Preguntas a los ladrillos y a los libros
A la memoria de Carlos (Pirungo / Gato) Rodeiro: arquitecto, escenógrafo, dibujante, artesano, tío. Pensó con las mismas manos con las que cuidó a su madre.
Matías Rodeiro

i. Las Bases: ladrillos y libros
«¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? / En los libros aparecen los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra? / Y Babilonia, destruida tantas veces, / ¿quién la volvió siempre a construir? / ¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores? / ¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China? / La gran Roma está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? / ¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? / ¿Es que Bizancio, la tan cantada, sólo tenía palacios para sus habitantes? / Hasta en la legendaria Atlántida, / la noche en que el mar se la tragaba, los que se hundían, / gritaban llamando a sus esclavos. / El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / César derrotó a los galos. / ¿No llevaba siquiera cocinero? / Felipe de España lloró cuando su flota fue hundida. / ¿No lloró nadie más? / Federico II venció en la Guerra de los Siete Años. / ¿Quién venció además de él? / Cada página una victoria. / ¿Quién cocinó el banquete de la victoria? / Cada diez años un gran hombre. / ¿Quién pagó los gastos? / Tantas historias. / Tantas preguntas».
Bertolt Brecht, «Preguntas de un obrero que lee».
Los hombres ¿son dioses muertos de un templo ya derrumbado? Ponemos al amparo de la interrogación algo que ya fue afirmado por nuestro payador. Y mucho antes, casi desde los comienzos, fue anunciado en un libro que habría sido escrito por el Espíritu e impreso por la máquina de tipos móviles de Gutenberg: «No quedará piedra sobre piedra…».
En cualquier caso, cuando el templo se vuelve a desmoronar suelen revelarse los fundamentos. Y allí yacen los ladrillos y los libros como esos largos adobes con los que cierta noción de lo humano se construyó a su imagen y semejanza. Y quizás más allá, porque en ambos artefactos-símbolos además trabajan la imaginación que proyecta futuros y la crítica que revisa pasados.
Borges decía que «De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación». En esa línea del hilo, el ladrillo, igualmente asombroso, también podría concebirse como la extensión de «otra cosa». ¿Extensión del construir, del habitar…? Aunque habría un problema con la noción borgeana de la extensión, la de no considerar a la palabra, a la memoria, a la imaginación, al construir, al habitar y al pensar como extensiones de los cuerpos.
Los ladrillos, según nos enteramos por los libros (y lo que ellos recogieron de la trasmisión oral), datan de una antigüedad milenaria: diez mil años según los restos hallados en la Mesopotamia del Mediterráneo oriental. Ocho mil años en (el supuestamente «antropocénico») Jericó, situado en la siempre epicéntrica región de Palestina. Diez mil, ocho mil…, en la actualidad los ladrillos se cocinan a diario en los cortaderos, donde residen las familias de trabajadores ladrilleros. Quienes desde las periferias de las ciudades y los pueblos de Córdoba (Toledo, Bouwer, Villa del Prado, Monte Cristo, Ballesteros, Los Socavones, Colonia Caroya, Villa María, Villa Dolores, etc.) producen las unidades elementales con la que se levantan los grandes edificios «inteligentes», las paredes de las casas de todos y -en potencia- las posibilidades del habitar.
Un hacedor de libros, amigo –y afiliado ocasional- de la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA), escribió: «El gremio de ladrilleros es una forma de aludir a la habitabilidad, a la construcción de ciudades, a la construcción de los grandes elementos de la vida contemporánea que suceden en la historia de la humanidad, a todo lo que podemos considerar el indicio debajo del cual comienza la vida de los hombres. El organizarse alrededor de un horno y del fuego para construir una vivienda. El trabajo del ladrillero allí, alrededor de hornos. El horno es el fuego, el fuego conectado con la arcilla nos habla precisamente de un enclave muy fuerte en aquel lugar en que se localiza el trabajo que tiene este aspecto primordial».
