Media hija

10.07.2025

Marta García


Foto: Paul Trevor
Foto: Paul Trevor

No sé si alcanzan a ver que estamos en un bar con cartel de neón en cursiva triste, repleto de seres de escasos recursos emocionales y una rocola con canciones muertas de hambre. Un detective que ya no ve pistas sino metáforas, acodado en la barra, le comenta a la botella de whisky lo que ha sucedido en la galería de una casa con olor a ley seca. Una niña fue partida en dos. La tironearon entre el padre y la madre hasta que cada uno se llevó su media hija. Y la que era única e irrepetible fue biseccionada como un segmento geométrico en plena galería de mecedoras, té de jenjibre y atardeceres de limones exprimidos por abuelitas deshidratadas. A la media hija de la madre le tocó la métrica de los sonetos y a la del padre la métrica de las matemáticas. "Ese día nos dimos cuenta de que la vida había tomado de más y se quedó dormida sin pagar… hay que ser jodida". Al haber sido despedido de todas las novelas negras, el detective siguió contando la historia a las botellas que quisieran escucharlo, como una radio de onda corta que solo capta frecuencias muertas.

(El relato funde a galería desertificada post escena de la bisección).

-No entiendo la métrica de las matemáticas, mamá.

-Vos lo único que tenés que entender es la métrica de los sonetos, media hija querida, es la media parte que te tocó…

Y la media hija lloraba tenue, con su medio llanto y sus medias emociones. Y si bien intentaba calcular los gastos mensuales con sonetos todo quedaba a medio hacer, en una media pena, un medio propósito, una media catástrofe.

-Pero necesito que papá me explique por qué no puedo escribir las matemáticas con palabras como hacíamos antes de que me sacaran mi otra mit...

-¡Dejalo tranquilo! Y a vos nadie te sacó nada...

-Voy a buscarlo para que me dé la parte que me fal…

-Te dije que lo dejés tranquilo… se pone medio loco cuando lo molestan… leé mejor hexametros, me gustan más y tienen métrica matemática… o hacé terapia… no sé, pero dejate de joder...

Hizo terapia hasta que la media obra social no le cubrió más esas media sesiones que de todos modos no le servían para nada porque se quedaban a mitad de camino. La media hija decidió salir a buscar por sus propios medios la parte perdida. Y se metió en un alboroto de ilusiones y fantasías perdiendo los límites de lo cotidiano. Caminó por ciudades flotantes sobre pensamientos y habló con sirenas acalambradas que la miraban como Thelonious Monk a Maluma. Financió su búsqueda vendiendo pasajes al reino del revés. Se volvió rica en sueños, pobre en certezas.

Pasó sus días escuchando voces de seres imaginarios que no tenían los pies sobre la tierra ni cabeza en el cielo. Todo era volátil de un modo subterráneo. Hasta que en la última travesía su media mala suerte cambió la trayectoria hacia un sitio demasiado sucio para ser un sueño: el cuartito al fondo de su casa.

Allí estaba donde había estado siempre la otra media hija con cara de no haber elegido libremente ese mundo lógico, estudiar números, callarse versos, pagar impuestos y no molestar. Y su padre al lado, envuelto en una niebla de aliento a tabaco y caramelos de menta haciendo cálculos de carne y hueso. Salió en estampida de su mundo de fantasía prefabricada y disparando a sangre fría sobre la vida diaria se lo contó a su madre en hexametros para que no la rechazara. Ésta le contestó como una turista que se hunde en una botella de whisky creyendo que es el mar y sin saber nadar.

-Vos seguí hablando en hexametros y boludeando en ese medio mundo de locura poética que te inventaste… y dejate de joder con el cuartito del fondo.

Ella ya estaba tan jodida que un poco más no sería nada. Y entró otra vez para intentar juntar lo que quedaba en el cuartito. De a poco, cada media hija fue compartiendo su media existencia y pudieron juntarse en una misma herida tan humana como atroz. Si bien ya no es un segmento geométrico, sabe que será siempre una mujer partida. Pero también sabe que, finalmente, ser la hija de nadie es lo mejor que le podría pasar. Y mordiendo su sonrisa para que no se le escapara en plena fuga, encendió un cigarro que no sabía fumar, se puso su abrigo lleno de bolsillos vacíos y caminó hacia la parte de la ciudad en la que se refugian los sitios que van a desaparecer, como aquel bar con cartel de neón en cursiva triste.

El detective termina el relato no bien la ve entrar como la confesión de un crimen. Y deja que la historia encuentre la salida sin su ayuda. Un mozo con voz de cenicero lleno y cara de lunes permanente le sirve un trago y advirtiendo que solo es otra mujer perdida entre dos mitades en disputa, intenta tranquilizarla pero le sale un ultimatum:

-Bienvenida acá, donde todo lo que podría haber sido camina a escondidas.

A su alrededor descansan historias truncas, delitos olvidados, métricas de todo tipo, finales que no se animaron a ser, medias hijas comiéndose entre ellas, un mundo fragmentándose como aquella niña de la galería con olor a ley seca.

La voz del detective sale por su espalda y da en la frente de la hija de nadie. Siempre en la barra. Oliendo a nicotina jubilada, a fracaso y a preguntas por la mitad.

-Una vez fui un hombre, creo. Ahora soy un cenicero que escribe haikus para que los lea alguna vez mi media hija y me perdone. La ciudad ya está partida. Lo único que te queda por decidir es de qué lado vas a caer…

Y sin olvido ni perdón la Media Hija se cayó. No sé si alcanzan a ver de qué lado.




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