Las tres vidas de Hohberg
Arturo Jaimez Lucchetta
Cordobés de Alejo Ledesma, canterano de Rosario Central y consagrado en Peñarol de Montevideo, Juan Eduardo Hohberg fue uno de los más grandes futbolistas de la historia de Uruguay. Jugó para la Selección uruguaya en la Copa del Mundo de Suiza 1954, dirigió a la Celeste en México 1970 y Argentina 1978. Por su capacidad goleadora, por su portento físico y por su remate fulminante, fue apodado "el Verdugo".
Pero no fueron sus 277 goles en algo más de 300 partidos oficiales lo que hicieron famoso al artillero rioplatense, sino sus tres nacimientos, sus dos muertes y sus respectivas resurrecciones.

"Yo nací tres veces" contaba Hohberg y no mentía. Aquella, la primera, la anónima, la desconocida o la casi olvidada del 8 de octubre de 1927 en una pequeña localidad del departamento de Marcos Juárez, en la provincia de Córdoba; la segunda en la semifinal del Mundial, al marcar sus segundo tanto ante Hungría, en 1954 y la tercera tras caer el avión que lo traía desde Portugal hacia Buenos Aires en 1958.
El Verdugo se fue pronto de su pueblo hacia la urbe más cercana, Rosario. Allí jugó de arquero en Central Córdoba, hasta que un día por causas o azares faltó uno al centro y lo pusieron. Anotó dos goles y no lo sacaron más. Al poco tiempo lo fichó Rosario Central, donde debutaría a los 20 años, para emigrar más tarde a la República Oriental del Uruguay y brillar en el Peñarol, base de la Selección campeona del mundo en 1950, ante Brasil. En el equipo carbonero recibió los consejos del gran Obdulio Varela, genio y figura del "Maracanazo". El cordobés pudo haber sido protagonista de uno de los hitos más importantes de la historia del fútbol, pero se lo perdió por cuestiones de la burocracia. Los papeles de nacionalidad uruguaya no llegaron a tiempo, para sumarse a sus compañeros de equipo Alcides el Ñato Ghiggia y Juan Pepe Schiffino, goleadores del milagro de Río de Janeiro.
Cuatro años más tarde la FIFA le dio revancha y Hohberg la aprovechó. Con sus goles llevó a Uruguay al alargue de la semifinal ante la Hungría de Ferenc Puskás y Sándor Kocsis. Fue en ese duelo donde el Verdugo protagonizó una de las escenas más dramáticas de todos los tiempos. En el festejo del dos a dos cayó redondo en el césped del Stade Olympique de La Pontaise, en Lausana. Sufrió un paro cardiorespiratorio y muchos lo dieron por muerto, afortunadamente los masajistas Juan Kirchberg y Carlos Abate no.
Los masoterapeutas uruguayos, con maniobras similares a las que hoy se practican, se adelantaron seis años a los norteamericanos William Kouwenhoven, James Jude y Guy Knickerbocker quienes describieron las ventajas de la reanimación cardio-pulmonar, en 1960.
Increíblemente, el delantero resucitó segundos después y jugó el alargue, que terminaron ganando los europeos 4 a 2. Días más tarde también participó del partido por el tercer puesto, anotando el único tanto de la derrota oriental ante Austria.

Hay gol después de la muerte
Una nueva vida empezaba para el contundente artillero argentino-uruguayo. Mientras Europa se lo disputaba, Peñarol lo declaraba intransferible. La Roma y la Juventus hicieron ofertas que los aurinegros despreciaron olímpicamente. Año tras año, el Verdugo sembraba goles y cosechaba campeonatos en el paisito, hasta que en 1958 aceptó una oferta del Sporting de Lisboa y marchó para Portugal. Otra vez choco con la burocracia. A pesar de entrenar, jugar y convencer, el cupo extranjero le volvió a recordar su condición de migrante. No sería la última.
El vuelo de retorno del frustrado sueño portugués, fue una caída al infierno. Tras la salida de la capital lusa, el avión hizo una parada en Dakar, para cruzar el Océano hacia Brasil. Varias escalas, mucha demora y una aeronave averiada, a la que ajustaban un poco en cada parada. Al salir de Río de Janeiro con destino a Buenos Aires, fueron colapsando los motores DC-6 Constellation. El primero se paró, el segundo se incendió y, cuando el capitán decidió volver al aeropuerto carioca, falló el tercero. Sin otra chance y mientras el avión caía a toda velocidad, el piloto vio tierra e intentó un aterrizaje de emergencia en las costas de Isla Grande. Una genialidad que permitió un nuevo milagro. La nave picó tres veces en el agua y encalló en la arena de la vieja Alcatraz brasileña.
Era el 10 de junio de 1958 y Juan Eduardo Hohberg volvía a nacer en Brasil, como 31 años antes en Alejo Ledesma, como hacía 4 años en Suiza. Todos le adjudicaron el milagro a su prodigio y no a la destreza del Comandante Mereles, piloto del Constellation. Su parabólica maniobra salvó a la tripulación y a todo el pasaje, con el Verdugo, su esposa y su hijo incluidos. La mitología pagana del Río de la Plata rezaba por el nuevo milagro, santificando a Hohberg y su hijo Juan Pablo, al que consideraron un ángel.
Los Hohberg se quedaron en la calle. Perdieron todo. Juan Eduardo estaba devastado y no quería volver a jugar al fútbol. Empezó a trabajar como cobrador en la empresa estatal de energía eléctrica de Uruguay, hasta que una campaña realizada por los hinchas de Peñarol, lo convencieron de volver a jugar. "La recuperación de Hohberg" se llamó al operativo clamor, que juntó miles de firmas para que el Verdugo vuelva y sea protagonista de la vuelta olímpica en el Torneo Uruguayo, coronado con la Copa Libertadores de 1960.
Tras su retiro fue director técnico, siguiendo su destino trashumante. Vivió en Argentina, Uruguay, Colombia, México, Grecia, Portugal, Ecuador y Perú, donde murió el 30 de abril de 1996. Dirigió a la Celeste en dos mundiales: México '70 y Argentina '78, es el prócer de un paisito muy futbolero y sus renacimientos se conocen en todo el mundo. Pero como dice la voz popular: "Se puede vivir en muchos lugares, pero se nace en uno solo".



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