Nosotros (y) los muertos
Adrián Savino

Siempre me llamó la atención una frase de las que llamamos "hechas": esa de que alguien ya murió, y por lo tanto no está aquí para defenderse.
Pero che… ¿Seguro que no está? ¿Y defenderse de qué?
El último cuento de Dublineses de Joyce, trata sobre una concurrida cena en la Noche de Reyes de 1904.
Se titula "Los muertos", pero mucho más sugerente es el original en inglés: "The dead".
Por prestarse tanto al singular como al plural, y al masculino como al femenino y el inclusivo.
En efecto, todos esos irlandeses allí reunidos, ya no están físicamente.
Pero basta con leer el cuento (o ver la peli de John Houston, la más hermosa adaptación jamás realizada), para comprender que no, de ninguna manera podemos referirnos a ellos como muertos.
Esos seres brillan, están vivos.
Más que el lector, que el espectador, que la vida misma.
Llegará, fatal e irremediablemente, el día que en las redes sociales haya más muertos que vivos.
Ese día comprenderemos que los muertos están tan vivos como los vivos, y éstos, tan muertos como aquéllos.
La filósofa belga Vinciane Despret, asistió durante años a sesiones de espiritismo.
La asombró que los mensajes desde el más allá fueran más bien triviales, poco significantes en apariencia.
Pero significantes al fin, y allí radicaba (radica) el quid de la cuestión.
Los muertos están, concluye ella, para proveernos nada más y nada menos, que de signos.
Signos que funcionan para hacernos hacer cosas durante esta mera existencia física, este efímero "estar de paso".
A mí, por ejemplo, en este momento me acompaña una legión de superhéroes.
Y nada que ver con Marvel: son "súper", desde luego, pero lo son por humildes, por cotidianos, por supernaturales.
Mateo II Burmeister. Horacito Gautama. The Ñaña & Mary Chain. Omar Miguel Torino. Pauli 4ever Young…
Y seguirán las firmas.
Acá están, estos son, me convierto en ellos si me rompen las bolas: ¡VIVEN!
Matate que viven.
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