Ladrillo, de etimología incierta y sesgada –como casi toda etimología-: del latín «ellus», «ladre», del acusativo «latere», «later», «lateris» (bloque o pieza de barro cocido), próximo a «lateranus» (horno u hogar construido en ladrillos) y también «Laternus», nombre propio de una divinidad protectora de los hogares de ladrillo. El arquitecto Mario Averardo Bianucci (al parecer también involucrado en la remodelación del estadio del club Chaco For Ever, hecha con ladrillos cordobeses), sostiene que el ladrillo es el material de construcción más antiguo fabricado por el hombre. En los primeros tiempos se comenzó elaborándolo en su forma cruda a partir del barro. Su difusión se debió a que el hombre le dio un tamaño que se acomodaba a su mano y para hacerlo además recurrió a materias primas accesibles, que se pueden encontrar casi en cualquier parte. Como el adobe es vulnerable al agua, en las regiones con precipitaciones frecuentes, se comenzaron a desarrollar las técnicas de cocción, las que dotaron al ladrillo de estabilidad. Precisa el arquitecto: «podemos definir que el ladrillo es una "piedra artificial" de forma geométrica, que resulta de la propiedad plástica de la materia prima empleada, la arcilla, que al modelarse con agua, una vez seca y tras su posterior cocción adquiere una gran dureza y resistencia. Se llega así al ladrillo común "de campo" tan conocido y popularizado en nuestros días» (El ladrillo, orígenes y desarrollo, ediciones de La Paz, 2009).
Desde esa definición materialista surge el asombro por la pervivencia de los elementos fundamentales, símbolos de los comienzos y re-comienzos en casi todas las culturas. «No puede menos que llamarnos la atención que con elementos tan comunes como la tierra, el agua, el aire (para el secado) y el fuego (para la cocción) el hombre logró fabricar un material de construcción que, con muy pocas variantes tecnológicas, siguen manteniendo plena vigencia y demanda hasta nuestros días». ¿Faltaría considerar al lenguaje entre los elementos fundamentales?
La inteligencia humana duplicando en otra dimensión a la naturaleza: «piedra artificial». Artefactos tecnológico-culturales creados para construir y habitar, en el derrotero de cierto humanismo, los ladrillos –insistimos- pudieran entreverar su devenir con el de los libros. Que remontan sus inicios milenarios (seis o cuatro mil años) a la misma Mesopotamia y al mismo barro o arcilla: las «tablillas» (de donde toman su nombre las modernas «tablets») que se secaban al aire o eran cocidas en un horno por el fuego.
Los libros, artefactos tecnológico-culturales en los que se desenvolvió la filosofía y se reprodujeron las fábulas, creados para pensar y habitar. Unidades elementales de la cultura, condensadoras de ideas y memorias y multiplicadoras de la imaginación. Que, con (no) pocas variantes tecnológicas, amoldadas al tamaño promedio de las manos, y manufacturadas por los obreros de la industria gráfica; se mantienen vigentes hasta nuestros días.
Construir, habitar y pensar. ¿Próximos a la eternidad?, los ladrillos como los libros impresos, resisten a las catástrofes. ¿Sobrevivirán al apocalipsis digital? Paralelepípedos en sus formas y semejantes en sus tamaños estandarizados. A menudo se suele calificar a un libro como: «es un ladrillazo». A veces para significar que su lectura augura un bodrio fenomenal. Otras para advertir que para abordarlo será menester la dedicación de mucho tiempo y un arduo trabajo pero, que eso valdrá la pena porque transformará por completo a su lector (que a su vez, como bien señala Borges, en cada lectura transformará a cada libro que ya nunca será el mismo). En el Perú, existe la expresión «es un ladrillo», para mentar que alguien es muy trabajador y / o muy estudioso. Tras los derrumbes civilizatorios, los arqueólogos suelen leer ladrillos para estudiar las genealogías de lo humano.
Trabajar la tierra para crear ladrillos. Los libros como ladrillos –y unidades- de la cultura, cuyas etimologías –parecemos M. Grondona o Martin H.- también significan: «"construir" como "cuidar", en latín "collere", y "cuidar" o "labrar la tierra"». Por lo tanto, cultura se refiere al acto de construir, cultivar o cuidar algo, ya sea la tierra, el espíritu o las posibilidades de habitar el mundo.
