María Teresa Andruetto

"La lengua es un magma, tiene de todo"


Hernán Jaeggi

María Teresa Andruetto (ph: Pedro Pérez para Tiempo Argentino)
María Teresa Andruetto (ph: Pedro Pérez para Tiempo Argentino)

María Teresa Andruetto, la hacedora de mundos inagotables, nació en Arroyo Cabral en 1954, hija de inmigrantes italianos del Piamonte. Un dato revelador para sus futuros escritos: paisaje y personas con los cuales indaga sobre el origen y la identidad. Licenciada en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, cofundadora del Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) donde también formó parte del equipo docente y ejecutivo. Ha escrito poesía, narrativa, obras de teatro, ensayos, es conferencista sobre literatura en general, literatura destinada a niños y jóvenes y en la promoción de hábitos lectores. Codirige la colección Narradoras Argentinas. Ha sido traducida a diferentes idiomas como el francés, italiano, portugués, inglés, lituano, alemán y chino, entre otros.

Es la primera escritora argentina y en lengua española en recibir el premio Hans Christian Andersen (2012). Además de recibir otras importantes distinciones como las del Fondo Nacional de las Artes y el Konex. Su obra ha ocupado distintos escenarios de representación en el teatro, en espacios públicos, en escuelas, en plazas, en la calle y en la radio. Su palabra escrita y oral nunca pasa inadvertida para quienes la leen o la escuchan, generando siempre un espacio reflexivo sobre el mundo donde vivimos, la lengua que nos interroga y nuestras relaciones tan necesarias como complejas, violentas y volátiles.

¿Cuándo comenzaste a escribir y quienes fueron tus guías?

No sabría decir de un comienzo, todo fue haciéndose, creciendo hasta que un día…. Desde siempre me interesaron las historias, las inventaba, las contaba en la escuela, pero nada de eso era todavía escribir. Lo que entiendo como escritura, ciertos proyectos y el deseo de llegar a otros con lo escrito comenzó y se afianzó bastante después, muy avanzados los veinte, cerca ya de los treinta. ¿Quiénes fueron mis guías?, estoy hecha de tantos, a tantos les debo, pero sin duda que mi mamá, que al mismo tiempo que era un ama de casa en apariencia como muchas otras, tenía una subjetividad muy compleja, una relación muy rica con las palabras y una voz muy bonita, está siempre en el sustrato y en el horizonte. Mi deseo de ser como ella, esa añoranza infantil, fue sin duda el comienzo. Después algunos maestros, un hombre de mi barrio que me contaba películas, la observación temprana de las vidas que me rodeaban, vidas que no eran precisamente de intelectuales, más tarde la Universidad, los alumnos, y por supuesto las lecturas, muchas, muy diversas, que fui encontrando, un aprendizaje que no cesa.

Aprendí mucho cuando empecé a enseñar, desde el regreso de la democracia para acá viví de la docencia dentro y fuera del sistema, cuando daba talleres o revisaba textos de otros, estudiaba ciertos cuentos o novelas o poemas que me gustaban, trataba de ver como estaban escritos, nunca se aprende tanto como cuando se enseña o se tiene que enseñar. Siempre se me aparece esa frase de Guimaraes Rosa, maestro no es quien enseña sino quien de pronto aprende.

¿Te sentís identificada con alguna tradición en particular de las letras argentinas?

Me siento en un cruce de varias tradiciones. En poesía, una mixtura entre la poesía popular y conversacional/social de los años sesenta con su uso del habla, la poesía neorromántica y el objetivismo, para que me ayude a depurar los excesos de lo anterior. En la narrativa, diría más bien que me identifico con ciertas formas de un realismo psicológico que intentando comprender a los personajes fuerza los bordes y por eso también con la narrativa del sur norteamericano y especialmente con el neorrealismo italiano, también con la literatura política y con algunos escritores del mundo andino… y desde hace ya muchos años, una intensa exploración en la escritura hecha por mujeres.

¿Con qué voces dialogás cuando escribís?

Como dije, me interesan varias tradiciones, particularmente la narrativa de las provincias que en "la generación de mis padres" le hizo un corte de manga al costumbrismo y mostró los claroscuros de la vida en provincia. Escritores y escritoras que bebieron del neorrealismo, que tenían posicionamientos sociales públicos, que tuvieron que trabajar de otras cosas paralelamente a la escritura, que conocieron nuestra sociedad desde el llano y que la dictadura cercenó, a veces directamente a sus vidas, en otros casos sus obras, en algunos casos se autocensuraron, grandes escritores como Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, Libertad Demitropulos, Bernardo Kordon, Haroldo Conti, Aurora Venturini, Sara Gallardo, Andrés Rivera, Humberto Costantini, Héctor Tizón, Juan José Hernández… algunos tienen una obra mayúscula, otros tienen menos obra, tal vez uno o dos libros que me interesan mucho. También está el dialogo con las mujeres, las que escribieron antes, el redescubrimiento y la relectura que hacemos con Carolina Rossi y Juana Lujan para la colección Narradoras Argentinas, las ya nombradas Libertad Demitropulos, Sara Gallardo y Aurora Venturini, pero también la gran Elvira Orphée, Amalia Jamilis, Nira Etchenique, Estela Canto, Syria Poletti con la que siento mucha afinidad, María Granata… tantas, tantas en esa cantera inagotable.

