Memoria de un no monumento histórico

Víctor Ramés

El viejo solar del héroe

Tres datos de archivos de procedencia diversa brindan indicios sobre una antigua casa que ya no existe en la ciudad de Córdoba. Esa edificación fue propiedad del matrimonio del porteño José Paz y Durán y la cordobesa Tiburcia Haedo y Roldán, criolla de familia patricia local, quienes el 9 de septiembre de 1791 celebraban la llegada de su primogénito bautizado José María Del Rosario Paz Haedo, el mayor de ocho hijos que tendría el matrimonio. En esa casa nació el niño cuyo llanto anunció al vecindario cordobés su presencia en este mundo y que dejaría una huella a su paso por la historia de Córdoba y del país. El nombre del General Paz permanecería grabado a fuego en el nombre de calles, pueblos, barrios y plazas.

Unas breves palabras escrita por una de sus hijas, y publicada como introducción a sus Memorias editadas en 1855, refiere los años de infancia y primera juventud de su padre, mientras habitaba esa casa. Los padres de José María Paz "le proporcionaron desde sus más tiernos años una educación esmerada, no solo preparando su entendimiento para adornarle con útiles y variados conocimientos, sino infundiendo en su corazón delicados y generosos sentimientos que supo conservar toda su vida en medio de tantas vicisitudes, y en posiciones bien difíciles." Siempre en el tono algo hagiográfico esperable de una hija refiriéndose a su padre muerto, prosigue: "En aquella época, sabido es, que pocas carreras se abrían a la juventud; la eclesiástica y la del foro eran las preferentes, Paz se hallaba dispuesto para adoptar la que más le conviniese, habiendo frecuentado las aulas de filosofía y teología en la Universidad de Córdoba, y cursando el tercer año de derecho, cuando estalló en Buenos Aires la revolución que dio en tierra con el poder de los Virreyes. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba, su Patria, estaban ya tocados del movimiento político que debía muy luego abrasar toda la extensión del virreinato del Rio de la Plata, y conflagrar en seguida toda la América Española", concluye la hija del general. 

A dos cuadras de la plaza mayor

El memorialista Manuel López Cepeda brindó una descripción de la calle San Martín de Córdoba en el libro Gente, casas y calles de Córdoba, publicado en 1966. Tras introducir la primera cuadra de esa arteria que nacía en la plaza mayor de la ciudad, el autor se dispone a hacer lo mismo con la cuadra siguiente, yendo en dirección al norte: "La segunda cuadra de calle San Martín era la prolongación de andarivel de la sociedad de Córdoba, cuando salía de la 'misa de Once' de la Catedral o andaba de compras en las tiendas de lujo de aquella parte final del siglo pasado. En la esquina noroeste estaba la tienda de La Esperanza, cuyo primer propietario fue el señor Aldecoa, que tenía como empleado a Moreno, especie de gerente o interesado que luego sucedería a aquel haciendo fortuna, como que más tarde adquirió una finca en la segunda cuadra de 9 de Julio."

Un subtítulo para esa segunda cuadra anunciaba: "Donde nació un héroe". El viejo periodista cordobés se detenía frente a cada construcción, iba tomando anotaciones desde su hoy de los años sesenta,  y ensayaba un vuelo hacia atrás con la memoria, tratando de hacer resurgir el pasado de la San Martín entre 9 de Julio y Colón. Y allí explica esa referencia al héroe:

"Continúa la cuadra con el edificio de dos pisos que hizo construir allá por el ochenta don Gregorio R. Gavier. Cien años antes, nació ahí el 9 de septiembre de 1791 el general José María Paz, gloriosa figura de nuestra historia, gobernador de Córdoba en el período 1829-1831, vencedor en varios combates y jefe de seis ejércitos, con algunos de los cuales luchó frente a Juan Manuel de Rosas y batió al 'Tigre de los Llanos', Juan Facundo Quiroga, en La Tablada y en Oncativo."

Según lo expresado por ese autor en el siglo XX, en tiempos en que sus ojos se detenían frente a la propiedad de los Gavier, la vieja casona natal de José María Paz se había desplomado ochenta años antes bajo la acción del pico y la maza, siendo reemplazada en el mil ochocientos ochenta (cuando Gregorio Gavier era gobernador de Córdoba) por la construcción de altos. 

Tanteando el pasado, nos preguntamos si tal vez el memorialista asignara a la casona de Paz una ubicación aproximativa. Entretanto, nuestra atención se desvía hacia un segundo elemento de los tres que ponen en marcha nuestros tanteos.

Interrogaciones a una fotografía

Otro tipo de memoria situada en el siglo XX, nos provee la revista semanal Caras y Caretas de Buenos Aires, que traía en sus páginas del 7 de diciembre de 1910 una foto sin otro contexto que una nota al pie. Allí se puede leer: "Casa donde vivió el General Paz en Córdoba, situada en la calle de San Martín, entre Colón y 9 de Julio".

Lo escueto de la anotación no permite saber el año en que había sido tomada la foto, si ese mismo año 1910, o antes. Lo que sí se confirma es la ubicación de la casona que daba la revista porteña, coincidente con la señalada por Manuel López Cepeda cincuenta años más tarde, es decir, la segunda cuadra de la calle San Martín.

