Mario Bulacio, el Enviado
La luz de un fósforo es
Yo no vi a Los Enviados.
Busco averiguar algo que no viví, aunque tengo los años suficientes como para haberlo vivido. Averiguar proviene de la curiosidad, y de la necesidad de completar zonas grises -que siempre, inevitablemente, existen- de la historia cultural del lugar donde uno vive, sabiendo que también hay zonas grises en el mismo momento que uno vive. Por clase, por origen, por hábitos, consumos y formaciones, uno está obligado a perderse parte de las múltiples culturas que se daban y se dan a su alrededor.
Gabriel Abalos
Por enésima vez los hechos
"Los Enviados" fue, en el imaginario de nuestra época que mira hacia atrás, hacia otra, una banda de rock de mediados de los ochenta cuya existencia breve prometió a no más de cien personas que la siguieron, compartir cierta energía para desacomodarse el traje que ya era tieso un cuarto de siglo antes. Un traje faja, un traje de cartón, de madera, mientras que el rey seguía yendo desnudo. La influencia novedosa del punk llegaba hasta aquí en la forma de noticias tardías; más bien, lo cierto es que el ensamble del trío de Bulacio en guitarra, Quintero en bajo y el Pelado Servetto en batería, tres actores consustanciados con su época, les mostró a ellos mismos que haciendo música podían subvertir el momento, que podían refundar antros, remontar unders, hacer un trazo en el mapa cultural en base a una escena escasa y un público con ganas de también sentirse dueños de ese momento.
Bien. Para qué querríamos reconstruir el pasado, una vez más. Tal vez, mejor, denotar lo inútil de ese intento. La historia repetida dos veces, primero como tragedia y después como farsa o, dicho de otra forma, la primera vez como pathos, la segunda como biopic.
Yendo más a nuestro caso, se puede decir que aquello que una vez ocurrió tuvo un aura inesperada, reveladora; las veces siguientes, las de contar la historia, el aura solo puede estar allí por premeditación. Recuerda al caso, citado por Auster, de una gloria del béisbol que pronunció en un discurso la siguiente frase: "Todo hombre tiene un momento único en la vida, y yo los he tenido a montones".
Lo cierto, aquí, es que pronunciar el nombre de "Los Enviados" en determinado círculo generacional, aun guarda una resonancia casi secreta, condición de lo under. El tipo de secreto que las palabras escritas han tratado de revertir. Se ha escrito sobre el tema aquí, se ha excavado en los años ochenta. Decir "Los Enviados" hace sobrevenir una época, una era, para quienes andemos necesitados de eras. Un pasado que dé fe de cierta continuidad, en algún plano posible de la existencia; de una estela cronológica que nos atañe y cuyo curso amenaza quitarse el chip de la memoria e ingresar en un nuevo tiempo, sin ayer y sin piedad.
Lo inmediato anterior al momento de Los Enviados fue un tiempo en que la vida valió poco y todo tuvo un horrible color dictadura, un olor a muerte, un orden que pisaba con su bota cualquier señal de libertad que osara manifestarse. De esa época anterior se salió con traumas, con miedos, con una ardua tarea de reconstruir ciertos lazos, cierta esperanza, cierto pasado. Pero entonces, ya había otra generación que no había conocido otro pasado, y que vivía la juventud como un momento cumbre de la vida, algo a apropiarse. Los Enviados llegaban a ese momento -jugando con su nombre- con una misión. Por nombre completo Los Enviados del Señor.
Me dice Mario Bulacio que in illo tempore y aquí cerca, los Enviados podían "tocar de pronto, una noche, en el basural. Pasaba por la actitud que había de buscar una estética artística diferente. Era eso. Era un mensaje también. Era un mensaje tocar en un lugar así."
¿Y qué decía el mensaje? le pregunto, remarcando que eso es precisamente lo que suelen entregar los Enviados.
"Era una ruptura contra lo convencional, contra el tipo de música más establecida. Sin ser un movimiento tomado de otras referencias contraculturales, que ya habían ocurrido a lo mejor en los 70, sobre las que propiamente no teníamos información, ¿viste? Porque la información no viajaba como hoy. Entonces yo recién hoy me pude enterar que los movimientos punks, contraculturales en Inglaterra fueron en los 70 y pico. Yo pensé que eran en los 80."
