Muchas trompadas 

10.04.2024

La historia del Zurdo Rivadero


Él no tenía nombre o yo no lo conocía. Para los amigos y los clientes que le compraban billetes de lotería en la peatonal de Córdoba, era simplemente el Zurdo.

Arturo Jaimez Lucchetta

El Zurdo en familia (ph diariocordoba.com.ar)
El Zurdo en familia (ph diariocordoba.com.ar)


El sobrenombre tenía origen en su pasado de boxeador. Era muy común en los gimnasios de la década del cuarenta apodar así a los púgiles con guardia invertida. Un buen signo de distinción, ya que como los entrenadores de esos años, no querían tener zurdos en su establo, los convertían en diestros, por lo que no eran muchos los que usaban la derecha adelantada.

Está claro por su actividad actual, que el duro deporte de los puños y los dientes apretados no le había sido muy amigable. Aunque no son pocos los boxeadores que luego de su reinado vuelven a caer en la mala, se notaba que Rivadero no era el caso. Él nunca contaba mucho de su campaña deportiva y cuando lo hacía se reía de su propio fracaso.

Una vez un periodista riocuartense alertado por el mejor amigo del Zurdo, le hizo una entrevista y le recordó el suceso.

- ¿Así que usted Rivadero combatió con Pascual Pérez?, le consultó el cronista, quien ignoraba por completo si la historia que el Negro Rodríguez le había contado era cierta o era una más de sus habituales bromas.

- Por supuesto, respondió el Zurdo sin parpadear ni mirar hacia arriba y a la derecha, como dicen que hacen los mentirosos.

Ni el propio joven periodista entendía que quería decir haber estado frente a frente con el gran "Pascualito". Pascual Pérez, mendocino de origen, fue campeón olímpico y mundial de peso mosca. Para muchos especialistas es el mejor boxeador argentino de todos los tiempos inclusive por encima del enorme Carlos Monzón. El pequeño gladiador ganó todos los campeonatos que se le pusieron en el camino como aficionado culminando su inmaculada carrera amateur, con la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Londres 1952.

Como profesional, primero fue campeón argentino y luego mundial en épocas de ocho categorías y una sola versión. Es decir que "Pascualito" fue uno de los ocho campeones mundiales que hubo en el arranque de la década del cincuenta. Por otro lado Pérez ostenta un récord que hasta hoy no se ha podido quebrar en el boxeo argentino: es el único compatriota que después de haber logrado una presea dorada en un juego olímpico llegó a ser campeón del mundo como profesional. Sí, eso que para los yankis podría ser algo común - por caso lo logró Muhamad Ali -campeón olímpico medio pesado en Roma 60 y luego triple campeón mundial de los pesos completos-, para La Argentina el suceso no se ha vuelto a repetir en 70 años.

No hay dudas de que si la historia de Rodríguez y ratificada por Rivadero era cierta, el choque entre el Zurdo y Pascualito tendría que haber sido allá por el año 1945. Las fechas cerraban, el Zurdo era del 29 y es posible que a los dieciséis años hubiese enfrentado a un Pascual Pérez novicio, del cual a ningún erudito se le hubiera pasado por la cabeza pensar, que pocos años más tarde, se iba a transformar en el primer campeón del mundo profesional del país.

Es decir que aún siendo cierta la pelea en cuestión, el Zurdo no enfrentó al Pascualito consagrado, sino a un proyecto de crack que cumplió su promesa algo más de un lustro después. La aclaración no es un detalle menor, aunque no le resta mérito al enjuto y simpático vendedor de lotería. Hoy con Pascualito elevado a la categoría de mito y sesenta años después el Zurdo tiene derecho a contar la anécdota con orgullo y aires de leyenda.

El combate, contaba siempre Rodríguez, fue en el Córdoba Sport Club, una especie de Luna Park cordobés, donde nacieron a la fama los más importantes boxeadores de la provincia y los mejores cuentos del humor mediterráneo. De hecho en ese palacio de los deportes perdió su última pelea como profesional el mismísimo Carlos Monzón. Fue por puntos y contra el sanluiseño Alberto Pirincho Massi. También nacieron allí, chistes memorables que supo contar el Negro 'e La Juana, entre otros famosos cuentistas. Recuerdo aquel que surgió en una pelea de poca acción. Los boxeadores no se pegaban y entonces un tipo de voz gruesa gritó desde la grada: "Queremos ver sangre" mientras que otro de voz aflautada le respondió desde la tribuna opuesta con una tonada cordobesa de museo: "Poné el ocote".