Como escritora, docente de la palabra, ¿qué te sugiere el uso del idioma hoy en día?

El del periodismo en general y sobre todo el televisivo o radial, y en los representantes políticos veo a menudo más que una degradación, una simplificación y una banalización de la lengua, a la vez que descubro a veces el brillo de hermosas y delicadas expresiones en lo más popular, en los que somos viejos, en la ruralidad, en los niños. La lengua es un magma, tiene de todo, incluye y arrastra todo y tiene también la capacidad de regenerarse. Es inmensa. Su degradación en nuestras bocas, cuando sucede, es resultado de cierta descomposición social. Es ahí donde me parece que debemos ir a mirar.

Las voces femeninas en la literatura actual cada vez se escuchan con mayor fuerza. ¿Cuál es tu mirada sobre este hecho que le disputa espacios a la cultura machista y discriminadora?

Soy una gran lectora de literatura escrita por mujeres, lo vengo haciendo de modo intenso desde el año 1984, cuando comencé a coordinar talleres con mujeres en dos barrios de Córdoba, paralelamente tuve una modesta militancia feminista en el barrio donde entonces vivía y, como comenzaba a escribir, muchas veces entraron en mis libros, publicados una y dos décadas más tarde, epígrafes de obras escritas por ellas. También está el trabajo persistente, como una gota en el océano, de volver visibles a ciertas autoras, ciertas obras, que es lo que hacemos en la colección Narradoras Argentinas. Pero eso no quiere decir que considere que mi escritura debe ser, en el sentido explicito, militante. Muy por el contrario, la batalla se juega para mí en el territorio de la legua y lo que aparece es la tremenda complejidad de nuestra condición, como la de cualquiera por otra parte, y la diversidad de modos de estar en el mundo, de hacerse una vida, eso es lo que veo cuando estoy escribiendo y ellas aparecen.

¿Te arrepentís de algo?

Si, claro, ¿quién no?

¿Creés/sentís que la felicidad es posible en este mundo?

Bueno, algunas miguitas de felicidad no se nos niegan a nadie en este mundo, ahora ser felices como una cuestión permanente, me parece que es bastante difícil, sobre todo si se tiene algo de conciencia y empatía, porque con tanta maldad en el mundo, vivir feliz, exigiría no levantar la cabeza…

¿Qué sentiste cuando te dijeron que ganaste el premio Andersen?

Asombro, confusión, conmoción, honor, agradecimiento, agobio, miedo de no dar la talla…

Andruetto durante su ponencia en el Congreso Internacional de la Lengua Española (2019, ph: prensa Agencia Córdoba Cultura)
Andruetto durante su ponencia en el Congreso Internacional de la Lengua Española (2019, ph: prensa Agencia Córdoba Cultura)

Has escrito poesía, novela, cuento, teatro, literatura infantil, artículos periodísticos, ensayos. Diste charlas, conferencias, fuiste jurado, has impulsado la lectura como derecho, coordinaste talleres literarios y realizado innumerables actividades… ¿Cómo te organizás para escribir? ¿Cuál es tu rutina cotidiana?

No sé decirte, sí que tengo una curiosidad y una energía todavía muy fuerte, quizás propia de una persona más joven. Tengo también, por edad y condiciones de vida, ya todo el tiempo disponible para mí. No me organizo, no soy ordenada en eso, no tengo horarios, ni días, incluso aunque parezca extraño, escribir lo que se dice escribir (cuentos, novelas, poemas), lo hago muy de tanto en tanto. En 2018 salió mi poesía reunida con una serie de poemas inéditos, después de eso no he escrito ni publicado poemas, aunque siempre haga algunas anotaciones. Entre el año pasado y lo que va de este año escribí dos cuentos y tengo dos a medio hacer, cada tanto entro en esos archivos y avanzo un poquito, pero hay otras cosas que tomo como trabajo y ahí si soy mas disciplinada, organizada, obedeciendo al deber, una conferencia que tiene fecha de entrega o las columnas semanales que sí o sí hago. Parece que no fuera así porque han salido varios libros en este tiempo porque tengo muchos años y voy haciendo, se va haciendo…hay un dicho piamontés que traducido seria "el que parece que no hace y va haciendo…" un poquito cada vez. Claro que a veces me entusiasmo mucho y entonces corro todo con los codos, dejo todo y me sumerjo, esos momentos tan extraños, tan inusuales, son maravillosos.