En otro momento, le conté a Mario Bulacio la historia del personaje de Juventud, el cuento de Conrad que, en el cuadro cumbre y final mira arder las velas del barco y comprende que ese es el momento de máximo brillo de su vida. La juventud. Es un poco como un fósforo, en realidad, -sugiero-cuya luz se pasa, no te permite ir más allá de eso.
Asiente y me dice "está bueno lo de la metáfora del fuego, y lo que vos dijiste del fósforo. Pero a la vez, yo como artista, intento mantener la vela encendida. Eso no se apaga más..."
Y sí, aparte -le digo- imagínate si solo fuéramos el momento. No, también somos el después...
Me mira: "En el arte somos el momento, lo que vivenciamos cuando salimos a escena, ese es el momento."
Memoria local de Los Enviados
Qué han dicho sobre Bulacio y sus Enviados las palabras empeñadas en soplar la memoria de aquel fuego. Serían los "datos duros", la información, la investigación, más los "yo estuve ahí...", como dice un buen libro de voces sobre el rock cordobés. Acudimos a esas fuentes. Muy para arrancar, leemos en el suplemento Vos de La Voz, 21 de febrero de 2019, en una nota con motivo de la muerte del Pelado Servetto, recordando a su banda de inicio: "Los Enviados salían a tocar en pañales y en máscaras de gas." Un retrato hablado de la transgresión en su salsa.
El Rock Córdoba de la A a la Z, una historia contada en forma de diccionario, sitúa con precisión a Los Enviados en sus años: "Banda casi de culto de la movida cordobesa formada en 1985 por Mario Bulacio con un estilo alter-punk y actuaciones apoteóticas que patearon el tablero local. La formación como trío duró hasta el '91 y entre sus logros se cuenta una presentación en el Parakultural y en Cemento con Todos Tus Muertos. Quintero se va a España y Servetto integra Rastrojero Diesel."
En la revista Umbrales (del CiSPREN), Daniel Díaz Romero cita el impacto de la actuación de La Fura dels Baus, en la ex Escuela Olmos, durante el Primer Festival Internacional de Teatro de Córdoba en el imaginario cultural de la época, y dice que "fue disparadora de una escena pospunk que emergió en diferentes sectores. Las anárquicas manifestaciones del grupo Zroom en la Facultad de Arquitectura, la irrupción de Los Enviados del Señor, el proyecto vanguardista encabezado por Mario Bulacio, y Los Besos, un trío de mujeres pionero en la escena." Esto amplía la escena local de aquellos años ochenta y destaca el vanguardismo impreso por Mario Bulacio desde la música.
Si bien la alusión a La Fura dels Baus hace una lectura correcta y marca hitos rupturistas de la época, el propio Mario Bulacio afirma que no tuvo contacto directo con esa experiencia teatral.
"Casualmente, yo no pude ver la Fura dels Baus en esos años, no recuerdo bien por qué, no pude ver lo que hicieron dentro del marco de la integración anterior. Pero yo no sé si era porque estaba cursando arquitectura en ese momento, estaba ocupado a pesar que tenía la Facultad frente al teatro, porque los eventos de la Fura fueron en lo que era la escuela Olmos. En ese mismo lugar nosotros hicimos un evento, varios años después, también hicimos algo. Aquello sí que debe haber tenido una influencia, porque era bastante performático y entraban ya casi cuarenta personas. Pero sinceramente yo nunca vi la Fura para decir que fuese una referencia. La vi después acá en Buenos Aires, varios años después. Tampoco creo que lo nuestro tuviera algo que ver con la Fura, no teníamos ni la producción ni la magnitud, era un lenguaje más espontáneo."