Se puede apreciar a simple vista en el documento fotográfico una casona de una sola planta, cuya fachada presenta elementos de estilo neoclásico compatibles con una construcción de finales del siglo XVIII. Debo esta afirmación a Fer Dessosir, a quien le consulté para analizar la foto. La propiedad se ve bastante descuidada, y es posible que estuviese abandonada. Desconocemos si a la fecha de su publicación todavía quedaba en pie lo que mostraba la fotografía. En el contexto de la información recogida en Manuel López Cepeda, la demolición de la vieja casona de la familia Paz para levantar las dos plantas de Gregorio Gavier, debió ocurrir en los años ochenta del siglo XIX, unos veinticinco años antes de 1910. 

Las dos fuentes que confrontamos se contradicen, a menos que no hubiese una coincidencia total de terrenos entre la vieja casona y la propiedad de Gavier. En ese vacío de otras pruebas disponibles, la creo la única hipótesis que permitiría creerle a la vez al "documento a" (López Cepeda) y al "documento b" (Caras y Caretas), según el orden de presentación en este texto. No podemos avanzar sobre esa cuestión.

Pasamos, pues, al tercer y último elemento referido a la propiedad que fuera de la familia del general José María Paz, el cual nadY para ello debemos dar un rodeo.

Las mulas de doña Rosalía Zeballos

Una vieja anécdota publicada en el diario cordobés La voz del interior, en 1911, rescataba un gesto del Brigadier General José María Paz, hacia el final de su campaña contra las fuerzas federales. Paz había invadido Córdoba al frente del ejército unitario, infligiendo sucesivas derrotas a los jefes federales Juan Bautista Bustos y el riojano Quiroga. Entre enero y mayo de 1831 (poco antes de caer prisionero, por un error suyo, y dejar así vacío  su rol principal en el conflicto), la contraofensiva del Pacto Federal concentraba en diversos puntos de la frontera cordobesa operaciones de los ejércitos de la Unión, integrados por los hombres del santafecino Estanislao López, los de Juan Manuel de Rosas -al mando del general Balcarce- y los que había conseguido reunir Facundo Quiroga.

Entre las constantes necesidades de la lucha se contaba la provisión de mulas y caballos para sostener las campañas de ejércitos empobrecidos por la naturaleza misma del conflicto, en un territorio donde se había desarticulado la red de comercialización virreinal y el comercio de ganado mular había decaído, al quedar paralizada la comunicación con el Alto Perú.

El jefe unitario decretó, frente a la estrechez de recursos, una serie de embargos. Dice el artículo citado: "principiaron las requisas, los préstamos privados, las donaciones, y el director supremo de la guerra tiró un bando por el cual toda persona radicada en la provincia o simplemente de tránsito, que tuviera cabalgaduras, quedaba obligada a ponerlas a disposición del gobierno."

En ese cuadro de situación, prosigue contando la publicación de 1911, "dos días antes de aparecer el edicto, se había detenido en Córdoba, de paso para Catamarca, doña Rosalía Zeballos; iba a cumplir una promesa que hiciera a la virgen del Valle, que acababa de devolverle la salud del hijo único que la consolaba en su viudez. Al salir de Santa Fe, su cuna, vendió cuanto tenía para comprar diez mulas que le servirían para realizar el viaje y de las que pensaba disponer en el lugar de su destino, con el fin de cubrir el costo de diez mil ladrillos que había ofrecido al templo de la patrona."

Llegó a Córdoba esta mujer y "como es natural, la primera patrulla de requisa con que se encontró, arreó con las mulas de la santafecina; y allá fue ella a quejarse y a llorar a los pies del general Paz. Este oyó con aire bondadoso las cuitas de la pobre devota, y para terminar la audiencia, le dijo:

-Venga usted dentro de dos días."

Cumplido dicho plazo, doña Rosalía concurrió a ver a Paz quien, "al saber su presencia, mandó que la hicieran entrar en su despacho, recibiéndola de pie y apoyado en la sencilla mesa que le servía de escritorio.

-Vea, señora- dijo el general, así que entró la del voto, con su cara de desesperación- como general en jefe he dado una orden que reputo justa por su necesidad, y la haré cumplir por todos sin distinción; pero como ciudadano, quiero tener la honra de ser yo mismo quien regale las mulas a la patria. En esta chuspa encontrará usted diez y ocho onzas, que creo el precio equitativo de nueve de sus animales; puede usted elegir uno, el que más le plazca, para seguir su camino. Puede retirarse."

La anécdota nos ahorra la sorpresa, la emoción y el agradecimiento de la viuda santafecina, pero su autor cierra el relato revelando lo siguiente: "El general Paz había conseguido ese dinero vendiendo a vil precio el hermoso solar que poseía dentro de la ciudad."

Esas líneas finales son, en definitiva, el foco de nuestro interés por una historia para armar -con las prevenciones del caso- a partir del triángulo que forman el dato de un memorialista en 1966, una fotografía solitaria en 1910 y la anécdota publicada por un diario en 1911. Sin duda deben existir, aquí y allá, datos claves suficientes para borrar todas las dudas de este informe inconcluso.




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