Genealogías de lo humano, la de los ladrillos y los libros, que tienen su común denominador en la concepción del trabajo como matriz generadora, no sólo del «valor», sino de los valores: la cooperación, la solidaridad, la justicia social, la organización de la comunidad, la preocupación por el destino de la «casa común», la valoración del ocio. Del trabajo como fundamento de la cultura, de la cultura del trabajo y de la cultura como trabajo. Del trabajo como vínculo con los otros, con la naturaleza y como principio creador del «ser genérico». El obrero escritor Juan Carlos Cena persevera en el ser: «Es necesario repetir: El trabajo crea al hombre. El hombre creado por el trabajo, a su vez, necesita ser creador. En ese movimiento el trabajo se modifica, se perfecciona por la mano del hombre, y así. Esta relación biunívoca trabajo-trabajador es la correspondencia que no solo ha perdurado en el devenir de los tiempos, sino que se agiganta en ese transcurrir en forma permanente…» (Cuando las manos hablan, 2023). ¿Cómo sobreviviremos al apocalipsis digital –que ya ocurrió-? ¿Se extingue la ontología del ser social fundada en el trabajo? ¿Cómo se organizaría una comunidad más allá del principio del trabajo?
Genealogía de lo humano matrizada en el trabajo que tiene su antítesis en el fenómeno de la alienación desde el que la valoración del trabajo, la cultura, los libros y los ladrillos; se desplazan como simbolización y realización de la opresión y la enajenación: «no necesitamos ninguna educación… Al final, es otro ladrillo en la pared…», reza una célebre expresión de la «contra-cultura» del siglo pasado; quizás pariente –y casi contemporánea- de la cortazariana: «tarea de ablandar el ladrillo todos los días…».
No habría que olvidar que desde variantes iluministas del humanismo, ladrillos y libros se escindieron a través de la estratagema a través de la que se privilegió la noción de un supuesto «trabajo intelectual» por sobre el «trabajo manual». Y con ello se allanó la separación del barro y las ideas, de los «trabajadores» y de los «intelectuales». Estrategia que, por cierto, en su auto-justificación habilita las vías para la explotación. Vías interconectadas al ejercicio del racismo que siempre es fuente del odio.
ii. Ladrillo a la vista
En 2021 en el artículo: «"Ladrilleros", el barro, las manos, las injusticias», publicado en el medio de comunicación cooperativo digital La Tinta, Soledad Sgarella comenta una nota de Hugo Súarez, publicada en otro sitio digital: Al revés. Sitio que ya se «cayó» de las nubes de la «web». Y con la «caída» de dicho sitio digital se perdió la nota que se titulaba: «No tiren cascotes, arrimen ladrillos». En ella, según la conservación realizada por la glosa de Sgarella, Suárez subrayaba que «a los ladrilleros les pagaban 1 (un) peso por unidad. En cualquier corralón mayorista, cada ladrillo era vendido a 7 pesos y, en negocios minoristas, llegaba hasta los 25 o 30. El dato, ese desfasaje, es solo un detalle del panorama macro que, además de injusto, es invisibilizado y que es, de alguna manera, el disparador de este libro». Ese libro, resultó ser un foto-libro impreso, coautoría del fotógrafo Hugo Súarez y del arquitecto Alfredo Svarzchtein, titulado: «Ladrilleros».
Las notas, las fotografías y el libro aludido dirigen las miradas hacia el mundo de la vida de los ladrilleros. Y al mismo tiempo abren una reflexión sobre la mirada y sobre los conocimientos que se adquieren a través de sentidos como la vista y sus mediaciones tecnológicas: las fotos, la tele, las redes sociales. En esa superposición de planos también ofrecen una meditación sobre lo visible, lo invisibilizado, lo que se ¿desmaterializa?, lo que perdura y lo que invisibiliza o des-memoriza.
Sobre el origen de aquel libro, leemos en la publicación de Sgarella: «Hugo dice que la serie [de fotos] nunca tuvo la pretensión de ser un libro, pero que con Alfredo se pusieron de acuerdo rápida y pragmáticamente. Trabajando en equipo, en poco más de dos semanas, lo tenían casi en imprenta. Cuando le pregunto por qué pensó en esta serie, explica que siempre le interesó mucho el mundo del trabajo. "Sobre todo, el mundo del trabajo manual, del trabajo arquetípico de algunos procesos preindustriales que se desarrollan todavía en las ciudades, en lo que se enmarca el laburo de construir ladrillos. Me jode mucho la injusticia a la que son sometidos sus trabajadores. Son gente que no hace aportes, que no tiene sueldos en blanco, no tienen vacaciones, trabajan de sol a sol, no tienen cobertura médica… Trabajan básicamente para subsistir, trabajan de la tierra y viven en la tierra donde han nacido y permanecido durante generaciones", aclara».