En un viejo texto de casi veinte años atrás, en La Voz del Interior del 23 de octubre de 2005, el periodista y crítico, también músico, Germán Arrascaeta, declaraba que en los ochenta él, como periodista y como público, había tenido "que lidiar con las excentricidades del agitador Mario Bulacio, quien con su grupo de rock Los Enviados del Señor obligaba a los espectadores del under de los '80 a sepultar su inmanencia. En una oportunidad, sometió a su audiencia a presenciar un semi coito entre dos hombres en el marco de una fiesta contra el electroshock."
Mario Bulacio, referido a esa declaración de 2005, reflexiona hoy.
"Hay algo de cierto... La fiesta existió y fue contra el electroshock la convocatoria. Había libertad... No lo recuerdo, pero puede ser cierto... No lo dudo. Germán no contaría nada que no ocurriera. Fueron muchas experiencias. Lo que sí siguió a eso, es que fuimos a tocar a la colonia Abal Medina, en Oliva. A unos km de Córdoba con el auspicio del gobierno por la intermediación de Luis Medina Allende, entonces diputado... Tengo registro del show en video, hubo una presentación del mismo en el aula magna de la Facultad de Arquitectura. Yo tengo un original sin editar... Alguna vez lo publicaré... Fue único."
El músico sitúa el origen de aquellos gestos que rebasaban las normas, incluso las morales, produciendo a su vez ecos y expresiones desmedidas para la época. No se trataba de un mero descontrol. "Eso también viene con la parte de investigación artística que venía teniendo en mi formación cultural, porque me informaba de los happenings del 60, de los movimientos culturales del mundo, o en el mismo Buenos Aires. Una serie de puntos, de experiencias, no sé. Yo lo sabía por la información, yo los había vivido, no sé, en el Instituto Di Tella, o lo que es Marta Minujín, bueno, toda la movida cultural. Me alimentaba un poco de eso, del mundo de las performances, de las intervenciones, de las escenografías, del cambio multimedia, ¿viste? Donde no era tan fácil tener pantallas o generar tecnología, entonces, se hacía todo más en vivo. Y yo creo que eso, la falta de recursos, también generaba una propuesta de poder hacerlo en cualquier lado, o sin nada. Para que la gente viviera la experiencia ahí fuerte."
Otro testimonio que acerca la lente a la desplazada "escena punk" de Córdoba en los ochenta, lo aporta Humberto Sosa en su capítulo Los otros ochentas. Un post-punk, incluido en el libro "Yo estuve allí", una compilación y entrevistas a cargo de Carlos Rolando, Editorial de la UNC, 2018. El autor se refiere a un punto de encuentro nocturno donde coincidían los músicos, los artistas plásticos, los teatristas: Lado Norte, "un taller mecánico adaptado a formato boliche. La fosa para autos cumplía las funciones de una insólita barra hundida en el piso. Este espacio (una creación de Gladely Forti, Fito Ascencio y Pablo Boneu) albergó sin pausa en sus pocos meses de existencia happenings, rock, artes visuales, performances teatrales y allanamientos policiales". Allí se menciona a Los Enviados entre varios nombres del ambiente de entonces: "Era toparse con refinadas expresiones de art rock o algún desenfreno escatológico en escena. Claramente representó el choque del arte y el rock. Pasaron (por arriba y abajo del escenario) El Final de los Árboles, Los Violadores, El Beso, Los Viejos Putos, Los Enviados del Señor, Washington Canesú y Las Solapas, Sostén con escenografía de Cachi Fabre, junto a performances de Jorge Castro, Ariel Dávila, Hernán Rossi, entre muchos otros."
En ese mismo volumen dedicado a Testimonios sobre el Rock en Córdoba, también la voz del periodista Pablo Ramos hace un preciso acercamiento a ese cotidiano agitado en el Lado Norte de la ciudad en los ochenta: "Pasaje Brandsen, Barrio San Martín. Más cerca de la cárcel que del oso polar. Descubrir una calle que se corta contra un tapial desde donde ladran perros y con sordina metálica se escucha un cataclismo. El galpón es un taller mecánico atestado de vampirxs. (...) Cuando tocaban Los Enviados del Señor siempre había una puesta de arte y un cónclave de conspiradores de una furiosa alegría. Era una conjunción multimedial y performática, con la banda improvisando sin parar, habitando un espacio de foquismo cultural, con referencias de las vanguardias del siglo XX, al punk, al noise y al rock industrial. Provenían de una vanguardia anarco-artística, que experimentó el happening apocalíptico de la Fura del Baus y que compartía con otros experimentadores del under cordobés -como Washington Canesú, Astroboy, Las Solapas, Los Viejos Putos- no tener un plan, sólo la idea concreta de crear situaciones alteradoras."
