Noches vacías

Jorge Felippa


A esta hora incierta de la noche, mientras padres y abuelos se desvelan por la vuelta a casa de sus críos, ellos deambulan en otros tugurios, acaso tan infames como una trinchera en el frente. Ahí, una mano que atenúa la soledad de otra, vale tanto como un trago de whisky berreta: el que cierra otra noche vacía de cualquier esperanza, en las ciudades aturdidas por el dinero sucio que pasa de mano en mano.

Los ruidos de la noche son las voces y miradas de los otros. Chisporroteos de luces en la ventana, gotas de lluvia sobre un patio o un tejado, ecos de ritmos monocordes, gritos, corridas y puteadas detrás de una moto o un auto que acelera. Todo huye hacia la nada y lo que fluye por la sangre, es un cóctel que enciende todas las preguntas.

Hipnotizados por la ruindad de arriba, por la lluvia ácida del odio, consumidores consumidos y en la ruina, miramos al vecino con los ojos de un lobo solitario. Vivimos encerrados y al acecho de lo imaginado puertas adentro, de lo que el otro, envidia o desea tras la nuestra. Estas calles que le vendemos al turista, ya no son de nadie porque hasta los nadies perdieron su lugar. Solo respiran la ceguera multitudinaria de los sobrevivientes, en las madrugadas donde abandonan sus huesos sin destino.

Entre la fiebre que me desvela y esas criaturas, sólo nos unen los restos de una lengua que hace más de tres siglos empezamos a transmitirles. Esos restos son signos efímeros sobre esta superficie iluminada, jeroglíficos que debemos decodificar para achicar el pánico ante el abismo que nos aleja cada minuto de una nueva era.

Ni siquiera somos peregrinos de esta Babel en la que nos mantienen vigilados bajo una mínima supervivencia. Algunos "ancianos" de tribus que antaño dieron cátedra en aulas y calles incendiarias, se ofrecen a un ritual que recibe tantos castigos como desinterés. Una apatía contagiada en medio siglo que borró toda huella del orgullo que significaba nombrarse "cordobés y guarda el hilo". Lo dijimos hace tanto que ya no es santo y seña para nadie. O sólo para algunos hijos y nietos que pudieron recuperar su identidad arrebatada.

Sólo ellos, quizás vuelvan a plantar en algún patio heredado otras semillas. O nuevas canciones que renueven melodías. Nada que los retenga en la nostalgia. Todo lo que pueda despertarlos de esta noche borracha de vacío y despilfarro.




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