Las observaciones surgidas desde las lentes de Suárez sobre las condiciones de trabajo de los ladrilleros ponen en foco varias cuestiones. Un de ellas, podría inscribirse en polémicas, como las que catalizó el manifiesto «La estética del hambre» impulsado por Glauber Rocha al promediar la década de los '60 de la pasada centuria, a propósito de la pregunta por los modos de representar (sobre todo desde el cine) a la pobreza y la explotación de los pueblos de América Latina. «"Lejos de querer romantizar la pobreza, ni mucho menos, me parece importante mostrar ciertas cuestiones que -a mi humilde criterio- se intentan invisibilizar todo el tiempo en los medios. La gente que vive debajo de los puentes, el trabajo precario, los ladrilleros, los cartoneros. En los principales canales, no se habla de ellos y son parte importante de nuestra realidad cotidiana. Se intenta ocultarlos, hacer de cuenta que está todo bien y, en realidad, cada uno de estos universos encierra un marco de injusticia social muy grande que debe ser mostrada. En mi caso, yo creo que la fotografía (que muchas veces tiende a ser un medio hedonista, por sobre todas las cosas en estos tiempos, un medio usado más para la gestión representativa en redes sociales, para el gusto de lo inmediato, en cuestiones ligadas más a lo superficial que a lo profundo), más allá de que es un medio visual, tiene mucho para ofrecer en ese sentido, mucho para comunicar", dice Hugo».
«No romantizar…» como principio estético, acaso debiera incluir el abordaje de este escrito sobre el humanismo fundado en la ontología del trabajo y la cultura. Desde la mirada de Suárez, nos conduce hacia los negativos de sus fotos: el proceso de producción de los ladrillos a través del cual se revela la brecha de injusticia social que media entre lo que reciben los creadores del valor frente a sus apropiadores inmediatos y mediatos.
El siguiente fotograma de la secuencia registra otra observación del fotógrafo: la permanencia de «procesos preindustriales». Asunto que insta a razonar sobre los actuales modos de acumulación y explotación que combinan la valorización financiera y el futurismo tecno-capitalista con la tracción a sangre y la economía familiar de subsistencia en condiciones laborales precarizadas.
Acumulación desigual y combinada cuya lógica fuerza a que un núcleo sustancial de trabadores compense el «menor desarrollo» tecnológico de su rama de actividad con una explotación más intensiva de su mano de obra. Y desde la valorización financiera a su vez posibilite que algunos grupos concentrados aumenten sus ingresos al margen del trabajo.
Modo de acumulación desigual y combinada, entre la promoción del negocio inmobiliario (hoy convertido en una interfaz del sistema de la especulación financiera) con sus «crecientes porcentuales de metros permisionados para la construcción en las zonas urbanas, en contraposición con la clandestinidad del cortadero». Acumulación desigual y combinada entre «el sector económico de la construcción, que moviliza importantes porcentuales de PBI, versus las condiciones de extrema precariedad laboral y explotación que imperan en el cortadero».
Informes e investigaciones como las de Juan Manuel González (2017) o Fabiana Visintini, «Un recorrido por la cadena productiva del ladrillo en clave neoliberal» (2020), a la que venimos citando y glosando, además señalan cambios en la lógica de la «industria del ladrillo». En la que, alrededor de la crisis de 2001, se pasó de una producción de gran y mediana escala a la delegación de la responsabilidad del negocio en un nuevo actor: el antiguo «mediero» ahora a cargo de los cortaderos.
Según un parte de la Cámara de Industriales Ladrilleros de la provincia de Córdoba, a partir de esa fecha [2001], los propietarios de las tierras y de las fábricas de ladrillos, comenzaron a arrendar los hornos o «vender el negocio» (pero no del lote o inmueble). Consolidando lo que se conoce como «esquema de mediería». En el cual el mediero se convierte en dueño y gerente del cortadero.
De acuerdo con Visintini, esa reconfiguración del negocio, «posibilitó desde la mirada del mediero, una atribución de ascenso en la escala social». Sin embargo, luego de un análisis de costos, la autora afirma que los medieros no logran trascender los límites de una economía familiar de subsistencia. Ya que, en períodos de baja demanda se ven obligados a rebajar los precios de venta y ajustar costos en mano de obra; pero sin la posibilidad de no producir. «Como no cuentan con stock de insumos (leña – aserrín) y sus niveles de capitalización son muy bajos, la producción en períodos de baja demanda es a pérdida por los créditos que se ven obligados a tomar y porque el precio de venta termina siendo igual o menor a los costos de producción. Lo más común en estos períodos es que el comprador de la producción sea uno de los grandes productores ("productor patrón"); quien aprovecha la coyuntura para incrementar su stock».