Solo para un Enviado con acústica de Catedral
Hasta aquí algunas de las auras escritas para memorar aquellos años. Lo que corresponde a continuación es un aterrizaje en las palabras del propio Mario Bulacio, pasando revista desde el hoy a aspectos artísticos de su vida en los tiempos previos a los años de Los Enviados, en los propios de esa época, y en los que siguieron a la gesta cordobesa.
Esos últimos tiempos, los de hoy en Buenos Aires, acumulan ya una historia de un cuarto de siglo, y se relaciona con un espacio devoto del tango: La Catedral Club, en el barrio de Almagro, en Buenos Aires. Mario Bulacio, junto a tres socios y amigos, formaban a mediados de los noventa una agrupación de tango: Las Muñecas, que tocaba en las calles. Yirando con el espectáculo, un día descubrieron un gran galpón abandonado que resultó ser un patrimonio olvidado, un antiguo silo de granos de 1880, que luego había alojado una empresa láctea y un frigorífico. El lugar los acogió, al menos era mejor que dormir en la calle, y al paso del tiempo lo fueron ocupando con trabajo de hormiga, e invitando a amigos artistas y a gente con la cual ir formando un espacio cultural. La Catedral es hoy un "laboratorio de la cultura y de la música", una referencia en el barrio y en el circuito turístico. Un espacio de tiempos superpuestos, a mitad de reciclaje, de museo y de under milonguero.
Pero vamos por el principio, en la voz de Mario Bulacio volcada al papel. Un Mario preadolescente entraba en escenas de la música popular que era, en los años setenta, ni más ni menos que la que había a mano.
Una guitarra para jugar
Desde los 12 o 13, 14 años yo ya estaba tocando en escenarios, con bandas de música, que hoy le dicen de covers, o ese tipo de música, de tocar música de otro. Y diferentes estilos, porque transité desde el cuarteto al folclore, al jazz, o al pop, o a la música disco. No sé, era como sesionista, digamos. En ese momento de mi vida me llamaban a tocar y podía tocar, no sé, con una orquesta polaca o una orquesta griega.
En mi familia, si bien mi madre y mi padre no eran músicos -eran mi mamá maestra, mi padre enfermero, después transformado en comerciante, taxista, diferentes oficios-, pero viene quizá del estímulo de ellos, ¿no? De hacernos acercar hacia el folclore principalmente. Recuerdo eso. En los colegios donde íbamos se aprendía música y danza folklórica.
Había en mi casa una guitarra. Y yo jugaba con eso, ¿qué sé yo? De pronto... No me olvido más, mi viejo me regaló una guitarra eléctrica. Eso era... Es algo que no se me puede borrar de él, ¿entendés? Era un día de cumpleaños, cae con una guitarra eléctrica, ¿me entendés? Antes le había regalado una a mi hermano, y después me regaló una a mí. Y bueno, a partir de ahí ya se me cambia el panorama ¿no?, habré cumplido 14 años. Ahora tengo 64. Un día de cumpleaños con una guitarra eléctrica. Fue como mi inicio en la música.