El periodista sabía dentro de su ignorancia boxística, que Pascual Pérez no era un nombre cualquiera. Le sonaba en las historias que le contaba su abuelo, o algún tío viejo que juraba haber escuchado el relato de Fioravanti en su pelea consagratoria con Yoshio Shirai. Al muchacho le bastaba sentir la fonética del apodo Pascualito para saber que no estaba entrevistando a cualquiera. Encima no era fácil para él llegar a los grandes protagonistas del deporte nacional desde su pequeña FM del sur de la provincia. Para él la nota cobraba trascendencia y para sus oyentes también. Si la historia era cierta o no, importaba poco. Además el chico la creyó de parto, no lo había tomado de los manuales de los periodistas inescrupulosos que enseñan que "una mentira no debe arruinar una buena nota". El pibe era inocente. Además, ni a la Federación Argentina de Box le consta que el combate haya o no existido, en tiempos donde las peleas entre aficionados no guardaban registro.


Pascual Pérez (archivo)
Pascual Pérez (archivo)


En el grabador Panasonic de cassette ya estaba documentado el escueto y seguro sí del Zurdo, ante la pregunta sobre la tan mentada pelea, entonces el muchacho que no tenía mucha experiencia arruinó la nota en la segunda y última pregunta.

Podría haber pasado por toda la biografía del ex boxeador que habiéndose cruzado en el ring con el gran campeón hoy vive para contarlo. Pudo haber repasado toda la carrera boxística de Rivadero, sus éxitos y desventuras. Las razones por las cuales Pascualito llegó y él debió resignarse al retiro. Cómo es que la vida te consagra o te golpea. O la ironía del destino que le dio todo a Pérez en lo deportivo, pero le quitó en lo personal. Podría haberse floreado con comparaciones satisfactorias para su entrevistado; de pronto el Zurdo no había llegado tan lejos como Pascualito pero estaba vivo y feliz, mientras que el ídolo murió solo, alcohólico y engañado por su amada.

Pero no, el periodista fue al grano, fue a la pelea y con el cliché típico que fotocopian los nuevos periodistas. Fue a la emoción, al sentimiento. Y el boxeo es una de las pocas prácticas en las que lo importante no es competir, porque a los goles te los hacen en la cara.

Entonces es mejor preguntar por la pelea en sí. Por cómo se habían dado los sucesos. Si Pascualito era ya una figurita dentro del amateurismo y, si lo era por qué lo habían puesto a él a pelear con semejante estrella. Tal vez él también era un protegido del boxeo cordobés como Pérez lo era para los cuyanos. O si fue un combate más y se sorprendió después con la rutilante carrera de su ex rival. Si pudo verlo tiempo más tarde. Si Pascualito lo recordó o si le fue imposible en sus más de cien peleas como amateur. Si el pleito había sido por algún campeonato o si había sido una simple pelea complementaria de otras grandes de la época.

Sin embargo no, el tipito fue al sentimiento y en verdad no estaba mal, simplemente que quizás debió meter la muletilla gastada un par de preguntas más tarde. No estaba errado ir por el sentimiento, porque estaba bueno preguntar si uno con el tiempo podía ser hincha del adversario ante una pelea mundialista, si es cierto eso de que los boxeadores intentan arrancarse la cabeza en el ring, pero cuando suena el último gong se abrazan sin rencor. Ese refrán de Bonavena tantas veces mencionado, "que hasta el banquito te sacan", sumado al de Monzón: "Cuando llaman a pelear el que está frente a vos se quiere quedar con el pan de tus hijos". Y todo eso ante el gran Pascualito.

Aquel periodista le preguntó al Zurdo: ¿Qué sintió esa noche cuando subió al ring a enfrentar nada menos que al inmortal Pascual Pérez?.

El Zurdo Rivadero lo miró, semblanteó a los amigos que lo acompañaban, se sonrió de queruza hacia la izquierda, como haciendo la seña del siete de oros, y cerró la nota en diez segundos. La respuesta no tuvo repreguntas. Entre las carcajadas y las reflexiones del auditorio, el Zurdo respondió con la sabiduría del tipo de la calle: ¿Qué sentí, pibe? ¿Qué sentí? ¡Muuuuuchas trompadas!.




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