González, por su parte, añade que el mediero alquila el lote «pagando entre el 15% y el 25% de la mejor producción del horno al propietario de la tierra, y contrata (generalmente en negro) a los trabajadores, descontando que integrantes de cada familia sumarán brazos». Y en otros casos, quien figura como mediero «es en realidad uno de los trabajadores del horno, quien aparece como un presta nombre del dueño del campo». Así, «"es probable que el dueño de la tierra sea el verdadero empleador y quien se aprovecha de esa gente. Muchas veces aparece como locador ante un locatario (el mediero), que es difícil de identificar"… En esta "zona gris" del contrato se escondería el locador del campo para simular su verdadero rol: dueño en las sombras del cortadero».
La dinámica productiva, decíamos, queda ligada a economías familiares de subsistencia. En la que lo familiar también es subsumido por la lógica de acumulación. Puntualiza Visintini, «en el cortadero la producción de ladrillos y la reproducción de la fuerza de trabajo presentan límites difusos». Al nutrirse de mano de obra en su mayoría migrante, «la oferta laboral incluye residencia en el lugar de trabajo; aunque en unidades habitacionales de precarias condiciones. La paga se pacta "por tanto", regulando de esta manera la productividad».
La subsunción de la unidad doméstica al espacio laboral garantiza un trabajo cautivo y además minimiza «el costo de la fuerza productiva porque el trabajo doméstico no asalariado completa lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo. La constitución de la familia y la comunidad como capital es una especificidad de esta economía. Es también lo que permite que se la lea en términos culturalistas, desconociendo la materialidad de su constitución como fuerza de trabajo y de sus relaciones productivas».
De esta manera, sostiene Visintini, las reconfiguraciones en el modo de producción bajo el esquema de la mediería, lejos de exhibir trayectos de ascenso social para los trabajadores ladrilleros, «constituyeron innovadoras y creativas reinvenciones de sometimiento y explotación». Y lo hicieron a la base de una nueva percepción de la «autonomía». Cuestión crucial en la reorganización de la lógica de acumulación. Ya que, presentada como aptitud y virtud individual, se instituye para legitimar desigualdades propias del sistema; entre ellas la que existe entre el capital y el trabajo. Relación que muta su apariencia desde esta nueva modalidad de «sujeción indirecta». Convertido en un «empresario de sí mismo», el trabajador ladrillero y su entorno familiar, se convierten en su propio capital.
Para dar cuenta de este fenómeno, Visintini acude a Verónica Gago, autora de un importante trabajo (que revisa a la «década ganada» por el revés de la trama): La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular (2014). En el que se lleva a cabo una caracterización más general de las economías en los sectores populares que harían carne un «neoliberalismo desde abajo». «"El neoliberalismo (…) se vuelve una forma sofisticada, novedosa y compleja de enhebrar, de manera a la vez íntima e institucional, una serie de tecnologías, procedimientos y afectos que impulsan la iniciativa libre, la autoempresarialidad, la autogestión y, también, la responsabilidad sobre sí. Se trata de una racionalidad, además, no puramente abstracta ni macropolítica, sino puesta en juego por las subjetividades y las tácticas de la vida cotidiana" (Gago 2014:10)».
Desde esa perspectiva, insiste Visintini, «la figura del mediero que presentamos en párrafos anteriores, se erige como un estereotipo de la subjetividad neoliberal; por cuanto se trata de un individuo eficiente, comprometido, emprendedor, capaz de generar y aprovechar oportunidades, obligado a competir y único responsable ante las pérdidas y fracasos».

iii. «…son los bolivianos…»
A propósito de un trágico episodio sucedido a principios de 2025, un diario cordobés tituló: «El trasfondo de Lian: mano de obra boliviana, los ladrilleros, la precariedad y el quechua».