Las noches y los trenes
Después la música me lleva a todo esto, a estudiar otras cosas, entrar en contacto con artistas, con la noche, con la bohemia de Córdoba. Pero esto principalmente, poder andar en la noche y conocer lugares ocultos, el under, el teatro de Córdoba y mi pasaje por estas facultades. También el contacto con el mundo estudiantil, al cual estoy agradecido porque es un enriquecimiento que tuve, el contacto con los docentes, con los compañeros. Y de ahí surgí, digamos, a los 22, 24 años, yo ya me retiro de estudiar Arquitectura, que estaba bastante bien encaminado, y estaba haciendo los años de la secuencia, con buenas calificaciones, y deseo más dedicarme a la música y en eso empecé a viajar a Buenos Aires a los 22 años. Que entonces descubro un mundo también en Buenos Aires, diferente, cultural, activo, musical. Era el año 82, 83, yo alcancé a ver algunos procesos, después más tarde, Cemento, toda la actividad cultural de los centros culturales conocidos ahora, como el Recoleta o el Rojas, en una época. Bueno, viví todo eso porque empecé a ir y venir mucho, viajé mucho. Viajaba colado en el tren, a veces, cuando existían los trenes de Córdoba a Buenos Aires. Venía, me pasaba un fin de semana y me volvía a Córdoba. En Buenos Aires tenía familia, algunos tíos, y empecé un poco a estudiar acá, música también, jazz. También averigüé para poder continuar mi carrera de arquitectura. Se trababa un poco ahí por las equivalencias; perdía un año, la pérdida del contacto de los amigos que uno hace durante la cursada, cambia. Entonces me cambiaba todo. Pero bueno, intenté continuar con la música, que era en lo que estaba más motivado en esa época. Y paralelamente se me van abriendo trabajos allá en Córdoba con diferentes bandas, hasta que, bueno, consigo entender que yo podía hacer mi música y generar algún tipo de cosa diferente a las que había. No sé, como un descubrimiento. Primero yo como era, llamale sesionista, y tocaba con cualquiera, en un momento dije, bueno, pruebo. Y ahí encontré a algunos amigos músicos, y empecé a entender eso, que era posible hacer mi propia música y generar, sin querer, un movimiento contestatario diferente. Cambió por la carga de mi entorno de amigos artistas, y lo que era la efervescencia en Córdoba, como el principio de la democracia, se vivió esa primavera de libertad, y bueno, ahí estuvimos.
Los ecos de un nombre
Cuando nos juntamos con Servetto en primeras presentaciones el nombre era 666, que era muy poco aceptado, más bien resistido. Con ese nombre vivimos algunas experiencias únicas, como un show e instalación en el club Audax Córdoba. Fue corta pero muy fuerte la utilización de este nombre, con otro bajista como miembro, Gustavo Torres. Sonido muy punk y libre.
Como secuencia siguiente nos llamamos Los Novios. Creo que solo hicimos una presentación, aquí ya formaba el trío Alfredo Quintero en bajo. Yo tenía el nombre en mi cabeza ENVIADOS y el pelado le agrega "del Señor" en un ensayo... Y queda.
Estuvimos ahí, tocando con suerte donde se podía, en cualquier lugar, en diferentes espacios. Y generábamos nosotros espacios, pasábamos concretamente a tocar, no sé, en los pabellones de la facultad, o en salas de sindicatos, salas de colectividades, o en algún baldío, en algún basural, o en algún bar. Porque no había un circuito de bandas de Córdoba, algo diferente. Del 85 para adelante, los lugares eran muy pocos. Córdoba, como polo musical, podía ser Nueva Córdoba con algunos pubs. Después el mundo era relacionado con el folclore, o el cuarteto, el rock no tenía un lugar, así como ahora.
Descubrir lo que fue el presente
Yo me sentía muy bien, porque estaba liberado de las estructuras musicales a las cuales siempre había estado atado en el aprendizaje. Por eso, el tema de generar como una propuesta de rock casi libre, como un free jazz, free rock, ¿viste? Simultáneo, donde se pueda improvisar y tocar realmente vivo de esa forma. De hecho, tocábamos de esa forma, ¿no? No había rocanrol, y eso era muy interesante y saludable, porque era como un clima único. Único, cada momento es único, en este estado, ¿no? En estado puro.
