Uy, me la mandé
Adrián Savino

Había una vez un tipo que le pegaba a su hijo cada vez que éste, a su criterio, se lo merecía.
En cierta ocasión, el niño logró demostrarle que una de aquellas palizas había sido completamente injusta.
-Vaya y pase por alguna otra que hiciste y yo no me enteré –fue la concisa y brutal respuesta.
El niño creció y se convirtió en papá.
El nieto creció y alguna vez, a él también le señalaron un gesto de evidente prepo familiar.
-La verdad de eso no me acuerdo –fingió demencia, acorralado, para de inmediato volver a la carga:
-Igual si pasó, no creo haber estado mal.
Qué manía esa de querer "tener razón" a toda costa.
Al parecer tiene mucho de hereditaria: se trasvasa de termos en termos.
Como si rigiera una especie de legado según el cual, dignarnos decir "me equivoqué", "estuve mal", "mala mía" o "disculpame", fuera equivalente a poco menos que meterse un corchazo.
Hay quienes intentamos superarlo, pero… se ve que cuesta, cuesta mucho.
He visto a señoras y a señores (yo mismo) ensayar a duras penas un gesto de humildad, para en medio del asunto terminar dando una voltereta ridícula y cayendo en la misma de siempre.
Como un perro que no puede parar de ladrarles a los que pasan por su verja.
Como un merquero que no puede dejar de pensar en alitas, pelpas y bolsas.
Como Don Ramón cuando intenta pedirle disculpas al Chavo, y al final nunca puede evitar el definitivo: ¡¡Notedoyotranomásporque...!!
En fin, la soberbia no es pecado por casualidad.
Si es tan humana como la ira, la envidia, los celos, el antiperonismo… tampoco vamos a condenarla tan duramente.
Estaríamos incurriendo, tal vez, en otro gesto de soberbia.
En Córdoba hubo (y hay) personajes tenidos por muy importantes, a quienes en sus putas vidas se los oyó hacerse cargo de algún desliz.
Individuos que una vez muertos, resulta muy raro y careta que alguien los homenajee.
Como si más que respeto y/o afecto, lo que ellos inspiraron en su paso por este provincial plano de la existencia, no hubiera sido otra cosa que miedo.
Por mi parte hace bien poquito que me di cuenta de algo, y créanme, fue una verdadera revelación.
Un día pude decir con todas las letras: "Uy, me la mandé", y oh sorpresa, no se acabó el mundo ni se murió nadie.
Al contrario, di con una sensación de calma que había estado extrañando prácticamente toda la vida.
Tan pero tan simple de alcanzar que era, tan a mano que la tenía, y me había pasado décadas sin siquiera poder concebirla.
Pasar de vivir pretendiendo que uno es infalible, a reconocerse humana, demasiado humanamente... falible.
Vieran la tranquilidad que da, ¿nunca probaron?

Adrián Savino
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