Prólogo de Historias de una salamandra
Para Edi Frau y Osvaldo Palacios
Luis Eliseo Altamira

El pasado 18 de octubre, día en que se conmemora el fin de la Campaña del Desierto, hicimos un programa sobre cautivos y conté la historia de Heather Winstead, la inglesita que fue maloneada en 1846 en un viaje de carretas por caminos de Santa Fe. Un capitanejo la cruzó sobre su caballo y la condujo Tierra Adentro, galopando durante días.
Al llegar a la toldería, la muchacha intentó fugarse, pero la capturaron. Cipriano, tal el nombre del capitanejo, le desolló las plantas de los pies, por lo que Heather estuvo meses sin poder caminar. Algunas de las esposas de Cipriano, apiadadas, se ocuparon de curarla. Después le enseñaron a ordeñar, a hacer quesillos, a cocinar.
Estando embarazada, el capitanejo enfermó gravemente. Los síntomas eran idénticos a los que había padecido el padre de la inglesita cierta vez que había enfermado de fiebre tifoidea. Entonces, una criolla de la servidumbre lo había curado con yuyos. Memoriosa, la muchacha cortó abundante ruda que fue poniendo bajo las axilas de Cipriano y le dio majuelo para corregir la marcha del corazón.
A la semana, la fiebre le bajó. Días después llegó un comisionado a negociar el rescate de los cautivos. "Llévese a la rubia", le dijo el capitanejo. Heather regresó a su casa de Buenos Aires, sorprendiendo a sus padres, que la habían dado por muerta. A la alegría del reencuentro le siguió el bochorno por su embarazo. El padre trató de salvar su honor casándola con un hombre mayor, pero ella se rehusó. La inglesita se fue a vivir a un hotel para indios que había en el centro de Buenos Aires, donde comenzó a ganarse la vida como curandera.
Hasta ahí, la historia. Días después recibí un mail de una oyente de Carmen de Patagones, la señora Sandra Mansilla, que transcribo a continuación: "Señor Leandro Molina, me tomo el atrevimiento de enviarle en el archivo adjunto un relato narrado hace cuarenta y cinco años atrás, en el que se cuenta una versión distinta de lo que le ocurrió a Heather Winstead, después de que se marchara de su casa paterna".
El relato contaba que Heather había conocido a un japonés procedente de Okinawa, quién le ofreció marcharse con él a Montevideo y apellidar a su hijo. Allá abrieron una tintorería en el Paseo del Molino, cerca de la casa de un bisabuelo paterno de Jorge Luis Borges, con quién trabaron una amistad. Un día se enteraron que uno de sus hijos, Francisco Borges, había decidido sumarse al batallón de montevideanos que, por entonces, resistía los embates de Oribe. El japonés, que había huido de Okinawa para enterrar su pasado de fabricante de katanas, esos instrumentos de muerte, decidió volver sobre sus pasos y fabricar una que invulnerabilizara al muchacho (posteriormente lo instruyó en el manejo de la misma (instrucción que habría llegado a su fin cuando Francisco fue capaz de rebanar una naranja en el aire) (*).
Fascinado por la historia, y por lo magistralmente contada que estaba, quise saber quién la había escrito y de dónde había sacado la información. Sandra me respondió que ella, lo que había hecho, era registrar ése y otros relatos de boca de la narradora y luego desgrabarlos. Respecto de la información, decía desconocer dónde la habría obtenido. "Tampoco tengo modo de averiguarlo – aclaraba –, ya que ella, digamos, hace tiempo que se llamó a silencio. Pero si alguna vez pasa por Patagones y se llega hasta mi casa, no tendré inconvenientes en presentársela".
Nosotros teníamos fecha para hacer El plato de la venganza en Viedma, para mediados de febrero. Así que aproveché la ocasión, dado la proximidad con Patagones, para visitarla. Grande fue mi desconcierto al ver que la autora del relato era una salamandra….
*
Yo le dije al señor Molina: Veo que usted piensa que está frente a una loca y lo entiendo, Pero tal vez lo que cuente a continuación le sirva para alguna de sus historias en la radio. Escuche primero y después júzgueme.
Cuando nací, Helena ya estaba en mi casa (**). Cierto día de invierno en que las llamas bullían en su interior - yo habré tenido nueve, diez años -, distinguí, en ese borboteo, como tres o cuatro palabras que parecían tener relación con algo que mi hermano acababa de decir. No recuerdo bien, pero supongamos que Andrés hubiera dicho: A mi no me gusta Palito Ortega, y que yo, a continuación, hubiera escuchado decir: A mí, sí.
