Lisa, la mona
- Bonjour, monsieur Ives Chaudrón. Je suis marques Miguel de Valfierno. ¿Puis-je parler avec vous?
- Bonne journe, monsieur marqués de Valfierno. J' écoute attentivement
- Y si tomáramos un cafecito...
- Con mucho gusto señor marqués. Tome asiento.
- Mire Chaudrón, tengo sobre usted el mejor concepto como artista. Me han dicho que usted es un gran pintor. Y como yo soy coleccionista de arte, necesito sus servicios.
- Me halaga, señor marqués. Es verdad, pinto. Pero no soy famoso ni prestigioso.
- Quitémonos las caretas Chaudrón que todavía falta mucho para carnaval. Sé bien que usted es el mejor falsificador que hay en París. Necesito que me haga seis copias de una misma obra porque ya las tengo vendidas. A diferencia de usted, yo sí tengo fama y prestigio. ¿Cuento con su discreción para este negocio?. Le pagaré muy bien.
- Advierto que es directo para decir las cosas, señor marqués; ¿o acaso no es marqués?
- No sea atrevido Chaudrón. No ponga en duda mi palabra porque no sólo no haremos negocio sino que usted podría pasarla muy mal.
- ¿Me amenaza, marqués?
- No lo amenazo, le advierto.
- Está bien. Lo escucho. ¿Puedo llamarlo Miguel?
- Ya le dije que no sea atrevido, Chaudrón. Llámeme marqués, a secas.
- Bien, señor marqués. ¿Qué obra necesita que le falsifique?
- La Gioconda
- ¿La qué?
- Sí; la Gioconda.
- ¿Tiene vendidas seis copias de la Gioconda? Pero entonces usted es un verdadero estafador, marqués. Tal vez el más grande que se haya conocido en el mundo del arte.
- No se meta en mis asuntos, Chaudrón. Yo no le digo a usted cómo debe tomar el pincel. Y le aclaro que sus elogios hacia mi persona están de más. En mi país, la Argentina, y en mi ciudad, Buenos Aires, la gente dice "Quedate piola, no seas otario y no avivés giles que después te sacan los ojos". Por eso le digo que no haga comentarios tontos porque de mí recibirá respuestas que no entenderá…
Son los primeros días de abril del año 1911. Todavía faltan cuatro años para el nacimiento de Edtih Giovanna Gassión, la niña huérfana abandonada que viviría en las calles, dormiría en las galerías de la Ciudad Luz o en plazas a la intemperie y cantaría como los dioses, a la gorra, para poder comer y tomar un vino, a quien el mundo conocería como Edith Piaf. Ya es primavera en París. Lunes a media mañana. Pintor y coleccionista están conversando en un café de la Rue de Rivoli a dos cuadras del museo del Louvre, el más grande del mundo y el de mayor prestigio. Bajo su superficie de 210.000 metros cuadrados cubiertos (de los cuales 60.500 son galerías) se encuentran las 445.000 obras de arte más bellas y cotizadas de la humanidad. Pero hay una, solo una, entre todas, que es considerada la mejor: La Gioconda.
No hay palabras para definirla.
No tiene precio.
Además de su belleza, lo que enamora es su historia. Y la técnica con que fue pintada. Apenas pasada la Revolución Francesa en 1789, fue expuesta por primera vez en el Louvre. Napoleón Bonaparte se la llevó con él al Palacio de las Tullerías para contemplarla todo el día a pesar de los celos de Josefina. Y Adolfo Hitler ordenó quemar París con el cuadro adentro porque si él no podía tenerlo, nadie podría. Contrariamente a lo que muchos suponen, La Gioconda no fue pintada sobre un lienzo. Es un óleo sobre tabla de álamo de 77 por 53 centímetros. Lo pintó Leonardo Da Vinci por encargo entre 1503 y 1516. Y fue el propio Leonardo quien llevó su obra desde Roma (donde pintaba para el papa León X) a Francia cuando su confeso y generoso admirador, el rey Francisco I, lo invitó a vivir en París en el castillo de Clos-Lucé donde el monarca había pasado su infancia y por tal motivo algunos historiadores chusmas y lenguaraces aseguran que su graciosa majestad estaba enamorado de Da Vinci.
Cuenta la historia que en 1517 – 25 años después de la llegada de Cristóbal Colón a América - Antonio de Beatis visitó a Leonardo da Vinci y éste le contó que estaba pintando a una dama florentina a pedido de Juliano II de Médicis, por lo que no faltaron quienes aseguraran que la mujer era amante de Juliano.