¿Qué importancia le asignás a escuchar y al diálogo a la hora de escribir?

Los diálogos de los personajes son centrales, me preocupa mucho lograr que suenen verdaderos, se trata de la escucha de las diversas hablas de una sociedad. No le doy la palabra a ningún personaje si no he escuchado en mi interior cómo habla, en ese cómo, el lector tiene que poder verlo todo, su condición social, su estado anímico, su nivel de estudios, su amor, su desamor…

En cuanto a la importancia de escuchar, me parece que la pregunta va por fuera de la escritura y ahí si que un escritor, sobre todo un narrador, es alguien que tiene que desarrollar una escucha muy atenta de lo que lo rodea. A lo que lo rodea y a sí mismo, a la resonancia que eso que lo rodea provoca en él.

¿Cómo sabés si algún poema, cuento o novela que escribiste es bueno?

No lo sé, no tengo certezas. Me parece que nunca estamos seguros. Si sé que tengo que conmoverme si espero que otro se conmueva. Sé que, si eso no sucede, lo escrito no sirve, no he podido, no ha llegado el momento. Entonces eso es lo primero, aunque no esté bien escrito, aunque sea un torpe borrador. Después se trata de trabajo y eso ya es más concreto, más fácil diría, aunque lleve tiempo, se trata de pulir, dejar descansar, imprimir, leerlo en voz alta para que salten todas las torpezas. Si lo escrito logra pasar por todo eso, lo doy a leer a dos o tres lectores, no más. Atiendo a lo que me señalan, escucho, vuelvo a revisar, a dejar descansar, etc., en algún momento me parece que ya está, es cuando ya no puedo ver más allá, pero todavía puede suceder que lo ofrezca y a un editor no le guste. Atiendo también a eso, escucho, si no le gusta, por algo será, entonces no insisto.

¿Desechás muchos textos al escribir?

Tengo cientos de archivos con borradores o ideas de cuentos o párrafos de comienzos de una novela, cantidad de textos abortados, algunos avanzados, escrituras que no prosperaron.

¿Podés describir la génesis y el proceso de la escritura sea de un poema, un cuento o una novela?

Siempre es distinto, podría poner algunos ejemplos, pero en cada cuento, novela o poema ha sido distinto. A modo de ejemplo, Desnuda en la tienda un poema que está en Kodak: lo escribí unos ocho o diez años después de vivir una escena con mi hermana enferma. Una escena muy dolorosa para mí. Yo sabía que iba a escribir sobre eso alguna vez, cuando pudiera. Finalmente llegó el momento, estaba en una habitación escritorio al fondo de mi casa de Villa Allende, acababan de irse unos alumnos, creo que había aparecido ya no sé por qué, la palabra cáncer. Tenía un cuaderno tipo Rivadavia y escribí ahí a mano alzada con letra grande, apurada, desprolija, como en un vértigo, más de veinte páginas sobre aquella escena con mi hermana en el probador de una tienda. Fue vertiginoso, casi sin pensar, y sentí después como un alivio, porque eso primero siempre es lo difícil para mí, la emoción tan intensa a la que me someto es siempre lo más difícil. El resto ya es trabajo, artesanía, y es gozoso, lo hice durante meses, fui quitando y quitando hasta llegar a las diecisiete líneas que tiene el poema.

Otro ejemplo podría ser Lengua madre… cuando me mudé a la casa de Cabana donde ahora vivimos, en la mudanza de los libros, encontré dentro de uno de ellos una carta que mi mamá me había mandado con alguien cuando yo tenía 21 años y estaba en Trelew. Era enero de 2002. Enseguida imaginé a una mujer joven sacando cartas de una caja, cartas de su madre. La escena dio vueltas en mi cabeza, muchas preguntas, por que encuentra la caja, tal vez su madre ya no está, entonces ella ha de estar desarmando la casa de su madre. Y enseguida, pero en la casa de su madre estarían las cartas de su madre. No, las cartas de una persona no están en la casa de esa persona, entonces ahí ha de haber otras cartas, así aparecieron las cartas de la abuela, esas tres mujeres enlazadas. Creo que la escribí entre 2004 y 2005 ó 2006, como si yo misma estuviera sacando papeles de una caja. La novela salió en 2010.

Con los cuentos a veces, no siempre, hay como un relámpago, algo más definido, como que aparezca un técnico de internet y me diga que un cliente se sentó al piano delante suyo después de décadas de no abrirlo, o como ir al velorio de la hermana de un amigo y que llegue una monja sin hábitos y diga algo que me hace estallar la cabeza. Eso puede ser el comienzo, después todo se va complejizando con recuerdos, cosas que escucho, algo que he leído, la atención a cuestiones aleatorias, azarosas…hasta volverse una trama densa que pueda desplegarse en la lectura..


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