Señalé la coincidencia, pero nadie me prestó atención. Las coincidencias comenzaron a repetirse y un día yo le dije algo a su vez. "¿A quién le hablás?", me preguntaron. "A la salamandra", les respondí (todavía no la llamábamos por su nombre). "Ah, bueno", dijeron, como haciendo caso omiso a las ocurrencias de una niña.
La tercera o cuarta vez que le hablé, Helena me respondió. Un día Andrés dijo, con ese agrado con que solía reconocer algo que hasta ese momento le había resultado inconcebible: "¡Es verdad lo que dice Sandrita, pareció que (la salamandra) hubiera dicho tal cosa!". Después le escuchó decir otras, mamá empezó a escucharla también y así Helena se fue integrando hasta ser una más de la familia.
Un buen día empezó a contarnos historias, historias como la de la inglesita; así, extraordinarias. Incomprobables, también, pero tan sutilmente reales, tan vívidas, que se hacía muy difícil no creer que hubieran ocurrido. "Tenés una capacidad extraordinaria para suponer", le decía mamá. "Ninguna suposición, Mirta", le respondía ella, halagada. "Ya verás".
Mil novecientos setenta y nueve fue un año en que el invierno tardó en llegar (tenía que hacer un frío que verdaderamente justificara encenderla para que su borboteo significara). Por lo que, para matizar la espera, me puse a recopilar las historias que nos había contado. Cuando el frío finalmente llegó, comencé a grabarla. Fue por entonces que nos contó que el Che Guevara tenía en su campaña en Bolivia una libreta en la que calificaba a sus guerrilleros. Nos habló de un tal Darío Adriázola, del que Guevara había puesto: "Muy malo. Parece retrasado mental, pero además pertenece al lumpen proletariado. Su destino es ser fusilado o destinado a tareas de retaguardia". ¡Cómo nos reíamos con eso!
El caso es que veinte años después vino un periodista a Viedma, a presentar un documental sobre el Che. Al terminar la proyección le pregunté, sin revelar de dónde había sacado la información, si era verdad que Guevara calificaba a sus guerrilleros en Bolivia. Y el tipo me dijo que sí, que había un hombre, Carlos Soria Galvarro, que había publicado un libro en el que aparecían transcriptas las calificaciones (***). Le pregunté entonces si entre los guerrilleros había un tal Darío Adriázola, y el periodista, sonriendo, me dijo: "¡Ah, sí, el que el Che quería fusilar! Parece que el tipo era medio lumpen y Guevara no soportaba a los vagos".
En mil novecientos ochenta y uno me fui a estudiar medicina a Buenos Aires. Fue el principio del fin. Cuando Helena reapareció y supo que me había ido, empezó a hablar cada vez menos hasta que se llamó a silencio. Mamá y Andrés le daban charla, le compraban la leña más rica para que hablara, pero nada. Lo último que dijo fue: La vida es lo más maravilloso que existe pero lo frustrante es que el presente se convierte muy pronto en pasado y el futuro es siempre incierto.
*
Antes de despedirnos, Sandra me entregó una copia de un proyecto de libro que contenía las historias grabadas a Helena y un cd con los audios correspondientes. Esa noche me puse a leerlas en el hotel, una más extraordinaria que la otra. En un momento tuve la loca curiosidad de escuchar los audios, pero no tenía a mano un reproductor.
De vuelta en casa, puse el cd, busqué el relato del primer track para corroborar si la voz diría lo mismo y apreté el play. Lo que escuché fue un bullir de llamas junto a ruidos caseros, voces hablándole a alguien que no contestaba, la puerta de la salamandra abriendo y cerrándose…. Desentendido, me puse a hacer otras cosas y, ya estando por salir, escuché algo muy parecido a: Algo maravillosamente americano en ser un borracho.
La claridad con que se oían las palabras que escuché a continuación fluctuaba, pero era evidente que una voz se manifestaba a través del borboteo. Puse la pausa, busqué en el relato que se estaba reproduciendo las palabras que acababa de oír, las encontré, apreté el play y Helena prosiguió diciendo lo que se leía a continuación…
Leandro Molina y Sandra Mansilla, Buenos Aires, 8 de junio de 2025
(*) Francisco Borges combatió contra las huestes de Oribe en el sitio de Montevideo, y en diversas batallas en Argentina y Paraguay. Dos balas de Remington terminaron con su vida en la batalla de La Verde. Tenía cuarenta y un años.
(**) Se refiere a la salamandra.
(***) Campaña del Che en Bolivia, Selección documental y notas: Carlos Soria Galvarro, Huellas srl, La Paz, Bolivia, octubre de 1997.
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