Si mañana desaparecieran las hormigas
Silvia Barei

Cuenta una antigua leyenda europea que cuando la tierra era muy joven, los árboles eran eternamente verdes. Un hombre deja su hogar en dirección al Norte. Marcha cruzando montañas y ríos, selvas y estepas, hasta que llega a un lugar maravilloso donde los rayos del sol, nunca muy alto, hacen brillar la tierra con colores inimaginables.
Los árboles son los más multicolores y no están siempre verdes como en su país meridional: se ven amarillos, rojos y marrones según la estación . Y a lo lejos las montañas son azules y sus cimas están cubiertas de nieve.
Después de un tiempo, el hombre vuelve a sus tierras del sur y cuenta esto pero nadie le cree:
-Los árboles no pueden ser jamás ni rojos, ni amarillos ni marrones.
-Los he visto con mis propios ojos, vengan conmigo a verlos.
-Ve tú de nuevo y tráenos una rama de cada uno de ellos.
Como el hombre no vuelve, salen a buscarlo y encuentran efectivamente los cambios de estaciones y del color de los árboles.
Si transpoláramos la historia a nuestros días podríamos hablar de biodiversidad (en otro sentido) y de estupidez humana (en el mismo sentido de siempre).
En el "Prólogo" de su libro Half-Earth.Our Planet's fight for Life, Edward Wilson, el "Darwin del siglo XXI", ganador del Pulitzer en 2016, se pregunta: ¿Qué es el ser humano?. Y responde: "storyteller, myth maker, and destroyer of the living world"
Contador de historias, inventor de mitos y destructor del mundo de la vida.
Para sostener la biodiversidad del planeta él tiene una solución que no suena imposible: dedicar buena parte de la superficie terrestre a la recuperación de la naturaleza para poder salvar la inmensidad de formas vivas que la componen, identificando regiones concretas que "pueden aún ser regeneradas" como los bosques de secuoyas de California, las cuencas fluviales del Amazonas y los pastizales del Serengeti, entre otras. Wilson deja de lado el pesimismo prevaleciente de nuestros días y señala con humana elocuencia: "Se requiere esto para nuestra propia salvación". Desconocemos que grandes zonas de reservas naturales están conectadas entre sí y el 80% de la biodiversidad podría ser salvada.
Este libro es el último de una trilogía que describe cómo nuestra especie es la arquitecta de esta época llamada Antropoceno, trayendo consecuencias que afectan nuestra vida humana y la del mundo natural.
Gabriel Bernardello, prestigioso biólogo e investigador de nuestra UNC y del CONICET, colaboró y escribió con él. Mientras Wilson se dedicó a estudiar las hormigas, Bernardello se ocupó de las plantas, porque es obvio para los científicos y no tan obvio para nosotros en general, que para salvar la biodiversidad es necesario colaborar y entender cómo interactúan las especies entre ellas para conformar un ecosistema.
Mal que me pese a mí y a mis plantas, sabemos que las hormigas no disfrutan tanto del sabor de las hojas sino de su capacidad de ser el caldo de cultivo perfecto para cultivar hongos, su fuente principal de alimento. Y que los hormigueros conforman inmensas redes subterráneas de oxígeno para todas las raíces y la fertilidad de los suelos.
Si mañana desaparecieran las hormigas, los suelos serían menos porosos, muchas plantas quedarían desprotegidas y numerosas especies animales perderían su principal fuente de alimento. Claro, estoy hablando de las hormigas que pululan en nuestro entorno: las negras que se comen mis plantas y las pequeñas rojitas que se suben a mi azucarera. No puedo decir nada de las más peligrosas, esas que llaman hormiga arriera, la hormiga bala y la hormiga gigante australiana. Pero imagino que sus hormigueros con túneles subterráneos cumplen la misma función.
Cuando perseguimos a las hormigas (yo lo hago bastante seguido y me las agarro con las negras y las chiquitas) no reconocemos lo poco inteligentes que somos y que necesitamos tener un conocimiento más profundo del mundo de la vida, atender más a lo que la ciencia y las humanidades nos dicen sobre la degradación global y que debemos movernos rápidamente para proteger nuestro entorno.
