya sea que se hagan a la distancia o con el día a día encima. El tema echa raíces en cuestiones filosóficas. También psicoanalíticas, si se atiende a un cruzamiento entre la teoría freudiana, la lacaniana y la visión del tiempo en Heidegger (filósofo extraordinario que floreció lamentablemente a la sombra del nazismo). La cuestión se refiere a temáticas que ignoro bastante bien, pero trataremos de entenderlas a la vez que las exponemos. Heidegger intenta desempañar la percepción del "tiempo original", en el que se pueden analizar múltiples posibilidades, las que han sido, las que se proyectaron al futuro, las que le dan forma al presente. Heidegger formula que es posible trascender el nivel de atención cotidiano que se tiene de la experiencia de la temporalidad, y proyectar su poder al futuro. Según su abordaje, esa es la temporalidad que configura el propio presente, y que habilita traer el pasado hasta el hoy.

No desgajada de la concepción del tiempo en Heidegger, otra rama del problema se abre a Freud y a Lacan. El segundo descubrió, aisló y extrajo un concepto del primero: halló como una perla el concepto freudiano de nachträglich que traduce como après-coup. Este concepto de Freud designa una forma de retrosignificación, es decir una comprensión tardía y retrospectiva, que Lacan aplica a la terapia: según el après-coup, "el trauma se implica en el síntoma, muestra una estructura temporal de un orden más elevado"(1). Para Lacan, en lugar de tratarse de una historia que se dispone como un símil "geológico", como capas pasadas que requerirían una arqueología para su abordaje, prefiere esta concepción del tiempo según la cual el presente contiene todo lo necesario para un tratamiento, "pues es desde allí que se resignifica tanto el pasado como el futuro".

Los desvíos para encontrar el yo

Esas ideas son valiosas para pensar estas exploraciones de la temporalidad, como puede hacerlo una novela que, al relatar el pasado, lo coloca en un lugar diferente, como si sacase a airear los hechos fuera de sus moldes mantenidos en el tiempo, presas de una conciencia situada dentro de sus propios alcances, en su horizonte inmediato, la cual ha aplicado juicios y definiciones que, buceando en el propio significado, adquirieron un viso definitivo.

"Reescribir" la historia permite esas operaciones con los ídolos del pasado, y también palpar aquello que no se puede cambiar. Los hitos del camino. Las piedras que lo demarcan.

En su búsqueda, Mónica Flores pone en juego algunos dispositivos explícitos, como el uso de la primera y la tercera persona para narrar el trayecto de un mismo aparente yo. Por supuesto, no lo es. Es otro yo. La voz que enuncia es otra. En un capítulo en particular, titulado "Plaza de la memoria", ambas personas conviven, no en forma simultánea, sino sucesiva. La tercera persona, la que nombra a la protagonista como Diana cada vez que elige hablar de ella con esa especie de distancia, en lugar de yo, se presenta en itálica. En los demás capítulos, las personas se relevan una a otra, "se ven de afuera o desde dentro", lo cual refresca la narrativa. Lo que más importa es lo que queda, esa "retrosignificación" de los hechos a través del relato. Los cambios de la voz enunciante y del punto de vista, no hieren de ninguna manera la continuidad ni la significación de la historia narrada.

Los planos de la memoria

Otro dispositivo del libro es el "programa" narrativo, que se detiene en estaciones de un recorrido porque no puede pasar de largo ante ellas. El padre poeta, la madre farmacéutica, los ancestros, la escuela secundaria, las amigas, los amores, los exilios, los viajes, los nietos, los reencuentros, las muertes, las pérdidas, y un relato que no se detiene ante el presente. El hoy -el largo hoy- no es el sentido propiamente dicho, no es el sentido del punto de arribo y revelación, del descanso y la iluminación. El hoy es la vida que sigue, con sus misterios, sus promesas, sus amenazas, pero el yo ha logrado llegar aquí con lo vivido y lo aprendido. Aunque digamos hoy, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. La novela es el fruto reconocible y mérito absoluto de la autora. Es un objeto, un artefacto, como se ha dado en decir por estos años. Su materialidad es un logro del oficio de atrapar significados en el humo de la memoria. Hacerse un plan, detenerse ante los propios miedos, seguir hacia adelante, en la escritura como en la vida.

El proceso es inherente a la humanidad. A las voces de mujeres de las generaciones más nuevas, las que están amasando un nuevo imaginario y una nueva mentalidad que nos atañe a todes, no debe faltarles la voz de una generación anterior -me atrevo a decir que se trata de mi propia generación-, que se ha sumado hoy mismo. Una voz contemporánea como la de Mónica Flores, que ha contado sin epopeya lo que no se vivió como tal, haciendo de esta operación de rozar los dolores de la mala hora una transmutación, un signo de resistencia y a la vez una obra de escritura sincera y descripción precisa, como si el texto hubiese salido afuera con naturalidad, porque simplemente era su hora y sabemos que el tiempo no le teme a la buena literatura.


(1)  Federico Ludueña, "El aprѐs-coup y el concepto del tiempo". XVIII Jornadas de Investigación, Séptimo Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología – UBA, 2011.




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