Curioso título que pareciera asombrase por la escucha de un idioma presente en la patria incluso desde sus documentos fundacionales como la proclama de Tiwanaco de 1811. No obstante lo cual, cierto es que una variable necesaria para la caracterización del mundo de la vida de los trabajadores ladrilleros en Córdoba es su procedencia: en su mayoría migrantes y bolivianos (muchos de ellos radicados hace generaciones). La necesidad de atender a esa variable se justifica tanto por el trato general hacia la población migrante. La que bajo las condiciones de informalización y precarización laboral impuestas por la lógica neoliberal; se convierte en una fuente de trabajadores concebidos como «mano de obra barata», desprovista de derechos ciudadanos (muchos extorsionados por su situación de indocumentación), derechos laborales, así como, de instancias colectivas de organización. Pero, la variable de análisis sobre todo justifica su pertinencia por la connotación que fue adquiriendo el origen de la procedencia de esos migrantes: «bolivianos». Cuestión que nos hace prestarle atención a otra de las condiciones de posibilidad para la explotación: el racismo.
Racismo de múltiples tonos y rostros: severo y explícitamente xenófobo, desde el que se convierte a los migrantes en supuestas amenazas para la «población nacional» (vínculo con la explotación laboral). Amenazas para la propiedad privada, para el usufructo de lo público: los derechos y servicios sociales (trabajo, educación, salud). Amenazas que se tornan estigmas. Ante lo cual, como consigna Visintini en un apartado de su artículo titulado: «La invisible actividad de producir ladrillos», la alternativa «para estos grupos migrantes es la invisibilización, profundizándose la radicación en zonas de difícil acceso, alejadas de los centros poblados». Desplazarse hacia zonas de invisibilización, en la que hasta sus niños y niñas se pueden perder de vista. «El trasfondo de Lian…».
El citado diario cordobés completaba su nota: «La familia del niño desaparecido en Ballesteros Sud forma parte de una comunidad de bolivianos que trabajan en la producción de ladrillos… Lian es el penúltimo de seis hermanos, cuya familia vive en una zona rural de pocos habitantes y de difícil acceso, en una casa precaria de ladrillos con techo de chapa… Sus padres, de origen boliviano, nacidos en el norte de Potosí, integran una comunidad de varias familias con la misma nacionalidad que ejercen el mismo trabajo en esa zona. Todos sus hijos nacieron en Argentina».
En el muro de la red social «Facebook» de Leandro Valllejos Arce (secretario general de la UOLRA-Córdoba y secretario adjunto de la CGT Córdoba) leemos: «…22 de marzo, o sea el día de hoy se cumple un mes de la desaparición de Lian Gael Flores Soraide. Hoy fui a acompañar a la familia y ya no estaba la policía que te impedía el acceso, ya no estaban los medios. Gracias a Dios y la Virgen logramos juntar a las cuatro familias que habitan el cortadero. Seguimos buscando a Delia Geronimo Polijo. Seguimos buscando a Lian Gael Flores Soraide. La tristeza no tiene fin, pero acá nadie se rinde».
Delia y Lian son dos ninxs desaparecidos. Hijos de familias ladrilleras. Víctimas del odio, el racismo y la explotación. Niñxs perdidos de vista que también fueron puestos en las tapas de los diarios, cuando el auge desarrollista de la industria de la construcción daba cifras en alza. «Muertes infantiles y marginalidad detrás de los ladrillos cordobeses», titulaba una profunda nota de J. M. González en la que se daba cuenta tanto del trabajo infantil como de muertes de decenas de niños sucedidas a causa de «accidentes» colaterales a las condiciones de trabajo en los cortaderos y sus inmediaciones.
Decíamos que el racismo tiene múltiples tonos o rostros y además del severo existe otro de tono hipócrita y cara de póker. Las lentes de Visintini ponen en primer plano lo que algunos sociólogos denominaron como «racismo flexible». La «flexibilidad aludida, permite alejar postulados xenofóbicos, para promover la inclusión de mano de obra migrante en puestos de trabajo rechazados por los nativos, profundizando así la desigualdad desde una segmentada y limitada distribución de ingresos. Un ejemplo de esta lógica aparentemente inclusiva se expresa en las entrevistas realizadas durante la investigación, cuando se sostiene que "la población de origen boliviano es mano de obra óptima"; debido a sus características anatómicas (altura, contextura física); o atributos culturales (callados, ordenados, prolijos, obedientes) que los hacen idealmente aptos para la producción de ladrillos».
iv. «Recuerden, trabajadores: únanse…»
La recensión de esas condiciones de «vida», impone por su propio peso la necesidad de la organización colectiva de los trabajadores ladrilleros. Y si bien su sindicalización reconoce antecedentes desde los años ´30 del pasado siglo, obteniendo la formalización de su personería gremial en 1952 cuando se crea la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA). Tiempos en los que la fórmula de trabajo organizado más humo industrial prometía –y en gran parte cumplía- la realización de una comunidad del buen vivir.
