¿Cómo contar a Osvaldo Soriano?

10.02.2024

Sobre Berlanga, A. (2023). Soriano. Una historia. Buenos Aires: Sudamericana (524 págs.)

Osvaldo Soriano cuando residía en Bruselas
Osvaldo Soriano cuando residía en Bruselas


1.

Supongamos que tenés menos de treinta años y que entraste en este link. Entraste por el título o por la fotografía de alguien que, sin dudas, es un escritor. Un tipo fumando contra una ventana, con medio cuerpo colgando, no podría ser otra cosa que un escritor. Alguien que toma una fotografía a un tipo en esa pose no podría ser otra cosa que un/a fotógrafo/a que valora la actitud relajada de un escritor. Pues bien, ese escritor fue Osvaldo Soriano y si no has escuchado mucho de él no es a razón de que no haya sido notable, sino porque no hay razón para tener noticia de todos los escritores. Igual viene bien contar su historia. Además, no murió hace cien años. Murió poco antes de que nacieras, en 1997. Por suerte Ángel Berlanga (periodista de uno de los diarios de mayor tirada, redactor de su suplemento cultural, y testigo activo de la última época de oro del periodismo argentino -mediados del 80 hasta mediados de los 90) escribió Soriano. Una biografía para quitarnos toda excusa.

(Si tenés más de treinta, tenés más posibilidades de saber de quién hablo. Si no perfectamente podrías agregarte al grupo de los veinteañeros/as, al menos en este respecto. La idea es que te quedés, desde ya).

Ya sé: si él hubiera sido traducido a decena de lenguas y sus libros hubieran sido llevados al cine dirigidos por tipos como Campanella (a ese deberías conocerlo o más o menos tenerlo), si hubiera sido celebrado por los más grandes escritores argentinos (pongamos un Cortázar, un Piglia) o narradores célebres (Irving, Tabucchi, Calvino), y pongamos que otros tantos hubieran polemizado con él (la gran Liliana Heker o Martin Caparrós), eso ayudaría. Pero hete aquí que todos estos sayos le corresponden a Soriano (Campanella no dirigió nada de él, pero el Campanella de su época -Héctor Oliveira- sí). Fue literalmente famosísimo y muy celebrado en Europa. Sin embargo, su legado permanece in-discutido (leamos aparte el prefijo y seria "no-discutido" proeza de juego lingüístico, lo sé, pero es lo que quiero exactamente decir).

Antes de ir al hueso un remanso de formalidad para hacer pie: Osvaldo Soriano fue el escritor-periodista más leído de la Argentina entre los 80s y mediados de los años '90; aclamado, pluma referente en un tiempo pre-digital (donde las notas firmadas hacían un eco perceptible en la opinión pública), multipremiado en Europa y con una muerte temprana apenas cumplidos sus 54 años (en enero de 1997) que hizo que su obra se corriera de la notoriedad para confinarse, desde entonces, a un circuito de excelentes ventas, pero sin un consenso respecto del lugar que le cabe en la literatura argentina.

Muy bien, ahora vamos a la biografía de Berlanga (publicada en el año donde Soriano hubiera cumplido 80). Berlanga escribe en Página/12, es redactor de un suplemento que es Radar y dirige una sección emblemática de cuentos que es Verano/12. Como Soriano no podía ser noticia por albaceas, novias célebres o por otras tantas razones extraliterarias, él hizo lo que hace un periodista: se puso a investigar, hacer entrevistas, leer archivos, reconstruir el pasado con datos y el rigor del caso. Pero además hizo lo que hace un intelectual: empleó la investigación no como un fin en sí mismo sino como el medio para proponer preguntas. Y para colmo no se anduvo con chiquitas: publicó una biografía monumental de unas 524 páginas. Dato: el libro cuenta con 60 fotos entrañables.

A mí me gustaría rescatar una pregunta, de muchas posibles, y una virtud, de muchas evidentes, que esta Soriano. Una historia (2023) nos ofrece. Pensando no solo en vos, que a lo mejor te gusta la literatura y has escuchado poco, casi nada de un tipo así. Digamos que, si leíste algo de Mariana Enríquez, por ejemplo, algo de Soriano (por vía de las filiaciones periodísticas-literarias) está en ella. No digo que Soriano haya hecho a Enríquez. La idea es que reconozcas una zona, un parecido de familia.

Porque eso de decir que leás a tal tipo/a porque es importante no ha funcionado desde Platón para acá, al menos. Igual lo de preguntar si lo conocés o no, está mal, muy mal. Suena a tío amanecido con afán de tierna nostalgia. Mejor hablemos de una invitación a leer Soriano. Una historia.