Otros dicen que la Gioconda, cuyo nombre era Lisa Gherardini (con hache intermedia y también sin hache) casada con un mercader de sedas llamado Francesco del Giocondo, no es la que pintó Leonardo sino que el genio florentino pintó a Isabel de Aragón, o a Constanza d' Avalos, o a Isabella Gualanda. Dicen que le dicen Mona porque es un diminutivo de Madonna que en italiano quiere decir señora, y Lisa porque ese era su nombre. Otros aseguran que Gioconda no es por el apellido de su marido sino porque gioconda quiere decir alegre. Y otros dicen que por su gesto y su manera de sonreír, es evidente que era una mujer enferma de Parkinson, o de hipotiroidismo, un ictus, exceso de colesterol.
Miguel Valfierno, un porteño lamido, shusheto y mujeriego, al que le gustaba el escabio, el escolazo, y la noche parisina, coleccionista de mujeres perfumadas y gran mishé, heredero de miles de hectáreas de campo en la Pampa Húmeda con otros miles de novillos adentro, se había tirado toda su fortuna en París. No tenía ni un miserable peso para un don Perignón. Tenía sesenta años y nunca había trabajado. No sabía hacer nada como no fuera vestirse con esmoquin y chamuyar a las mujeres para llevárselas a la cama. Buscando mantener ese invicto, aunque no tuviera un peso, decidió aprovechar su inversión en la noche e inventó un título nobiliario. Y con un hilito de baba colgando y los ojos encendidos allá fue a sacarle dinero a sus amistades a las que les gustaba el arte, quienes, además, era gente como la gente: millonarios, príncipes, reyes y banqueros. A ellos les vendería sus Gioconda falsificadas como si fuera la original. Y como lo ilegal es lo que más gusta a la gente aunque engorde, se propuso generar un escándalo internacional para que la obra fuera más deseada todavía. Entonces además de buscar al mejor falsificador de París, a Valfierno se le ocurrió robar la Gioconda de Da Vinci del Louvre.
El plan que urdió fue brillante. Y audaz. Quería tener mucho dinero nuevamente pero sin trabajar, obvio, el laburo no era para él. Pero ya no tenía bienes en la Argentina y los que le quedaban estaban embargados.
El primer paso estaba dado. Tenía al pintor falsificador. Ahora necesitaba robar la Gioconda de uno de los lugares más custodiados del mundo.
- Bonjour monsieur Vicenzo Peruggia. Je suis marques Miguel de Valfierno. ¿Puis-je parler avec vous?
- Mi scusi, signore marchese. Non parlo molto il francese. Potremmo parlare I´italiano per capirci meglio?
- Vaya, vaya. Yo argentino y usted italiano tratando de conversar en París. ¿Qué le parece si hablamos en español?
- Bene, e piú facile per me
- ¿Usted es carpintero, Vicenzo?
- Esattamente, como il padre di Cristo. Con tutto il rispetto, dico, signore marchese.
- Advierto que además de buen carpintero es un devoto creyente y un italiano de ley, o me equivoco?
- No, no se equivoca, señor marqués: soy muy creyente y orgulloso de ser italiano.
- Y además debe ser un gran carpintero. Por algo el Louvre lo tiene contratado para encofrar las mejores obras de arte para que no se deterioren.
- En realidad trabajo para la compañía que contrató el Museo del Louvre para preservar las obras, pero es más o menos lo mismo que usted dice, señor marqués.
- Que bueno che, que bueno. Entonces todo indica que estoy hablando con la persona indicada a la que con absoluta confianza puedo contarle el secreto mejor guardado de todos los tiempos, al que sólo yo he tenido acceso.
- Le agradezco la confianza, marqués De Valfierno. Su secreto también será mi secreto. Y de esta boca no saldrá una sola palabra ante ningún cattivo figlio di puttana…
- Moderate Vicenzo, moderate che. Estás hablando con un noble argentino. Además, confío en vos.
- Disculpe señor marqués, disculpe. No volverá a ocurrir. Fue un exceso italiano.
-No está mal, no está mal, che. Así se defienden las cosas: con alma y vida como lo haces vos. Ahora prestá atención porque lo que voy a decirte no lo sabe nadie y es evidente que Dios nuestro Señor ha querido que seas vos quien tenga la posibilidad de devolverle a Italia su dignidad.
- ¿Qué?
- Dije que vos y sólo vos podés devolverle la dignidad a tu patria y a la historia corrigiendo una atrocidad cometida por los franceses.