Sin embargo, ante las transformaciones en el mundo del trabajo, algunas de las que intentamos dar cuenta en párrafos anteriores, exigieron una adaptación. Como apunta Paula Abal Medina, la UOLRA es un «sindicato en reinvención». Su dinámica expansiva «actúa religando la heterogeneidad: trabajadores con patrón y sin patrón, de grandes fábricas y de cachimbos, con salario y sin salario, mensualizados y a destajo, laburantes con patrón oculto, trabajadores 'con papeles y sin papeles', obreros organizados en pequeñas cooperativas».
Ante esa realidad, «poco más de un diez por ciento de trabajadores registrados, el resto —un resto del noventa por ciento— transita entre la economía informal con patrón oculto y lo que en los barrios cada vez más se nombra como "economía popular"». Por ello, desde el gremio se optó por una recategorización que, sin sacar los pies del plato sindical, a principios de 2016, «modificó su estatuto para abarcar a trabajadores registrados, trabajadores informales y trabajadores de la economía popular». Recategorización gremial y conceptual, para nada exenta de polémicas pero, por eso mismo inscripta en uno de los debates necesarios de la época. A los que la UOLRA-Córdoba llevó a las aulas a través de la creación de una Diplomatura en Economía Popular, realizada en 2018 en conjunto con la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC.
v. Fábulas filosóficas para niñes
«Lo recaudado por la venta de este libro se destina en su totalidad al financiamiento del programa para la erradicación del trabajo infantil». Se anuncia en la página de legales de un libro. Un libro titulado «Fábulas filosóficas para niñes», editado por la UOLRA-Córdoba en 2023. El gremio ligado al milenario oficio de cocer ladrillos, entre sus prácticas y acciones de defensa de sus trabajadores, elige apostar por el milenario artefacto que asombraba a Borges. Y en la era de la ticktocracia acude en su título a dos ramas milenarias del pensamiento y la imaginación: la filosofía y las fábulas. Por si fuera poco, lo destina a las infancias. Y se anima a mantener en su título la perspectiva de género «para niñes».
La publicación del libro forma parte de un espacio al interior del sindicato: el Espacio Quino abocado a las actividades culturales. La madrina de ese espacio es María Teresa Andruetto quien en la contratapa del libro, escribe: «Desde muy chica, allá en mi pueblo, los cortaderos de ladrillos y el trabajo de los ladrilleros me resultaron moneda corriente… Recuerdo ese trabajo como precario, duro y de escasa retribución… Lo que no había, en cambio, era un trabajo con la palabra… como si refleja este libro de fábulas…».
El prólogo del libro está firmado por otra referente de la literatura para las infancias, Toity Leiguarda, quien destaca el procedimiento de estas fábulas ladrilleras, que tienen como protagonistas a animales que se enfrentan con dilemas éticos ancestrales y actuales (egoísmo / bien común; discriminación / autoestima; rivalidad / colaboración; etc.). «Sin moralejas», el libro, brinda la posibilidad de descubrir el significado a través de la libre interpretación, e incluye al lector como parte activa del relato y convoca al diálogo. «Las fábulas fueron las primeras historias. Y como viajan tanto, no sabemos de dónde vienen. Esopo las popularizó en Grecia por el año 600 antes de Cristo… 'Fábulas Ladrilleras' han resultado para mí un hallazgo, un verdadero tesoro… Encierran valores, secretos de la vida, aprendizajes, enseñanzas que son vivencias muy cercanas a los niños (a todos los seres humanos), y, además, permiten que ellos sean quienes los descubren».
Decíamos, publicado por la UOLRA-Córdoba, con diseño y maquetación de Ramiro Panero, y la autoría de Federico Langer y Hora French (a cargo de las ilustraciones). El libro ya tiene su recorrido y está siendo recreado por niñes de la familia ladrillera quienes lo colorean y leen en voz alta, augurando una nueva escucha.
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