Y yo pasé por todo, porque ya te digo, tenía que tocar solo en el Griego, o escuchaba rock sinfónico, o el comienzo del hard rock, o el rock metálico, no sé. Yo escuchaba de todo. En particular, me acuerdo cuando tenía 11 o 12 años y escuché Jimi Hendrix por primera vez y era de otro planeta. Totalmente. Era un avance que no le entendía lo que estaba haciendo. Hoy se pueden ver videos, lo ves a los tipos tocando, hablando, nosotros teníamos solo el vinilo y algunas fotos de revistas. Eso me pasa con todos los artistas o, por ejemplo, con el guitarrista de jazz que se llamaba Django Reinhardt, que el tipo toca con dos dedos. Se hablaba de eso, ¿entendés? Y realmente yo hace poco pude ver un video del tipo tocando y es increíble lo que toca y yo jamás me imaginé que podía tocar con esa mano. Y es un tipo que admiro dentro del jazz porque también me tocó aprender un poco. Y verlo es una revelación, pero pasaron como cuarenta años. Entonces... es como ver un video de Oscar Alemán. Oscar Alemán también era otro importantísimo músico de jazz, pero en el mundo, ¿eh? O en toda Europa, ¿viste? Pero bueno, esas cosas que vivimos es casi que va tomando claridad ahora porque uno vivió todas esas cosas y el mundo lo ve más claro... Pero bueno, yo tenía que leer todo porque también tenía, a veces tenía toda la influencia de mis familias que escuchaban folklore y tal. Mis padres, yo recuerdo escuchar en los años '60, muy chico, escuchaba Mercedes Sosa, Los Fronterizos, Eduardo Falú, ¿entendés? Los hermanos Abalos. O me comía los tangos de, no sé, Héctor Varela o de las orquestas. O veía Grandes Valores del Tango. Muchos recuerdos míos también ligados con eso, con el tango, con el folklore. Por eso la infancia me tiene como presente. Y hoy termino teniendo un lugar de tarde, una milonga. Elípticamente termino como mi padre, que también lo vi bailar, ¿viste? (se ríe).
Otro tipo de monstruo
También después pude abrir la cabeza a escuchar todos los movimientos musicales o artísticos del mundo. Porque bueno, era medio inquieto para saber qué era eso. Y pude ver cosas de cerca, como ir al Parakultural y tocar ahí. O ir a Cemento y tocar en Cemento. Son vivencias de época que tuve realmente, ¿no? Para mí fueron, como en el momento, bastante importantes, marcaron como mi idea también de alguna manera trasladar mi experiencia de Córdoba acá a Buenos Aires. La parte musical y artística. Y bueno, después se diluyó porque no se pudo, porque Buenos Aires es otro tipo de monstruo. Te tienes que establecer, establecer amistades. Es una dificultad que tiene el arte en Córdoba, salvo algunos casos muy específicos. Poder contar un par de bandas, pero más allá de músicos que compartieron escenario con artistas nacionales, no hubo una proyección nacional de los artistas.
Yo siempre continué con la música. Tuve, digamos, hasta que terminé de hacer el trío que tenía con Servetto y con Quintero, que eran los Enviados. El primero que se fue es Quintero, que era el bajista, me dice, che, me voy a España, yo no quiero quedarme más acá. Bueno, chau, quedamos con el Pelado. Me voy dos años a Brasil, vuelvo y el Pelado Servetto me dice quiero andar en Rastrojero. Se hizo su banda. Me quedé en pelotas, pero dije, bueno, yo tengo que seguir. De hecho, nunca, mis proyectos musicales tuvieron otro nombre más que Los Enviados del Señor. O sea, formé acá banda y toqué acá en diferentes lugares, en festivales con el mismo nombre, digamos, pero con músicos de acá de Buenos Aires. Eso poca gente lo sabe, porque, bueno, algunos saben que yo sí hice, como siempre, un ámbito medio under, no trascendió nada en el mercado, pues nunca me preocupé en meter al mercado nada. Algunos lo saben y otros no. Yo continué mi carrera musical acá en Buenos Aires. De hecho, la continúo.
Cómo dirigir una catedral
Ahora hago proyectos y productos propios míos, en los cuales invito a los músicos, toco los instrumentos todos yo, o estoy tocando con proyectos de tango hace 20 años, con los mismos amigos que tocábamos rock. Esa es la vida musical. Yo toco, no sé, martes y viernes toco acá en mi casa, que es un lugar donde yo tengo como un centro de cultura, que es un edificio histórico de la ciudad. No sé, estoy bien. Produciendo siempre cultura y en contacto con la gente. Con todo tipo de producciones audiovisuales, acá en mi casa.