2.

Nos ponemos un poco más serios. Se supone que no puedo emplear la ironía si pretendo arrimar alguna bocha de discusión. No soy tan hábil.

Vamos.

En la tradición literaria norteamericana (epa, sí, así arranco) (que aquí puede encontrar réplica en Sarmiento, por ejemplo) una biografía funciona como un intento de incidir en la política cultural. Al contar la historia de alguien se pretende reconstruir no solo un tiempo histórico sino tendencias de época (de allí que la labor de él/la biógrafo/a trascienda el oficio del historiador/a y esté diversificada, si bien con un fuerte acento en el periodismo).

En esta operación, la pretensión de verdad es tan relevante como la pretensión de trazar continuidades o rupturas con la dimensión temporal del presente. Tal o cual personaje fue producto de tales o cuales tendencias y eso hoy, perfectamente, podría resultar posible. O al revés: esa misma emergencia resulta improbable y dicha improbabilidad es, como tal, un contraste valioso que la propia biografía pone de relieve.

Bien.

Soriano. Una historia puede leerse a la luz de estas consideraciones. Esta biografía es una reconstrucción de la vida de un escritor: de cómo alguien deviene escritor, de cómo se forja un periodista en una época donde la labor periodística tenía una resonancia inexorable en los debates públicos, de cómo ese escritor adquiere reconocimiento y cómo lidia con la tensión entre la academia (o más bien el dispositivo universitario) y el éxito de ventas. Este cuadro ofrece todo lo que esperamos, en principio, encontrar. Lo cual es ya un mérito. Las librerías están llenas de promesas incumplidas. Libros cuya contratapa son como trailers efectistas que te enganchan para los primeros dos capítulos. Después, uno/a desiste. Esta biografía recorre una vida, plantea hitos (los hitos que son perfectamente reconocibles en cualquier vida célebre), plantea momentos (los momentos que universalizan todas las vidas, la salida de la casa, la llegada a la gran ciudad, el exilio, el retorno, la agonía, el amor, la paternidad, el amor por el fútbol o los gatos).

Contra lo que dice su título, las historias de la biografía son diversas. En términos estrictamente técnicos (parezco un comentador de box) hay un registro oral que sostiene toda la trama que resulta el recurso clave para no aminorar la marcha de una lectura de más de 500 páginas. Soriano aparece con una voz expuesta, recuperada. A su vez, los testimonios de amigos/as, conocidos/as, editores y colegas contrastan con la voz predilecta aportando a una línea cronológica que se mantiene pareja en su marcha (logramos repasar de punta a punta "la vida del escritor, que amaba a los gatos, el fútbol y la noche", así reza la contratapa). La armazón de Berlanga nos permite llegar al final de la maratón biográfica enteros, con un buen promedio; nos deja como último Split, tres capítulos (alerta spoiler) donde la ida de Soriano nos invita a largar unos lagrimones, similares a una descarga emotiva que semeja al cruce de línea en una maratón finalizada por parte de un amateur, como yo.

3.

Acá me pongo reflexivo y va a entenderse por qué esta bio puede enfilarse con la tradición americana de política cultural. Esta es mi parte, la que no debería exponer un buen reseñante. Pero yo no lo soy ni esto es (en términos estrictamente técnicos) una reseña.

"El cine es lo que hablamos una vez que acaba la película", dice Lucrecia Martel (si no la tenés, te invito a googlearla).

Sería: La literatura es lo que hablamos luego de terminar el libro, o de hacer un alto al terminar un capítulo o sección, como me pasó más de una vez con Soriano.

Un breve contorno, no paternalista (o sí), para comprender lo que viene. Soriano nunca fue reconocido por el dispositivo crítico de la literatura argentina. Esto no es un escándalo: es un lugar común. Muchos escritores/as logran algo de reconocimiento social e incluso ventas, pero su consagración critica no llega hasta que media un juicio de autoridad.

Soriano, para decirlo simple, no formaba parte de los programas más importantes de las carreras de Letras de la Argentina. Y algunos/as titulares de cátedra célebres lo veían como un escritor liviano. Este juicio contrastaba con el reconocimiento de pares indiscutibles, no en nuestro medio solamente. A todo esto, el propio Soriano sabía que no había consenso crítico y quizá asociaba la desestimación a su propia formación tardía. El consenso crítico (si ya sé parece que estoy dando una aburrida clase) es algo distinto a que uno o dos tipas de la academia te reconozcan.