Nos guste o no, los seres humanos somos una especie más en el mundo de la vida. Como grupo, nacimos en el Holoceno, la época que nos concibió: el único grupo que ha vivido en esta época ha sido el Homo sapiens, que desarrolló la cultura a partir de la agricultura (11.000 a.c.), la ganadería (10.000 a.c) y el agrupamiento en pequeños pueblos (5000 a.c), ocasionando importantes cambios en el medio ambiente. Sabemos bien que éstos se han profundizado ahora en el Antropoceno, época en la que intervenimos en el mundo de la vida muchas veces de manera negativa: produjimos el cambio climático, el efecto del calentamiento global y la destrucción de los ecosistemas, el crecimiento de la población, los colapsos económicos, la pobreza y las guerras, la reducción de las áreas naturales, la contaminación de los ríos y mares, la deforestación, los excesos de caza y pesca. Todas causas múltiples y complejas ligadas a la actividad humana.
Basta subrayar que en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies es mil veces superior a la normal geológica. Por otro lado, se calcula que hay 62.839 tipos de vertebrados y 1 millón 300 de invertebrados. Muchos a ser descubiertos ya que dos tercios de las especies del planeta Tierra o Gaia, permanecen desconocidas e innombradas. Lo que Wilson llama "the invisible empire". El imperio invisible.
Se nos viene enseguida a la mente la reciente expedición submarina en las costas de Mar del Plata, protagonizada por un equipo científico del CONICET, investigación impactante que concitó el entusiasmo social por la ciencia, tan vapuleada (por no decir algo más fuerte) por el gobierno cruel de turno. Mal que les pese, esta expedición puso sobre el tapete la importancia de la ciencia argentina y del conocimiento como bien público. La misión, transmitida en vivo vía streaming, nos reveló ese "imperio invisible", la belleza y los misterios de los habitantes del fondo del mar, mostrados desde una perspectiva científica. El equipo, dirigido por el investigador Gregorio Bigatti, se dedica a estudiar la biología integrativa de los invertebrados marinos y esta labor ha contribuido, como tantas otras, a acercar el trabajo científico a la sociedad. Vimos a este equipo sumergirse para explorar lo desconocido y al mismo tiempo, desplegar los procesos de investigación en tiempo real y así compartir los descubrimientos con nosotros, gente común y silvestre que no siempre entiende pero que sí valora y agradece -contrariamente a muchos funcionarios- lo que significa hacer ciencia.
¿Qué dirían estos funcionarios desaprensivos si les sugeriríamos pensar también en las hormigas y su función en la biodiversidad ecológica? Si no les interesan los habitantes de su propio país, los viejos, los enfermos, los docentes, los trabajadores de la cultura, los médicos, los investigadores, los colectivos diversos, qué pueden interesarle los animales y las plantas con las que convivimos. ¿Sabrán las palmeras Yatay de la Casa Rosada, los jacarandás, plátanos y ceibos de la Plaza de Mayo que tienen tan cerca a estos ignorantes?. Negador de los delitos contra el medio ambiente, el actual presidente afirmó que el cambio climático es otra de las "mentiras del socialismo" y sugirió que los científicos manipulan las predicciones y teorías sobre el fenómeno climático. Argumenta que las investigaciones están diseñadas para generar miedo en la población y que las proyecciones e indicadores están adulterados, sin tener en consideración que la mayoría fueron realizados por instituciones de trascendencia internacional, como las universidades públicas en Argentina y el CONICET, claro.
Wilson citaría a Alexander von Humboldt : "The most dangerous worldview is the worldview of those who have not viewed the world". La cosmovisión del mundo más peligrosa es la de aquellos que no han visto el mundo.
Como los de aquella historia que discutían al viajero que les traía buena información sobre paisajes y habitantes que desconocían: "Los árboles no pueden ser jamás ni rojos, ni amarillos ni marrones".
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