Es un espacio muy especial. Para que tengas una idea, es como una nave de un silo, ¿viste? Como los que están al frente de la terminal de Córdoba. O lo que eran silos y después se construyó la terminal nueva. Bueno, eso es este edificio. Eso es donde vivo.
Sí, te digo que soy bendecido por el arte. Tengo la fortuna de haber sobrevivido, de tener unas familias, de haber criado hijos y tener este lugar que es un permanente foro de difusión de cultura de Argentina. Tengo tango, folclore y tengo otras expresiones, qué sé yo... Ahora, después de la pandemia, por ejemplo, domingo y lunes los tengo cerrados, pero siempre que me proponen algo, puedo tener alguna banda de jazz o banda de, no sé, 15 músicos que tocan música de Indonesia. O ahora en un par de semanas va a tocar el hijo de Cerati, Benito Cerati. O sea, abarco un espectro cultural dentro de lo que es Buenos Aires, así, abierto. Y eso, la verdad que me pone bien. Yo tengo buena predisposición siempre con toda la gente. Estoy conectado con todo tipo de culturas porque también acá se filman producciones de videoclips de todos los movimientos que se te ocurran. Puedes venir a filmar acá bandas de metal o ha venido todo el movimiento trap nuevo este de los artistas que he conocido acá, que han venido. Y ni hablar de tango. Han pasado gente muy histórica y la verdad que es un placer vivir en este mundo. Es soñado. Imagináte, Venir de un barrio humilde de Córdoba. Villa Páez, el barrio de la puñalada, como le decían. Era un barrio jodido y es jodido. Droga, choreo, esto. Y venir y estar acá y en contacto con todos los artistas es un placer. Pero te digo, vienen artistas de todo el mundo. Como es un punto turístico, vienen de todo el mundo. Muchos artistas internacionales que vienen a hacer shows, caen acá. En la cultura existe la posibilidad de sorprenderse uno cada día con lo que hace.
Los ecos de aquello
Creo que lo que hablamos antes, esa energía, esa emoción, esa cosa única, ese fuego, es lo que ha quedado me parece. Es indescifrable por qué la gente vuelve a hablar de eso y lo intenta describir desde su óptica, pero no es fácil tampoco porque yo creo que ha sido una emoción muy fuerte y a mi vez fui personalmente registrado por el tipo de emociones que estaban en ese momento y hay gente que me pregunta, como ahora vos, y bueno por ahí hablo con gente que intenta como recapitular respecto de esos años pero la verdad que yo no puedo describirlo porque me parece que cada uno tiene su anécdota, entonces en una masa de cien o de doscientas personas cada una te va a contar su versión de lo que sintieron. Pero fue una experiencia para mí, nunca más viví eso, por más que vine a Buenos Aires. Encontré otro tipo de artistas, pero nunca volví a tener ese tipo de experiencia, de ninguna manera, o sea, sentí algo diferente eso de estar en Buenos Aires que es una sociedad cosmopolita, pero no tuve la oportunidad de generar algo parecido. Y esto es de otro tipo de valor personal. Ahora transito en un lugar, en un espacio bonito con contacto con el arte, estoy generando cultura, pero de otro lado, no tanto como lo que vivimos veinte o cuarenta locos que iban moviendo Córdoba. Era exactamente eso, como mover el avispero.
Había mucha influencia de misticismo en ese momento de mi vida; de hecho, vestía de blanco en muchas presentaciones. Esto sí que es largo de contar.
Y hoy, que hace 26 años vivo en La Catedral... puedo decir que sigo siendo un monje del arte.
Multimedia
Descargá la nota:
Comentarios:
- Elsa Torres: Qué artículo impresionante Gabriel, es como un libro. Qué bueno poder conocer tantas cosas del artista.
- Gabriel Abalos: Gracias Elsita por tus palabras. Uno necesita esa mirada de otres y en este caso es un mimo para mí. Qué bueno! Un abrazo.
Dejá tu comentario: