Mírenme, soy feliz
Adrián Savino

Ahí están Cletta y Aretha, descansando juntas en el patio.
A Cletta la conocí ya bautizada: el nombre figuraba en su cuadro rojo.
A Aretha, en cambio, la bauticé yo (había barajado Janis, pero sonaba un poquito autodestructivo).
Con Cletta ya iba y venía desde hacía diez años; a Aretha la compré en tiempos de la pandemia.
Porque me había mudado al campo, y precisaba algo potente p'al pasto y los yuyos.
Después retorné a la ciudad, y las dos se vinieron conmigo.
Una vez estudié / En un librito de yuyos / Cosas que sólo yo sé / Y que nunca olvidaré.
A Cletta comencé a usarla más que antes, por la repentina falta de auto.
A Aretha, en cambio, recurría menos: el espacio verde era mucho más chico.
Sin embargo ella, desde la piecita del fondo, se la pasaba llamándome.
-¡Acá estoy che! –me reclamaba- ¡¡Dame bola chabón!!
Yo no la registraba, excepto (claro) cuando se imponía cortar.
Hasta que un día, más tranquilo o menos aturdido, por fin pude oírla.
-Era hora, querido… Atendeme: vos andás sin un mango y me tenés acá guardada. ¿Por qué no salimos juntos a laburar?
No era mala idea. Vieron que hoy con un solo trabajo (o dos o tres o cuatro), onda que no alcanza.
Cuando voy a dormir / Cierro los ojos y sueño / Con el olor de un país / Florecido para mí.
Salí entonces, con Cletta por el barrio.
Casa que veía con yuyos crecidos, le dejaba una tarjeta con imán adhesivo en el dorso.
Decía: "Cortes – Desmalezados – Limpieza de Terrenos", y mi número de celular.
Y llevaba también, como ilustración, la imagen de una mantis religiosa.
En cuestión de días comenzaron a llegar los llamados: primeros y tímidos trabajos con mis dos leales compañeras.
Con el correr de los meses calurosos (y de las vacaciones docentes), las chambas y la experiencia fueron creciendo.
Cletta, Aretha y yo, llegamos al final del verano con alrededor de veinte clientes fijos.
Ahora nos aprestamos para la nueva temporada, entusiasmades por la certeza (en otro sentido bastante nefasta) de que esta ciudad se ha vuelto cada vez más tropical y húmeda.
Hoy somos muchos los cordobeses que aceptamos sin chistar el pluriempleo, y no renegamos (al menos por ahora) de tener que sobreexplotarnos para subsistir.
Pero bueno, tampoco es que me sobreexploto. Me encanta estar solo en un patio cualquiera, rodeado de pájaros que se acercan para espigar entre el verde desparramado.
Yo no soy un bailarín / Porque me gusta quedarme / Quieto en la tierra y sentir / Que mis pies tienen raíz.
¿Aparte qué más queremos? La gente nos encomienda sus jardines y patios: toda una forma de brindarnos su confianza.
Responden y retribuyen con gratitud a nuestros servicios, sin aprovecharnos para nada los unos de los otros.
Tan simple, tan verde, tan claro: así, es como debería funcionar todo.
Dejá tu comentario