Dicho esto, si uno va a la biografía de Soriano con esto in mente, es inevitable que deseés una respuesta. Y yo fui con esa expectativa por motivaciones que no vienen al caso. Quería saber, digamos por motivos teóricos, qué hacía que alguien que escribía realmente bien no formase parte de la vitrina de los grandes escritores.

Algo debe haber en el recorrido, pensé.

Pero en Soriano. Una historia no hay respuesta. Se da algo más interesante. Una operación filosófica: hay un corrimiento de la pregunta.

Esta biografía desactiva cualquier intento de remitir, de hecho, la subestimación de la obra de Soriano por parte del poder académico, a una genuina disputa teórica. Más bien la asocia con una maña incomprensible, una cultura intelectual y, si cabe la imagen, con juego de manos literario que -llevado al extremo- bien podría revelar su trasfondo, como ocurre en esos programas de lucha libre dirigidos a un público infantil donde los golpes nunca pretenden realmente lastimar (googleá 100 x 100 lucha).

En buena medida esto sucede así porque Berlanga documenta bien que la fama de un escritor sin formación, anti-intelectualista y felinamente supersticioso (el tipo creía que si un gato hacia cucha sobre un manuscrito ese manuscrito era promisorio) fue alimentada por el propio Soriano. Asimismo, queda en evidencia que emblemas del canon le conceden su relevancia en el mapa de escritores importantes. Es más bien el consenso crítico el que le resulta desfavorable, aunque, de nuevo, por motivaciones más bien coyunturales.

Entonces mi cuasi religiosa búsqueda de respuesta quedó amablemente desactivada. Fue como si la puerta prohibida que estaba dispuesto abrir fuera una trampa: encontré que allí no había nada. Soriano fue (en su época) no reconocido, pero aparentemente no hay razones de esa desestimación. Podría, de hecho, haberlas. Feinmann (no Eduardo sino José Pablo que fue el Darío Z mucho antes de Darío Z) sostiene algo parecido en una nota valiosa sobre Soriano.

Con el criterio de Martel, el efecto de leer esta Biografía fue salir a hablar de Soriano por todas partes. Y como la lectura fue mucha y con la lectura viene la escritura empecé a idear un texto. Escribir, dijo un mentoreado expreso de Soriano, el enfant terrible ya no tan enfant Rodrigo Fresán (que por cierto acaba de publicar un novelón, al estilo Berlanga, de tal vez 1000 páginas) es como vomitar. Uno tiene que leer mucho para que ocurra.

4.

Decir que una biografía está bien documentada no supone necesariamente que cita mucho material, sino que hace un uso eficaz, claro y provechoso de diversas fuentes. Berlanga logra ese frágil equilibrio por medio de la estrategia de introducción de la voz mencionada y de una voluntad de llevar la historia hasta las últimas consecuencias. Hay un momento de esta biografía, en donde Manuel, el hijo de Soriano, se pone la camiseta de San Lorenzo para despedir a su padre. Esa imagen suma a la historia tanto como las negociaciones de Carmen Balcells (la más célebre representante de escritores de todos los tiempos) por una suma millonaria de adelanto en derechos de autor, o el amor de Soriano por el fútbol o las tentativas desopilantes de un joven Soriano para ser aceptado como redactor de revista en la Capital.

Berlanga no hace de Soriano un héroe o un escritor de tal o cual raigambre. Deja aparecer a esa figura emblemática replicando esa idea bien expresada en el fútbol de generar los espacios para que finalmente aparezca la jugada. Lo cual no garantiza el gol. Porque el gol, en este caso, se le concede a quienes leemos y construimos una historia en cada caso. Y nos ponemos en tareas como estas: la de escribir una (cuasi) reseña.

¿Te convencí?

Caso de que no, por lo menos ya Soriano (con infantil rima incluida) va a sonarte de alguna parte.


Juan Manuel Saharrea

Nació en 1867 en Villa Mercedes (San Luis). Dr. en Filosofía (UNC), Investigador del CONICET y docente de la Universidad Nacional de San Luis; ensayista y narrador. Participó de la Antología Los Nuevos de Babel (Babel ediciones, 2012). Obtuvo el I premio Osvaldo Soriano (Facultad de Periodismo de La Plata, 2012) y ha sido jurado por el mismo galardón (2013). Obtuvo una mención del Premio Heterónimos–UnaBrecha con el ensayo en filosofía de la educación "Comprender" (publicado en Editorial de la UNC, 2018). Publicó el libro de cuentos Podrías Haber Llegado (Alción, 2021) y la nouvelle Pando (Alción, 2023). Becario del Fondo Nacional de las Artes (2021). Becario Fulbright 2023/4. Sus cuentos han sido publicados en Verano/12 de Página/12.


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