Paisajes sonoros del silencio

10.12.2025

Noelia Pajón


En un mundo saturado de ruidos —sirenas, bocinas, voces, música de fondo en cada esquina—, pocas veces pensamos en el silencio como punto de partida para la creación artística. Pero ¿qué ocurre cuando el silencio no es ausencia de sonido, sino una forma diferente de sentirlo? En los últimos años, artistas, investigadores y comunidades de personas sordas han comenzado a transformar la relación entre el cuerpo, la vibración y la escucha, creando lo que algunos llaman "paisajes sonoros del silencio". Se trata de un nuevo modo de entender la cultura: un terreno donde el sonido deja de ser privilegio del oído y se convierte en experiencia compartida por todos los sentidos.

Esta revolución silenciosa no es una metáfora. Nace del deseo de ampliar el acceso a la cultura, pero también de una búsqueda estética profunda: explorar cómo la vibración puede conmover tanto como una melodía, cómo la luz puede "traducir" un ritmo, o cómo una obra puede ser escuchada por la piel. En lugar de adaptar lo ya existente, estos proyectos inventan formas de arte que parten del cuerpo y sus múltiples formas de percibir. Argentina y otros países se han convertido en escenarios fértiles para estas exploraciones, donde la inclusión sensorial abre caminos inéditos para la creación.

La imagen muestra dos fotos: A la izquierda al fondo, una chica tocando un violonchelo y al frente, a dos chicos tocando objetos que a partir de tocarlos les transmiten vibraciones que emiten sonidos. Imagen tomada de https://www.jarekkordaczuk.pl/touching-the-sound.html
La imagen muestra dos fotos: A la izquierda al fondo, una chica tocando un violonchelo y al frente, a dos chicos tocando objetos que a partir de tocarlos les transmiten vibraciones que emiten sonidos. Imagen tomada de https://www.jarekkordaczuk.pl/touching-the-sound.html

Uno de los proyectos pioneros en Europa fue Touching the Sound, del compositor polaco Jarek Kordaczuk, quien desarrolló conciertos donde el público —incluidas personas sordas— puede tocar el sonido. En lugar de sentarse frente a los músicos, los asistentes interactúan con objetos vibratorios que responden al movimiento de la música. Las ondas sonoras se transforman en vibraciones tangibles que recorren el cuerpo, convirtiendo el acto de escuchar en una experiencia física. Allí, el sonido no solo se oye, sino que se habita.

En el Reino Unido, el artista Tom Tlalim trabajó con personas que usan implantes cocleares en su proyecto Tonotopia, explorando cómo la tecnología modifica la percepción del sonido. Las obras resultantes combinan grabaciones y composiciones que reflejan la experiencia auditiva "digital" de quienes escuchan a través de un dispositivo electrónico. Lejos de esconder esa diferencia, Tlalim la convierte en arte: cada sonido distorsionado o vibrante es una huella de identidad, un testimonio de cómo se escucha en el siglo XXI.

La búsqueda de nuevas formas de sentir la música también inspiró experiencias en espacios escénicos. En Estados Unidos, la Lyric Opera de Chicago incorporó una prenda tecnológica llamada SoundShirt, diseñada por la empresa CuteCircuit, que traduce los sonidos de una orquesta en vibraciones distribuidas por todo el cuerpo. Así, las personas sordas pueden "sentir" los crescendos de un violín o la potencia de los metales sin necesidad de oírlos. La vibración se vuelve emoción, y la ópera deja de ser un arte inaccesible para quienes no escuchan.

Carrie probando la SoundShirt durante un ensayo de la Ópera Lírica. Las luces indican dónde se produce la vibración en el cuerpo mientras la orquesta toca.  Imagen tomada de www.axios.com
Carrie probando la SoundShirt durante un ensayo de la Ópera Lírica. Las luces indican dónde se produce la vibración en el cuerpo mientras la orquesta toca. Imagen tomada de www.axios.com


En Argentina, estas búsquedas multisensoriales también encontraron un eco potente. En la Universidad Nacional de Quilmes, el proyecto MusiCroma propone un laboratorio de arte y tecnología donde los sonidos se traducen en colores, luces y movimientos. A través de softwares que transforman el gesto en nota musical o el color en frecuencia, personas sordas o ciegas pueden crear música de manera colectiva. No se trata de "compensar" un sentido, sino de reinventar la forma en que se percibe la armonía.

Otra experiencia local, Bardo Sensorial, combina danza, luces y vibraciones mediante el uso de chalecos SUBPAC —dispositivos que convierten el sonido en impulsos táctiles—. Allí, el público, tanto sordo como oyente, siente la música con el cuerpo entero. No hay distancias entre quienes escuchan y quienes no: la obra se percibe como un mismo pulso compartido, una experiencia sensorial que trasciende el oído.

Estos ejemplos muestran que la accesibilidad cultural no se limita a añadir subtítulos o intérpretes de lengua de señas (aunque sean fundamentales), sino que puede ser el corazón mismo de la creación artística. Los llamados "paisajes sonoros del silencio" no buscan traducir la música al lenguaje táctil o visual, sino transformar el concepto de arte sonoro. En estas obras, el sonido se vuelve textura, luz, temperatura, memoria. El cuerpo entero se convierte en un instrumento de percepción.

En Argentina, espacios como el Centro de Arte Sonoro (CASo) o el MUNTREF ya exploran este territorio híbrido, donde arte y ciencia se cruzan para pensar experiencias más inclusivas. En el MUNTREF, por ejemplo, la instalación "Crossmodal Correspondences" propone una combinación de aromas, luces y vibraciones que estimulan múltiples sentidos al mismo tiempo, permitiendo experimentar la música más allá del oído. Son proyectos que anticipan un futuro en el que la cultura no será "para todos", sino de todos.

En esta obra,  destaca que la experiencia musical siempre está mediada no solo por los sonidos, sino también por otros elementos situacionales que contribuyen a la creación de una atmósfera propia de la interpretación. Imagen sacada de https://untref.edu.ar
En esta obra, destaca que la experiencia musical siempre está mediada no solo por los sonidos, sino también por otros elementos situacionales que contribuyen a la creación de una atmósfera propia de la interpretación. Imagen sacada de https://untref.edu.ar


El desafío está en mantener el equilibrio entre innovación y accesibilidad real: que la tecnología no sea una barrera más, sino una herramienta que conecte. Que las comunidades sordas participen en la creación, no solo como público, sino como autoras y diseñadoras de nuevas formas de escuchar. Que el arte deje de pensar en "falta" y comience a ver diversidad sensorial.

En definitiva, los paisajes sonoros del silencio nos recuerdan que escuchar no es solo oír. Es sentir el espacio, percibir una vibración, leer una luz. Es abrir el cuerpo a otros modos de habitar la cultura. Y quizás, en ese silencio que vibra, estemos aprendiendo a escuchar por primera vez.





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