- De qué me habla, señor marques. Me hace tener miedo y estoy nervioso.
- Entonces no te cuento nada.
- No, por favor. Ya se me pasaron los nervios. Cuente, cuente, marques. Que Dios e Italia se lo agradecerán toda la vida.
- Está bien. ¿Nunca te preguntaste qué carajo hace la Gioconda en el Louvre siendo que la pintó un italiano como Da Vinci y que es un tesoro de la humanidad que debiera estar en Italia y no acá? No me digas nada. Pensá lo que te estoy diciendo.
- Ma...
- La Gioconda está acá en París porque se la afanó Napoleón Bonaparte durante su campaña en Italia entre 1792 y 1797. Fue tomada como botín y traída a Francia como señal de que Francia es más que Italia. Pero eso no es nada, Vicenzo. Pensá en lo que voy a decirte ahora. Son tan hijos de puta los franceses que no sólo se robaron La Gioconda que es la mejor obra de la humanidad sino que ahora en el Siglo XX ponen a un carpintero italiano para que la preserve. !!! No me digas que no son unos hijos de puta estos tipos!!!
- ¡¡¡ Bambini francesi di un migliaio di puttani !!!
- Calmáte pichón, calmáte che. No vas a sacar nada enojándote. Mejor hacé lo que tenés que hacer que para eso Dios nuestro Señor Padre te ha elegido. Ahora que el Louvre está en remodelación y los lunes cierran para limpiar y acomodar todo, vos que tenés acceso a cualquier obra, vas y bajás la Gioconda y te la llevás a tu casa. Tenéla ahí un par de años hasta que pase la bronca y después te la llevas a Italia como un modo de reivindicar a Da Vinci, a Florencia, y a toda la humanidad a quien tu país le ha dado el tesoro más valioso de la historia del hombre y se la afanaron los franceses.
- Signore marchese…
- Dejáme terminar, muchacho. Hacé lo que te digo. Bajás la Gioconda, le quitás el marco, y te ponés la tabla en la espalda cubierta por ese delantal de mierda que usan ustedes. Te la llevás a tu casa sin decirle nada a nadie. Y ahí tenéla guardada hasta que amaine. ¿Me entendiste Vicente? Yo no quiero nada. Soy un patriota argentino dispuesto a colaborar con el arte universal y sobre todo con Italia. A mí ni me nombres. Toda la gloria será tuya, Vicente. Tu Patria te lo agradecerá toda la vida.
- ¡¡¡ Lo faro, signor Marques. Saro grato per sempre. A nome del mio popolo, del Da Vinci, e della storia, permettimi di abbracciarlo como ringraziamento !!!
- Qué hacés, rajá de acá, no me toqués. Vos no podés tocar a un noble. Andá y hacé lo que te pide la historia. Cuando llegués a tu casa, besas a tu mujer y a tus hijos con la satisfacción de saber que sos el nuevo héroe del arte florentino. ¡¡¡ Vencerás a Napoleón, Vicenzo !!!
El 22 de agosto de 1911, que cayó martes, París enmudeció y el mundo se enteró del robo de la Mona Lisa.
Durante dos años, el carpintero Vicenzo Peruggia tuvo en su casa la fantástica obra de Leonardo.
Eduardo Valfierno vendió a distintos personajes las seis falsificaciones de La Gioconda y levantó una fortuna superior a la que se había tirado en la noche de París entre minas y rapé. Sin poner un solo pie en el museo del Louvre, sin tocar la obra, y sin arriesgar nada como no fuera su chamuyo, el porteño mujeriego, timbero y fanfarrón logró "robar" el diamante de la humanidad con el que volvió a ser millonario. El pintor falsificador Ives Chaudrón terminó preso y el carpintero Vicenzo Peruggia también.
Eduardo Valfierno jamás dijo una sola palabra sobre este asunto y Chaudrón y Peruggia tampoco. El hecho recién trascendió en el año 1932 cuando el periodista norteamericano Karl Decker publicó la historia en el diario Saturday Evening Post.
Nadie, jamás, pudo comprobar la veracidad de esta historia, pero tampoco desmentirla.
Decker dijo que el marqués argentino le había concedido un reportaje con la única condición de que lo publicara recién después de su muerte. Y que él aceptó tal condición porque cuando lo entrevistó, Valfierno ya tenía 80 años.
AGD
En la Córdoba de la nueva Andalucía
Pensando en la célebre y lastimosa picardía criolla que
a veces da resultado.
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